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r2-d2
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Fecha de ingreso: 26 de Diciembre de 2008

XI Certamen Bisemanal. Tema: en recuerdo de Corín Tellado.

22 de Junio de 2009 a las 12:28
Rehago el hilo del concurso, ya que el otro, en plan gamberro, me lo habeis destrozado

Recuerdo: el tema toma como pretexto el reciente fallecimiento de Corín Tellado, y trata de ser un homenaje a una escritora singular, no sólo por lo prolífica, sino por su vida.

El tema es: anhelos de mujer.

Podeis tratarlo en dulce, empalagoso. En duro. En cutre. En fantástico. Sociológicamente. A modo de confesionario (cuántas historias podría contar un cura metido a escritorzuelo). Como querais.

La adecuación al tema, la juzgareis vosotros mismos.

Adelante
 
concursoderelatos
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  • 23 de Junio de 2009 a las 16:50
������������������ El pequeño bebé horrible

Se sentó en la terraza del café. Apoyó el portátil en la mesa de metal, admirablemente bien pintada de blanco, y pidió un "mocacciato". Mientras saboreaba con deleite aquella extraña especialidad del café, en el sitio acostumbrado bajo el roble milenario, al fin tuvo una idea. Allí iba siempre que la inspiración le fallaba y siempre la encontraba. El pequeño paraíso de sus musas.
Cerró los ojos un instante para captar en profundidad los aromas que envolvían el ambiente(café recién hecho, el verdor del bosquecillo anexo, pan caliente, musgo húmedo...) y luego, con una sonrisa, comenzó a escribir.

"Esta quincena el relato va sobre los anhelos femeninos. Y vosotr@s diréis
Pues perdonad que os lleve la contraria.
Aún pulula en nuestras mentes ese antiguo interrogante: ¿Quién conoce los anhelos femeninos? Me temo que ni las mismas mujeres.
Antaño se esperaba de nosotras que fuéramos madres y esposas ejemplares, que aguantáramos estoicas los envites de nuestros propios maridos y nos contentáramos con la vida que nos había tocado. Así pues, las mujeres soñaban con todo lo contrario: salir al mundo, trabajar, realizarse...
Ahora lo tenemos aún más difícil. Se espera que triunfen en su trabajo, que lleguen lo más arriba posible... y además que sean esposas y madres ejemplares.
¿No, decís?¿Habéis oído hablar de las súpermadres? Heroínas anónimas que consiguen trabajar fuera de casa, recoger a sus hijos del colegio, preparar la comida, tener la casa limpia y satisfacer sexualmente a sus maridos sin perder la sonrisa. Acojonante.
En la mayoría de los casos nos vemos obligadas a elegir y ahí es donde entran nuestros anhelos desconodidos.
Las que se consideran más modernas se deciden por su trabajo. Las más tradicionales, por la familia.

Estaba yo el otro día navegando por los mundos internáuticos cuando encontré Pequeño bebé horrible, un texto de una de las mujeres del primer grupo que, a la vista de un niño monstruoso pero tan valiente como para mirarla a los ojos sin llorar, sentía despertarse de nuevo su instinto maternal... ¿Instinto maternal?¿Quizá lo que se esperaba de nosotras era seguir nuestro instinto?
¿Vamos ahora contra él?
¿O esa expresión no es más que una reminiscencia de la época en que éramos consideradas sólo válidas para la maternidad debido a no tener un colgajo en los pantalones?
¿Por qué cuando somos madres deseamos una exitosa carrera profesional y cuando tenemos ésta nuestro mayor anhelo es parir con dolor un pequeño bebé horrible que llenaremos de lacitos y encajes?
¿Por qué separado va todo junto y todo junto va separado?

Sea como sea, no es fácil escribir sobre los anhelos femeninos desconocidos. Ni vivir con ellos.
Bucear en tu interior y no encontrar más que sentimientos encontrados e ideas preconcebidas durante milenios que se resisten a dejar tu sitio e, incluso, te insultan si perseveras mucho.
Además, hay que tener cuidado con ellos.
Porque si tu anhelo es que tu pareja lama chocolate líquido de tu cuerpo o tú del suyo... tiene fácil arreglo.
Pero si es tener tu propio pequeño monstruito chupón... aparte de lo anterior hay que aguantar nueve meses de embarazo, un parto sangriento y treinta años de crianza(en ocasiones, más). Hay tiempo de sobra para arrepentirse... ¿Será ésa la causa oculta de la depresión postparto?

Yo creo que lo más recomendable es tener pequeños anhelos, porque lo demás viene dado solo... normalmente en el momento más inoportuno.

Yo, por ejemplo, deseaba escribir algo sobre los anhelos femeninos... y ya lo he hecho...
¿Se merece un pulitzer o un tomatazo en un ojo? Ni lo sé ni me importa.
Mi anhelo era escribirlo y ya lo he cumplido. Ahora ya estoy preparada para el siguiente. Las pequeñas cosas que te dan satisfacción... ésa es la clave de la verdadera felicidad.

Como colofón voy a dar un paseo por el río. Y a vosotras, pequeñas blogueras indecisas, os recomiento hacer lo que os apetezca, así sea tomar un buen lingotazo de bourbon.
Un saludo de una mujer realizada."

Cerró el portátil y terminó el mocacciato de un trago. Sonrió con orgullo extremo mientras degustaba la galleta que acompañaba al café y se recostó ligeramente en la incómoda silla metálica mientras hacía una seña.
Una solícita camarera se acercó presurosa.
- ¿Desea algo más el señor?
- No, gracias. Estaba delicioso. La cuenta, por favor.


concursoderelatos
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  • 24 de Junio de 2009 a las 18:55

DEJARSE LLEVAR

�¡Te dejas llevar tan fácilmente! No debes seguir comportándote de ese modo. Es vergonzoso para ti y para quien te está mirando. Sus ojos, esos ojos suyos azules te ofuscaron… Olvídate de ellos. Cuando te llamó para que cenarais juntos vacilaste. Acuérdate del último. Era médico; un hombre guapo, maduro, tan atento. ¿Cuánto estuvisteis saliendo? Dos meses. Te llevó a París. Aquellos paseos por el Sena son parte indeleble de tus recuerdos más gratos. Sabía mucho de pintura. En el museo de Orsay se explayó dándote noticia de los pintores impresionistas. Te gustó en especial un cuadro en el que se ven unas bailarinas durante un ensayo. Una imagen difusa, como vista a través de un velo. Es como la escena de un sueño, dijiste. Y a él le hizo gracia el símil. Ibais todo el día de la mano, igual que chiquillos. Bajo la Torre Eiffel te besó. Te sorprendió que lo hiciera porque te había advertido en varias ocasiones que era reacio a los besos. Consideraba muy poco higiénico compartir saliva. Fue un gesto galante. Te chocaba que cuando hacíais el amor él retirase su cara para que las bocas no entrasen en contacto. Decidiste no darle importancia y ahora eso. El beso duró más de un minuto. Luego, en la habitación del hotel, lo sorprendiste cepillándose los dientes. Lo hacía con rabia. Pretendía borrar cualquier bacteria que le hubieses transmitido. No lo negó. Me gustas, dijo, eres una mujer hermosa, simpática, la mejor compañera. Un saco de gérmenes, replicaste tú. Esa noche le obligaste a dormir en el suelo. Fue un castigo leve. Lo cubría una moqueta blanca, muy mullida, en la que los pies se hundían como en algodón. Se durmió enseguida. Ni una queja. Sumiso tal que un perro. En ese instante empezaste a odiarlo. Fue un exceso, y lo sabes. El olor no se te fue de las manos en mucho tiempo. Menuda sorpresa debió llevarse cuando despertó. El camarero, viéndote hacer, no dejaba de llevarse las manos a la boca para no reír.
Eres mala. Ya te lo decían en casa. ¿Quién va querer casarse contigo?, advertía la abuela. Tu madre, viciada de historias escritas por Corín Tellado, se limitaba a mover la cabeza de un lado a otro. Piensas, en cambio, que haces lo que es debido. Tu anhelo ha sido siempre encontrar al hombre perfecto, aquel que te hiciese sentir mejor y más hermosa. Vacilaste, sí, no lo niegues. Su voz, cálida y prometedora, se te metió por el oído como un gusano. Quisiste decir no, hoy no puedo, y te salió un sí gozoso. Ahora es tarde para echarse atrás. Es muy guapo, no puedes negarlo. Y ese modo de conducir el coche con una sola mano y el otro brazo en la ventanilla abierta... Parece un actor. Habéis cenado en un buen restaurante. Se ha empeñado en pedir el mejor vino. Ahora estás un poco achispada y eso te hace sentir muy bien. Pero ha habido un momento, entre el postre y el café, en el que él ha dicho algo que no te ha gustado. ¿Por qué se empeñan en romper el hechizo?, te preguntas. No, no eres una exigente. Las cosas no son como en las novelas, eso es todo. ¿Tanto cuesta entenderlo?
Sus ojos te acarician las piernas, buscan el modo de colarse por el canalillo entre tus pechos, pues lo permite el escote, atento siempre a la carretera, eso sí, que se desliza rauda bajo las ruedas del automóvil. ¡Qué historia de amor no podríais haber vivido juntos si en vez de confesarte que más que belleza, lo que buscaba en una mujer es comprensión; esto es, una compañera afín a la que dar cuenta de sus esperanzas, de sus desdichas y miserias...! Pero tú no quieres ser el cubo de basura� de nadie, pese a que tiene los ojos más azules que has visto nunca. Si de algo eres culpable es de haber cedido a su invitación. Eres una tonta que no aprende de sus errores.
Te duele la cabeza. El buen vino también produce resaca. ¿Por qué sonríes? Eres capaz de ver a tu madre moviendo la cabeza de un lado a otro, negando siempre. Un tic culpa de aquellas novelitas empalagosas. Leíste alguna a escondidas, por vergüenza; y sí, llegaste a imaginarte igual a sus protagonistas, deseada y dichosa. Pero los hombres ocultan pasiones y fobias desagradables que� te autorizan a actuar como piensas que debes. Al principio él se quedó de piedra, no sabía qué inferir y a punto estuvo de empotrarse contra una furgoneta que os venía de frente. Luego se puso a sudar. Quiso decir algo pero las palabras se le amontonaban entre los dientes, duras como guijarros. Te dio un poco de pena. Es un sentimiento que se repite con todos ellos. ¡Son tan predecibles en el fondo! Acabó echando cuanto había engullido, en la cuneta. Se le descompuso la cara y el traje. No se atrevía a mirarte y, mucho después de haberle acometido la última arcada, siguió inclinado hacia el suelo, la mano sobre el capó del coche, por ver si desaparecías o no. Decidiste facilitarle la despedida. Cruzaste al otro lado de la calzada. El primer vehículo conducido por un hombre, sin acompañante al lado, se detuvo a recogerte y no le importó acercarte a casa...
Sí, te dejas llevar fácilmente. Pero no tienes la culpa de que los hombres, según te inculcaron, no sean príncipes azules. ¿Vergüenza? Ni una pizca, ni el átomo más pequeño de vergüenza sientes. Si ellos no se ajustan al canon, ¿por qué pretenden que tú sí?

concursoderelatos
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  • 24 de Junio de 2009 a las 22:23

April.

 

 

La barra muere en la esquina próxima a la entrada. Desde allí no se ve el escenario, por lo que ese hueco siempre está libre. Salvo cuando lo ocupa Lou.

– ¡Sacrebleu! Pensé que ya no volvías.

– Teniendo en cuenta la mierda de bourbon que sirves...

– En serio Lou, me tenías preocupado, ha sido más de un mes.

– Me ha costado convencer a mis pulmones para que volvieran a respirar solos.

– ¿Ya estás bien?

– Lo estaré cuando saques el bourbon bueno y me des fuego.

