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Después de ver aviones embistiendo la Torre Sur del World Trade Center en N.Y. y el Pentágono en Washington el fatídico 11 de septiembre; acto llevado a cabo por hombres que, muy posiblemente ese día eran de los más devotos del planeta, podemos entender el daño que las religiones causan y han causado a la humanidad.

Debemos replantear el tabú que nos exige tolerar las crencias religiosas del otro. La humanidad ha sufrido suficiente con las cruzadas, quema de brujas, inquisición, martirio religioso y el sometimiento de la razón a creencias y dogmas que deforman la percepción de la realidad desde nuestra niñez.

Si nuestro planeta ha de tener futuro, no podrá continuar basando su sistema político, ético y moral en fanatismo religioso alguno. Si se duda al respecto, recordemos que fueron los fanáticos cristianos los que se enfrentaron, con los no menos fervientes musulmanes, cosa que se repite hoy (la diferencia es que en la guerra moderna ya no se utilizan espadas ni flechas). Es hora de enviar a estos entes imaginarios llamados dioses al panteón donde ya descansan Isis, Ra, Zeus, Quetzalcóatl, Jano y demás criaturas hijas de la ignorancia antigua. De lo contrario, irónicamente lo puede suceder es que cada grupo religioso, defendiendo sus entes imaginarios, dogmas y creencias acabarán exterminando a la humanidad.