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Foro para escritores de Bubok

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tenientetulip
tenientetulip
Mensajes: 848
Fecha de ingreso: 26 de Septiembre de 2008

III Certamen de Relatos de Usuarios de Bubok

1 de Marzo de 2009 a las 22:27

De bien nacidos es ser agradecidos; así que gracias. Mil gracias por haber leído todos los relatos (también los míos: iban en el lote) y por haber elegido “Pasos de baile” y haberle dado algún cariñito a “Un minuto de gloria”. Reconocer que ha sido muy interesante leeros y que las puntuaciones no dejan de ser la prueba definitiva de que cada persona es un mundo y cada lector, dos.

Ojalá en este III Certamen se animen más bubokianos; a escribir o a puntuar. Si el tema que he elegido no ayuda, confío en que sepan ustedes disculparme:

FANTASMAS (entendidos como entes paranormales y no como ese tipo que todo el mundo conoce y que se las da de lo que no es)

Así que… Pistoletazo de salida al III Certamen de Relatos de Usuarios de Bubok.

Que la inspiración os acompañe.

Suerte!

concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 2 de Marzo de 2009 a las 11:36

El fantasma de la niebla

         Nada más levantarme me puse frente a la ventana para echar un vistazo al nuevo día y a la pradera donde él tiene su mundo. Otro susto que me he llevado pero éste en serio. Como la niebla era tan espesa ni veía el pinar ni lo veía a él ni la pradera ni nada. Solo niebla un poco fría y las hojas del acebo llenas de pequeñas goticas de rocío. Como si hubiera caído una fina lluvia o un rocío de miel derretida. Y estaba yo entretenido gozando de tan delicado espectáculo, rocío mañanero y silencio de oración, cuando de pronto lo he oído  como pidiendo socorro. Sinombre rebuzna como todos lo burros del mundo pero tiene muchas formas de hacerlo. Igual que las personas con la entonación de su voz cuando hablan pueden expresar distintas situaciones o estados de su alma, igual le pasa a él cuando rebuzna. Y el rebuzno que esta mañana he oído transmitía una situación concreta. En cuanto lo he oído he notado que estaba pidiendo socorro. Que le pasaba algo extraño. Sin pensármelo dos veces he salido corriendo, he atravesado el jardín y en un abrir y cerrar de ojos me he encajado a su lado. Lo he visto tal como me lo había imaginado: Un poco reculado contra el tronco de la encina vieja y mirando como pasmado hacia el bosque de los pinos. Con sus dos grandes orejas levantadas y con los ojos abiertos en forma de lunas misteriosas.

- ¿Pero qué pasa, hombre?

Le he preguntado en seguida al tiempo que me pongo a su lado para darle ánimo. Ya te he dicho que Sinombre nunca ha sido miedoso y por esto me extraña más lo que veo esta mañana. Casi sin poder articular palabra, en la medida que él articula las palabras que yo entiendo perfectamente, me ha dicho: “¡Un fantasma que me quiere engullir!”

Me doy cuenta que tengo que alentarlo de la manera que sea. Por eso le he digo:

- ¿Dónde está ese fantasma que me lo como yo ahora mismo? ¿Con qué permiso se ha metido en este jardín tuyo?

Tembloroso y reculando contra la encina al tiempo que se pega a mí, dice: “Eso digo yo ¿con qué permiso se ha metido aquí ese tan tenebroso fantasma? Tienes que hacer algo en seguida.” Le digo:

- Tranquilo que ahora mismo me lo como con orejas, patas y rabo. Ese fantasma se va a enterar de lo que es bueno. ¡A quién se le ocurre venir por aquí para turbar tu paz! Vamos, hombre, lo que faltaba, que los fantasmas vengan ahora a complicarnos la vida. Que se vayan a freír espárragos y nos dejen en paz. Pero no tengas miedo, que los fantasmas nunca se comen a los burros ni a las personas. Son peores los alumnos de la Universidad porque te dicen palabrotas y te humillan. Los humanos, en mucha ocasiones, son peores que los fantasmas de los cuales no hay que asustarse nunca porque de ningún modo harán daños a los seres vivos. Porque ¿sabes? Los fantasmas solo existen en la mente de las personas. Y más en aquellas personas que no tienen el alma limpia ni paz en su corazón ¡Pero yo, vivito y coleando, me  voy a comer ahora mismo al fantasma que se ha metido en este jardín tuyo. Para que se entere lo que es bueno! 

         Lo he dejado bajo la vieja encina, pegado al tronco. Está sudando del susto. Del rocío de la noche y, del susto que se ha pegado, está sudando. Luego tendré que darle una buena ducha y secarlo al sol si es que hoy sale el sol. Pero mientras él se queda bajo la encina yo me he venido por el lado de abajo del pinar. Un poco agachado para que el fantasma no me vea. Por cierto, a estas alturas todavía no he visto yo ningún fantasma en el jardín ni por entre los pinos. Pero Sinombre me lo ha dicho y lo creo a pies juntillas. Así que tapándome con la torrentera y los pinos me he aproximado al corazón del pinar que es donde los pinos crecen más espesos y la niebla es más densa. Miro con toda concentración pero no veo ningún fantasma. Oigo a Sinombre que dice: “Sí, sí, por ahí es por donde yo lo he visto.” Vuelvo a fiarme de sus palabras y, sin ver nada, salgo corriendo por entre los troncos de los pinos y con los brazos abiertos al tiempo que grito fuerte:

- ¡Fantasma de las nieblas y los pinos de Sinombre! ¿Dónde te escondes que quiero comerte vivo?

¡Mira! Este grito mío ha sido como un explosión de terror, de llamadas de socorros, de terremoto, de qué sé yo. Porque lo que ha sucedido en el jardín de Sinombre ni te lo imaginas. Los mirlos han salido volando, las ardillas han saltado por las ramas también chillando, Sinombre se ha puesto a temblar y a rebuznar como diciendo: “¡Mamaíta mía que me muero! Esto no hay quien lo aguante.” Y en cierto modo tiene razón porque como la niebla es tan espesa no se ve nada. Ni a dos metros por delante. Pero mi arrojo y potencia de voz ha surtido un efecto inesperado. Ni yo me esperaba lo que podría pasar y tengo que confesar que al ver lo que sucede hasta me asusto un poco. A mi terrible voz y arranque, de entre el corazón del pinar y la densa niebla, ha salido corriendo lo que sea. Una cosa grande así como una persona pero sin brazos ni pies ni cabeza ni nada. Como una sábana que vuela por el aire envuelta en la niebla y atravesando los troncos de los pinos. Sigo corriendo y gritando:

- ¡Espérate ahí fantasma que quiero ver tu cara!

Pero el fantasma ni se lo piensa, todo muerto de miedo. Y yo creo que él se ha creído que el fantasma real soy yo. Por eso corre que se las pela y ni para dar un recado se detiene. Cuando ya va saliendo del pinar hacia la casa del guarda del jardín oigo que grita:

- ¡Socorro, mamá que me come un fantasma!

Veo que la sábana se cae y entonces corro un poco más. Lo descubro y al verlo quiero morirme de risa. Sigue gritando:

- ¡Mamá sálvame que me come un fantasma!

Me entra más la risa y le digo a Sinombre:

- ¡Ya está! El jardín ha quedado limpio de fantasmas. Vente para acá que te vas a morir de risa como yo.

Oigo que me pregunta: “¿Pero qué es?”

- ¡Que de fantasma nada, hombre! Vente que ya verás. ¡Para escribir una historia porque la cosa tiene guasa!

         Cuando ya Sinombre se ha venido a mi lado le digo:

- ¿Sabes quién era?

Todo intrigado me pregunta: “¿Seguro que algún muerto que se ha escapado del cementerio y aprovechando la tupida niebla de la mañana se le ha ocurrido venir a darme un susto?”

- Nada de eso. Mira para allá y lo verás con tus propios ojos.

