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oterocouto
Mensajes: 285
Fecha de ingreso: 1 de Febrero de 2012

89ª edición Concurso de Relatos / TEMA: MANÍAS (RELATOS)

24 de Septiembre de 2012 a las 21:21

Bienvenidos a todos los que queráis participar en esta edición de relatos.

El tema es MANÍAS, referido a cualquiera de las acepciones de la RAE al término:

manía.

(Del lat. manĭa, y este del gr. μανία).

1. f. Especie de locura, caracterizada por delirio general, agitación y tendencia al furor.

2. f. Extravagancia, preocupación caprichosa por un tema o cosa determinada.

3. f. Afecto o deseo desordenado. Tiene manía por las modas.

4. f. coloq. 

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 27 de Septiembre de 2012 a las 23:51
Lo siento, pero el sistema no me permite enviar el relato completo. ¿Qué hago?
oterocouto
Mensajes: 285
Fecha de ingreso: 1 de Febrero de 2012
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  • 28 de Septiembre de 2012 a las 8:50

Intenta enviarme el texto en un mensaje privado y veremos qué se puede hacer.

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 29 de Septiembre de 2012 a las 19:22

concursoderelatos
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  • 29 de Septiembre de 2012 a las 19:26


concursoderelatos
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  • 29 de Septiembre de 2012 a las 19:48
Preparativos reales

En el palacio, todo eran prisas y nervios, puesto que se celebraba el acontecimiento ms esperado de los ltimos veinte aos, la boda del prncipe heredero, todo el reino bulla de expectacin y ultimaba los preparativos para tan magno evento. El rey estaba loco de contento, pues pronto habra un heredero y llegaran sus tan deseados nietos. Las dependencias reales bullan de actividad.

- Cmo est hoy la princesa?

- Chsst! No hables tan alto! Mira el moratn que tengo por el pellizco que me ha dado.

- Qu ha sido esta vez?

- No la he cepillado el pelo correctamente, dice que la he cepillado slo noventa y ocho veces, pero han sido cien!

- Deben ser los nervios de la boda. Ayer se pas horas limpiando la cubertera.

- Pero es de locos! Una cosa es que tengamos que limpiar el palacio y dejarlo perfecto para la boda y otra cosa es tener que estar todo el da vigilando para que el prncipe no la vea limpiar, que tienes que andar con mil ojos. Menos mal que le gusta leer y con la excusa, ha estado ordenando toda la biblioteca por orden alfabtico.

- Con la cantidad de polvo que haba! Habr tenido que ser una pesadilla para los criados del ala oeste.

- Sobre todo cuando les azot por no limpiar bien…

- No s dnde vamos a ir a parar con esta mujer. Ayer hizo llorar a sus damas de compaa otra vez, las hizo deshacer toda la labor porque una se haba saltado un punto, as no acabarn a tiempo el ajuar. Te digo que con ella no hay manera.

- Y adems no duerme nunca.

- Es bueno que una princesa sea madrugadora, tiene que estar siempre perfecta y tienen muchos asuntos que atender.

- Si no te digo yo que no, pero despertarse antes del alba para ventilar el cuarto y tener la cama lista al amanecer no hay prncipe que lo soporte. Y mucho menos un ataque de histeria cuando los cubiertos no estn bien alineados. La maana de la boda no existir, ser la madrugada de la boda, colocando los servicios para que estn bien rectos y repasando las servilletas para que no tengan ni una mancha…

- Me han dicho que tiene las manos destrozadas, como las de una anciana.

- El truco de llevar guantes est muy bien pensado, as el prncipe no se da cuenta. Pena que ande con esa cojera por el dichoso zapato de cristal hay que ver las cosas que tienen los expertos en moda! Primero los corss y ahora zapatos de cristal.

- Pobrecita, entiende que se pas la infancia haciendo de criada para su madrastra y sus hermanastras, hay costumbres que tardan en irse, entindela, mujer.

- Pues yo te digo que si maana me prometo con un prncipe no toco una bayeta en la vida!