– No deberías fumarte eso.

– ¿Ahora eres mi madre?

Lou toma las cerillas y enciende el puro. Saborea la primera inspiración y mantiene el humo un instante en la boca antes de dejarlo ir. Un acceso de tos mancha de sangre su mano izquierda, que desaparece bajo la barra.

– ¿Ha cantado ya?

– Está en el descanso, ¿quieres que le diga..?

– Sabes que no.

Lou da un largo trago y dos golpes con el vaso en la barra. Poco después el fondo vuelve a desaparecer.

– ¿Cómo le va?

– Dennings anda detrás de ella. Quiere que grabe un disco.

– Dennings es una rata, Maurice. Una rata lista. Ese cabrón hará de nuestra pequeña una estrella.

Apura el tercer trago. Da otra calada, esta vez limpia, y echa una mirada furtiva hacia el esquivo escenario.

– Lou, deberías pasar a verla.

– No me jodas y ponme más bourbon.

– ¿Vas a seguir aquí escondido, escuchándola como hacías antes?

– Eso, exactamente, es lo que voy a hacer.

– De verdad, no te entiendo...

Lou permanece solo en su rincón, acompañado de una botella medio vacía y un cigarro que lo mata suavemente con un toque de vainilla. Se hace el silencio. Lou cierra los ojos. April sube al escenario, toma el micrófono y acaricia con su voz los cansados oídos del viejo. No puede verla, pero tampoco necesita hacerlo. Su voz le dice que lleva el vestido negro que él le regaló hace ya tanto tiempo, que el pelo le cae por la izquierda en ondas hasta el pecho, que lleva puesto un collar de perlas, que no lo echa de menos. Lou deja unos billetes arrugados en la barra, coge la botella y se marcha sin ser visto. Murmulla una despedida.

– Cuida de ella.

El puro se consume abandonado en un cenicero. El denso humo se expande abriéndose paso entre el más liviano de los cigarrillos. Llega a la primera fila, rodea el escenario y sube por las escalerillas laterales. Trepa por un saxofón y se acerca invisible a April para susurrarle que Lou estuvo aquí de nuevo, para provocarle una lágrima por el infranqueable verano que siempre hubo entre ambos.

 

 

Pocos bluses después, el final de la orquesta es silenciado por la ovación que rompe en cuanto April desaparece del escenario. La lágrima había arruinado su maquillaje. El maldito humo de la sala le irrita siempre los ojos. Tiene que dejar de cantar en antros como el de Maurice. Tiene que dar el salto de una vez. Recompone su aspecto y vuelve bajo los focos para recibir los aplausos que continúan. A su paso caen algunas flores del pantano. Coge una rosa blanca. Dennings. Saluda enalteciendo más su gloria y, con un gesto de estudiada modestia, hace partícipe de la misma a la orquesta. Kensley le guiña un ojo y comienza a pellizcar rápidamente el contrabajo. April improvisa sobre el fraseo que le marca el desteñido. Apoteosis final. Vuelve al camerino con las últimas notas. Se apaga la luz sobre escenario.

– Deslumbrante, pequeña, como siempre.

­– Gracias, Moe.

– Lou estuvo escuchándote.

– Todos lo hacen. Algunos incluso vienen a verme después.

– Está mal, pequeña.

– Nunca estuvo bien. Y ya no soy pequeña, Maurice, soy una mujer. La mujer que, además, llena tu caja.

– Está bien, está bien. Por cierto: Dennings quiere verte, estará esperando en la barra. Lo tendré entretenido hasta que...

– No. Dile que pase.

– Bien, como quieras, April.

Se queda sola. Dennings: representante de artistas. A más de una había llevado hasta su cama con la excusa de grabar un disco. Pero a diferencias de aquellas, April no solamente tenía un cuerpo bonito. April tenía un plan, aparte de la mejor voz del sur. Y no lo decía solamente la rata. Para Lou, si dios fuera mujer, tendría la voz de April. Y, durante un tiempo ella fue su diosa. No habían pasado más de un par de años, tres, cuatro como mucho. Un último soplo de vida para un narcisista cincuentón. Demasiados para una chica de veintitrés. Lou le llenó la cabeza de música pero sobre todo de sueños. Iban a ser lo reyes de Nueva Orleans. Ella cantando y él tocando el saxo. Hasta los blancos harían cola para ir a escucharlos. Y, después, Memphis, San Luis, Chicago, Philadelphia,  Nueva York. Lou fue su padre, su amigo, su amante. Curiosamente, es fácil dejarse cegar por alguien que te cree el sol. Ella era una niña. Lou un perro viejo. Eso no volvería a suceder. Nunca más. Con ningún otro. Mucho menos con Dennings.

– Hola, preciosa, hoy has estado...

– Ahórranos tiempo, Dennings. ¿Querías verme a solas?

– Hoy todos los que estaban en la sala habrían matado por hacerlo. Bueno..., tal vez alguno no.

– Pues ya me has visto, ¿deseas algo más?

­– A ti.

– ¿A mí? ¡Ja! Aquí hay mucha negra para ti solo, pequeño.

– Eso ya se verá. De momento me conformo con tu voz.

– ¿Y qué harías tú con mi voz?

– Venderla, ¿qué si no, pequeña? El lunes te vienes a grabar a Nueva Orleans. Si sabes leer échale un vistazo a este contrato.

Se lo arroja y se marcha. April sí sabe leer. No tarda mucho en ver la trampa. Dennings se quedaría prácticamente con todo el dinero que dieran sus primeros diez discos, cantaría donde él quisiera durante ese tiempo, sería su muñequita de ébano. La cree idiota. Mejor así. Un resquicio le da ventaja a la joven: no se dice nada de las canciones. La rata no podía imaginar que ella supiera componer. Al principio Lou tampoco se mostró receptivo con sus canciones. Después apenas se atrevía a cambiar una nota. Al final, simplemente, las abandonó. A las canciones y a ella. Sin más. Diez discos. Tenía para más de cincuenta. Firmó. Se dejaría conducir, sería una simple intérprete mientras encontraba a quien realmente le permitiera ser ella. Quizá el dueño de una discográfica. Un blanco de la gran ciudad. Atraparlo sería fácil y nunca se plantearía ir más allá, al menos en público. Mientras seguiría cantando y escribiendo en secreto. Se desharía de Dennings, olvidaría los antros de mala muerte, a Maurice, a Lou. Se quitaría el olor a ciénaga de encima para siempre.

 

 

La radio suena. Maurice barre antes de abrir. Lou ya está en su rincón. El locutor da paso a la estrella del momento: la prolífica April Brown presentando su nuevo disco, cuando aún tiene cuatro más en lo alto de las listas.

– Ese trasto no es digno de su voz.

– Ahora es lo que nos queda, viejo amigo.

– ¡Maldita sea Moe!, haz que suene mejor o apágalo.

Lou en realidad no escucha la retransmisión. En su cabeza April canta a su lado una canción que nunca antes había oído y que, sin embargo, recuerda. La balada termina.

– Al final Dennings hizo de nuestra pequeña una estrella.

– No, Maurice, Dennings no hizo nada.

– Claro, sólo la presentó a los estudios y ellos hicieron el resto.

– No, ellos tampoco.

­­– Vale, viejo zorro, reconoceré la parte que te toca.

– Moe, yo nunca hice nada. Al menos nada que le valiera para llegar tan lejos.

Dos golpes del vaso sobre la barra reclaman más bourbon. El locutor da paso a unos comerciales. Maurice deja la botella y se va a limpiar el baño. Lou enciende un último puro. Saborea la primera inspiración y mantiene el humo un instante en la boca antes de dejarlo ir. Sus bronquios ya ni se quejan. Deja el cigarro en el cenicero y unos billetes arrugados sobre la barra.

– Tú sola. Lo conseguiste tú sola, pequeña.

Moe regresa. En la esquina próxima a la entrada ve, sobre la barra, el cuerpo inerte de Lou a través del humo que se difumina con un suave toque de vainilla. Mientras, April Brown canta desde la emisora otro de sus éxitos: Goodbye, Sant Louis.

 

 

 

 

concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 24 de Junio de 2009 a las 22:23

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concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 25 de Junio de 2009 a las 18:23

Anabel

��� Un día la joven Anabel abandonó España para irse a estudiar lo que fuera y a aprender inglés a los Estados Unidos, a Los Ángeles.

��� Allí vivió en una residencia de estudiantes, la Sierra Vista, en la que pronto entabló amistad con otros en aquel lugar extranjeros como ella, la mayoría hispanohablantes. Pensó que con aquellas compañías difícilmente iba a aprender el idioma de los anglosajones, pero éstas le suponían un bálsamo en la nueva y difícil vida que había emprendido.

��� Ésta la de Anabel en Los Ángeles transcurrió en sus inicios con los estudios, los compañeros de residencia y los sueños de éstos, consistentes, en la mayoría de los casos, en el deseo de llegar a ser grandes actores y ser conocidos en el mundo entero como estrellas de Hollywood.

��� Pero Anabel no estaba allí para ser una gran actriz, tan sólo había acudido a aquel lugar para estudiar algo y para dominar el inglés lo más perfectamente posible. Por esto la grata compañía pronto se tornó en pesar, al sentirse un poco al margen de todo lo que la rodeaba. Hasta que una noche de sábado, en una de las numerosas fiestas que organizaban los chicos y chicas de la Sierra Vista, conoció a un joven y guapo proyecto de actor chileno que la encandiló como nunca antes la había encandilado nadie.

��� Aquella misma noche la besó con pasión, dejándola enamorada para los restos. Le preguntó dónde vivía, y Alonso le contestó que allí mismo, en la residencia Sierra Vista.“¿Cómo no me habré fijado antes en él?”, se preguntaba sorprendida Anabel.

��� Desde aquella noche Anabel y Alonso fueron novios. Pasearon acaramelados durante tardes enteras por las inmediaciones del Puente Vincent o por las cercanas a la Autopista de Santa Ana, desde donde divisaban, a la hora de la puesta del sol, el centro de Los Ángeles. Un día él le regaló a ella un libro de Corín Tellado. Se trataba –como no podía ser de otra manera- de una novela romántica espectacular con la que Anabel disfrutó mucho leyendo y que iba marcando, a medida que iba dejando la continuación de la lectura para otros ratos, con una tarjeta en la que salía la dirección de su hogar en España.

��� Pero no pudo acabarla. Se quedó a la mitad. Una mañana un terremoto, el Terremoto de Los Ángeles, asoló –Falla de San Andrés mediante- la residencia Sierra Vista, con numerosos estudiantes en su interior, los cuales en un principio se dieron por desaparecidos, entre ellos Alonso, pero no Anabel, que ese día había acudido sola a realizar unas compras.

��� Rápidamente los padres de Anabel la obligaron a volver para España, dejando tras de sí todo un amor y unos meses inolvidables para ella, pero, lo que era más importante, sin saber si Alonso había muerto o había sobrevivido.

��� Al poco de regresar a su país Anabel tuvo una falta. Fue al médico, la hicieron la prueba del embarazo, y, en efecto, estaba esperando un bebé. Fue un varón, al que le puso de nombre Alonso, como su padre.

��� Años después, una tarde de invierno, sin que Anabel supiera si Alonso, el novio, había muerto o no –pues sus estrictos progenitores la impidieron siempre acudir a Los Ángeles a indagar- recibió un paquete. Lo abrió. Para sorpresa mayúscula observó que se trataba del libro de Corín Tellado que Alonso le había regalado en su época de noviazgo. Una carta acompañaba a la obra. Anabel pensó que era de Alonso, abriéndola deprisa.

��� Pero era una falsa alarma: la carta estaba escrita en inglés; era de un obrero que le decía que había encontrado el libro en las excavaciones para la realización de los cimientos de un edificio; al advertir la tarjeta con la dirección, había decidido enviárselo.