Sinombre mira para el lado de la casa del guarda del jardín, Por la puerta sale Lucía y viene hacia nosotros. Noto que Sinombre no se lo puede creer. Sacude su cabeza, mueve las orejas, abre y cierra los ojos y espera que Lucía se acerque. Ella se acerca toda preocupada y cuando todavía está a solo unos metros  le pregunta:

- ¿Me perdonas? No quería espantarte. Es que la niebla me gusta tanto que se me ocurrió jugar otro juego contigo. Te lo tenía que haber dicho pero entonces a lo mejor no te hubieras asustado. Era solo un juego. ¿Me perdonas?

Sinombre se acerca a ella, le pone su cabeza en el hombro y bajito le dice al oído: “Estás perdonada porque veo que lo único que quieres es jugar conmigo. Ere una niña juguetona que se inventa los juegos más raros para alegrarme la vida. Estás perdonada pero que sepas que me has dado un gran susto. Ya se me ha pasado todo y el descubrir que lo has hecho por divertirte un rato, me alegra. Nada que perdonar y tan amigos como siempre.” Los dos se han dado un abrazo y a mí se me ha conmovido el corazón. En estos momentos me acuerdo de ti y como tengo en el bolsillo la carta que anoche escribiste, le digo a Sinombre y a Lucía:

- Ea, ahora vamos a sentarnos un ratico en el borde de la Fuente de los Nenúfares que os voy a leer la carta de la Princesa. Ya veréis qué bonita y la de cosas que nos cuenta. Ahora tiene una potrilla nueva y está contenta. Escuchad, veréis.

  

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 2 de Marzo de 2009 a las 19:23

HUESOS

 

            Él no me ve cuando yo ya puedo verle. Está revolviendo en los cajones de mi dormitorio buscando joyas, dinero. No creo que las encuentre. Se detiene sentado en la cama, indeciso. Mira a su alrededor, paseando incluso su mirada por la oscuridad en la que estoy. Nota algo extraño, pero no lo tiene en cuenta. Se dirige con decisión al armario, donde está toda mi ropa, y allí revuelve y busca un buen rato; de nuevo esa respiración de esfuerzo. No encontrará nada de valor, yo lo sé, pero él se queda aún demasiado tiempo. Sale del armario con algo de ropa interior femenina, que es mía, por supuesto. Sonríe y la codicia que le hacía respirar trabajosamente ahora es lascivia juguetona y atrevida.

            Decido que esto ha llegado demasiado lejos.

            El hombre acerca las prendas a su cara para olerlas, y seguramente se imaginará que huelen a sexo, aunque solo huelan a jabones de armario. Aprovecho el momento para dirigirme a la ventana del dormitorio. La abro un poco y el aire entra y levanta las cortinas. El hombre mira. No parece alarmado, pero sí extrañado. Él no ha abierto esa ventana. Se acerca para cerrarla, así que yo me muevo rápidamente, por encima de mi cama, hacia el otro extremo del dormitorio. Allí golpeo con fuerza uno de los cajones que están abiertos. Se cierra con tanta brusquedad que el individuo pega un salto.

            Está seguro de que ese cajón estaba abierto. No ha cerrado ninguno, porque se encontraba seguro y confiado de que tenía todo el tiempo del mundo. Ahora estoy enfadada por dos motivos: por su intrusión repugnante en mi casa y por su actitud cobarde y estúpida. Mi ira congela el aire. Puedo ver cómo su respiración se condensa y el hombre tiembla. Me dirijo a él, aunque él no lo sepa, y lo atravieso con firmeza, gritando a mi manera. Nota esa terrible sensación de vulnerabilidad. Se agarra el pecho y el abdomen, porque se siente vulnerable y cerca de la muerte; está cerca de la muerte.

            Y cierro de un golpe la puerta del armario.

            Esta vez se le escapa un grito.

                        - ¡Dios mío! - dice.

            Golpeo varias veces la puerta del armario, que ahora se abre y cierra como la boca de un monstruo. El hombre suelta mi ropa. Está temblando realmente y noto su miedo como alimento para mí. Me alejo de mi armario y paso sobre la cama para que giman sus muelles. Otro sobresalto.

            El hombre sale de mi dormitorio mirando hacia todas partes, sin ver nada. Se dirige a las escaleras. En el pasillo, donde los adornos son de menos valor, doy rienda suelta a mi furia. Golpeo los cuadros para que vuelen hacia él. Tiro un paragüero, un perchero. El hombre está corriendo ahora. Si mirase hacia atrás, vería aparecer mi rostro en enérgicos intervalos. Baja las escaleras casi sin pisar los escalones. Si alguien le preguntase cómo lo ha hecho, no podría responderle, ni cómo estuvo a punto de caerse cuando pasé junto a él, ni cómo recuperó el equilibrio.

            En la entrada mira por ultima vez a su alrededor, con lágrimas de miedo, con la boca temblona. Si supiera lo poco que soy, lo poco que podría hacerle si no tuviese miedo...

            Agarro la mantelería de la mesa de entrada, y todos los pequeños objetos que hay sobre ella saltan formando un estrépito. El grito del hombre ahora es franco y puro, de terror auténtico. Cuando un hombre grita, has roto todas sus barreras. Me gusta hacer gritar a los hombres.

            Éste se vuelve hacia la puerta, pero se mueve demasiado rápido y se tropieza con sus pies. Se cae y se vuelve a levantar. Toco su espalda y le arranco el último grito antes de que abra la puerta de mi casa y salga corriendo, muy rápido, calle abajo. Lo observo alejarse.

            Su miedo y su carrera son igual de ridículos.

            Miro un rato más por la calle, atenta ya a otras cosas, a otros sonidos, a otras posibles amenazas.

            No hay nada ahí fuera. Yo soy quien produce miedo, y recordarlo me da fuerzas. Ya no tengo motivos para estar asustada.

            Cierro la puerta de entrada y murmuro para mí:

                        - Esta es mi casa.

            Las corrientes de aire la han invadido en un segundo y todas las cortinas están desordenadas y el polvo baila con la luz de las farolas de fuera.

            Por un momento parece una casa deshabitada.

            Pero yo soy su dueña, aunque lleve tiempo muerta, y no dejaré que el polvo ni el tiempo se coman mis cosas.

            Son mis cosas.

            Este es mi refugio y a la vez mi cuerpo.

 

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 2 de Marzo de 2009 a las 23:15

Cazafantasmas.

– Bien, señores, – decían que no existían los fantasmas.
– ...la estrategia es sencilla: –, que eran viejas supersticiones.
– ...llegamos, salimos, limpiamos la zona –, manifestaciones culturales de miedos atávicos.
– ...y en dos minutos salimos cagando leches –, cuentos de viejas para asustar a los niños.
– ¿entendido? –, y ahora estamos aquí...
– ¡¡¡ SEÑORA, SÍ, SEÑORA!!! –, armados con estas mierdas psinópticas o como cojones se llamen.
– Eso espero –, a punto de ser arrojados a las puertas de infierno.
– Porque no esperaré por nadie ¬–, listos para aniquilar almas perdidas
– ...como nadie esperará por mí –, combatiendo contra nuestros propios padres.
– ¡¡¡ SEÑORA, SÍ, SEÑORA!!! –, la mayoría de ellos son novatos, unos críos.
– ¡Sargento!, – ese soy yo, – todo suyos.
– Bien, chicos –, este es el peor momento.
– Esta vez vamos a tope –, la mayoría de ellos no volverá.
– Una incursión rápida, ya habéis oído a la teniente: –, la mayoría será arrastrado al bando enemigo
– ...dos minutos –, y aún así me miran como si yo les fuera a mantener a salvo.
– Sincronicemos relojes a las cero cero en tres, dos, uno, ahora –, cuando no sé si podré salvarme a mí mismo.
– Mi sargento, ¿reparto ya los animales? –, Bowell, uno de los pocos con algo de experiencia junto a la teniente y a mí.
– Adelante Bowell–, queda poco para tocar tierra.
– Cuidad los gatos, pueden salvaros la vida –, tiene gracia que los viejos mitos estuvieran en lo cierto,
– Y recordad: un canario en cada unidad –, aunque probablemente fueran autentica historia.
– En zona cero dentro de treinta segundos ¬–, el piloto da el último aviso encendiendo las luces rojas.
– ¿Todo listo sargento? –, la teniente permanece impasible.
– Todo listo, mi teniente –, ha visto ya demasiada muerte.