- Chsst! La oigo venir por el pasillo, voy a limpiar el saln de baile, hemos estado una semana con las lmparas de araa y ahora a fregar de rodillas el suelo, esto no se vea en los tiempos de la reina madre, que en paz descanse.
concursoderelatos
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  • 29 de Septiembre de 2012 a las 19:49
Gracias Bubok...
milvueltas
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  • 29 de Septiembre de 2012 a las 20:16

milvueltas
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  • 29 de Septiembre de 2012 a las 20:21

concursoderelatos
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  • 30 de Septiembre de 2012 a las 11:38

concursoderelatos
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  • 30 de Septiembre de 2012 a las 11:48

Persecución

Horribles gritos de dolor retumban en el ya atormentado cerebro de Neo, mientras con trabajosa lentitud recupera la verticalidad. Golpe contundente contra la abierta puerta de cristal
del edificio de Prensa. Llevándose una mano a la rodilla y otra a la frente, intentando extraer el dolor del fuerte golpe recibido, prosigue su alocada carrera. Calle arriba, sin elección posible, la negra sombra que se abate sobre la ciudad no le da otra opción.

Neo, para un instante al doblar una esquina para recuperar algo de aliento. Vuelve la cabeza y comprueba, como la negra y terrorífica sombra sigue avanzando, abarcándolo todo en su mortífero abrazo. Al respirar profundamente oye de nuevo los gritos de dolor y sufrimiento de aquellos que quedaron bajo su opaco manto.


¿Qué hacer? ¿Dónde ocultarse? ¿Cómo huir de tan espantosa realidad? Preguntas que martillean su cerebro mientras con la mirada busca una inexistente solución. No le preocupa la muerte
que se avecina, sino el dolor que la acompaña. Sin capacidad para pensar, sigue su absurda carrera hacia la nada, queriéndose alejar de la oscuridad que le persigue.


Al pasar junto al edificio donde vive, mira hacia su piso, queriendo avisar con la mirada a su familia de la cercanía del dolor y, en ese instante, aparece ante sus ojos la imagen de la
puerta del trastero, en el sótano del edificio; su desván, como él lo ha llamado desde pequeño. Se detiene de nuevo un instante y, sin mirar atrás, se toca el bolsillo, para comprobar que lleva encima las llaves de casa. No lo piensa, toma aire, y sale corriendo en dirección al edificio.


¡Grita desesperado al tener que detenerse para abrir puertas! Sus piernas tiemblan de pánico cansancio; debe apoyarse en la pared para mantener el equilibrio. Nada le responde, ni manos,
ni piernas y, su respiración, a medida que la puerta se resiste, se hace más dificultosa.


Se vuelve hacia la sombra, gritándole su culpa al quitarle el oxígeno que necesita para respirar.

Finalmente la puerta se abre y, como una fiera rabiosa, se lanza escaleras abajo. En su segundo salto, la pierna le falla y cae con todo su cuerpo en la meseta de la escalera. Su rodilla golpea la pared y se oye un crujido seguido de un agudísimo dolor en la articulación. Nada le detiene, llorando de desesperación, sigue pasillo adelante hasta llegar a la puerta de su desván. Acada paso, una aguja se le clava en la rodilla, llegándole el dolor hasta el mismo cerebro. Tras muchos intentos, consigue que la llave gire en la cerradura, al mismo tiempo que al fondo del pasillo comienza a oírse el mismo terrorífico zumbido que acompaña a la sombra. Abre la puerta y la cierra tras de sí, colocando contra ella todo lo que sus manos alcanzan a encontrar en el “desván”. A tientas busca telas y plásticos, que sabe que están en los estantes, y cubre todos los resquicios de la puerta; dolorido y cansado, se sienta en el suelo, abrazando su rodilla con ambas manos.


De pronto, recuerda que en una ocasión bajó una vela al “desván”. La busca al tacto y una vez que la encuentra, la enciende. Mira a su alrededor. Todo es desorden y quietud; la
fija en el suelo, a su lado y, el cansancio y los nervios por las escenas vividas, le sumen en un profundo y reconfortante sueño.


