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romi
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Copo de nieve -ll

19 de Diciembre de 2015 a las 13:28
440- COPO DE NIEVE - Il

4- El relato de Copodebil

               Rechoncho dijo a Copo:

- No te pierdas. Agárrate fuerte a mí para que nada ni nadie nos separe en este viaje.

- Yo me aprieto contigo todo lo que puedo y también, con lo que me empuja el viento, me agarro más fuerte a tu mano.

Y, en este momento, un copo muy débil, en forma de estrella pequeña con tres puntas, se rozó con Rechoncho.

- ¡Perdona! Pero es que no hay manera de tener el más mínimo control de uno mismo.

- No pasa nada. Estás perdonado.

- ¿Adónde quieres ir tú?

Alzando la voz mucho para que sobresaliera por encima del ruido que emitía el viento, Copodebil dijo:

- Una de las veces que fui nieve las nubes me dejaron en las montañas de Cazorla.

 

               Quiso seguir hablando pero otra vez el viento los empujó con mucha fuerza. Con tanta fiereza que estuvo a punto de irse al otro extremo de la tormenta. Pero Copo lo rozó con su blando cuerpo, hizo un hueco y lo sujetó junto a ellos. Interesado le preguntó:

- ¿Dónde están las Sierras de Cazorla? Creo, también, que en alguna ocasión alguien me dijo algo de estas montañas.

- No se encuentran lejos de Sierra Nevada. Un poco al norte de Granada y justo donde nace el río Guadalquivir.

- Y cuando estuviste en ese lugar ¿Te gustó a ti eso?

- ¡Mucho! Son unas sierras tan bonitas que da gusto mecerse sobre ellas y luego caer por entre los pinares, las rocas, los hermosos valles y las laderas.

- ¿Hay muchos arroyos por allí?

- Tantos que nombrarlos todos llevaría una vida entera.

- ¿Te acuerdas tú dónde fuiste a caer la última vez que estuviste en esas sierras?

- Me acuerdo como si estuviera sucediendo ahora mismo.

- ¿Dónde fue y cómo?

- En las laderas de un gran monte que se llama Banderillas. No al sur, que es donde están los Campos de Hernán Pelea ni tampoco al norte, que es por donde nacen los ríos Borosa y Aguasmulas, sino un poco al este. Por donde se llega cuando se va desde el nacimiento del río Segura.

 

               Sin saber por qué, Copo sintió un poco de envidia. Por eso, otra vez preguntó:

- ¿Y te gustó a ti mucho ese sitio?

- Ya te he dicho que tanto me gustó que ahora quisiera que esta nube y el viento me dejaran caer sobre ese mismo lugar.

- Pero, aunque sea tan bonito como dices, yo creo que Granada le supera. Y, Sierra Nevada, quizá mucho más.

- De Granada no puedo decirte mucho pero sí de las laderas del Banderillas. Aunque, de este lugar tan bello, también tengo una queja.

 

               Copo, que en este momento viajaba pegado por completo a Rechoncho y rozándose, de vez en cuando, con Débil, trazó una divertida pirueta. Desde el lado de abajo saltó para arriba, impulsado por el viento de la nube. Y, desde arriba, buscó un hueco y se colocó en el centro. Entre Rechoncho y Débil. Aclaró, entusiasmado y muy seguro de sí:

- Unidos los tres hasta el momento en que esta nube nos deje caer al suelo. Porque me estáis demostrando que sois los mejores amigos. Estáis compartiendo conmigo todas vuestras cosas y os lo agradezco. Ya sabéis que soy nuevo en esta aventura. Es mi primera vez en un viaje como éste y, por eso, a penas sé nada de la vida de un copo de nieve. Pero, con amigos como vosotros, se me está quitando todo el miedo.

 

               Y, al pronunciar estas palabras, se acurrucó más contra Rechoncho y Débil. Como si, de este modo, quisiera demostrar su sincero agradecimiento por tan bonita amistad.  Le dijo, a Copodebil:

- Te defenderé hasta dar la vida por ti, si hiciera falta. Por eso, siéntete seguro y sigue hablando de tu experiencia en la Sierra de Cazorla. ¿Por qué me has dicho que tienes tus quejas de ese sitio? ¿Qué fue lo que te pasó la última vez que estuviste en estas montañas?