En treinta segundos, con una taimada calma el aerodeslizador se posa sobre el desierto que antes fue un barrio residencial de alguna capital europea olvidada. Ahora lo único que alcanza a ver la vista es un erial negruzco y agrietado, bañado por la luz mortecina de un sol de sangre. Apenas una leve brisa levanta algo de ceniza del suelo. Pero es el absoluto silencio lo que más me sigue impresionando.

– Bien, – la teniente nos pone en marcha,
– ...en grupos de cinco – la batalla va a dar comienzo
– Al mando: Bowel, Jax, Marina y el Sargento – aún no los vemos pero ellos ya están aquí, lo presiento.
– Cuatro conmigo cubriendo la evacuación –, cuatro soldados se apostan a mi lado.
– Un minuto cincuenta segundos desde ahora –, cuatro novatos.
– ¡Vamos, vamos, vamos! –, cuatro niños.

Nos dispersamos unos metros en torno al aerodeslizador corriendo en abanico durante treinta segundos. Entonces las capuchas a los canarios. Y el abisal silencio se rompe. A medida que los asustados pájaros pían, surgen los iracundos gritos de los espectros que delatan así su posición. Comenzamos a disparar nuestras armas y poco a poco el enemigo toma forma visible. Aquí la cordura se balancea al borde del abismo. En su mayor parte son hombres y mujeres, hay también niños, que gritan deformando sus ya demacradas facciones, desesperados ante el dolor de contemplar lo que nunca más podrán tener. Hay cientos en torno a nosotros buscando la forma de acabar con su sufrimiento, la forma de acabar con nosotros llevados por la ira y el deseo de que todo desaparezca, comenzando por este pequeño grupo de hombres que intenta aplazar el fin del mundo.

– ¡Un minuto! –, la teniente avisa por el intercomunicador.
– ¡Vamos, sacad los gatos! –, gatos: el modo más efectivo de devolver las almas perdidas allá de donde nunca debieron salir.
– ¡Mi sargento, nos rodean! –, sus ojos guardan el secreto del más allá.
– ¡Maldito bicho! –, lástima que sean tan ariscos.
– ¡Soldado no deje escapar a ese animal! –, un soldado sin gato es un soldado muerto.
– ¡En círculo, joder! –, el menor contacto con los fantasmas es mortal.
– ¡Agrupaos! –, y nadie te prepara para estas terroríficas visiones.
– ¡Soldado vuelva al círculo! –, el miedo y la curiosidad juegan en tu contra.
– ¡Sargento, voy a por Ada! –, el menor contacto y pasas a las filas de enemigo.
– ¡Soldado, quieto, no abandone la formación! –, incluso el sentido del honor juega en tu contra.
– ¡Un minuto y veinte segundos! –, la disciplina es lo único que quizá pueda salvarte.
– ¡NOS VOLVEMOS YA! –, y esta es la única orden que nunca hay que contrariar.
– ¡Mi sargento no podemos dejarlos ahí! –, dudar es morir.
– ¡Vamos, vamos, vamos! – hoy vuelvo con dos hombres a casa, ha sido un buen día.

Los científicos tenían razón. En el universo había más de cuatro dimensiones, en concreto dos más espaciales y otra más temporal. Los canarios encabronan a los espíritus atrayéndolos a nuestro plano. La frecuencia de su trino sincopa las partículas en la cuarta dimensión espacial haciéndolas girar y que pasen a la tercera y segunda, apareciendo como figuras sin volumen. Las armas que llevamos los ionizan apenas el tiempo suficiente para que los gatos puedan realizar su conjuro. Nada místico, algo relacionado con la forma en que la luz se refleja en sus ojos, esto proyecta las almas a través de la segunda dimensión temporal de modo que nunca más pueden regresar a nuestro espacio-tiempo.

– ¡TODOS DENTRO! – los motores del aerodeslizador están ya encendidos
– ¿Número de bajas? –, la teniente directa al grano.
– Dos, señora –, mi grupo ha sido el más afortunado.
– Buen trabajo, sargento –, Bowell ha vuelto solo. – Ahora descansen, – Jax regresó con una chica en estado de shock, – volvemos a casa –, del equipo de Marina no volvió nadie.
– ¡Señora, sí, señora! –, la teniente permanece impasible.
– Descanse sargento –, ha visto demasiadas muertes.


 

concursoderelatos
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  • 3 de Marzo de 2009 a las 16:35

Tarde fatal

 

 

Era finales de diciembre, Navidad. Antonio, aprovechando que su esposa e hijos habían ido a pasar la tarde al centro comercial, dejándole solo en la casa de la montaña, invitó a su mejor amigo, Jaime, para en ella verse y charlar un rato, y así de paso descansar de las fiestas navideñas.

 

    Lo que más hacían juntos Antonio y Jaime era cazar. Así que las horas que estuvieron en aquel chalecito en las cumbres, en un salón de grandes ventanales acristalados, las pasaron charlando acerca de esta su afición.

 

    Tras recordar aventuras varias y planificar otras, ya de noche  se despidieron hasta otro día u otra tarde, para disfrutarla de igual manera o mejor. Al cerrar la puerta Antonio, despedido su amigo, que se hallaba ya junto a su coche, y con la lechuza ululando, comenzaron a caer desde el cielo, sobre el césped del jardín, unas pequeñas gotas.

 

    En el interior, inmerso ya en la soledad, Antonio se dirigió, con su afición aún en la cabeza, a su habitación, al armario, a coger la escopeta y un trapo junto a ella guardado que siempre utilizaba para limpiarla. Bajó al salón de grandes ventanales acristalados y en él, sentado en un sofá marrón, se dispuso a frotar el arma con aquel pedazo de tela. En ese momento, afuera comenzó a tronar fuertemente. La lluvia se tornó en tempestad, e intensa. De repente, Antonio escuchó un ruido proveniente de ese exterior. Se trataba de una perdiz. “¿Pero como es posible?”, se preguntaba, “¡si aquí no hay perdices!”. En efecto, las perdices no habitaban en aquella comarca por tales lares, sino que habitaban en la estepa, más llana, en donde él y su amigo Jaime cazaban a menudo en la época de la veda.

  

    Dejó el arma sobre el sofá y se acercó a los grandes cristales, a observar tras ellos. Un fuerte viento comenzó a provocar un sonoro estruendo, con las ramas de los pinos rascando las ventanas del piso de arriba. Antonio sintió miedo. Mientras, intentaba averiguar, por medio de las cavilaciones, el origen o el por qué del cuchicheo de la perdiz.

 

    En ese instante, una figura, manta blanca abarcándola, se pegó al cristal, dándole un fuerte golpe, frente a Antonio. Era un fantasma cuyo pecho desprendía una tenue luz. Antonio se echó para atrás, hasta el medio del salón. El fantasma desapareció entre la lluvia. De nuevo Antonio escuchó a la perdiz, que estaría perdida entre la oscuridad. Y otra vez el fantasma apareció al instante que un fuerte trueno retumbaba por todas las montañas, con su rayo iluminando todo el contorno.

 

    Antonio, cagado de miedo, cogió la escopeta que había dejado en el sofá, encendió los focos del jardín, y salió al exterior. Buscó al fantasma y le pegó un tiro. Tras esto, la lluvia paró, y también el miedo de Antonio, aunque no por mucho tiempo, porque el espectro no estaba muerto. Y no solo eso, sino que, para asombro de Antonio, comenzó a hablar:

 

    - ¡Me has matado, cabrón! –dijo.

 

    Antonio no daba crédito. El fantasma era Jaime, tirado en el césped. Sólo le veía los ojos, detrás de dos agujeros de la sábana que le cubría, ensangrentada y mojada, pero le reconocía la voz.

 

    - Pe… pe… pero… -Antonio no sabía qué decir.

 

    - Mira el reloj… -dijo Jaime, esforzándose por conseguir hablar, echando a un lado, tirado como estaba, la linterna, y al otro el reclamo imitador del cuchicheo de las perdices.

 

    Antonio dejó caer la escopeta, se remangó un poco el jersey, manos temblando, y dijo:

 

    - Las… las…  las siete.

 

    - No… no… la fecha –ronco, carrasposo, agonizaba Jaime, desangrándose. Cerró los ojos.