La vela, al cabo de algunas horas, por falta de oxígeno y sin llegar a consumirse, se apaga lentamente…

concursoderelatos
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  • 2 de Octubre de 2012 a las 18:33
Cosas normales

Si esto fuera una película en este momento estaríais viendo la escena de un entierro a la americana, con el cura pronunciando un discurso sobre la eternidad y un grupo de personas enlutadas, sentadas frente al foso, esperando entre lágrimas a que el ataúd sea entregado a la tierra. Y justo en ese instante, cuando el féretro comenzara su descenso, la imagen se congelaría en un plano contrapicado desde el interior del hoyo. Entonces escucharíais mi voz en off diciendo: “tranquilos, esto no es lo que parece”; y empezarían los títulos de crédito mientras la imagen recupera el movimiento y veis como la pantalla se va cubriendo de tierra hasta alcanzar el negro completo.
Y efectivamente, no es lo que parece. No es un entierro de verdad, no hay muerto, ni cura, ni personas afligidas, ni siquiera el escenario es real. Sólo es una imagen inducida, la que traigo a mi mente cuando estoy a punto de dormirme, mejor dicho, cuando estoy a punto de querer dormirme. Normalmente, cuando el negro es absoluto el sueño ya se ha apoderado de mí, pero esta noche no está funcionando, ya me he enterrado cuatro veces y sigo con los ojos como el dos de oros. Y creo que sé cuál es el problema: Teresa.
He cometido el error de contarle mi método anti-insomnio y su reacción no ha sido la que yo esperaba. En realidad no esperaba una reacción concreta, pero desde luego no imaginaba que me tomaría por un perturbado. Porque eso ha sido, con otras palabras, lo que me ha venido decir.
—Tú sabes que eso no es normal, ¿verdad?
—Pues no lo sé, no suelo hablar con la gente sobre cómo concilia su sueño. Ahora ha surgido contigo, pero no es un tema muy habitual.
—Lo normal es que uno intente relajarse trayendo a su cabeza imágenes agradables y tranquilas, apacibles. Que cuente, que recite oraciones o poesías… ¡pero imaginar el propio entierro…!, ¡me parece enfermizo! ¿Has pensado en contárselo a un psicólogo? Podrías tener instintos suicidas o estar al borde de una depresión.
Ni se me ha ocurrido decirle que este método para dormir lo estoy utilizando desde que tenía diez años. He pensado, y creo que de forma acertada, que su preocupación y su juicio poco favorable sobre mi salud mental irían en aumento si le daba ese dato. Lo malo ha sido que me ha hecho preguntarme si tendría razón. ¿Pudiera ser que mi forma de alcanzar el descanso nocturno� no sea más que el reflejo de un desconocido desorden mental? Me he pasado todo el día pensando en ello, cuando me he acostado he decidido olvidar el asunto y dormir como lo he hecho siempre sin dar importancia alguna a las reflexiones de Teresa, pero algo ha germinado en mi interior y no puedo dormir.

