La frase de inicio será "Tras la ventana de la residencia".
Cómplices Tras la ventana de la residencia estaba el Paraíso, pensó Bruce. Estudiaba mucho, pero cada noche, apagaba la luz y se apostaba en la oscuridad para mirar a la casa de enfrente. Hacía dos meses que la había visto por primera vez: se movía por la habitación libremente. Se desnudaba, iba a la ducha, salía apenas envuelta en el albornoz. Bruce no podía apartar los ojos. Aquella manera de cepillarse el pelo le enloquecía. La noche anterior, ella se había vuelto y le había sonreído. ¡Lo sabía! Si hoy volvía a verla, sería señal de que quería ser su cómplice.
|
El tren Tras la ventana de la residencia la anciana esperaba. Terminado el desayuno atisbaba la vía cercana durante casi una hora, llena de emoción, a que el tren de vía estrecha pasara a las 11 en punto. Todos sabían que no podían molestarla y que ella no hablaría con nadie hasta que no viera pasar el tren. En septiembre interrumpieron el servicio por falta de viajeros. Nadie se lo dijo. Las enfermeras sabían que, mientras estuviera junto a la ventana, no daría problemas, así que la dejaban cada mañana allí y se olvidaban de ella. El tren no pasó más.
|
Buenas intenciones Tras la ventana de la residencia, el director contemplaba el incendio declarado en el comedor. Las llamas se extendían rápidamente. «Al ayuntamiento no le quedará otra opción que aprobar mi propuesta de rehabilitación completa del edificio —reflexionó con presunción—. Al fin tendremos una residencia como Dios manda». Rodríguez, de mantenimiento, entró a la carrera en el despacho. —¡Señor director, hay un anciano en el comedor! Está acorralado por el fuego. «Naturalmente que lo está, idiota —sintió deseos de contestarle en voz alta—. Necesito que alguien cargue con la culpa cuando averigüen que el incendio es intencionado».
|
Vuelo frustrado Tras la ventana de la residencia hay un alféizar de apenas un palmo de ancho. Aun así, el espacio es suficiente para permanecer de pié y mirar al horizonte con el viento acariciando la cara. —¡Ceferino! ¡¿Otra vez?! ¿De dónde sacas agilidad para subirte ahí? Venga, que te ayudo a bajar. El anciano se deja ayudar, se sienta en la butaca y, sin dejar de mirar a la ventana, habla entre dientes. —¿A quién se le habrá ocurrido poner una reja? Así no hay quien vuele.
|
Nocturnidad Tras la ventana de la residencia, desde el oscuro interior, como cada tarde cuando salgo al jardín la veo como me observa. Es la paciente de la ciento doce. Yo hago como que no la veo, pero se que esos ojos hambrientos, ahora mismo, me están devorando. Esta noche, cuando todos duerman, le haré una visita. He estado semanas guardándome las pastillas para dormir. Lo único que he de hacer es echarlas en la tetera esa de la que se sirven la enfermera y el celador de noche. Luego aguardar un rato y, por fin, recorrer el pasillo y entrar... |
La cárcel de los sueños Tras la ventana de la residencia de las novicias, sus ojos idos apenas intuyen la mañana de primavera. La toca resalta su rostro, hermoso, pálido, con la expresión vacía y dura de quién tiene el corazón aterido. No hace tanto que amó y soñó maravillas, pero su honor, según dispuso su padre, se anteponía. No hace tanto que vio de muerte herido al único dueño de su destino.
|
La ventana
Tras
la ventana de la residencia se intuye un mundo atrayente y misterioso.
Qué acontecerá en aquellas estancias, cuántos amores vivirán los allí
hospedados -entre ellos o con los de fuera-. Siempre que paso por esta
calle me quedo absorto mirando a esa ventana, sin dar cuenta apenas de
los árboles, farolas y otros transeúntes, por si vuelve a salir y se
asoma, y ver su bella cara. ¿Cuánto tiempo hará que está ahí viviendo?
¿Tendrá novio? Cualquier día me planto a primera hora en la puerta y la
sigo hasta su Universidad, a toparme con ella con cualquier escusa.
|