 

               Copodebil, sintiéndose apoyado por la buena amistad de Copodenieve, habló y dijo:

- Es una historia muy larga que no me dará tiempo contarte en este momento. Porque quizá dentro de poco amanezca y quizá la nube y el viento nos deje caer sobre la tierra.

- Pero, mientras tanto ¿dime de qué o por qué estás molesto?

 

               Y, despacio, Débil relató a Copo:

- Sabes, como ya te decía, las laderas de las Banderillas, son muy bellas. Y, el sitio donde yo me posé, es más bonito todavía. Alzado, casi en la cumbre pero mirando al este y frente a los Campos de Hernán Pelea. Es un lugar donde solo hay unos cuantos pinos, algunas rocas y un poco más abajo, un pequeño valle. También un collado y, por este punto, un viejo camino que sube desde el barranco del río Aguasmulas. Un paraje precioso, donde hace mucho frío y hay abundante luz porque el sol da de frente nada más levantarse. Y también porque todo aquello es tierra de pastores, sinónimo de hombres buenos. Los pastores de los Campos de Hernán Pelea, son las personas más nobles del mundo. Luego te digo por qué pienso de esta manera.

              

               Después de un breve silencio, motivado por el vaivén del traqueteo del viento,  Copodebil, prosiguió:

- Era un día de invierno. Amanecía y hacía mucho frío. El viento no soplaba tan fuerte como éste que ahora nos zarandea. Pero sí corría en cantidad y empujaba con cierta potencia. Por eso, al llegar a las cumbres de las Banderillas, se quejaba al romperse contra las duras peñas. Y también se lamentaba al chocar con las ramas de los pinos y los pequeños escaramujos que, por todo ese territorio, crecen. Daba miedo oírlo pero era un bello espectáculo que también debes conocer. Ya sabes: un copo de nieve, por insignificante que sea, también debe tener cierta sensibilidad por las cosas que les rodea. Un día, ya te darás cuenta, que somos mucho más que nieve blanda. 

 

               Pero vamos al caso de lo que vengo diciendo: amanecía y la nube que nos llevaba, en compañía del viento, por toda aquella ladera, comenzó a soltar copos blancos. Hermosos copos de nieve que, como en un juego de mariposas, caían desde todos los lados. Y, después de realizar prodigiosas danzas mientras por el espacio descendían, se iban posando por todos los sitios de aquella ladera. También por las cumbres de las Banderillas, por las recogidas hondonadas y por el collado del camino viejo.

 

               Y claro que todo aquel terreno se fue llenando de tiernos y bellísimos copos de nieve. Y, según yo iba viendo, aquel espectáculo me gustaba mucho. Porque no solo me parecía hermoso y mágico si no trascendente, muy trascendente. Algo así como si fuera una de las experiencias más importantes en la vida de un copo de nieve. Como si fuera la materialización del sueño que, en el fondo, todos llevamos dentro. Mejor aún: aquel momento maravilloso de las nubes derramándonos sobre las laderas de las Banderillas, yo tenía claro que era parte de la gran misión que el destino me había encomendado. Por eso me sentía plenamente feliz y todo mi ser vibraba de emoción.

 

               Feliz y enamorado como nunca yo he estado a lo largo de mi vida. Porque, y también ahora quiero decírtelo, lo primero y más importante que un copo de nieve debe hacer en su vida, es quererse a sí mismo. Enamorarse de su blancura y de la fragilidad de su cuerpo.  Y también debes practicar esto con todos aquellos compañeros que compartan aventura contigo.

 

               Sí, un buen copo de nieve, debe siempre quererse mucho a sí mismo y ser el mejor compañero mientras va de vuelo por las nubes y cuando luego se posa en el suelo. Solo de esta manera serás digno de la blancura que a la nieve corresponde. Y también solo de esta manera llenarás de belleza los paisajes donde te poses. Porque hay que ser feliz y quererse mucho para poder transmitir a los demás el gusto y amor a la vida. Nada ni nadie podrá transmitir lo que no se lleva dentro. Esto es así de sencillo y así de concreto.