Si esto fuera una película ahora me veríais levantarme de la cama, rascarme el trasero mientras camino hacia el baño, meter la cabeza bajo el grifo del lavabo y sacudirla frente al espejo. También veríais que mi aspecto es bastante lamentable, pero sed un poco indulgentes, tened en cuenta que estoy muerto de sueño y no consigo dormir.
Me he preparado una tila y me he sentado en el sofá, frente al televisor encendido, en un intento esperanzado de que el aburrimiento y el ronroneo de la bruja… (no sé cómo se llama) prediciendo problemas conyugales por culpa de una suegra belicosa, me noqueen.� Y sin habérmelo propuesto me encuentro pensando en Teresa. Me doy cuenta de que lo que de verdad me preocupa no es la posible veracidad de su diagnóstico sobre mi forma de llegar a los brazos de Morfeo, sino que realmente piense que tengo un problema y eso la aleje de mí. No es que estemos demasiado cerca, todo hay que decirlo, pero desde que la conozco he guardado la esperanza de que las distancias se acorten con el tiempo y el trato y, claro, si llega a la conclusión de que soy un bicho demasiado raro, las posibilidades de éxito disminuyen de forma notable. Aunque ahora cambiara mi forma de entrar en el sendero onírico y se lo hiciera saber no serviría de nada, posiblemente no me creería y aun haciéndolo ya tengo la marca de la rareza grabada a fuego en la imagen que ella tiene de mí; es como si un asesino afirmara que nunca más volverá a matar, el estigma le seguirá durante toda su vida y en todos sus actos ante quienes conozcan su antigua condición homicida. No, tengo que encontrar la forma de convertir en algo normal a sus ojos mi peculiar somnolencia.� �
Repaso todo lo que sé sobre ella. Tiene que tener alguna rareza, alguna extravagancia, todos las tenemos. Tengo que encontrar su punto maniático y plantárselo delante de las narices, igualarla a mí para que así los dos seamos normales.
Los números. Tiene una especial relación con todo lo numérico, se fija en las matrículas de los coches y no sólo las memoriza con gran facilidad sino que además establece analogías muy peregrinas.
—Mira esa matrícula qué curiosa: CTN 1997, Con Teresa Nada en el 1997, qué coincidencia, en ese año fue cuando me divorcié.
—¿Y el coche es de tu “ex”?
—Eso ya sería demasiada casualidad.
También se sabe de memoria el número de teléfono de todo el mundo y lo mismo, las conexiones mentales que hace son, cuando menos, desconcertantes.
—¿El teléfono de Carlos? Sí, es fácil es el… seis quince… sí, seis años tenía yo cuando mi hermano tenía quince, seis quince treinta cero uno… sí, un tres y tres ceros pero el último no, el último uno más, seis quince treinta cero uno… cuarenta y siete, la edad de mi madre cuando yo tenía quince años.
—Imposible de olvidar.
—¿A que sí?
Y lo cuenta todo; sabe los clips que tiene en la cajita de su escritorio, los pasos que hay desde allí a mi mesa y al servicio, los peldaños que hay que subir para� entrar en el edificio, los asientos que hay un vagón del metro, los tubos fluorescentes que hay en el pasillo… todo. No se lo he preguntado, pero seguro que sabe cuántos cabellos hay en su cabeza, ¡o en la mía!

Si esto fuera una película ahora me veríais entrar satisfecho en mi oficina, fijarme en Teresa (¿a que es guapa?), guiñarle un ojo y hacerle gestos de que luego quiero hablar con ella. También veríais su magnífica sonrisa. Un cambio de escena y los dos sentados en el ´office` hablando mientras saboreamos nuestro menú fiambrero.
—He estado pensando en lo que me dijiste sobre mi forma de conciliar el sueño. No creo que sea tan raro.
—Joer que no… No conozco a nadie que se duerma así.
—Bueno, será raro, pero no es tan raro tener rarezas y manías, todos las tenemos, tú también.
—¿Yo? —Sus ojos se abren sorprendidos y le cuesta trabajo tragar porque la risa se quiere apoderar de su boca.
—Sí, tú. ¿Qué me dices de la manía que tienes con los números?
—¿Qué manía? Yo no tengo ninguna manía con los números. —Su boca ya está vacía y ha recuperado la seriedad.
—Sí que la tienes, lo cuentas todo y te fijas en ellos estén donde estén haciendo asociaciones muy estrafalarias.
—¿Hago eso?
—Dime el teléfono de… no sé, el mío. Y dime cuántas albóndigas hay en mi ´tupper`.
—Diez, diez albóndigas venían, ahora sólo hay siete. Y tu número es el seis siete cinco… sí, seis siete y ahora tocaría el ocho pero regresamos y volvemos al� cinco, los años que hacía, cuando te conocí, que había dejado de fumar… ¡Es verdad, lo hago!
—¿Crees que eso es muy normal?

Si esto fuera una película ahora aparecería un rótulo en que podríais leer: “SEIS MESES DESPUÉS…” y nos veríais a Teresa y a mí en la penumbra de mi habitación abrazados en la cama y con los ojos cerrados; creeríais que estamos dormidos, pero no es así, todavía no.
—¿Te estás durmiendo? —me pregunta abrazándome aún más.
—Sí.
—¿Me dejas que las cuente?
—Claro. —Sonrío complacido.
—Gracias. Una, dos, tres, cuatro…
Plano contrapicado desde dentro de la fosa. La pantalla se va cubriendo de negro y aparecen los títulos de crédito finales. La banda sonora la dejo a vuestra elección, que con esto de la música cada uno tiene sus propias manías.

concursoderelatos
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  • 3 de Octubre de 2012 a las 15:03
Peleas, risas y lágrimas

«A veces no nos dan a escoger entre las lágrimas y la risa, sino sólo entre las lágrimas, y entonces hay que saberse decidir por las más hermosas». (Maurice Maeterlinck).