��� Anabel dejó a su hijo con los abuelos solos en casa, cogió el coche y se fue a la cima de una montaña próxima. Desde allí, contemplando el paisaje a sus pies, con frío, se echó a llorar: sabía sin conocer la existencia o no de su chileno.

��� Cuando su hijo Alonso –quien siempre había preguntado qué había sido de su progenitor- cumplió los dieciocho, le regaló el libro de Corín Tellado que su padre le había regalado a ella tiempo atrás y le contó esta historia, que era un poco la suya.

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 25 de Junio de 2009 a las 19:18
PERCEPCIONES MASCULINAS

Sopor, aburrimiento, no había ningún aliciente para prestar atención en clase. Chico, chico, chico, orco, ¿chica?, chico, orco... ¿eso es un tanga?, chico... parecía que tampoco existía ningún aliciente para alegrar la vista. Suspiré, estaba cansado, me empezó a doler la cabeza. El paso del tiempo parecía haberse congelado. Necesitaba distraerme, pensar en algo. ¿Realmente eso era un tanga?

Mis ojos se volvieron a posar en el culo, ciertamente grotesco, de la chica que había dos filas más adelante y me pregunté: "¿Qué demonios se le pasa por la cabeza a una chica como ésta que la lleva a ponerse semejante atuendo?"

Estaba claro que la chica era lista o, al menos, inteligente, ya que para obtener plaza en esa facultad se exigía una elevada nota de corte. También era admisible suponer que era una chica racional, pragmática y aplicada, dado su interés por los estudios técnicos, pero a la vista saltaba que no se podía añadir sensata a esa lista de adjetivos. De modo que ¿qué era lo que fallaba? ¿Quizá no se daba cuenta? No, eso era imposible. Una hubiese sido posible, pero el patrón se repetía hasta la saciedad, no había hueco para la casualidad ni el descuido. ¿Se sentían realmente más atractivas o sexys? Eso era incluso más improbable, eran chicas con nulo atractivo sexual. Nunca nadie les había prestado atención. Nunca nadie se había fijado en ellas en una discoteca. Nunca nadie les había brindado un piropo... de hecho, lo más probable es que en su infancia fuesen víctimas de burlas y desprecios, ya que todos sabemos cómo son los niños y hasta que límites puede llegar su crueldad. De modo que, por activa y por pasiva, estaba convencido que el mundo se había empeñado en dejarles claro ese punto.

Seguí devanándome los sesos. Finalmente comprendí que buscando la razón en ellas quizá erraba el enfoque. Quizá el motivo de ese comportamiento no venía de ellas, quizá el motivo se encontraba en nuestra sociedad. Quizá ellas no eran más que otro ejemplo de cuan rígidos pueden llegar a ser ciertos estereotipos sociales, de cómo pueden llegar a uniformarse los comportamientos y de cómo se puede llegar a actuar de forma totalmente contraproducente sólo para sentirse integrado en el rebaño.

Y es que, estas chicas, debemos recordar que vivían en el mismo ambiente condicionante en que vivían las demás. Se tragaban la misma basura, es decir, las mismas series, la misma publicidad, la misma prensa... y que, por lo tanto, recibían los mismos mensajes que las chicas de culo prieto, cintura de avispa y pecho turgente, de modo que terminaban comportándose como el resto. Vestían ropa ajustada y corta, demasiado corta. Enseñaban carne o, más bien, su exceso de carne. Se pavoneaban a pesar de que, aparentemente, nadie les hacía caso. Quiero creer que se daban cuenta que eso no les hacía ningún bien, pero que se veían incapaces de plantear una alternativa mejor o de reunir el suficiente valor como para salirse de los esquemas preponderantes.

Su futuro no parecía difícil de adivinar, básicamente se vislumbraban dos opciones, dos caminos a seguir, y muchas parecía que ya habían escogido el suyo.

La primera opción consistía en pescar pareja en clase. Conformarse con uno de sus homónimos masculinos, que también los había a patadas. Obtener un buen puesto de trabajo. Ascender. Centrarse en su carrera profesional. Casarse o juntarse. Follar poco y tener hijos. Vivir una vida sexualmente vacía, pero laboralmente gratificante y llegar a algo similar a la imagen que se tiene de la felicidad hoy día y que la mayoría de parejas tienen en mente: un chalet, una hipoteca que pagarían desahogadamente y un par de retoños a quien legar lo conseguido. La única diferencia que habría respecto a la onírica imagen es que, en vez de ser dos niños rubios de ojos azules y facciones perfectas, lo más probable es que fuesen dos criaturas más feas que Picio. A pesar de todo, se les podría considerar unos triunfadores, ya que habrían conseguido acercarse al ideal del estándar de felicidad y, quién sabe, quizá con eso les valdría.

La segunda opción era, muy posiblemente, más cruel. Consistía en no conformarse, en creerse la mierda que se escribe en los libros de autoayuda. Esa mierda que reza: "Querer es poder". Terminar la carrera. Conseguir un buen trabajo. Afincarse un pisito. Operarse las tetas. Hacerse una liposucción, luego una rinoplastia. Apuntarse a un gimnasio. Y llegada la cuarentena, tras ver que las reparaciones poco habían arreglado y que sólo habían servido para pasar de ser un adefesio a ser un adefesio recauchutado, buscarse un joven novio cubano en uno de sus escasos periodos vacacionales que dedicaría al turismo sexual, veinte años más joven y con un cimbrel de oro capaz de proporcionarle el placer que durante tantos años había anhelado y del que se había visto privada. Posiblemente ya sería demasiado tarde para solucionar este aspecto y al poco tiempo de casarse se daría cuenta de que era frígida. Entonces el cubanito pasaría a ser un novio florero, pronto conseguiría los papeles y la abandonaría. Ella no sufriría mucho más allá del qué dirán. Pasarían los años. Con suerte, quizá encontraría una pareja con quien hacerse compañía en lo que le quedase de triste existencia o, en el peor de los casos (aunque no estoy muy seguro de si lo más apropiado sería decir en el mejor de los casos), optaría por la vía rápida y, en vez de esperar a que la muerte la viniese a visitar, cansada de todo, optase por el suicidio. Como mujer optaría por una muerte rápida, silenciosa e indolora, posiblemente sobredosis de antidepresivos y ansiolíticos, o quizá se cortaría las venas mientras el agua tibia de la bañera le proporcionase un tránsito relajante hacia la otra vida, si es que ésta existía.

De repente, me di cuenta que la clase había terminado. Me marché sin despedirme de nadie. De tanto repetir la asignatura muchas de las caras�� me�� resultaban�� nuevas� y� tampoco�� había mostrado nunca un gran interés en hacer nuevos compañeros.

De vuelta a la habitación comprendí la suerte que había tenido de nacer hombre. Si terminaba la carrera, en el peor de los casos, sólo me tendría que preocupar de ganar el suficiente dinero como para que una furcia interesada se prestase a proporcionarme sexo y algo de cariño impostado. Poniéndome en la peor de las tesituras siempre me quedarían las putas, de modo que mi vida posiblemente sería tan vacía como la de todos los demás, pero en el fondo no me sentiría un fracasado total y absoluto.

Y es que, a diferencia de la mujer, en nuestra sociedad la imagen de éxito del hombre no va unívocamente asociada al hecho de conseguir una estabilidad familiar anclada en una estructura convencional. Muchas veces, con conseguir cierta libertad económica y un poder adquisitivo por encima de la media basta.
concursoderelatos
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  • 27 de Junio de 2009 a las 22:54

IN MEMORIAM…

Las tres chicas salían riendo y comentando los resultados de los exámenes de Preuniversitario, después de comprobar que habían aprobado.

Ana, Luisa y Ro, amigas desde pequeñas. Andaban rápidamente hacia la parada del autobús; el poder comunicar a sus padres el pase definitivo a la Universidad, las llenaba de felicidad y de ansiedad por poder compartir con ellos la noticia.

Además intervino Luisa, siempre con los pies en el suelo Ro, con un ocho con dos puedes elegir la carrera que desees. Yo, sin embargo, dejaré mi sueño de Ingeniería y me conformaré con una carrera media.

No es así, Luisa, bien sabes que matriculada y aprobado el primer curso de una media, puedes matricularte en la carrera que quieras le animó Ro, cogiéndola por el brazo. Además, a mí ahora me queda una labor enorme por hacer. Ya conocéis las ideas algo retrógadas de mi familia con respecto a los estudios de una mujer. Pero sé lo que tengo que hacer.

—No me estropeéis estos momentos, por favor —intervino Ana —ahora nos toca disfrutar que ya nos quedan los años de carrera para amargarnos con los suspensos. Este verano será inolvidable y lo tenemos que disfrutar a tope.

Poco después Ro se despedía de sus amigas al bajar del autobús antes que ellas.

—Nos vemos esta tarde en la Apodaca para merendar juntas.

—De acuerdo Ro, a las cinco —y parado el autobús, Ro bajó y se dirigió corriendo hacia casa. Al pasar frente a las oficinas de seguros que su familia tenía cerca de su casa, su tío Alberto, que se encontraba hablando en la puerta con un cliente, le hizo un gesto para detenerla. Se despidió del cliente y se acercó a Ro.

—Bueno, sobrina, creo que ya es hora de que te incorpores al trabajo. A tu edad todas tus primas ya están en la empresa y, además, con esto de haber entrado en el seguro de automóviles, el trabajo nos desborda y necesitamos toda la ayuda posible.

—No te preocupes, tío, me pasaré los dos meses del verano trabajando para la empresa.

—¿Dos meses? Bueno, ya hablaré con tu padre. Claro, como él es un… mañana aclararemos el tema —y se metió para dentro de las oficinas moviendo la cabeza negativamente.

—¡Hola, mamá! He aprobado el Preu —y acercándose a su madre que se encontraba regando las macetas en el patio interior de la vivienda, le dio un beso

—¿Has aprobado? Eso me agrada y me entristece, lo sabes —y dándole un corto abrazo, siguió con su trabajo.

—Nada ha de entristecerte, mamá; he sacado nota suficiente como para elegir la carrera que desee y estudiaré Económicas en la Complutense de Madrid. Todo está decidido —le soltó resolutiva

—No quisiera discutir contigo hija, pero me temo que los planes de la familia no son esos.

—Los planes de la familia son para la familia, no para mí y lo sabes. Pero ya lo hablaremos esta noche, cuando llegue papá —y sin dar opción a su madre, salió del patio y se fue a su dormitorio. Allí, de nuevo abrió una gran carpeta y de ella sacó toda la documentación que había estado recopilando sobre la Universidad Complutense de Madrid. Conocedora de que si se iba sin autorización se impondría el criterio de su tío Alberto al débil carácter de su padre, por lo que no recibiría ayuda de la familia, durante el curso había contactado por correo con una amiga de Madrid que veraneaba en Cádiz y ella le había resuelto tanto el hospedaje como la manutención. Aún así, se apuntó en la agenda llamarla por teléfono para confirmar, antes de que su amiga se viniese al sur a veranear.

La comida, a solas con su madre fue, siendo hija única y su padre siempre comía fuera, un silencioso velatorio que para nada le afectó. Terminada, se encerró en su dormitorio y a las cinco menos cuarto, ya salía a la calle a reunirse con sus amigas.

Alrededor de las siete, se acercó a las oficinas de su familia, saludó a dos de sus primas que ya trabajaban en ella, y abrió la puerta del despacho de su tío

—Mañana a las ocho comenzaré a trabajar —Sin opción a más comentarios, salió de prisa y se fue a casa.