 

    Antonio, nerviosísimo, balbuceó:

 

    - Veintiocho de diciembre.

concursoderelatos
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  • 4 de Marzo de 2009 a las 11:31

DE HILO BLANCO

 

 

Eran ya las doce menos un minuto de la noche. Fuera se oía la danza rítmica de la lluvia y los desacompasados y periódicos truenos. A través de la persiana levantada, se filtraban los reflejos de los relámpagos y de la titilante luz de alguna farola en mal estado, quizás a causa de los frecuentes golpes de viento.

 

En el interior de la calurosa estancia, la penumbra servía de cobijo al agotado cuerpo. En la televisión encendida se veían puntos blancos y diversas rayas que velaban unas imágenes corporales de la película de misterio que se proyectaba. En el entorno, sólo se oía el ruido interno y externo y la entrecortada respiración. Sobre el amplio sofá, descansaba, al fin, de un día agotador de variadas consultas. Como si estuviese medio inconsciente, o en estado de hipnosis, miraba la pantalla sin ver bien lo que había, dejándome envolver pasivamente por la peculiar y enigmática noche.

 

Entre el vaivén de efectos luminosos, mis párpados se fueron desplomando sobre mis ojos como si fueran densas nubes, sintiendo que algo muy cálido me envolvía en su abrazo protector. Me dejé llevar por esa sensación. Me sentía tan leve…

 

Al cabo de un rato, entre aquel repentino duermevela, sentí a mi lado la presencia de alguien. La voz de esa persona me hablaba despacio, suavemente, como si fuese una larga caricia en forma de soplo en mi oído y en mi ánimo, pidiéndome cosas incomprensibles. Fui relajándome progresivamente. Me di cuenta de que yo no podía articular ninguna palabra en voz alta y, lo que era más raro aún, moverme en ninguna dirección, ni siquiera hacer el leve movimiento de cabeza diciendo sí o no a sus propuestas: una especie de parálisis me invadía, dentro de la cual sólo podía oír lo que se decía en mi entorno, pero como si fuese una especie de decreciente eco.

 

Al despertar, no supe cuánto tiempo había permanecido en ese peculiar estado; la irrealidad me apresaba el cuerpo y la mente, como si fuese una malla, una cadena de material indefinido.

 

Miré a la televisión. Con sorpresa, advertí que en la pantalla seguían los mismos puntos y rayas y, entre ellas, la misma escena de la película que se proyectaba. Miré el reloj digital que hay sobre la mesita central. Vi, con enorme sorpresa, que éste marcaba las doce en punto, sin embargo a mí me parecía que habían transcurrido, al menos, ocho horas desde que había caído en esa especie de sueño superficial. Me incorporé vital, de súbito. Notaba, con agrado, que el agotamiento y la irrealidad habían desaparecido y mi mente estaba muy despejada, casi lúcida. Me sentía con fuerzas para recomenzar el nuevo turno. Se iniciaba la medianoche…

 

Me froté los ojos, las manos. Bostecé. Hice masajes en mi cuello, algo dolorido por la postura. Suspiré hondamente, con la sonrisa que concede el triunfo. Percibí en mis labios una templaza. Los recorrí con la punta de mi lengua, un poco pastosa. Fue muy extraño: ¡Mis labios tenían un sabor como a paso del tiempo! Volví a suspirar, pero esta vez con la plenitud de haber logrado un propósito. Pasé un dedo por mis labios. Entre la comisura, noté algo raro. Lo tomé entre mis dedos. Era un hilo blanco, como deshilachado de alguna prenda. Me resultó sorprendente: odio ese color que me deslumbra y confunde, que debo vestir con frecuencia. Nada en mi casa es de ese tono. Pero… ¿por qué estaba entre mis labios aquel hilo blanco y aquel sabor a rancio, a polvo?

 

Volví a suspirar, sacudiendo la cabeza, estirando mi leve cuerpo.

 

¿A qué estaban jugando el tiempo, mi mente y mi cuerpo?

 

Aún estoy sobre el sofá, notando otro aliento y el peso de un cuerpo, y esperando, mirando con el rabillo del ojo al reloj y con el otro a la pantalla, que me llamen para iniciar el nuevo turno.

concursoderelatos
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  • 6 de Marzo de 2009 a las 19:55

El Horno de la Lujuria



- Madre, ¿no vas a poner una mariposa por el alma del padre?

- Sí, hijo. Sí.

...

- Madre, la mecha es muy corta.

- Sí, hijo. Sí. La cambiaré.

...

- Madre, hay poco aceite en la mariposa, la mecha se apaga.

- Sí, hijo. Sí. Le pondré más.

...

- ¡Anda! ¡Suelta! ¡Quita esa mano! Te tengo dicho que no te arrimes a mí cuando el chico anda cerca ...

- Si no se entera. ¿No te das cuenta que parece un espíritu, que está fuera de este mundo?

- Está más aquí de lo que tú te crees.

- Seguro que ahora está mirando si la mariposa sigue encendida. ¿Por qué no le dices que se la coloque en su habitación y deje de fisgar en la tuya? Tú y yo en tu dormitorio …, en la cama grande ... por primera vez ...

- ¿Estás loco? No ves que ... ¡Chssst! Que viene.

- Hola, madre. Hola, tío.

- Hola, hijo

(si carecéis de virtud, aparentadla al menos )

- Hola, muchacho. ¿Has dormido bien?

(un hombre puede halagar y sonreír y ser un malvado )

- Bien, gracias.

- Te noto preocupado.

(disimula)

- No, señor. He dormido bien. Anoche le costó coger fuerza al horno, y se me hizo un poco tarde para irme a la cama.

- Y el pan no está bien cocido, ya me he dado cuenta. Esa leña que has traído no es buena, está un poco verde. Tienes que ir a por otra carga, que sea de encino, para mezclarlas. Y no te olvides decirle que nos lo tenga en cuenta en el precio.

(disimula con el corazón y la lengua )

- Sí, tío

- Sí, sí ..., no. Tienes que ir. Hoy

(obedece)

- En seguida. Voy.

.......

- Marcelo, Bernardo: ayudadme a colocar la leña.

- Muchacho, no te subas tan alto. Acuérdate de tu padre

(acuérdate, acuérdate)

- Yo me acuerdo de él. Tiradme los troncos.

- Lleva cuidado.

(no te caerás si no te empujan)

- De aquí no me caeré si no me empuja nadie. Tirad troncos.

....

- ¡Virgen Santa! ¡Tú! ¿Qué haces aquí?

- ¡Sorpresa! Disfruto más entrando cuando no se me espera ...

(lo supe tarde)

- ¡Vete, por favor, vete! ¡Nos va a oir, Dios mío!

(yo os veo)

- Tranquila. Ahora está muy lejos. Lo he enviado con la carreta a por harina.

- ¿Así, de sopetón, de madrugada?

- Sí, en cuanto hemos acabado la hornada. No volverá hasta después de mediodía. Tenemos mucho tiempo.

(demasiado tiempo habéis tenido)

- Pobre hijo, se dormirá encima de la carreta, con todo el frío.

(has sabido estar despierto)

- ¿Alguna vez está despierto? Hará el camino igual de bien que los bueyes. Hazme sitio, venga.

- No, espera … Escúchame: él sospecha algo, estoy segura. Además, … nunca antes se ha ido a por harina a estas horas.

(antes tuve yo que haber sospechado. No de él, sino de ti)

- ¿De qué va a sospechar? ¿De que la harina se acabe? Si no la trae hoy mismo, mañana no habrá pan.

(no habrá mañana)

- ¡Ay Dios! Me da no sé qué. No descubras las sábanas. Tengo frío.

- Yo te quitaré el frío, si tú me dejas quitarte el camisón

(pestilente sudor de un lecho incestuoso)

- Me da mucha vergüenza. La mariposa, apaga la mariposa.

- No. Me gusta verte. Nunca te había visto así, desnuda de cuerpo entero.

(desnuda, vuestra conciencia desnuda)

- ¡Oh Dios! Tengo escalofríos. Es como si él me estuviera mirando.