Te encantaba discutir. Era el mayor de tus pasatiempos y siempre lo odié, pero lo aceptaba porque formaba parte de ti: lo asumí como se respetan los antojos de una embarazada o como se accede a las últimas voluntades de un moribundo.

Recuerdo un día, cundo llegaste a casa, que recorriste el pasillo como el cierzo atraviesa el Moncayo y al llegar al salón apenas te fijaste en mí (igual que el día en que nos conocimos), pues me agazapé como pude bajo el periódico y aparenté dormitar. Después te abalanzaste decidida a por el teléfono. Con suerte llamarías a tu hermana y permanecerías “fuera de servicio” hasta la hora de comer. Podría fingir hasta entonces; podría aguantar recostado en el sofá todo el tiempo del mundo (había entrenado para ello), pero de lo que no estaba tan seguro es de lo que opinaría mi próstata al respecto.

Aunque aquel día no llamaste a tu hermana. Ni a tu amiga Conchita, para que te contara los pormenores de su reciente mudanza y te pusiera al día de sus últimas adquisiciones en las rebajas. Abrí el rabillo del ojo y escuché atento la conversación.

-…Todo comenzó el día que nos acostamos por primera vez, doctora [¡¿Pero con quién habla esta chalá?!]. Ahí tuvimos la primera discusión, porque con los nervios se agudizan los “quebrantos” y a mí me dio por pensar que la cama no estaba en su sitio. O que la pared mentía [es que el picadero era de estilo italiano; de Pisa, concretamente]. Y, claro, no me concentraba. Y mi marido, que por entonces era todavía mi novio…, pero ya estábamos comprometidos, ¡eh!, no vaya a usted a pensar mal [dos meses saliendo]. Decía que mi marido preguntándome si yo era mora, que no sé por qué lo decía, porque lo único que le pedí es que se bajara del catre [pero es que no fue lo único que bajó…] para que lo colocáramos a mi gusto [orientadito a la Meca]. Derechito, vaya. Como tiene que ser [«como tú digas, cariño», tenía que haber contestado, pero eso lo aprendí mucho más tarde].

Porque, las cosas, «o se hacen bien o no se hacen», ese es mi lema. ¿Y qué cree que me contesta él por lo bajini? Aunque yo le oigo, claro. ¡Menuda soy yo! [Sí, menuda es ella]. «Búscate una mujer limpia y delgada que gorda y sucia ya se hará», eso es lo que me dice. ¡Será machista! [Es que «lo que no mejora, empeora»]. Y le confieso que yo ya no entro en la talla 38 [ni en la 50 tampoco], pero tenía un tipín de joven que ya quisieran muchas… Y lo de volverme sucia… ¡antes muerta! [Ahí lleva razón, que yo por casa no ando: me deslizo. Un día de estos me dejo la cadera en el parquet o me estampo contra la pared del pasillo cuando que me levante de madrugada para “cambiarle el agua al canario”].

Y yo le digo que «no le queda mili ni ná». Que esto es para toda la vida. Que una no se pone blanca radiante todos los días. Que aquello fue irrepetible. Y no lo digo porque por una puñetera vez en su vida llegara puntual a una cita [y tú siempre con prisas; si casi no le dejaste acabar ni al cura porque se nos hacía tarde para el banquete…]. Fue todo de bonito, doctora…