—¿Ro, puedes bajar? Tu padre ya está en casa —oyó la voz de la chica de servicio desde el exterior de la puerta de su dormitorio. Lentamente se levantó de la silla de su escritorio y bajó las escaleras. Vio a su padre en el salón, se acercó a él y sin decirle nada, le besó

—¿Eres tú, acaso, mi chica preferida? –y cogiéndola por el brazo la atrajo hacia él.

—¿Cómo estás, papá?

El padre se quitó las gafas, la miró con cariño y movió negativamente la cabeza.

—Pues con un grave problema encima que no sé como resolver

—¿Algo grave en el trabajo? Cuéntame –y pícaramente se sentó junto a él en el sillón

—Bien sabes que mi problema no está en mi trabajo, diablillo; pero dime. ¿Qué nota has sacado?

—Un ocho con dos —y sonriendo, le hizo una mueca de superioridad, levantando la cabeza y mirando por encima de él

—¡Un ocho con dos! ¡Dios mío, aún me lo pones más difícil! —se quedó unos momentos en silencio —¿Has visto a tu tío Alberto? Yo tenía que haber hablado contigo de tu incorporación al trabajo este verano, pero…

—He hablado con él y le he dicho que mañana me incorporo al trabajo, pero solo hasta que comience el curso

—Hija, sabes que necesitamos de todos los componentes de la familia para sacar adelante…

—Sí papá, lo sé. Necesitamos de ¡todos! y en ese todos entran también mis tres primos. Nunca aceptaré que porque ellos sean chicos y yo chica, puedan seguir una carrera que a mí no me permitís. He sacado la mejor nota de todos. Tengo casi la edad suficiente para salir de casa con o sin vuestro permiso y así lo haré. Lo único que te pido es que no quisiera hacerlo sin tu autorización. Ya ves, ni la de mamá necesito; ella es hermana del tío y en esa familia el machismo es una heredad mora, pero tú eres del norte y para nada machista. Por favor, no les hagas la cuerda a ellos, pues si me voy sin tu bendición me sentiré triste.

—Ya lo sé, cariño, pero yo seguiré aquí, casado con tu madre y casi conviviendo con tus dos tíos, día y noche, pero por encima de todo, te quiero

En ese momento entró la madre en el salón.

—Enrique, ahora se cumple lo que mi hermano te vaticinó hace un año. No teníamos que haber permitido el capricho de la niña de estudiar un curso que para nada necesitaba, ya que su misión en la vida no es estudiar una carrera…

—No sigas, mujer. Es nuestra única hija y no quisiera quedarme sin ella. El refuerzo en la empresa se puede hacer con personas ajenas a la familia y así, permitirle…

—¡Permitirle! —gritó acercándose al sillón —¡la niña aún no ha cumplido la edad necesaria para tomar decisiones, por tanto, hará lo que nosotros establezcamos para su bien y su futuro!

Sonó el teléfono en ese momento y Ro, despreocupándose de la discusión entre sus padres, se acercó y descolgó.

Tapándose la oreja contraria por las voces de sus padres, escuchó atenta.

—¿De verdad me lo dices? Te han dicho que ya puedo… —siguió escuchando; al poco, se despidió, se acercó a la puerta y salió.

A la mañana siguiente, Alberto y Enrique se encontraron en la puerta de las oficinas.

—¿Cómo es posible que tu hija aún no haya empezado a trabajar? Ayer me dijo que empezaría esta misma mañana

Enrique le miró sorprendido

—¿No ha venido a trabajar? Pero si esta mañana, cuando me he terminado de afeitar ya estaba lista para bajar a la oficina. Es mas, se acercó a mí y guiñándome un ojo me dijo: “Me voy rápidamente, antes de que mi tío Alberto…” —se quedó en silencio y volviéndose a toda velocidad, salió corriendo hacia la casa. Entró, subió los peldaños de la escalinata hasta el piso superior, llegó a la puerta del dormitorio de su hija y la abrió de un golpe.

Cuando un ave quiere volar, ni aún cerrando la jaula…

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 28 de Junio de 2009 a las 16:42
�� La Dama del Viento

�� Todos conocían la historia de aquél viejo sauce. Sus ramas doradas rozaban las aguas del estanque del que se nutría desde hacía siglos. Sus verdes hojas eran mecidas por la caricia del viento y su tronco había crecido enroscado como si quisiera tocar el cielo con su espiral. Decían que no era un sauce normal, que era una mujer encantada. Las leyendas narraban que aquella muchacha no era otra que una hermosa joven que vivió siglos atrás llamada Griselda cuya muerte fue trágica.
�� La niña de los ojos grises era tan hermosa que todos los hombres de la comarca deseaban hacerla su esposa y sus padres pensaron que podían sacar tajada de aquello. Todos la miraban y veían la belleza que irradiaba, pero a nadie la preocupaba quién era esa muchacha tan hermosa, se limitaban a contemplarla y a decirle que era bella. Lo tenía todo, nunca le faltó nada, menos lo que deseaba: ser amada.
�� Las leyendas cuentan que Griselda se volvió loca. Que mató a sus padres y marchó a las montañas para suicidarse. Muchos dicen que se sentó en la piedra junto a la que crece el sauce y que lloró desconsolada por su soledad, sus lágrimas formaron aquél estanque y su cuerpo se transformó en el árbol que se levantaba, solitario como una roca en el mar, sin poder separarse de las aguas a las que daba sombra. Y allí seguía, llorando por el amor que jamás tuvo. El viento era su único compañero y los lugareños la bautizaron así: La Dama del Viento.
�� Aquél árbol se convirtió en un lugar al que los muchachos acudían a bañarse en los días calurosos. Hasta que un día, uno de ellos estuvo a punto de morir ahogado. Regresó al pueblo, pálido por el miedo, relatando una historia que los años tergiversarían hasta convertir en leyenda. El chico contó que un aroma a flores inundó el estanque justo antes de que una hermosa mujer se adentrara en las aguas. No supo de dónde había salido, pero no le importó. La joven lo miró y le preguntó qué era lo que veía en ella y él le contestó que a la mujer más hermosa que sus ojos habían tenido la suerte de contemplar. Ella insistió y él se reafirmó en su respuesta. Entonces la mujer desapareció y él sintió que alguien tiraba de sus piernas hacia las profundidades del estanque. Logró salir, casi sin aire, y huyó presa del pánico hacia el pueblo.
��� Desde entonces, el lago se convirtió en un lugar maldito. Las viejas contaban que aquél joven sí que murió en las aguas del estanque, y que fue Griselda la que lo ahogó en venganza por no haber sido nunca amada. La Dama del Viento se convirtió en una bruja desalmada que clamaba venganza y sus aguas pasaron a ser un lugar prohibido.
Pasado el tiempo, un caballero llegó al pueblo de regreso a su ciudad. Había pasado años en las cruzadas y ahora buscaba la paz del descanso lejos de tierras infieles. Se detuvo frente al sauce, buscando la sombra de aquél árbol y se refrescó en las aguas del estanque. El viento mecía las ramas desatando una dulce melodía que invitaba a relajarse. Se desvistió por completo y dejó que las cristalinas aguas mojaran su bronceada y curtida piel. Algunas ramas acariciaron su rostro como si de dedos sedosos se trataran y un agradable perfume de violetas inundó sus pituitarias. Se dejó llevar por la paz que transmitía aquél lugar y pronto se sintió adormilado. Se tumbó en la orilla y no tardó en caer rendido.
�� Al cabo de un rato un chapoteo lo despertó. Abrió los ojos y frente a él había una joven que bañaba su cuerpo en el estanque. Vestía una túnica ámbar, pegada al cuerpo por el agua, y sobre su cabeza lucía una corona hecha con ramas del sauce entrelazadas. Era tan hermosa, que el caballero habría recorrido de nuevo medio mundo para llegar allí si se lo hubiera pedido. La muchacha dejó que sus cabellos rozaran la superficie del agua y algunas ondas llenaron el estanque. No pareció percatarse de la presencia del joven hasta que éste se le acercó.
�� -¿Quién sois? –le preguntó sin preocuparse de tapar su desnudez.
Ella lo miró con sus ojos grises que se clavaron como dos hierros ardientes en el corazón del caballero. No dijo nada, sencillamente se alejó nadando hasta el centro del estanque. Lloraba y pareciera que no quería que la viesen así. Él nadó hasta su lado y le retiró los cabellos del rostro sintiendo que algo le ardía dentro al rozar su piel.
�� -¿Por qué lloráis? –le preguntó sujetando su cara con ambas manos –Decidme lo que os aflige.
�� -¿Qué veis en mí? –le preguntó levantando la mirada.
�� -Veo a una muchacha triste –le contestó apenado.
�� -¿Nada más? –le dijo ella.
�� -Veo unos ojos que irradian dolor –dijo deseando poder abrazarla y besarla.
�� La muchacha se le acercó y le preguntó si no le parecía hermosa. Él le dijo que había visto a muchas mujeres hermosas en su vida y que no era una más, le dijo que había algo en ella que no había visto nunca.
�� -¿El qué? –le preguntó sin apartar su mirada color perla.
�� -No lo sé, pero me encantaría que me dejarais descubrirlo –contestó él y, sin importarle nada, dio un paso al frente y la besó.
�� No duró mucho, apenas un instante, lo suficiente como para que el caballero sintiera que las lágrimas de la mujer empapaban su rostro y que el contacto con su suave piel le erizaba el vello de la nuca. El joven notó que la mujer desaparecía entre sus brazos y abrió los ojos asustado. No había nadie a su alrededor, sólo el viejo sauce y el estanque. Miró hacia el árbol, ya no era tan hermoso, su corteza estaba llena de manchas y bultos y sus ramas parecían más pesadas y ásperas ahora. Se acercó a él siguiendo el olor a violetas hasta que perdió su rastro. Junto al árbol vio la corona que la joven llevara puesta. La recogió y la guardó entre sus cosas. Se vistió, montó sobre su caballo y puso rumbo hacia su hogar. El recuerdo de aquél sauce quedó por siempre en su memoria y de no haber sido por la corona, hubiera creído que lo único que pasó junto a aquél árbol fue que tuvo el sueño más hermoso de su vida.
�� El viejo sauce se fue secando a medida que el estanque fue desapareciendo. Las gentes del pueblo nunca supieron por qué, los más ancianos contaban que era porque Griselda había encontrado finalmente lo que deseaba y ya no necesitaba llorar ni llevarse el alma de más jóvenes con ella.
concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 29 de Junio de 2009 a las 19:54
FIN

Durante siglos, la humanidad se pregunt cmo sera su final. Algunos auguraban un apocalipsis violento, resultado de alguna catstrofe csmica producida por la cada de meteoritos o por el colapso solar o lunar. Otros aseguraban que sera nuestra manipulacin de la naturaleza la que acabara con las condiciones para la vida, debido a cambios climticos irreversibles y catastrficos. Los ecologistas ms radicales pensaban, incluso, que el propio planeta se vengara y el final de los tiempos llegara como consecuencia de una enfermedad virulenta, que purgara al hombre de su superficie.

Sin embargo, nadie pudo nunca imaginar lo que realmente ocurri. Cuando el verdadero ocaso lleg, nadie lo esperaba. La humanidad haba logrado metas que durante siglos le haban estado vedadas; el clima estaba completamente controlado, las catstrofes naturales eran fcilmente predecibles y evitables, e incluso las enfermedades se haban convertido en algo residual y anecdtico. Se podra decir, que la humanidad atravesaba el periodo ms pacfico de su historia. Por eso, lo sucedido fue tan inesperado.

El 21 de mayo de 2112, todas las mujeres del mundo, sin importar su edad o condicin, se hundieron en un repentino sueo del que no volvieron a despertar. Simplemente, se recostaron, all donde estaban, y cerraron sus ojos para no volver a abrirlos. Se apagaron, al igual que la llama de una vela, barridas por un viento invisible.