(más pérfidos los votos conyugales que las promesas del tahúr)

- ¡El? ¡Ja, ja, ja! Ojalá. Si no es por lo bien muerto que está, cinco palmos bajo tierra, me gustaría que mirara, y que viera como te tengo, y volverme yo para mirarle y ver como nos mira.

- ¡Cállate, por Dios! No llames a la desgracia. ¡Mira, ¿no ves que la mariposa alumbra más? ¿Cómo puede salir tanta llama de una mecha tan pequeña? ¡Es él, es él!

(hay otro fuego mayor que el de la lujuria: el que castiga el crimen y la perfidia)

- No seas tonta. Ahora verás si es él o soy yo. Aprietas las rodillas como una virgen, pero tienes la entrepierna … como el bebedero de las gallinas, ¡ja, ja, ja!

- ¡Calla, por Dios! Es anormal este resplandor. Para, párate. Algo está pasando. Hay demasiada luz.

- Una dulce condena, morir entre tus piernas

- ¡Por Dios, Claudio! Mira debajo de la puerta. ¡El humo, el humo!

- Humo ... ¡Rediós! ¡Humo!

- Oigo el crepitar ... la leña ... la leña del patio … la panadería, ¡está ardiendo la panadería, Claudio!

- ¿La panadería? ¡La puerta, la puerta! ¡Está atrancada! ¡Maldito hijo de puta!

- ¡Malditos, vosotros! ¡No os preocupéis por la leña, porque yo os digo que hay leña suficiente para que esta casa sea vuestro horno! ¡No os preocupéis por la harina y el pan de mañana, porque vosotros mismos vais a ser alimento del infierno!

(hijo, hijo mío, baja de la leña antes de que las llamas te lo impidan)

- No importa, padre. La historia ya está escrita. El resto es silencio.





concursoderelatos
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  • 6 de Marzo de 2009 a las 20:03
El Horno de la Lujuria (jajajaja)



- Madre, ¿no vas a poner una mariposa por el alma del padre?

- Sí, hijo. Sí.

…...

 - Madre, la mecha es muy corta.

- Sí, hijo. Sí. La cambiaré.

…...

- Madre, hay poco aceite en la mariposa, la mecha se apaga.

- Sí, hijo. Sí. Le pondré más.

…...

- ¡Anda! ¡Suelta! ¡Quita esa mano! Te tengo dicho que no te arrimes
a mi cuando el chico anda cerca ...

- Si no se entera. ¿No te das cuenta que parece un espíritu, que está fuera de este mundo?

- Está más aquí de lo que tú te crees.

- Seguro que ahora está mirando si la mariposa sigue encendida. ¿Por qué no le dices que se la coloque en su habitación y deje de fisgar en la tuya? Tú y yo en tu dormitorio …, en la cama grande ... por primera vez ...

- ¿Estás loco? No ves que ... ¡Chssst! Que viene.

- Hola, madre. Hola, tío.

- Hola, hijo

(si carecéis de virtud, aparentadla al menos )

- Hola, muchacho. ¿Has dormido bien?

(un hombre puede halagar y sonreír y ser un malvado )

- Bien, gracias.

- Te noto preocupado.

(disimula)

- No, señor. He dormido bien. Anoche le costó coger fuerza al
horno, y se me hizo un poco tarde para irme a la cama.

- Y el pan no está bien cocido, ya me he dado cuenta. Esa leña que
has traído no es buena, está un poco verde. Tienes que ir a por otra carga, que sea de encino, para mezclarlas. Y no te olvides decirle que nos lo tenga en cuenta en el precio.

(disimula con el corazón y la lengua )

- Sí, tío

- Sí, sí ..., no. Tienes que ir. Hoy

(obedece)

- En seguida. Voy.

.......

- Marcelo, Bernardo: ayudadme a colocar la leña.

- Muchacho, no te subas tan alto. Acuérdate de tu padre

(acuérdate, acuérdate)

- Yo me acuerdo de él. Tiradme los troncos.

- Lleva cuidado.

(no te caerás si no te empujan)

- De aquí no me caeré si no me empuja nadie. Tirad troncos.

…....

- ¡Virgen Santa! ¡Tú! ¿Qué haces aquí?

- ¡Sorpresa! Disfruto más entrando cuando no se me espera ...

(lo supe tarde)

- ¡Vete, por favor, vete! ¡Nos va a oir, Dios mío!

(yo os veo)

- Tranquila. Ahora está muy lejos. Lo he enviado con la carreta a por harina.

- ¿Así, de sopetón, de madrugada?

- Sí, en cuanto hemos acabado la hornada. No volverá hasta después de mediodía. Tenemos mucho tiempo.

(demasiado tiempo habéis tenido)

- Pobre hijo, se dormirá encima de la carreta, con todo el frío.

(has sabido estar despierto)

- ¿Alguna vez está despierto? Hará el camino igual de bien que los bueyes. Hazme sitio, venga.

- No, espera … Escúchame: él sospecha algo, estoy segura. Además, … nunca antes se ha ido a por harina a estas horas.
(antes tuve yo que haber sospechado. No de él, sino de ti)

- ¿De qué va a sospechar? ¿De que la harina se acabe? Si no la trae hoy mismo, mañana no habrá pan.

(no habrá mañana)

- ¡Ay Dios! Me da no sé qué. No descubras las sábanas. Tengo frío.

- Yo te quitaré el frío, si tú me dejas quitarte el camisón

(pestilente sudor de un lecho incestuoso)

- Me da mucha vergüenza. La mariposa, apaga la mariposa.

- No. Me gusta verte. Nunca te había visto así, desnuda de cuerpo entero.

(desnuda, vuestra conciencia desnuda)

- ¡Oh Dios! Tengo escalofríos. Es como si él me estuviera mirando.
(más pérfidos los votos conyugales que las promesas del tahúr)

- ¡El? ¡Ja, ja, ja! Ojalá. Si no es por lo bien muerto que está, cinco palmos bajo tierra, me gustaría que mirara, y que viera como te tengo, y volverme yo para mirarle y ver como nos mira.

- ¡Cállate, por Dios! No llames a la desgracia. ¡Mira, ¿no ves que la mariposa alumbra más? ¿Cómo puede salir tanta llama de una mecha tan pequeña? ¡Es él, es él!

(hay otro fuego mayor que el de la lujuria: el que castiga el crimen y la perfidia)

- No seas tonta. Ahora verás si es él o soy yo. Aprietas las rodillas como una virgen, pero tienes la entrepierna … como el bebedero de las gallinas, ¡ja, ja, ja!

- ¡Calla, por Dios! Es anormal este resplandor. Para, párate. Algo está pasando. Hay demasiada luz.

- Una dulce condena, morir entre tus piernas

- ¡Por Dios, Claudio! Mira debajo de la puerta. ¡El humo, el humo!

- Humo ... ¡Rediós! ¡Humo!

- Oigo el crepitar ... la leña ... la leña del patio … la panadería, ¡está ardiendo la panadería, Claudio!

- ¿La panadería? ¡La puerta, la puerta! ¡Está atrancada! ¡Maldito hijo de puta!

- ¡Malditos, vosotros! ¡No os preocupéis por la leña, porque yo os digo que hay leña suficiente para que esta casa sea vuestro horno! ¡No os preocupéis por la harina y el pan de mañana, porque vosotros mismos vais a ser alimento del infierno!

(hijo, hijo mío, baja de la leña antes de que las llamas te lo impidan)

- No importa, padre. La historia ya está escrita. El resto es silencio.


concursoderelatos
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  • 6 de Marzo de 2009 a las 20:04

¡Já, ja, ja!

concursoderelatos
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  • CITAR
  • 6 de Marzo de 2009 a las 20:22

El Horno de la Lujuria


- Madre, ¿no vas a poner una mariposa por el alma del padre?

- Sí, hijo. Sí.

…...

- Madre, la mecha es muy corta.

- Sí, hijo. Sí. La cambiaré.

…...

- Madre, hay poco aceite en la mariposa, la mecha se apaga.

- Sí, hijo. Sí. Le pondré más.

…...

- ¡Anda! ¡Suelta! ¡Quita esa mano! Te tengo dicho que no te arrimes a mi cuando el chico anda cerca ...

- Si no se entera. ¿No te das cuenta que parece un espíritu, que está fuera de este mundo?