Pero a lo que iba, que andamos todo el día a la gresca [las vecinas nos llaman los Roper], porque cuando no es una cosa es otra. Que usted dirá que es una tontuna, pero es que creo que le estoy cogiendo tirria [es recíproco, “chatina”]. Sí, ya sé, después de treintaisiete años de matrimonio... Pero como se lo digo. Y, además, el otro día le vi mirando a la nueva del cuarto: una chavalita muy joven y con muy poca carne [¡pero sí tiene la edad de Rocío!]. Si fuera mi hija, anda que no se iba a hartar de puchero. Que yo ya sé que la niña no le va a hacer ni caso [el mismo que me haces tú...], pero una no se fía, que hay mucha lagarta suelta. Y él, con la excusa de bajar al perro, pues todo el día en la calle. Y después al bar a echar la partida [¡y qué paz se respira allí, incluso los días de partido!], a por el periódico, al mercado… Bueno, al mercado no le dejo ir ya, porque me lo trae todo al revés: si le pido lenguado, me trae fletán y si le pido fletán, me lo trae congelado. ¡Jesús, que hombre! Si es que no me sirve ni para colgar cuadros, que los dejó todos torcidos [y desde entonces nunca me pidió hacer ninguna chapuza más en casa...]. Ya ve que lo mío es grave, doctora. Y entiendo que es mejor que vayamos cuanto antes a la consulta para comenzar las sesiones, pero tenía prisa, verá usted, y me preguntaba si, con lo que le he contado… Ya sé que tendría que haber llamado mucho antes…, pero me preguntaba si lo suyo todavía tiene arreglo. Si, como dicen ustedes, lo podrían “cambiar”.

-…

-…Pero si lo pone aquí, en el papelito de publicidad que han dejado ustedes en el buzón. ¡Ay, las gafas! ¿Dónde las puse…? Seguro que me las ha cogido el Rufino para leer el Marca, como si lo viera... ¡Ah, sí! Aquí. Lo ve, lo pone muy clarito: «in-ter…cambio de parejas». ¡Uy! Pues va a tener usted razón que lo leí mal… Y esto, ¿qué es? Porque a lo mejor me interesa. Con lo cascado que está mi Rufino…

-Que te estoy oyendo, Puri.

-¡Ah! ¿Pero estás ahí? -preguntaste simulando sorpresa.

-Durmiendo, ya ves. Pero me has despertado…

-Pues qué poco roncabas, ¿no? Con lo que “atronas” por las noches... –me dijiste girándote lo justo para no darme la cara.

-Lo hago para que así puedas tener un motivo para que te duela la cabeza.

Te diste la vuelta hacia mí disimulando el gesto todavía y me miraste con la misma displicencia con la que cotilleabas las coladas de las vecinas cuando tendías la ropa en el patio. Te correspondí con un órdago a pares (de los de dos pitos y un cuatro) y la sonrisa que les reservaba a nuestros nietos cuando venían los domingos a comer a casa. A pesar de todas nuestras discusiones y tus exasperantes manías, siempre conseguías hacerme reír, pues, con el tiempo, había aprendido a distinguir una riña verdadera de una discusión premeditada; aunque a ti te hacía ilusión “mantener la chispa” y por eso nunca te conté que se fue la luz en la casa dos minutos antes de que entraras en la sala.

Echábamos de menos a los “niños”, las familiares discusiones al calor de un partido del Atleti (tú y los críos, del Madrí, claro, para llevarme la contraria). Nuestras vidas comenzaban a resultar tan tristes como la nevera de un soltero después de unas vacaciones y por eso nos agradecíamos tanto aquellas muestras de cariño tan “especiales”. Te preguntarás porque, de entre todas, recuerdo aquella pelea con tanto cariño, ¿verdad? Aquella tarde se produjo un terremoto de escala 7.5 en el dormitorio del quinto derecha. ¿Te acuerdas? ¡Y tres veces, nada menos!

Los recuerdos han mudado momentáneamente mi cara. Me coloco el sombrero hasta las cejas y me subo el cuello del abrigo para defenderme del cierzo, que parece jugar al escondite esquivando las lápidas. De camino a la salida del cementerio, los “niños” me arropan en mi tristeza.

Te echaré de menos.

concursoderelatos
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  • 3 de Octubre de 2012 a las 22:30

PÓKER

Miré al jugador que tenía justo enfrente.

Se tocó ligeramente la oreja izquierda, mientras dejaba descansar sus dos cartas de nuevo boca abajo, sobre la mesa.