Yo trabajaba como jefe de virologa en el Complejo Mdico Central de Nueva York. Nuestro trabajo era rutinario, llevbamos aos sin afrontar ningn brote vrico relevante y nos limitbamos a la preparacin de nano vacunas y a la esterilizacin, deteccin y eliminacin de agentes toxicolgicos ambientales. Por eso, cuando el caos se desat a nuestro alrededor, no estbamos preparados para afrontarlo y todo se desbord. Los hombres colapsaron los sistemas de urgencia, intentando conseguir atencin para sus esposas, hijas, hermanas o madres, pero la asistencia era prcticamente imposible, ya que los hospitales y centros sanitarios tambin haban sufrido la prdida instantnea de todo su personal femenino. Todo el esfuerzo que realizamos los sanitarios fue intil, a las pocas horas de caer en su extrao sueo, todas las mujeres murieron y la humanidad se enfrent al mayor desastre que haba conocido. En un mundo que se haba acostumbrado a la paz social, la violencia, provocada por la desesperacin y el desconcierto, se apoder de las calles, mientras la poblacin desataba su frustracin.

Mientras tanto, el consejo mdico mundial realiz una llamada a la comunidad cientfica para intentar averiguar qu haba pasado y a m me toc coordinar los estudios infecciosos. En principio, pensamos que algn tipo de cepa virolgica o bacteriolgica poda ser la responsable, pero, tras varias semanas de estudio detallado de miles de muestras, y, despus de haber comprobado el alcance global e instantneo del fenmeno, comprendimos que aquello era algo totalmente diferente. Todas las miradas, se volvieron entonces hacia el estudio ambiental, en busca de algn tipo de radiacin o fenmeno fsico, pero tambin fue intil. Poco a poco, se fueron descartando todas y cada una de las hiptesis expuestas y la mayora de cientficos empezamos a aceptar que nunca sabramos lo sucedido.

Convencidos, como estbamos, de que nunca volvera a haber hembras de la especie humana, decidimos buscar mtodos alternativos de reproduccin. Pensamos en la clonacin, que, aunque estaba prohibida por motivos bioticos desde haca generaciones, se revelaba ahora como nuestra nica esperanza. Sin embargo, los bancos de vulos humanos eran inexplicablemente inservibles y, al recurrir a vulos de origen animal modificados genticamente, todos los embriones resultaron inviables. Era como si una mano invisible hubiese decidido que nunca habra un nuevo ser humano sobre la Tierra.

La idea de que el fin de la humanidad era slo cuestin de tiempo, se abri paso con rapidez entre la poblacin, llenando las calles de desesperacin y abatimiento. Los suicidios se convirtieron en algo cotidiano y la poblacin mundial comenz a disminuir rpidamente.

Fue casi un ao despus de que empezase todo, cuando o los primeros rumores. Al principio fueron retazos de conversaciones y algunos murmullos, captados fugazmente en la cafetera del hospital. Me enter de qu se trataba dos semanas despus, gracias a mi amistad con el jefe del personal de limpieza.

- Tienes que prometerme que no se lo dirs a tus superiores – me pidi de forma enigmtica.

- Puedes confiar en m – le asegur.

- Est bien – continu – Hay una mujer superviviente, la llaman “madre”.

- Cmo? – exclam impresionado – Si eso es cierto, pude ser la clave para comprender lo que ha pasado!

- Por eso no quera contrtelo – me interrumpi, pidindome con un gesto de la mano que no llamase la atencin – Si las autoridades se enteran, le harn toda clase de pruebas y eso sera su fin.

- Pero debemos encontrarla y examinarla, puede que nos de las respuestas que necesitamos - insist.

- Si quieres respuestas, ella te las dar en persona – me asegur -. Puedo concertarte una entrevista.

Naturalmente, acept la propuesta. Una semana despus, fui conducido, con los ojos vendados, al encuentro de la misteriosa mujer. Tras unas horas de trayecto, me quitaron la venda y me encontr en un lugar que pareca sacado de un libro de historia antigua. Se trataba de una perfecta recreacin hologrfica de un campo de trigo y maz, en el que se adivinaba un sendero que terminaba en una pequea cabaa de madera. Me intern por el camino hasta llegar a la casa y fue entonces cuando la vi.

Era una mujer de edad avanzada. Estaba sentada en una mecedora, mientras teja con precisin algn tipo de prenda. Tras unas pequeas gafas de montura plateada, que reconoc por mis libros de historia mdica, se escondan unos pequeos ojos azules, rodeados de las marcas de los aos y llenos de la sabidura que da la edad. Sent un nudo en la garganta al ver, en su rostro arrugado y pacfico, reflejadas todas las mujeres que haban pasado por mi vida y que haba perdido tan cruelmente. En aquel momento comprend por qu la llamaban “madre”.

- Ya ests aqu! – susurr con voz gastada, como si me conociera de toda la vida.

- Hola! – contest estpidamente.

- A qu has venido? – pregunt, indicndome con un gesto de su mano que me sentase a su lado.

- Necesito saber por qu est usted viva. Si consigo averiguarlo, quiz haya alguna manera de dar a la humanidad otra oportunidad – le expliqu.

- Otra oportunidad? – pregunt - Para qu?

- Cmo que para qu? – exclam desconcertado.

- Vivir no es una meta en s misma – respondi – Slo es un medio del que nos valemos para colmar los anhelos de nuestras almas. Mira a tu alrededor y dime qu ves?

- Un holograma de un campo de maz.

- Exacto – repuso – Un holograma, pero no autntico maz o trigo cultivado con esfuerzo por las manos del hombre.

- Eliminamos la necesidad de cultivos, cuando se descubri la sntesis de alimentos – le expliqu desconcertado.

- Claro! – exclam -Igual que eliminasteis los bosques y animales, cuando descubristeis que un ambiente esterilizado aumentaba la longevidad y disminua las enfermedades, o igual que controlasteis el clima para crear una tierra a vuestra medida!

- Y qu hay de malo en ello? Hemos desterrado el sufrimiento y trado la paz y el bienestar al ser humano. Adems, existen recreaciones, como sta, que permiten experimentar el mundo natural.

- Con la naturaleza reducida un mero escenario sin alma, las emociones controladas, la sociedad estructurada con precisin y la ciencia convertida en un cors con el que moldear el mundo, habis privado al espritu humano de sus ansias de superarse – replic emocionada - Cunto tiempo hace que nadie pinta un cuadro emotivo, cincela una escultura sugerente o escribe un novela de amor?

- No lo entiendo – repuse con sinceridad - Qu tiene que ver todo esto con lo muerte de las mujeres?

- Las mujeres no han muerto, es el mundo el que est muerto desde hace aos. Lo nico que ha ocurrido, es que el espritu de la mujer ha sido el primero en darse cuenta de que ya no haba anhelos por los que luchar.

- Y usted, por qu no ha muerto tambin?

- Yo siempre fui una rebelde – exclam, echndose a rer.

Aquel da volv a casa y mir a mi alrededor con ojos distintos, hasta que el sueo empez a vencerme, a m y al resto de los hombres.

concursoderelatos
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  • 30 de Junio de 2009 a las 11:58

LA OTRA CORÍN

Estás como adormilada en tu lecho de dolor. Te observo y no puedo dejar de ver a la niña y mujer que fuiste. Tu estático y escuálido cuerpo, tus párpados cerrados, tus labios en silencio nada tienen que ver con aquellos otros que embebían la vida para llevarla al papel en forma de ilusiones para los demás y, a pesar de que te costase reconocerlo, para ti misma.

Sí, tú misma viviste más intensamente a través de tus personajes que en tu propia vida. Tu existencia estuvo marcada por la negación de tu auténtico yo. Tu mismo rostro, de expresión tensa, era (es) la evidencia de lo que digo. Había en él (y lo hay aún bajo el áurea de la muerte) una expresión de dureza, dulzura y sufrimiento contradictoria entre lo que escribías y hacías.

Seguiste la línea que tu condición femenina te marcaba, hasta que tu realidad se impuso en tu sentir y hacer. Te rebelaste a ello y a tu entorno humano sólo en parte, convirtiéndote, con habilidad, en la gruesa capa de tu ser que mejor encajaba y te protegía en la sociedad y la generación que te tocó vivir y padecer.

Sí, Corín, parecías pedir socorro desde tu voz camuflada sobre el papel, entre la especie de grito desgarrado del sonido de las teclas de la máquina de escribir al ser golpeadas con tus dedos, rápidos éstos por tu hábil imaginación llena de ideas y miles de trampas de sutil cobardía; pero nadie supo acertar jamás con lo que demandabas calladamente, casi ni siquiera tú misma, o yo en muchas ocasiones, aunque podía saberlo por tu forma de mostrarte y callar, de rehuir ciertas cosas y vigilar otras.

Sueños quebrados, quizás rotos, de tu propia vida fueron las dichosas y simples aventuras de tus personajes. Fantasías volátiles, en ti misma, los amores ilusorios que hacían felices a tus lectores y satisfacían, un poco, tus carencias de forma larvada, como pequeña cura a tus hondas heridas abriéndose y cerrando en tu interior como abanicos.

Realmente, nunca fuiste clara conmigo, aunque intuías que yo sabía más de ti que tú misma. Sabías también, sí, Corín, entre tu secreto, que cada nuevo éxito literario tuyo era como el desgarro y la recompensa de tu auténtica frustración, de todo lo que quisiste y debiste vivir, chillar a los demás y no pudiste.

Tú sabes (o mejor ya, sabías) muy bien que eres (fuiste) el otro personaje del que nunca te atreviste a escribir, a hablar, a desvestir sólo a medias, y mucho menos a mostrarlo libremente ante ti, conmigo, ante tu sociedad, ante tus admiradores.

Contradictoriamente, a pesar de que no lo pareciera, tu rebeldía estaba maniatada fuertemente por ti misma, más allá de tus manos: era como la desviación de tu auténtico desvío, ese desvío que te hacía distinta a las otras mujeres, en secreto, dentro de una sociedad que rechazaba abiertamente tu condición.

Sé que ni siquiera donde vayas mostrarás la otra parte de ti tan verdadera, ésa que yo ya tan bien conozco, tu otro yo que lucha por salir de ti en este último aliento de tu densa vida, incluso estando todavía caliente tu arruinado cuerpo, a punto de entrar en ese estado de rígido destino solitario y frío, fúnebre, donde quedarán para siempre aprisionados tus auténticos sentimientos, frente a mi constante rebeldía paralizada entre las rejas de tus mentiras, y, a partir de poco, bajo la losa de nuestra ausencia.

¿Por qué tanto silencio ante mí, tanto misterio sobre ti misma, si yo era, soy y seguiré siendo, donde vayamos, la otra parte de ti que jamás quisiste aceptar?

¡Hoy, por fin, me siento algo liberada! Aunque a destiempo, puedo reprocharte en voz muy baja todo el daño que me hiciste, el que nos hiciste, y reivindicar tu condición ambigua, la nuestra, y mostrarnos ante nosotras mismas, en nuestra última hora de vida, como somos y debimos mostrar a los demás en vida, sin miedo al qué dirán, puesto que te lo pusiste por montera en otros ámbitos de tu (nuestra) vida.

Creo, sí, que ya podemos despedirnos con la conciencia algo tranquila.

Mi cobarde e inseparable Corín, sé más valiente allá donde nos dirijamos.

Tú sabes ya, Corín querida, que yo soy también tú, tu otro yo aplastado, oculto en los recovecos y las sombras de tu ser, la auténtica Corín, la que amó a otras en secreto.