- Está más aquí de lo que tú te crees.

- Seguro que ahora está mirando si la mariposa sigue encendida. ¿Por qué no le dices que se la coloque en su habitación y deje de fisgar en la tuya? Tú y yo en tu dormitorio …, en la cama grande ... por primera vez ...

- ¿Estás loco? No ves que ... ¡Chssst! Que viene.

- Hola, madre. Hola, tío.

- Hola, hijo

(si carecéis de virtud, aparentadla al menos )

- Hola, muchacho. ¿Has dormido bien?

(un hombre puede halagar y sonreír y ser un malvado )

- Bien, gracias.

- Te noto preocupado.

(disimula)

- No, señor. He dormido bien. Anoche le costó coger fuerza al horno, y se me hizo un poco tarde para irme a la cama.

- Y el pan no está bien cocido, ya me he dado cuenta. Esa leña que has traído no es buena, está un poco verde. Tienes que ir a por otra carga, que sea de encino, para mezclarlas. Y no te olvides decirle que nos lo tenga en cuenta en el precio.

(disimula con el corazón y la lengua )

- Sí, tío

- Sí, sí ..., no. Tienes que ir. Hoy

(obedece)

- En seguida. Voy.

.......

- Marcelo, Bernardo: ayudadme a colocar la leña.

- Muchacho, no te subas tan alto. Acuérdate de tu padre.

(acuérdate, acuérdate)

- Yo me acuerdo de él. Tiradme los troncos.

- Lleva cuidado.

(no te caerás si no te empujan)

- De aquí no me caeré si no me empuja nadie. Tirad troncos.

…....

- ¡Virgen Santa! ¡Tú! ¿Qué haces aquí?

- ¡Sorpresa! Disfruto más entrando cuando no se me espera ...

(lo supe tarde)

- ¡Vete, por favor, vete! ¡Nos va a oir, Dios mío!

(yo os veo)

- Tranquila. Ahora está muy lejos. Lo he enviado con la carreta a por harina.

- ¿Así, de sopetón, de madrugada?

- Sí, en cuanto hemos acabado la hornada. No volverá hasta después de mediodía. Tenemos mucho tiempo.

(demasiado tiempo habéis tenido)

- Pobre hijo, se dormirá encima de la carreta, con todo el frío.

(has sabido estar despierto)

- ¿Alguna vez está despierto? Hará el camino igual de bien que los bueyes. Hazme sitio, venga.

- No, espera … Escúchame: él sospecha algo, estoy segura. Además, … nunca antes se ha ido a por harina a estas horas.

(antes tuve yo que haber sospechado. No de él, sino de ti)

- ¿De qué va a sospechar? ¿De que la harina se acabe? Si no la trae hoy mismo, mañana no habrá pan.

(no habrá mañana)

- ¡Ay Dios! Me da no sé qué. No descubras las sábanas. Tengo frío.

- Yo te quitaré el frío, si tú me dejas quitarte el camisón

(pestilente sudor de un lecho incestuoso)

- Me da mucha vergüenza. La mariposa, apaga la mariposa.

- No. Me gusta verte. Nunca te había visto así, desnuda de cuerpo entero.

(desnuda, vuestra conciencia desnuda)

- ¡Oh Dios! Tengo escalofríos. Es como si él me estuviera mirando.

(más pérfidos los votos conyugales que las promesas del tahúr)

- ¡El? ¡Ja, ja, ja! Ojalá. Si no es por lo bien muerto que está, cinco palmos bajo tierra, me gustaría que mirara, y que viera como te tengo, y volverme yo para mirarle y ver como nos mira.

- ¡Cállate, por Dios! No llames a la desgracia. ¡Mira, ¿no ves que la mariposa alumbra más? ¿Cómo puede salir tanta llama de una mecha tan pequeña? ¡Es él, es él!

(hay otro fuego mayor que el de la lujuria: el que castiga el crimen y la perfidia)

- No seas tonta. Ahora verás si es él o soy yo. Aprietas las rodillas como una virgen, pero tienes la entrepierna … como el bebedero de las gallinas, ¡ja, ja, ja!

- ¡Calla, por Dios! Es anormal este resplandor. Para, párate. Algo está pasando. Hay demasiada luz.

- Una dulce condena, morir entre tus piernas

- ¡Por Dios, Claudio! Mira debajo de la puerta. ¡El humo, el humo!

- Humo ... ¡Rediós! ¡Humo!

- Oigo el crepitar ... la leña ... la leña del patio … la panadería, ¡está ardiendo la panadería, Claudio!

- ¿La panadería? ¡La puerta, la puerta! ¡Está atrancada! ¡Maldito hijo de puta!

- ¡Malditos, vosotros! ¡No os preocupéis por la leña, porque yo os digo que hay leña suficiente para que esta casa sea vuestro horno! ¡No os preocupéis por la harina y el pan de mañana, porque vosotros mismos vais a ser alimento del infierno!

(hijo, hijo mío, baja de la leña antes de que las llamas te lo impidan)

- No importa, padre. La historia ya está escrita. El resto es silencio.

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 6 de Marzo de 2009 a las 20:24
Cuando votéis, por favor  no os olvideis de indicar si vuestros votos son para El Horno-1, el Horno(2) o el Horno/3.

¡Que le dén! ¡Que le dén a Bubók!
r2-d2
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Fecha de ingreso: 26 de Diciembre de 2008
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  • 7 de Marzo de 2009 a las 9:36
Posiblemente el autor de este relato ha sufrido esos misteriosos saltos de línea que a veces inserta el editor de bubok, después ha intentado corregirlo, por dos veces, y por dos veces se ha encontrado con el relato destrozado por el editor. Y ha perdido los nervios.

Si, yo creo que este relato debe ser retirado de concurso. Porque además del autor, tambien los lectores nos hemos irritado justamente contra él, y nos ha influido al leerlo.
concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 7 de Marzo de 2009 a las 13:56

FUE EN AQUEL MOMENTO.

                Fue en aquel momento, mientras miraba estúpidamente un monitor de ordenador que, dividido en porciones cuadriculadas, mostraba cada una de las habitaciones de mi casa, cuando supe que no aguantaba más. Estaba allí, observando como un supuesto experto en el más allá intentaba arreglar mi vida con artilugios sacados de una mala película americana. Era un hombre pequeño, menudo, que se afanaba en escrudiñar el monitor, una y otra vez, parando tan sólo de vez en cuando, para tomar un sorbo del café más cargado y maloliente que he visto en toda mi vida.

-          ¡Ahí lo tenemos¡ - exclamó emocionado , señalándome con el índice un rectángulo de la pantalla que mostraba mi dormitorio envuelto en las sombras de la noche.

Un pequeño fulgor blanquecino empezaba a tomar forma justo encima de mi cama de matrimonio. Sentí nauseas al verlo adquirir los contornos de un ser humano, que parecía flotar burlonamente sobre las sábanas revueltas del lecho. Pensé en mi mujer y en como esa cosa la había estado poseyendo noche tras noche, haciéndola gritar con desesperación, al sentir como manos invisibles manoseaban sus pechos e introducían sus dedos incorpóreos entre sus nalgas. Yo me despertaba, asustado por sus gritos, y le decía, como un estúpido, que sólo había sido una pesadilla.

Después fue mi hija la que empezó a tener problemas. Siempre había sido una alumna brillante y una niña muy tranquila, sin embargo, empezó a volverse violenta con sus compañeros y sus notas cayeron en un pozo sin fondo. Su tutora me llamó para advertirme de su repentina transformación y yo sólo supe decir que era una fase difícil de su infancia.

Me negaba a ver las evidencias delante de mis ojos. Ni siquiera, cuando mi mujer se despertaba gritando en medio de la noche o mi hija venía a nuestra habitación, encharcada en sudor y suplicando que la dejásemos dormir con nosotros, fui capaz de admitir que algo estaba interfiriendo con nuestras vidas; algo ajeno y maligno.