Me fijé en el montón de fichas que había acumulado en la última mano, mientras por el rabillo del ojo y sin que nadie se diera cuenta, observé cómo el hombre del monóculo que estaba a su derecha, hacía grandes esfuerzos por no llevarse la mano a la boca.

Seguidamente, se sentaba el niñato de las gafas de espejo y la gorra de Los Lakers ladeada.

Me pregunté cómo podría ver algo con la poca luz que nos iluminaba, pero sonreí al comprobar que efectivamente, era muy inexperto aún en el arte del póker, pues movió su dedo índice sobre las cartas mientras se recostaba en su silla.

Sabía que aguantaría con su farol si nadie apostaba fuerte.

La mujer, se llevó sutilmente los dedos al canalillo cuando notó que la miraba a ella.

Era su estrategia para despistarme, pero su mirada denotaba que llevaba una buena mano. Aun así, la sonreí y miré lascivamente sus pechos. Ella sonrió encantada. Pensó que picaría. Si ella supiera…

A mi derecha se encontraba uno de los mayores mentirosos del torneo, y ahora le había tocado la ciega grande, así que jugaba con ventaja, pero pronto me delataría sus cartas sin remedio. No quise mirarle.

El último jugador, el “dealer”, era un hombre afeminado del que estuve seguro desde el principio, sería mi cena aquella noche.

La anterior, me había saciado con la sangre de un gordo francés, tras ganarle todas las fichas con un full de sietes y seises. Ni se lo había esperado el desgraciado, con su doble pareja de ases y sietes.

No quise usar mis poderes sobrenaturales al principio. Quería volver a recordar lo que era ser de nuevo humano. Por eso me gusta jugar al póker. Disfruto haciéndolo y adivinando sus jugadas sin usar artes añadidas.

Bajé mi mirada sobre mis dos cartas y levanté ligeramente las puntas. El as y la dama de picas. Una buena mano. Si las jugaba bien, convencería a todos para que echasen sus fichas al montón y después me comería a uno de ellos. Noté sus miradas como miles de rayos de luz sobre mi cara, pero no pudieron notar ningún gesto. Llevo miles de años practicando mis manías.

Todos igualamos la primera ronda con la ciega grande.

El croupier lanzó el flop: el as de corazones, el rey de picas y el diez de corazones.

Ahora yo tenía una pareja de ases y un proyecto de color con mi as de picas, la dama y el rey. Si salía una jota, incluso podría tener escalera.

Me tocó hablar y dada mi posición, pasé.

Pasó la mujer tetuda, el niñato, el hombre del monóculo y el señor de las orejas grandes. El afeminado, salió con una apuesta de mil dólares. Tras unos segundos, el mentiroso lo igualó, y yo hice lo mismo.

La mujer sacó sus dedos del escote y tras mirarnos a los ojos uno por uno, igualó también. El niñato se retiró, estaba claro su farol desde el principio y no quiso arriesgar. El último jugador volvió a arrascarse el lóbulo de la oreja izquierda y subió la apuesta. Debía tener un as.

El afeminado igualó y el mentiroso tiró sus cartas. La mujer hizo lo mismo, al igual que el hombre del monóculo. Yo por supuesto, había igualado.

Ahora había un monte de más de ocho mil doláres. Y quedábamos tres jugadores.

El croupier puso la carta del turn: una jota, y de picas. Mis cartas cada vez valían más. Si salía el diez de picas, tendría escalera real. De momento, tenía dos ases, y si alguno de ellos tenía una dama, ya tendría su escalera montada. Efectivamente, en la siguiente ronda, el apuesto y afeminado que sería mi cena aquella noche, lanzó su “All in” y yo le seguí, fingiendo unos segundos querer tirar mis cartas. El hombre de las orejas picajosas hizo lo mismo. Seguramente, además del as, tenía una jota, así que ya contaba con una doble pareja.

El river fue la carta que me hizo descontrolar mis manías. El diez de picas. Y mis colmillos comenzaron a pugnar por salir de mis encías. Ahí tenía mi escalera real. Hacía por lo menos doscientos años que no tenía una mano así.