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 30 de Junio de 2009 a las 12:58

����������������������� Maira “La fantástica”

….Vitoria Santelices soñaba que la vida tenía grandes cosas reservadas para ella. Y las aguardaba llena de expectación. Mientras tanto, dejó��� la pila de libros que cargaba, sobre la mesa y los fue clasificando por temas, después por autores y finalmente por fechas y cuando hubo terminado con ese trabajo, los puso sobre el carrito y los transportó a las estanterías para ir colocándolos, uno a uno, en su lugar correspondiente. Hacía ya quince años que trabajaba en la Biblioteca municipal y todo esto era rutina.

Aquella mañana miraba nerviosamente hacia la puerta de entrada, esperando ver aparecer a aquel hombre de aspecto ausente que solía venir cada mañana, desde hacia un mes aproximadamente, consultaba todos los libros que trataran sobre la historia del descubrimiento de América y, después de unas ligeras palabras en voz baja, se iba. Pero hoy se retrasaba.

Se llamaba Esteban Cámara, era Catedrático de Historia y había vuelto al pueblo después de una ausencia prolongada. Vivía en las Cigüeñas, una casona que pertenecía a su familia desde siempre; era un lugar tranquilo, rodeado de viejos árboles que casi ocultaban el edificio a la curiosidad de los demás y que había permanecido cerrada durante años. …

Maira “La Fantástica” se recostó contra la pared y doblando una pierna apoyó el pié contra aquella. Miró de reojo el reloj digital de la Farmacia, al otro lado de la acera, suspiró y dobló la esquina de la página de la novelita que estaba leyendo. Aún era pronto y nadie vendría, pero no era seguro, por eso estaba ya allí. Sus compañeras se reían de ella, pero no le importaba, la llamaban la fantástica porque le gustaba soñar, porque pensaba que algo bueno iba a pasarle cualquier día y todo cambiaría en su vida, a mejor. Por eso disfrutaba con aquel libro que leía. En esas historias casi siempre las cosas acababan bien; por muchos líos y disgustos que tuvieran los protagonistas, al final todo se solucionaba.

Levantó la vista de la portada del libro, donde un hombre atractivo pasaba el brazo sobre el hombro de una mujer, que lo miraba con expresión enamorada. Un coche circulaba por la calzada despacio. Se irguió y comenzó a caminar por la acera cadenciosamente.

- ¡Un madrugador! – se dijo.

Pero pasó de largo hasta que desapareció por la esquina. Maira volvió a apoyarse en la pared y abrió el libro de nuevo. Le gustaba soñar ¿Qué había de malo en ello? Después de todo ¿que otra cosa le quedaba? Soñaba con cosas sencillas que cualquiera tenía y a ella se le habían negado siempre. Una familia que la cuidara, una casa que pudiera llamar suya, donde vivir ella sola o con alguien que la quisiera y a quien querer. Un trabajo del que vivir que no le avergonzara y sobre todo deseaba borrar de su corazón, de su cabeza y de todo su cuerpo la soledad y la falta de respeto. Apenas tenía 23 años y ya se sentía más vieja que el mundo. Mejor seguía leyendo:

… Esteban había dejado su Cátedra y había salido huyendo, por qué no reconocerlo, para esconderse en aquel lugar, apartado de lo que había sido su vida hasta entonces. Huía del escándalo, pero sobre todo lo hacía para olvidar su decepción y su tristeza. Aún no podía entender como el Juez había considerado que aquella acusación contra él, hecha por una jovencita despechada, pudiera tener algo de real. Pero el caso es que, sin acusarle en firme, tampoco había dejado claro que él era inocente. Estando así las cosas, el Rector lo había puesto en la tesitura de dejar su puesto voluntariamente o ser despedido, con lo que eso significaba para su futuro.

Lo peor había sido la incomprensión de Laura, su pareja. Las dudas que sentía sobre su inocencia o culpabilidad lo habían derrumbado totalmente. ….

Sin darse cuenta se había hecho de noche. Leía dirigiendo el librito hacía la luz tenue que daba la farola, sucia de polvo y telarañas, señalando con un dedo la línea en que estaba y titubeando a cada palabra un poco larga. De vez en cuando miraba a los lados y hacia la calzada, por si alguien se animaba a buscar entretenimiento no perderse el trabajo. Acababa de empezar una historia nueva y aún no estaba emocionante. A ella le gustaba la parte en que por fin la pareja se enamoraba. Entonces si que se volvía fantástica y se sentía la protagonista de la historia. ¡Cuánto deseaba tener un hombre que la amara, que quisiera enamorarla despacio y que la viera como la mujer que era y no como un simple objeto de usar y dejar!

Sin previo aviso, de un manotazo, el libro calló al suelo. Se sobresaltó y comenzó a temblar. Lo vio allí caído y sin saber ni lo que hacía, leyó: Nido de Cigüeñas� Corín Tellado.

- ¡Estate a lo que tienes que estar, puta!- el tipo la miraba con la cara de energúmeno pegada a la suya - Luego dirás que no hay trabajo y me pedirás que no te zurre, pero es que no aprendes.

Se agachó y guardó su libro en el bolsito, se ajustó la falda subiéndola un poco más y comenzó a pasear por la acera con pasos que querían ser sensuales. El hombre la siguió con la mirada durante un rato y luego desapareció en el portal más próximo. Las piernas le temblaban, en su vientre notaba la nausea que produce el miedo.� Un coche azul venía por la calzada siguiendo despacio el ir y venir de Maira. Ella acentuó su movimiento de cadera y cuando lo tuvo a la altura se dio la vuelta y lo animó a que parara. Luego asomó la cabeza por la ventanilla y preguntó:

- ¿Puedo ayudarte en algo? – su voz era dulce y zalamera

- Seguro que sí – respondió el hombre, de unos cincuenta y un poco grueso, mirándola de arriba abajo como midiéndola - ¿Tu que sabes hacer?

- Dime lo que quieres y yo te digo lo que sé hacer – sonrió, mirándole entre inocente y descarada.

- Lo primero, dime cuánto.

- 50, completo.

El lo pensó un momento. Poco. Volvió a mirarla, como aquel que contempla un traje que desea comprar, se pasó la lengua por los labios resecos e inclinándose sobre el asiento, abrió la puerta y le dijo: sube.

Maira dudó un momento.

- Serían 60 si quieres estar cómodo. Podemos subir a mi cuarto. Aparca ahí abajo que te espero aquí.

El hombre volvió a pensarlo. Ella se paso las manos por el pecho y las fue bajando por su vientre despacito a la vez que entreabría los labios y pasaba la lengua por ellos. No quería subir al coche. Tenía miedo. Demasiadas cosas le habían pasado ya, así que prefería evitarlo. El no dejaba de mirarla.

- De acuerdo – dijo finalmente.

Mientras esperaba, recordó lo que acababa de leer y se dijo:

- Si no fuera por mis sueños, ¿Cómo podría soportar todo esto?

El también le pasó el brazo por los hombros y bien apretados uno contra el otro penetraron en el oscuro portal y subieron las escaleras. Ella desconectó totalmente de todo; lo único que nunca conseguía alejar completamente era el miedo. Hizo como las tortugas cuando se esconden en su caparazón. Desapareció. No estaba.

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  • 30 de Junio de 2009 a las 14:10
UN ANHELO PARA CORÍN

Entró en silencio, para no despertar a su madre ni a los niños, y se dirigió directamente al dormitorio, avanzando a ciegas por un pasillo largo y negro, negro y asfixiante, como aquel terrible purgatorio al que estaba condenada. Sólo allí, tras cerrar la puerta, en medio de una oscuridad casi perfecta, se permitió un instante para analizar esa pregunta que no había sabido cómo responder durante la entrevista, y que aún daba vueltas por su mente.

¿A qué puede aspirar ya, si lo tiene todo? ¿Qué es lo que anhela Corín Tellado?

Recordó la mirada directa del periodista mientras planteaba mucho más de lo que decían sus palabras. ¿Había habido ironía en el tono? No, claro que no... Se estaba volviendo demasiado suspicaz. ¿Acaso no era una pregunta lógica? Incluso aunque deslizara también la insinuación de si, como mujer separada, sola, estaba disponible, si deseaba iniciar algo. Y era un hombre tan atractivo...

Dijo, al despedirse, que la llamaría…

¿Qué es lo que anhela Corín Tellado?

La cadena la atrapaba, como aquella oscuridad. Negro estéril, negro irrespirable, incapaz de concebir ni generar nada…

Encendió la luz.

La habitación se iluminó, deslumbrándola, rodeándola con sus mil detalles familiares. Los muebles, elegantes y clásicos, las viejas fotos del tocador, los cuadros de la pared… La cama, el gran lecho vacío, frío, hostil, al que estaba condenada. Qué irónico parecía todo, si lo pensabas bien. Aquel dormitorio era como su vida: muchos detalles, esplendor de luces, prosperidad aparente, creatividad, pero, en lo importante, vacía. Totalmente vacía.

Guardó el bolso y los guantes y se estaba quitando el abrigo cuando vio que había un paquete encima del tocador. Qué extraño. Por lo general, todo el correo se lo dejaban en el despacho. Ah, pero ponía “Urgente”. Rápidamente, lo abrió, con manos temblorosas, sospechando de qué se trataba. La esperaba, llevaba días esperándola, preparándose para ella, pero aún así, se sorprendió por la intensidad de la oleada de amargura.

Era el manuscrito de su última novela, uno de sus pequeños intentos creativos, de su forcejeo contra la cadena: el protagonista de aquella historia encontraba el amor pero se quedaba ciego. Un detalle trágico incrustado en la trama, cruelmente original, dándole mayor dramatismo. Por fin no era todo perfecto, no era un aséptico decorado de cartón piedra, previsible y con moralina.

Había numerosas indicaciones en los márgenes. Y una nota, sobresaliendo entre las páginas, que gritaba en grandes trazos rojos:

¡OPÉRALO!

Así. Orden imperiosa de los que sujetaban la cadena, los que imponían tema y estilo. Y, según el ritmo vertiginoso que exigían a la hora de escribir, esos cambios implicarían alguna noche en vela, si quería entrar en plazo… Tras lo sucedido en la entrevista, descubrió que no se sentía con ganas de seguir permitiéndolo.

Llena de ira, Corín fue al despacho, dejó la nota sobre la mesa y se sentó ante la máquina. Introdujo una hoja en el carro, y empezó a escribir:

--------------------
Se había quedado definitivamente ciego. No veía, no vería; tras tantas decepciones, empezaba a asumirlo.

Pero no le importó habitar aquella negrura densa, aquel vacío muerto de color, porque había descubierto el olfato, y podía sentirla al llegar, captando ese maravilloso perfume de violetas que le era tan propio. Y se asombró con el tacto, capaz de percibirla en la distancia, estremeciendo su piel. El oído existía para captar aquella risa maravillosa que llenaba de luz su oscuridad.

Y el gusto, el gusto… Quería besarla…

–Hablaré con la compañía –dijo ella. Era azafata. Las azafatas eran solteras, siempre. Una mujer casada no podía estar todo el día de un lado a otro, como si no tuviera un hogar que atender– Quizá quieran hacer una excepción, dado que estás ciego. ¡Y, si no, no nos casaremos! –exclamó, con firmeza– ¡Viviremos nuestro amor libremente! ¡No tenemos por qué rendirle cuentas a nadie! Te quiero –oh, la voz amada, surgiendo de la negrura, pronunciando las palabras amadas– Eso no cambiará jamás…
--------------------

–¿Mamá?

Corín se sobresaltó. Al girar bruscamente hacia la puerta, la nota salió volando, dio un par de vueltas en el aire, y cayó al suelo, entre su hija y ella. Las grandes letras rojas, escritas con fuerza y rabia, quedaron a la vista.

¡OPÉRALO!

Una línea.

Una frontera, entre ella y la niña.

Una premonición.