Una noche volví tarde del trabajo. Estaba cansado y enfadado de pelearme con un balance de cuentas que se negaba a cuadrar una y otra vez, por lo que, cuando llegué a casa en plena madrugada, decidí ir a la cocina y relajarme tomándome una infusión antes de dormir. Me acerque a la cocina, sin encender las luces para no despertar a mi mujer y mi hija, y fue entonces cuando lo vi. Al principio no supe de qué se trataba, tan solo percibí una silueta fugaz en el espejo del pasillo, que  me hizo girar la cabeza.  Detrás de mí, algo surgió de las sombras, casi como si estuviese hecho de un desgarro de la misma oscuridad; parecía un hombre. Sus facciones, negras como la noche misma, mostraban un odio profundo que retorcía sus rasgos de forma grotesca. Perdí la respiración y caí de espaldas sin poderlo evitar, mientras esa cosa se precipitaba sobre mí. Sólo fue un instante, pero noté como mis entrañas ardían al ser atravesado por la incorpórea figura. El dolor y la impresión fueron tan grandes que quedé inconsciente hasta la mañana siguiente, en que mi mujer me encontró tendido en medio del pasillo.

Después de aquello, ya no pude negar por más tiempo lo que estaba sucediendo; comprendí que todo lo que mi mujer y mi hija llevaban meses contándome era cierto. Pero ya era demasiado tarde, mi matrimonio estaba herido de muerte. Leía el desprecio de mi mujer en su mirada cada día, incapaz de perdonarme que no hubiese creído en ella, dejándola impotente en manos de aquella abominación noche tras noche.

Decidí acudir al sacerdote de la parroquia del condado, confiando en que con su intervención las cosas mejorarían. Cuando le conté lo que nos estaba ocurriendo, el religioso me miró con sorpresa e incredulidad. Después de implorarle ayuda, como no lo había hecho nunca con nadie, accedió a regañadientes a bendecir nuestra casa e intentar así expulsar cualquier presencia maligna que pudiese haber. No funcionó. El sacerdote realizó su número religioso, arrojando agua bendita en cada habitación, a  la vez que entonaba una serie de salmos extraídos de la Biblia, pero la presencia que nos atormentaba siguió allí, burlándose de nosotros día tras día.

Una mañana, mi mujer me dijo que no lo soportaba más y, cogiendo a mi hija, se fue de casa, sin darme ni siquiera opción a protestar. Cuando se subió al coche, en la  tristeza y decepción de su última mirada, comprendí que nunca volvería a estar a mi lado. A pesar de todo, yo no estaba dispuesto a ceder e irme también; aquel era mi hogar y me había costado demasiado levantarlo, para dejármelo arrebatar por nadie ni por nada.

Me obsesioné, consulté con expertos, leí libros y acudí a conferencias. Probé toda clase de rituales y ceremonias, pero la entidad siguió allí, haciéndose, con cada victoria suya y derrota mía, más y más fuerte. Cada noche me despertaban sus pasos, gritos y burlas. En varias ocasiones se presentó en mi propia habitación, torturándome con su presencia y arrojando muebles y utensilios contra las paredes. Podía sentir su odio y desprecio impregnando cada esquina de mi hogar.

Una mañana recibí una carta de mi empresa; era el despido. Acababa de pedir un permiso para buscar a un nuevo experto que pudiese ayudarme, pero en mi trabajo ya estaban hartos de mis continuas faltas y de mis errores contables, cada vez más frecuentes. Aquello, en lugar de hacerme comprender que debía abandonar aquella lucha, incrementó mi rabia y determinación, por lo que decidí utilizar todos mis recursos en contratar a un equipo de científicos especializados en lo sobrenatural, que acabasen, de una vez por todas, con la monstruosidad que se había apoderado de mi vida.

Sin embargo, ahora, mientras observaba en el monitor, que con su mosaico de imágenes cuadriculadas parecía burlarse del rompecabezas en que mi mundo se había convertido, como la odiosa figura se corporeizaba, una vez más, para continuar su eterna burla de todo lo que para mí era sagrado, algo se rompió en mi interior definitivamente.

El parapsicólogo que estudiaba el fenómeno se volvió hacia mí sonriendo ampliamente.

- ¡Es maravilloso! – exclamó.

Aquello fue demasiado para mí. Aquel hombrecillo sentía admiración por el monstruo que había estado destrozado mi mundo poco a poco, hasta convertirlo en un lodazal irreconocible. ¡Sentía admiración! Me acerqué a él y le propiné un puñetazo que le hizo caer de bruces en el suelo de la habitación, sorprendido y asustado. En otra época, le hubiese pedido disculpas, ayudándole a levantarse de inmediato, pero, en lugar de eso, le pedí a agritos que abandonase de inmediato mi casa. El pobre tipo salió corriendo a trompicones, sin comprender nada, pero convencido de que hablaba muy en serio.

Entonces supe por fin lo que tenía que hacer para poner fin a aquella pesadilla. Me dirigí a mi habitación y, sin dirigir ni una mirada al espectro que en ella se debatía por terminar de corporeizarse, abrí inmediatamente la cómoda, donde guardaba una pequeña escopeta de cañones recortados. Extraje dos cartuchos del cajón y los introduje en la recamara. Sin pensarlo, apoyé el cañón del arma sobre mi barbilla y apreté el gatillo. Ni siquiera oí el ruido del disparo, sólo me desplomé en el suelo. Lo último que vi fue como una mancha de sangre goteaba en el techo de la habitación. Todo se volvió rojo….

………………………

Lo primero que vi al despertar fue mi propio cuerpo tendido a mis pies y empapado en sangre, no sentí nada por él, tan sólo curiosidad. No había olores, no había sonidos, no había sensaciones, todo era un vacío en mi interior. Sólo había una cosa que permanecía y que animaba mis movimientos; mi odio.

Me giré hacia el lecho. El espectro que me había atormentado, me miraba desde allí. Sus rasgos ya no parecían tan grotescos y repulsivos, tan sólo despreciables. Sentí como la ira se apoderaba de mí. Por primera vez vi el miedo pintado en su rostro, el mismo miedo que debía haber visto en mí y en mi familia durante tanto tiempo. Me arroje sobre él con la velocidad de un pensamiento y la furia de un animal. Intentó defenderse, pero mi odio era mucho mayor que el suyo. Sentí como intentaba agarrarse a los últimos restos de arrogancia y maldad de sus ser para mantener su esencia, pero  mi dolor, desprecio y odio feroz, le barrieron de la existencia, disgregando su esencia a mi paso como la arena ante el viento.

Ahora sólo quedo yo, mi hogar vuelve a ser mío y ya no habrá vivo o muerto que vuelva a violarlo y arrebatármelo nunca más. Sólo siento que, aunque he recuperado mi hogar, nunca recuperaré mi vida.
concursoderelatos
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  • 7 de Marzo de 2009 a las 19:39

EL ESPEJO SONRIENTE

 

Diana dio un gran salto hacia atrás horrorizada, separándose del espejo. Al caer sentada sobre el suelo, de nuevo miró y se vio reflejada en él, en una ridícula postura que, desde su perspectiva, aun lo parecía más. Cerró sus piernas y enderezó su cuerpo mientras miraba su reflejo en el espejo. Todo parecía normal y eso la tranquilizó. De nuevo se puso en pie y lentamente, con enorme precaución, se acercó de nuevo a aquella burlona superficie reflectante pero, al fijarse en su rostro, comprobó que sonreía. De nuevo saltó hacia atrás, perdiendo momentáneamente de vista el reflejo de su cuerpo, pero al quedar quieta de nuevo, aquella figura que el espejo le devolvía seguía sonriendo, mientras que ella era consciente de la seriedad y preocupación que podía transmitir su rostro.

 

Era casi la hora de cenar y lentamente, sin acercarse al espejo y sin perderlo de vista, como hipnotizada ante lo que estaba ocurriendo, se acercó a la puerta; quitó el seguro y, sin pensar en nada más, salió de la habitación como alma que lleva el diablo  bajando las escaleras de tres en tres.

 

-¡Pero, hija! ¿A qué viene tanta prisa? –jadeando por el esfuerzo, Diana se sentó junto a su madre en la cocina.

 

-Mamá, es que me ha pasado algo muy raro- la madre la miró sonriendo y le cogió la mano temblorosa –estaba en mi habitación, probándome estos pantalones cuando me di cuenta de que al mirarme en el espejo, mi reflejo no hacía los mismos movimientos que yo. ¡No, no te rías mamá, lo que te digo es cierto!