Tras ganar la mano, y enseñar mis cartas, no pude controlar mis instintos. Mis colmillos salieron de mis labios y tuve que matarlos a todos.

Lo siento. No quería hacerlo, solo pretendía divertirme un poco y cenar como cada noche, pero me obligaron a quedarme solo de nuevo.

concursoderelatos
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  • 4 de Octubre de 2012 a las 21:01

concursoderelatos
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  • 4 de Octubre de 2012 a las 21:04

La maldición

Hace días que mi familia y yo nos mudamos a una nueva residencia, no fue un cambio fácil, nuestro anterior domicilio resultó pasto de las llamas en un incendio. Todavía no sé quien lo originó y creo que nunca lo sabré. Hoy ni siquiera sé si llegaré vivo a mañana.

Desde que vivo aquí, me resulta muy difícil abandonar la seguridad de mi hogar. Soy totalmente consciente de que aquí no corremos peligro. Pero soy el cabeza de familia y debo comportarme de forma responsable y proveer de cuidados a los míos.

Cuando abandono mi confortable y seguro rincón en el mundo, el terror me embarga. Aunque no la vea, puedo sentir a la criatura al acecho. La he visto muchas veces a la luz del día y en distintos sitios, nunca parece que vaya a moverse, pero su aspecto es realmente amenazador y me sobrecoge el temor cuando me encuentro con ella.

En la oscuridad de la noche siento su punzante mirada de odio a mi espalda hasta que descubro mi error y me la encuentro de frente. Siempre amenazante. No hay manjar cuyo sabor temple mis nervios o cuyo olor distraiga mi pavor, pues presencié la misma maldición en mis progenitores; para ellos, sin embargo, la amenaza fue real. La criatura, parecida a esta, no se limitó a acechar y observar, acabó con sus vidas delante mía, siendo yo una simple cría. Yo pude escapar por los pelos, si a esto se le puede considerar ‘escapar de aquello’. Ahora que soy adulto debería entender el porqué de esta persecución infatigable y porque está siendo tan paciente conmigo. Es posible que a mis padres también le destrozaran los nervios antes de atacar, tal vez sea el objetivo de la criatura: agotar mentalmente a sus víctimas antes de atacar. Ese debe de ser su juego y probablemente lleve las de ganar.

He hablado con mi familia de esto y ellos también lo han visto y están asustados, pero yo les digo que no les ocurrirá nada, les prometí que mientras yo estuviera con ellos no les ocurriría nada malo. Ahora, pienso que tal vez no pueda cumplir esa promesa y faltar a una promesa a mi familia es algo peor que el temor a la criatura. Por eso he decidido enfrentarme a la criatura. Si resulto vencedor, mi familia y yo no tendremos que volver a tener miedo. Si por el contrario la criatura puede conmigo, no estaré para proteger a mi familia, pero tampoco faltaré a mi
promesa. Puede incluso, que aprendan de mi error.No debe de ser difícil topar con la

bestia, siempre está esperándome allá donde voy, solo tengo que merodear un rato y seguro que... ¡Oh, no! Está justo en la entrada.

Bueno, quería hacerle frente y lo haré sin miedo, con la cabeza alta.


¿Qué es eso? Oigo gigantes sobre dos patas que hablan, quizá tú puedas entender lo que dicen.


-... y este es mi querido Patucos, el pobre murió muy joven de una enfermedad y lo disequé como si estuviera jugando. Cada noche lo coloco en un lugar distinto de la
casa para que al levantarme me sorprenda encontrármelo y que me dé la sensación de que sigue conmigo.

-Qué bonito Berta ¡Eh! ¿Qué es eso? ¡Ah, un ratón, un ratón!

oterocouto
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  • 4 de Octubre de 2012 a las 22:21

22.20... pasadas.


Se cierra el plazo de admisin de relatos.

Muchas gracias a todos por participar, y si os habis dejado caer hasta aqu como lectores y os apetece votar por los relatos, no tenis ms que enviarme vuestras puntuaciones (3, 2 y 1 punto segn vuestras preferencias) antes de las 22.00 hs. del prximo domingo.

Suerte a todos.

A partir de ahora, nos vemos en los comentarios.