La cadena se tensó de tal forma que creyó que se asfixiaría allí mismo. ¿Cómo había podido pensar que había una salida, una escapatoria? Ridículo. Tenía dos hijos, y una apariencia de independencia que mantener… ¿Qué podía hacer una mujer como ella en el mundo que le había tocado, en ese mundo de hombres, ese terreno agrio y maléfico, si no tenía algo de poder? En buena parte estaba atada por su propia culpa, por sus propias decisiones erróneas. Nunca debió casarse, no así, no por despecho. Ahora, sus hijos no tenían un padre, ella no tenía un marido, estaba sola, estaba sola, mil veces al día tenía que repetirse que estaba sola, que la vida se le escapaba de entre los dedos, que su carne estaba muerta, sus labios secos, su lecho vacío y, para colmo, su corazón quería sangrar textos que nadie le permitiría escribir.

Alzó los ojos, y se encontró con los ojos asustados de su hija.

–¿Mamá, estás bien?

–Sí, cariño, perfectamente –recogió la nota, y la arrojó sobre la mesa, como con indiferencia. Incluso logró sonreír– Lo siento. ¿Te he despertado?

–No te preocupes. Pero, como no sueles usar la máquina de noche… –Cierto, pensó Corín sorprendida. Con aquel arrebato de soberbia de escritora herida, se había olvidado de todo y de todos. Incluso de lo más importante de su existencia, algo que estaba muy por encima de aquello que tanto dolía: sus hijos. Y los había perturbado con el ruido del destrozar la cadena, sin darse cuenta de que también era la cadena que protegía su pequeña familia. De otro modo, en su mundo de hombres, en su decorado enemigo, nunca hubiera podido separarse con tanta rapidez y facilidad, ni vivir con tal independencia.

–Perdona –no sabía qué decir, como tantas veces ante el folio en blanco…– Tenía que… arreglar una cosa.

–Esta tarde te vi triste… –su hija se acercó, y la besó en la mejilla. Beso de hada que curaba corazones sangrantes, que inspiraba nuevas fuerzas y lo justificaba todo. Todo. ¿Cómo había llegado a pensar que no había amor en su vida? Absurdo. Lo respiraba cada día, vivía inmersa en la emoción más intensa, más profunda, más grandiosa, que podía llegar a sentir una mujer. Estrechó a su hija con fuerza, transmitiendo cosas que ninguna palabra era capaz de expresar. Cuando la dejó, y se miraron, la niña sonreía. Ojos sabios, sonrisa sabia, como si hubiese visto la cadena, y comprendiese su significado– Gracias, mamá.

Su hija salió del despacho. Corín agitó la cabeza. Se sentía demasiado cansada, demasiado confusa por aquel maldito periodista, que seguramente sí usó un tono irónico mientras se planteaba seducir a una separada famosa, para jactarse por la conquista, y ver qué podía sacar de semejante aventura.

Maldito mundo de hombres, maldito mundo agreste y hostil…

Iba a irse a la cama, harta de todo, pero se fijó en el papel arrugado.

¡OPÉRALO!

Si no escribía aquellos párrafos, al día siguiente tendría menos tiempo para las novelas que debía entregar, y ya estaba casi fuera de plazo. No podía arriesgarse, necesitaba aquel respaldo…

Pero al menos, como su personaje, ya no estaba ciega. Si aquel periodista llamaba, le diría que no. Como a todos.

Sacó el folio de la máquina y puso uno nuevo.

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A pesar de las escasas expectativas, el doctor Martín decidió intentar la operación. Fueron largas horas de angustia, en las que ella permaneció de pie en la atestada sala de espera del hospital, pegada a la pared, sin moverse, rezando una y otra vez el rosario. ¡Tenían que curarle! ¡Tenían que conseguirlo! ¡Si no, no podrían casarse! ¡Carecían de dinero, y ella tendría que continuar trabajando! Y, las azafatas, no eran mujeres casadas, nunca. Eran jóvenes solteras, a la espera de encontrar el amor, y su auténtico destino: la felicidad de un hogar bien cuidado.

Estaba rezando un nuevo Ave María, cuando un límpido rayo de luz cruzó en diagonal la ventana, iluminando de lleno al doctor Martín, que se acercaba con una sonrisa resplandeciente.

–¡Ha sido un milagro! –dijo.
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  • 1 de Julio de 2009 a las 18:10

El Síndrome de Lorena Kolsen.

����������� Lorena Kolsen nació en Hamburgo, en 1917. Curiosamente, se piensa que fue una de las primeras personas en morir en el mundo por el Síndrome de Lorena Kolsen. En 1924, la familia Kolsen emigró a EEUU, donde su padre tenía la ambición de ejercer la investigación médica en el campo de la anatomía forense.

����������� En 1926, el señor Kolsen, sin haber podido conseguir ninguna aceptable beca de investigación, comenzó a trabajar para el departamento de policía de Chicago como médico forense. Lorena quería seguir los pasos de su padre, pero la Medicina era, en aquella época, una carrera inalcanzable para cualquier mujer; en 1935 comenzó sus estudios de enfermería. Sorprendió a su burguesa familia ingresando como voluntaria para la Cruz Roja. Ejerció su profesión en África y Sudamérica, y comenzó a recopilar una ingente cantidad de datos estadísticos que le interesaban y curiosidades médicas que no solían ser tomadas en consideración.

����������� Se ganó una reputación importante en el gremio médico con el que se relacionó durante la Segunda Guerra Mundial. Entre decesos y amputaciones, aprovechaba cualquier instante para hacer constar a los sanitarios o cirujanos algunas de las muchas hipótesis que comenzaba a conjeturar sobre las relaciones entre las muertes inexplicables. De este modo, su material de estudio eran tanto las publicaciones científicas como las revistas sensacionalistas de fenómenos extraños en las que se recogían pavorosos documentos de combustión espontánea humana o muertes súbitas. En el infernal ambiente de la Guerra, las más inusitadas teorías podían parecer plausibles, cuando la lógica y la humanidad estaban derrumbándose junto a los puentes y los muros.

����������� Al acabar la guerra, el doctor Benjamin Connors, de la Universidad de Columbia, solicitó una beca de investigación en su nombre para posibilitar secretamente las investigaciones de la enfermera Kolsen: un trabajo estadístico sobre la universalidad de cierto tipo de muertes inexplicables. No conectadas por la raza, la alimentación ni los factores medioambientales de observancia médica normal, dichas muertes debían tener un nexo de unión. Debía haber un detonante que pudiese ser activado por algún tipo de reactivo de origen desconocido. Un detonante que, en principio, era común a todos los seres humanos.

����������� La búsqueda de dicho elemento y del factor reactivo suponían una investigación mucho más larga y costosa, pero el artículo de Kolsen, firmado por el doctor Connors, levantó tanto interés que consiguió remover un poco más los bolsillos de la Universidad. En 1951, Lorena Kolsen cometió su mayor fallo redactando y suscribiendo un artículo para una famosa publicación médica, como si se hubiese olvidado con el transcurso de sus investigaciones de que su trabajo estaba amparado bajo el prestigio de un hombre. En dicho artículo se atrevía a hablar del Síndrome de Lorena Kolsen. Argumentava la hipótesis de que todos los seres humanos tienen un factor en su código genético cuya única utilidad es provocar el colapso del organismo y su muerte, ante una determinada circunstancia. Explicó que el modo de la muerte sería distinto dependiendo del factor detonante que lo activase en cada momento. Introdujo conceptos tan fantásticos para la época, como que la alteración de los ritmos del sueño podían ocasionar que el reactivo se manifestase a través de la combustión espontánea humana, que los ciclos de las mareas, en la gente que vivía en la costa, podían desembocar en un coma irreversible, y que las alteraciones electromagnéticas provocadas por el sol podían llevar a una sintomatología parecida a la de una gripe incurable.

����������� El artículo supuso un escándalo y el nombre del doctor Benjamin Connors quedó para siempre vetado en la comunidad científica. Al conocerse el asunto de la estafa de la beca de investigación, el doctor Connors abandonó la Universidad de Columbia y se vio obligado a trabajar para una agencia de seguros. Lorena Kolsen defendió su teoría con una convicción inquebrantable, pero la opinión pública fue tan devastadora y la crítica médica tan cruel, que su estado de ánimo se vio seriamente dañado; incluso su salud mental, según dijeron algunos.

����������� El Síndrome de Lorena Kolsen acabó convirtiéndose en un arquetipo de la vaguedad médica ante lo desconocido, una broma entre estudiantes, una frase de recurso como “el espíritu de la escalera” o “la ley de murphy”.

����������� En 1960, una estudiante israelí de sociología basó su tesis en los juicios públicos a mujeres que han pretendido cumplir la función de hombres. Quiso añadir entrevistas a mujeres contemporáneas que hubiesen sufrido situaciones similares y, entre otras muchas, concertó una entrevista con Lorena Kolsen. Según la estudiante israelí, la señora Kolsen vivía en una casa enorme en pleno centro de Chicago, herencia de sus padres. La casa estaba prácticamente vacía de muebles, pero se podían encontrar enciclopedias apiladas a modo de asiento y televisores ubicados en cualquier rincón, cada uno sintonizando una cadena distinta. La señora Kolsen se mostró lúcida aunque algo tensa y expuso sus teorías con la misma convicción de antaño, arguyendo igualmente estadísticas sólidas y relaciones de ideas muy creíbles. Sin embargo, quizá debido a su encierro, dentro de su discurso comenzaban a barajarse conceptos metafísicos e incluso mitológicos; hablaba de Enkidú como el elemento que había escondido los reactivos en el cuerpo del hombre y de Tiamat como quien había dispuesto la forma en que actuarían cada uno de los detonantes.

La tesis de aquella estudiante obtuvo una calificación muy alta y quedó archivada en la Universidad de Ciencias Sociales de Tel Aviv; dos días más tarde, la joven estudiante murió en la detonación de un artefacto de origen desconocido contra la carrocería del autobús que tomaba cada día para visitar la biblioteca.

����������� Con respecto a Lorena Kolsen, no se supo nada más hasta que la enfermedad comenzara a golpear en todos los rincones del mundo muchos años más tarde. Tan sólo los médicos con mayor edad recordaban haber usado la expresión “Síndrome de Lorena Kolsen” para referirse a las explicaciones paranormales o enrevesadas que podían darse a un hecho científico aún no explicado y cuando querían referirse a un científico con tendencia a establecer relaciones de ideas demasiado paranóicas.

El doctor Connors había muerto de una insuficiencia cardíaca en el verano de 1968; tan sólo su hija Norma, doctora en Medicina en el campo de la psiquiatría, había conocido personalmente a Lorena Kolsen y la había admirado profundamente siendo niña.

����������� Norma Connors fue quien desenterró los viejos estudios de Kolsen cuando una de cada diez personas en el mundo habían muerto tras padecer los mismos síntomas infecciosos, sin rastro alguno de infección. A través de Norma Connors, el concepto “Sindrome de Lorena Kolsen” dejó de entenderse como una broma de médicos y se transformó en la acepción oficiosa de la plaga que estaba acabando con la humanidad; pasó a mencionarse en la prensa por sus terribles siglas: SLK. Catorce doctores la ayudaron a transcribir las anotaciones de la señora Kolsen, incluso las notas más ilegibles que había tomado en sus últimos días de vida. Tardaron mucho en perder la esperanza de encontrar una solución. Cuando fueron descubriendo las facetas más esotéricas de los últimos escritos de Kolsen, decidieron guardar silencio sobre tan esperpénticas proposiciones para no manchar más el recuerdo de quien había sido una investigadora abnegada y una buena amiga de la familia Connors.