 

-Está bien hija, te creo, pero permíteme que me sorprenda. Nunca he conocido un espejo “rebelde” -le cortó la madre algo irónica para tranquilizarla -¿quieres que subamos juntas y comprobemos los poderes mágicos de tu espejo?

 

-¡Mamá! -gritó enfadada Diana -¡no sé para qué te cuento nada, pero lo que sí te digo es que yo no duermo en esa habitación!- y se asentó en la silla con un gesto de rebeldía. La madre, al verla, se levantó dirigiéndose a la puerta de la cocina

 

-De acuerdo, iré yo sola a comprobar que pasa con tu dichoso espejo -y salió en dirección a la escalera. El grito de ¡¡¡mamáaa!!! que salió de la boca de la hija de trece años, atravesó precipitadamente los tímpanos de la madre y recorrió la vivienda entera antes de desvanecerse al traspasar la puerta del desván. Pero no se fue solo, hasta la madre lo acompañó la autora que, mientras que el grito siguió su recorrido, se quedó abrazada a una de sus piernas como un náufrago se agarra a la tabla de salvación.

 

Y juntas llegaron a la habitación; tan unidas como una sola madre y ante el espejo aparecieron sus figuras. La madre, viendo el miedo que realmente su hija estaba pasando, comprobó que todos sus movimientos eran perfectamente reflejados por el espejo. Luego lo observó por detrás, lo hizo girar verticalmente hasta ya no saber que más hacer para convencer a su hija que allí nada extraño había.

 

Diana se fue soltando lentamente de la pierna de su madre y finalmente, con un gran esfuerzo de voluntad, se puso en jarras delante del espejo.

 

-¿Qué pasa. Es que delante de mi madre no vas a reírte de mÍ? -Le conminó duramente al comprobar el ridículo que estaba haciendo ante su madre -¡Ahora no se atreve porque estás tú, pero te prometo que antes pasó algo raro, mamá.

 

-A veces, hija, ocurre que creemos ver cosas que solo son producto de nuestras imaginaciones. ¿Habéis estado hoy hablando en el Colegio de temas extraños, o has leído algún libro…

 

-¡Si! -le interrumpió la hija –hoy nos han estado contando la historia de un fantasma metido en un espejo… -la carcajada que salió de la boca de Diana demostró a su madre que el problema estaba resuelto. Sonriendo se dirigió a la puerta

 

-Cariño, baja en diez minutos que ya estará la cena preparada y tienes que ponerme la mesa.

 

-Sí, mamá, termino de probarme el pantalón y bajo a ayudarte -desinhibida por completo del mal trago pasado, Diana siguió probándose la ropa. Se alejaba, se acercaba, mirada por la derecha, por la izquierda; por supuesto su mirada absolutamente fija en su nuevo pantalón y las arruguitas que pudieran formarse en él al cambiar de postura. Finalmente, convencida de que aquella prenda le quedaba como un guante, se alejó de nuevo del espejo y se miró. El reflejo de su cara seguía mostrando una sonrisa extraña, que ella no reconoció y, culpando del efecto a su imaginación, se fue acercando al espejo provocadoramente. Llegó hasta él y pasando sus dedos por la suave superficie del espejo, se dio la vuelta para quitarse el pantalón y bajar a cenar.

 

Fue en ese instante cuando el reflejo de su mano derecha, saliendo del espejo la agarró por el cuello en un abrazo mortal.

 

Un grito de desesperación y terror salió de su garganta, mientras que en toda la casa se oyó una inhumana y terrorífica carcajada. Al oírla la madre en la cocina, que en ese momento tenía la sartén en sus manos con el aceite hirviendo para freír unas patatas, se le volcó encima, cayendo parte sobre el fuego que en segundos produjo una llamarada enorme.

 

-Es curioso -comentó el Jefe de bomberos –que esta casa haya ardido tres veces en diez años y hayan muerto todos sus habitantes –muy curioso. -Y se dio la vuelta después de comprobar que el fuego había sido totalmente extinguido.

concursoderelatos
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  • 8 de Marzo de 2009 a las 19:42

Frente a frente

Ya faltaba poco, media hora minuto arriba o abajo, y los dos estaban preparándose para su cita diaria, porque ya sabían lo que iba a acontecer a las veintiuna horas y doce minutos. Eran ya muchas semanas que sucedía, cuando llegada esa hora exacta empezaban a sentir una presencia, los cristales se empañaban y las luces de la casa parpadeaban hasta quedarse a oscuras.

Entonces, aquella imagen se iba formando delante de sus ojos, al tiempo que un quejido empezaba a cobrar más fuerza. Hasta que, finalmente un destello los cegaba y durante un minuto podían verse, frente a frente. Solían terminar gritando y huían por el largo pasillo hasta que, tres minutos después, las luces volvían a encenderse, los cristales dejaban de estar empañados y allí, con ellos, ya no había nadie. Volvían a estar solos.

Pero ¿Quién era el aparecido? Y ¿Por qué volvía cada día? Aquellos temas alejados de toda lógica atentaban con todo lo que creían, y si no llega a ser porque lo estaban viviendo, jamás lo hubieran creído.

Así ella decidió buscar información para poder hacer frente a un problema que le impedía hacer su vida con tranquilidad. Encontró varios libros en la biblioteca particular que su padre le dejó en herencia y halló varios testimonios y documentos que le advertían que aquella hora podía ser un indicativo del momento exacto en el que su fantasma falleció, y le invitaban enfrentarse a él, que le escuchase para ayudarle hacer el viaje al más allá, pues sólo así abandonaría su casa.

Él también buscó soluciones, porque aquellas apariciones le estaban afectando y su obsesión por ella iba en aumento según transcurrían los días. Así que, recordando lo que le dijo su hermano hacía mucho tiempo, decidió reunir todo el coraje que pudiera para hablar con ella en la próxima aparición. Esta vez no saldría corriendo y, convencido de que a esa hora se abría una puerta entre su mundo y el de ella, acudió una vez más a su encuentro diario.

Estaban dispuestos a descubrirse frente a frente una noche más, y se prepararon como si tuvieran una cita con alguien especial, alguien a quien ansiasen ver. Eligieron sus vestimentas con dedicación, se asearon y se echaron perfume sumergidos en miles de dudas, mientras miraban el reloj sintiendo como las agujas empezaban a moverse sin pausa para anunciar el temido momento.

Ella llegó al extremo del pasillo, con un suéter negro y unos tejanos, el pelo suelto y sus ojos bien abiertos, mientras daba pequeños pasos titubeantes con el corazón latiendo con fuerza, como si fuera a desbocarse de su pecho en cualquier momento.

En el otro extremo estaba él, con el rostro pálido y sujetando un amuleto, mientras el reloj que había suspendido en medio sonaba como un gran estruendo, advirtiéndole del tiempo que quedaba, pues ya eran las veintiuna horas y ocho minutos.

Los cristales comenzaron a empañarse, la bombilla de la lámpara a parpadear y a los dos se les erizó el vello de todo su cuerpo sintiendo el frío que les envolvía. Ella susurraba cosas para sí misma y él estaba lamentándose de estar ahí, deseando irse de inmediato. Hasta que finalmente se detuvieron a mitad del camino, aun sin verse, frente a frente, como cada día. Y entre medias, colgado de la pared, el reloj contando los segundos que faltaban.

Las luces se apagaron y las oscuridad los invadió hasta que sus ojos empezaron a acostumbrase. Y así, lentamente, sumergidos en un mundo de tonos negros y grises, empezaron a dibujar la imagen del otro, a encontrarse, mientras continuaban con esos quejidos haciendo acopio de valor para no salir huyendo.

En ningún momento dejaron de pensar en ese guión ensayado durante las horas anteriores, pero ya se habían olvidado de él y no sabían que era lo que tenían que hacer. Hasta que llegó el destello de luz que los cegó y segundos más tarde se encontraron como cada día. Pero esta vez no salieron corriendo, sino que se quedaron inmóviles, dejando sus ojos clavados en los del otro y sin poder pronunciar palabra alguna… