402- LA PRIMERA ESCUELA
En qué lugar del Albaicín estuvo, hoy casi nadie lo sabe. A lo largo de mucho tiempo y despacio yo he recorrido cada calle y plaza de este barrio y ni una señal encontré de esta casa. Pero sé que el edificio existió y que, durante bastante tiempo, fue vivienda y también escuela. “La Escuela del Joven”, que era como en aquellos tiempos los vecinos y muchas personas del Albaicín, la llamaba.
Los padres, cuando todavía era pequeño, hicieron un esfuerzo para que el hijo aprendiera a leer y escribir. El viejo sabio del río Darro fue el maestro y, entre otras cosas, le enseñó a ser amable con los demás y a compartir con ellos sabiduría, pan y techo. Por eso el hijo, cuando ya estaba para cumplir los veinte años, dijo un día a su padre:
- Como somos pobres no sueño tener una casa propia para mí pero sí me gustaría poseer un lugar donde enseñar a leer y escribir a los niños pobres de este barrio.
- Pero hijo mío, tú mismo lo estás diciendo: somos tan pobres que la humilde casa que ahora tenemos es gracias a que yo mismo, ayudado por tu madre y tu esfuerzo, la construimos. De adobes de barro y paja y con techo de monte y juncos es nuestra humilde casa.
- Es que podemos convertir, parte de esta pequeña casa nuestra, en la escuela que te estoy diciendo.
- ¿Y cómo piensas tú que podemos hacer eso?
- Si me das permiso y estás de acuerdo con lo que te digo, déjame y ya verás como logro hacer real este sueño.
Le dio permiso el padre y aquel mismo día habló con los jóvenes del barrio y, al caer la tarde, desde el río Darro subieron agua, arena, tierra y piedras y se pusieron a construir los cimientos. Por el lado de arriba de su humilde casa y pegado a ésta para aprovechar las paredes. Fabricaron muchos adobes de barro y fueron a las montañas y cortaron palos y los acarrearon para usarlos como vigas en el techo. Y sin descanso, trabajaron a lo largo de varias semanas. Para darse ánimo, el joven decía a sus amigos:
- Nada puede ser más importante y beneficioso para nosotros y las personas que vengan después, que saber leer y escribir. El conocimiento de las cosas y de la vida, nos hace libres, nos eleva al cielo y nos convierten en personas nobles.
En solo unos meses, la obra estaba terminada. Y la bonita estancia de adobes de tierra y techada con ramas de árboles y retamas, se veía unida a la humilde casa. Dijo entonces el joven al padre:
- ¿Tú ves como con buena voluntad y empeño, las cosas se consiguen?
- Lo estoy viendo, hijo mío pero a partir de este momento ¿qué harás con todo esto?
- Mañana mismo lo verás.
Aquel mismo día recorrió el joven todo el barrio del Albaicín invitando a todos los niños para que al día siguiente fueran a la escuela. Y al día siguiente, no solo los niños sino también muchas personas mayores, se presentaron junto a la humilde casa y al ver la constricción, en las laderas del Albaicín, frente a la Alhambra y no lejos del río Darro, dijeron:
- Esta es la primera escuela que se pone en marcha en este barrio. Y todo se debe al empeño de este joven competente. ¿Cuánto vas a cobrarnos por enseñar a leer y escribir a nuestros niños?
Y muy diligente el joven dijo a todos los presentes:
- La cultura, ni se compra ni se vende. Enseñaré gratis a leer y escribir a vuestros niños con una única condición.
- ¿Qué condición es esa?
- Que ellos, cuando sean mayores, devuelvan a los demás lo que han recibido de nosotros en las misma condiciones y si es posible, con creces. Solo de este modo haremos un mundo cada día un poco más hermoso y seremos más libres, buenos y fuertes. Personas sabias y honestas y que sepan enamorarse del brillo de las estrellas, es lo que realmente hacen falta y no guerreros ni guerras ni gobernantes opresores.