����������� Sólo al encontrar su diario personal, llegaron a la conclusión de que quizá todo ese trabajo había sido el producto de una mente que llevaba sufriendo muchos más años de lo supuesto. Según el diario, durante su estancia en Perú, trabajando para la Cruz Roja, la enfermera Lorena Kolsen se había quedado embarazada y había dado a luz a un niño mestizo completamente sano. A los dos meses de edad, la criatura amaneció muerta sin motivo aparente; lo que en la Medicina se conoce como síndrome de la muerte súbita del lactante. Nunca se lo comentó a nadie de su familia ni a nadie que la hubiese conocido fuera de Chile. El conocimiento de que aquel trágico suceso podía haber marcado todas las investigaciones posteriores de Lorena Kolsen, acabó con las más mínimas esperanzas del grupo de investigación capitaneado por la doctora Connors para encontrar algún atisbo de luz sobre la enfermedad.

Una mujer podía acceder a los más altos cargos médicos en casi cualquier región del planeta, pero ningún médico podía dar credibilidad a una investigación científica motivada por el dolor de una madre.

����������� Ni aunque el mundo estuviese en llamas.

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  • 2 de Julio de 2009 a las 21:36

El juicio de Dios

Cuando despertó, estaba sentada en una silla. Tenía la cabeza gacha, así que lo primero que comprobó es que no había nada bajo sus pies. Literalmente nada. Sólo un blanco luminiscente que se extendía infinito. Aunque lo lógico hubiese sido lo contrario, no sintió miedo. Acababa de recordar que estaba muerta y, por lo tanto, cualquier cosa que pasase a partir de ahora entraba dentro de lo posible.

Levantó la vista. Sólo vio más Nada, idéntica a la que tenía debajo. Supuso que algo tendría que ocurrir, así que se limitó a esperar. Para entretenerse, se imaginó qué estaría pasando abajo: quiénes la lloraban, quienes aplaudían, los homenajes (era lo propio)…

De pronto, y aunque había cerrado los ojos, notó algo parecido a un fogonazo. Cuando volvió a abrirlos, enfrente tenía una mujer de unos cuarenta años, aferrada a la silla y con cara de pánico.

- Tranquila, tranquila -le dijo a la recién llegada-. Todo está bien: está usted muerta.

- ¿Muerta?

- Sí, querida. Del todo. ¿No lo recuerda?

La nueva pareció esforzarse en recordar. De pronto, abrió de par en par los ojos y empezó a decir que “sí” con la cabeza.

- Ahora me acuerdo, sí. He tenido un accidente. ¿Cómo he podido olvidarme de algo así?

- Bueno, no estamos en las mejores circunstancias…

- ¿Y usted?

- Muerte natural. De vieja, vamos. ¿Cómo se llama?

- Amelia. ¿Usted?

- María del Socorro. Encantada. ¿A qué se dedicaba, Amelia?

- Soy… Bueno, era editora y miembro del PFR.

- ¿Del qué?

- Partido Feminista Revolucionario. ¿Y usted?

- Era escritora.

- Vaya… ¿Y con qué nombre firmaba? Siendo editora, quizá haya oído hablar de usted.

- Corín Tellado.

Amelia se llevó una mano al pecho y abrió tanto los ojos y la boca, que parecía que estaba a punto de darle un infarto y morir por segunda vez. La escritora, por su parte, no era capaz de aclararse si aquella reacción era buena o mala.

- ¿Corín Tellado? ¿La de las novelitas románticas?

- La misma que viste y calza.

- Valiente hija de puta…

Corín se tapó la boca, ofendida. Después, con gesto de extrañeza y manteniendo la calma, dijo:

- No entiendo…

- ¿No entiende? ¿No entiende? ¿Sabe por qué hacen falta partidos como el PFR? Por gente como usted. Por gente que se empeña en reproducir estereotipos caducos y denigrantes para la mujer, y en extenderlos como una epidemia. ¿Sabe cuánto daño ha hecho a una generación entera? ¿Sabe cuánto ha tenido que sufrir la generación siguiente siendo educada por la generación que se educó con gente como usted?

- Espere un momento. Yo no creía en lo que escribía. De hecho, en la vida he ido a contracorriente, por delante de mi tiempo. Cuando nadie se divorciaba en este país, por ejemplo, yo…

- ¿Y a quién le importa eso? ¿Pretende que me conforme con esa explicación, con un “haz lo que yo hago pero no lo que yo digo”? Lo que usted hacía, ¿a cuánta gente llegaba? En cambio lo que escribía…

- Yo vendía historias de príncipes azules.

- ¡Oh, venga ya! Usted escribía mierdas sobre Barbie y Ken.

- Las de Barbie y Ken también son historias de amor, ¿no?

- Noooo, no me líe. Usted fue un colaborador cultural del régimen. Usted se encargó de mantener a la mujer anclada en el rol que se le imponía.

- ¿Sabe qué pienso? Que como a casi todas las feministas de ahora, se le ha ido la mano.

Antes de que Amelia pudiese rebatir nada (o darle un sopapo, que es lo que le pedía el cuerpo), otro fogonazo. Esta vez, mayor. De hecho, las dos se taparon la cara con las manos. De entre la luz, surgió una figura oronda, de barba cana y rostro a medio camino entre la amabilidad y el hartazgo.

- Vamos a ver… -dijo- Amelia y Corín, ¿no?. Te llamaré así, si no te importa…

- En absoluto -dijo la anciana.

- Un momento. ¿Se puede saber quién es usted?-preguntó Amelia.

La figura extendió los brazos y se miró de arriba abajo con gesto de incredulidad.

- ¿De verdad no se nota? ¿Hago el esfuerzo de no aparecer como ente de energía y no sirve de nada? ¡Por amor mío! ¡Soy Dios! -las dos levantaron las cejas, sorprendidas- En fin, no perdamos el tiempo en cuestiones de atrezzo que aún me queda mucho por hacer. Ayer se me fue la mano con las defunciones… -carraspeó- Bien. En primer lugar, dictaré sentencia para ti, Amelia, mi oveja descarriada.

- ¿Descarriada? -repitió ella.

- Mucho. Tanto que, te lo esperes o no, te vas a ir al Infierno.

Al pronunciar la condena, dos ángeles de enormes alas y envueltos en fuego, surgieron a espaldas de la feminista. La aferraron de los brazos mientras ella no dejaba de retorcerse y de preguntar a gritos “¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?!”.

- Porque basándote en el trato histórico que la mujer ha recibido, has predicado máximas que la están convirtiendo en explotadora de lo emocional, en prostituta de la maternidad (utilizándola a su conveniencia en querencias y trabajos), en expropiadora de bienes en injustas separaciones matrimoniales…

- ¡¿Pero qué está diciendo?!

- Mira -dijo Dios-, no voy a entrar a discutir. Te vas al Infierno. Díjolo Blas, punto pelota.

- ¡¿Y esa zorra?! ¡¿Vas a salvar a esa zorra?!

- Pues mira por dónde, sí. Y se acabó la fiesta. Lleváosla.

Corín, repuesta ya de la impresión, sonrió por primera vez. Aunque confiaba en que fuese así, la verdad es que se sentía mucho más tranquila ahora que sabía que su sitio estaba allí, al lado de Nuestro Señor. Y cuando éste le hizo un gesto para que se acercara, se levantó ligera, sin miedo a no encontrar suelo que pisar. Al llegar a su altura, el Padre la rodeó por los hombros, empujándola a caminar junto a él.

- De todos modos, Corín, no te columpies, ¿eh?, que tú tampoco tenías que estar aquí -la anciana se paró en seco, pero él la instó a continuar-. Si te quedas es porque mi madre (bueno, ya me entiendes, la de Jesús; pero como somos trino…) me lo ha pedido por favor porque, según parece, le gustan tus novelitas. Pero si fuese por mí, estabas más en el infierno que la feminista. En fin -suspiró con resignación divina- Ni yo mismo, que os hice, sé cómo me pudisteis salir tan retorcidas las mujeres… Está claro que tenía un día tonto.

concursoderelatos
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  • 2 de Julio de 2009 a las 23:21
Carta de amor desesperada.

Amado mío:

Escribo esta carta bajo una terrible desesperación que ha anegado hasta el último rincón de mi alma. Tú no la conoces, esta desesperación, esta fatalidad que me ha perseguido desde el día en que nací. Es el miedo que acecha, el terror con un nombre propio, pero que de cualquier identidad carece. Es el sino del horror, de la pesadilla que me ha tocado vivir y que me convierte los días en noches oscuras y vacías.

Estoy harta. Ya no puedo más. Ya no aguanto más…

Esta noche, cuando la luz de la luna asome por vez primera entre los cristales de mi ventana, habrá llegado mi fin. No me atrevo a decirte cómo será o qué ocurrirá, sólo sé que esas malditas nubes que flotan impasibles en el cielo lo anuncian, mofándose de ello, riéndose de mí.

No trataré de convencerte de nada, ni de juzgar ni de denunciar nada. Tansolo espero, que cuando leas esta página, atropelladamente garabateada, llegues a entender porque deseo tanto el olvido o la muerte.

>>El verdadero horror empezó cuando mis padres me obligaron a casarme con un hombre rico que me sacaba el doble de edad y que no conocía de nada. Yo sólo tenía diecinueve años, era una niña, indefensa y sola, y mis palabras o deseos no significaban nada.

Era el año 1940. La Guerra Civil por fin había acabado. Fue el acontecimiento más importante y decisivo de nuestra historia, tal y cómo dijo el authentique et sincère Lionel Trilling con su gran “Homenaje a Catalunya”. Pero después de ella no vino nada nuevo, ni hubo ninguna buena voluntad de mejorar las cosas.

Fue la dictadura su gran legado, una dictadura larga y cruel dónde las mujeres sólo cumplíamos un papel: el de la esclava para el marido. Y ese era el rol que me tocó interpretar ya desde temprana edad. Todo era una farsa, un montaje, una obra de teatro puesta en escena con vil perversión y nefastas consecuencias.

Creo que de haber podido elegir, habría elegido poder morir de rodillas o tirada sobre el sucio barro con un tiro en la cabeza. Quizá juntamente con el gran García Lorca, o al lado de cualquier otro artista injustamente odiado y despreciado por ejercer sus propias libertades o, simplemente, por ser diferente.

Pero eso no podía ser, y ojalá me hubieran asesinado de esa manera, y me hubieran liberado de vivir este tormento, este Hades de desesperación donde es un hombre, un sólo y único hombre el que lleva los cuernos y la cola del diablo.
No me asesinaron de esa manera, no… pero me han estado asesinando todos estos años, hasta hoy…

Mi vida no significa nada, nunca he tenido expectativas, ni objetivos ni nada qué hacer. Mis ilusiones -si de lo que me ha ilusionado se le puede llamar ilusión- fueron aplastadas como apestosas cucarachas bajo pesadas botas. Mis sueños -¿qué es eso, dime, qué es eso?- creo que nunca han existido, han sido una sombra de lo que quedó de mi alma después del día de mi boda.

Desde entonces, me he pasado mi vida suplicando al cielo un poco de clemencia, un poco de amor y de estima. En mis pesadillas se han mezclado fugaces rayos de luz anunciando mi príncipe azul. Pero él nunca ha llegado. Y yo lo he llamado, y he gritado. Pero la inmensidad azul me ha ignorado.

En su lugar, y a su antojo, otro hombre me desposa cada noche, me viola y me tortura bajo la fría y maldita mirada de un astro herido. La luz mortecina esconde estas agresiones, y el maquillaje hace el resto. Nunca salgo de casa, nunca salgo a la luz del sol. Yo sólo cocino, limpio, cocino, y sangro cuando me viola.

¡Maldito sea todo! ¡Maldito seas tú que no has venido! ¡Maldito sea el cielo, que ignora mi dolor! ¡Maldita sea la luna, con esa detestable giba garfiosa que atormenta mi alma! Maldito sea todo… malditas sean las nubes, que cuando oigan el ruido seco de la tierra cuando me abrace, ¡seguirán danzando impasibles en el cielo!