 

               Por eso, aquel paisaje de las laderas de las Banderillas, por momentos, se iba vistiendo con la belleza más pura. Al amanecer de aquel día frío de invierno, los copos de nieve que desde las nubes descendían, lo iban cubriendo todo. Mientras me mecía delicadamente entre los dedos del viento, esperaba mi turno para caer al suelo. Por mi lado, por la derecha, por la izquierda, por arriba y por abajo, me iban pasando pequeñas bandadas de copos. Y, al rozarme mientras caían, me saludaban ilusionados. Todos, todos, me decían:

- Nos vemos dentro de un rato en la alfombra blanca que, sobre estas tierras, estamos dibujando. No tengas miedo que todo será dulce y divertido. Fíjate qué contento voy yo bajando.

 

Y era cierto: todos los copos de nieve, según caían para el suelo, iban dejando estelas de luz y alegría. Contentos de sí mismos y contentos de dar sus vidas por la misión que a cada uno el destino le tenía asignado. Por eso, allí descubrí yo, en ese mismo momento, que nada hay más hermoso en la vida de un copo de nieve,  que enamorarse de su blancura y, vestir con esta blancura, la tierra sobre la que el viento nos deja.

 

               Estuvo nevando toda la mañana. Lentamente pero sin parar y, por eso, el terreno se fue cubriendo poco a poco. Con una alfombra tan blanda que parecía de nata. La nube que nos llevaba, a veces, se acercaba tanto a la tierra que parecía fundirse con ella. Por esas zonas altas de las Banderillas y los Campos de Hernán Pelea, cuando llueve o nieva, se alza mucha niebla. Un espectáculo que también hay que verlo para descubrir la hondura de su belleza.

 

               Y, conforme los copos iban cayendo desde la nube al suelo, me empujaban. Casi siempre sin quererlo. Pero yo tenía mucho cuidado no fundirme con ellos porque me interesaba no caer ni entre los primeros ni entre los últimos. Era la primera vez en mi vida que había venido en forma de copo a estas montañas. Por eso me interesaba seguir dando vueltas por entre la nube hasta el último momento. Quería descubrí y aprender cómo es y cómo se ve una gran nevada, desde arriba. Y también me interesaba quedar, en la alfombra blanca que la nieve estaba tejiendo, arriba del todo. Para seguir viendo la transformación de todos esos campos y, para así, continuar aprendiendo.

 

               Por eso, cada vez que algún copo, al pasar junto a mí, me rozaba, yo me apartaba. Para no fundirme con él y, con el peso de los dos, precipitarnos para el suelo. Y lo fui logrando. Y, como el viento no paraba de soplar, también fui cumpliendo otro de mis deseos: ir de un lado a otro y desde las cumbres a la llanura y observar despacio todos los paisajes que por ahí tienen esas montañas. Y, según los iba descubriendo, más y más me gustaban. Por eso ahora puedo decirte que son fantásticos esos sitios. Hermosos como el sueño más bello y misteriosos como la fantasía más extraña.

 

               Pasó el tiempo. El sol, aunque nos se veía porque la densidad de la borrasca lo ocultaba, sí se intuía dónde estaba. Ya en la mitad entre el horizonte y la vertical. Y, por eso, todos aquellos paisajes, se veían iluminados. Como si en ellos se reflejara un gran chorro de luz pura y mágica. Y era así: la luz tamizada del sol iba reverberando sobre la inmaculada alfombra que los copos fabricaban. Porque, ya a media mañana, la nevada era tan grande que lo cubría todo. Se vía una alfombra tan ancha y espesa que parecía que medio cielo se había derramado sobre la tierra. 

 

En mitad de la ladera, a la derecha de la vieja senda, hay una gran roca. De más de un metro de alta y, por arriba, un poco plana. Varias veces, en mis idas y venidas, pasé rozando la superficie de esta roca. Y, cada vez que esto sucedía, me fijaba y descubría la capa de nieve que aquí se iba acumulando. Lo mismo que por la ladera entera, por el llano que recorre la senda, por lo alto de las cumbres y por los anchos Campos.

 

               Y, al viento que me llevaba de un lado a otro, una vez y otro le decía: “Quiero posarme sobre la pequeña llanura de esta roca”. Y ¿sabes por qué pensaba esto? Porque ya había descubierto que, desde lo alto del peñasco, se veía todo. La inmensa superficie blanca que la nieve iba fabricando y la vieja senda y el collado. Y, además, desde lo alto de esta roca yo imaginaba que podría estar un poco más conmigo mismo. ¿Que si tenía miedo? Ninguno. El destino de un Copodenieve, en cuanto cae al suelo, es morir. Pero yo deseaba vivir la mejor experiencia.

 

               Así que ya la nevada casi había terminado. La nube había derramado casi toda su carga y el sol se adivinada muy alto. Sobre la superficie de la roca, una espesa capa de nieve y el viento acariciaba muy despacio. Me empujaba como en una caricia de seda y, como en forma de beso delicado, me dejó donde yo quería. Justo en la parte de arriba de la gruesa capa de nieve acumulada sobre el peñasco. Le di las gracias y me sentí bien. Como si de pronto hubiera alcanzado la meta más importante de mi sueño. 

              

               A media tarde dejó de nevar. Se calmó por completo el viento y las nieblas se levantaron. Las montañas y los campos se iluminaron con una luz blanca y azul y las nubes se abrieron. Como si ya la borrasca hubiera vaciado toda su carga de nieve. Y, por eso, todos aquellos paisajes estaban alfombrados con la blancura más pura. Como si hubieran sido acicalados por las más expertas manos del mejor de los artistas. De aquí que la hermosura que por todos aquellas paisajes relucía, fuera fantástica.

 

               Desde lo alto de mi peña, en mi pequeño lecho blando, yo observaba y me sentía feliz, como he dicho antes. Realizado y, en una libertad y serenidad, como nunca había soñado. Y llegó la noche. Sin viento ninguno pero sí mucho frío y con el canto de algún cárabo a lo lejos. Lo demás, hondo silencio y honda serenidad. Como si el fin de los tiempos de pronto hubiera llegado. Una noche hermosa como nunca jamás había imaginado y, el amanecer, aun lo fue más.

 

               Porque amaneció con solo unas cuantas nubes por el cielo, con la misma serenidad que había reinado a lo largo de la noche y sin una chispa de viento. Y esto sí que me gustó a mí. Allá por el horizonte, el sol con sus dorados reflejos, salpicado de nubes blancas y negras el cielo, la blancura cubriendo por los llanos y las cumbres de las montañas y la serenidad de la más honda eternidad. Un momento impresionante que solo se vive una vez a lo largo de la vida. Un sueño que la naturaleza me regalaba de parte del Creador del Universo.

 

               Pero de pronto, a media mañana, se rompió este sueño. Se oyó, por el camino que llega desde el nacimiento del río Segura, el ruido de un coche. A los pocos minutos lo vimos y, unos minutos después, se quedó atascado no muy lejos de mi atalaya. Vi que de este coche salieron unos cuantos hombres con palas y un niño. Para desatascar el coche comenzaron a mover nieve y, todo lo que por allí cerca había, lo fueron llenando de barro. Como locos o como vacíos de gusto por la belleza de la blancura en todos estos campos. Me dolió mucho. Y más me dolió cuando vi los surcos que trazaron dándole la vuelta al coche para sacarlo de donde se habían metido.

 

               Quise gritarles y quise decirles que, con sus comportamientos, nos hacían mucho daño. Pero ya sabéis: los copos de nieve nunca podremos hablar con los humanos. No con su lenguaje y ellos, muy pocos, conocen el lenguaje nuestro.  Consiguieron desatascar el coche después de media hora rompiendo nieve y echando barro por todo aquel entorno.

- Ya lo hemos logrado,

Decían. Y lo habían conseguido, como ya os he dicho, a costa de romper, manchar y machacar la hermosa y pura alfombra de nieve, que por allí  la borrasca había dejado. Y no contentos con esto, dijeron:

- Ahora que ya hemos dado la vuelta al coche, pongámonos en ruta y subamos a las cumbres de las Banderillas.

 

               Y dicho y hecho: los tres o cuatro hombres con el niño se vistieron como de conquistadores y, se echaron ladera arriba. Quebrando y rompiendo nieve como desesperados sin importarles destrozar la delicada belleza que por todo aquel territorio había. Decían:

- Hagamos muchas fotos para luego ponerlas en el foro y que se mueran de envidia.

- Cuando vean esta aventura a más de uno se les pondrá los dientes largos.

- Subir a las Banderillas con una nevada como ésta es la primera vez que alguien lo realiza.

- Fíjate, por encima de la rodilla me llega la nieve.

- ¡Qué aventura más buena!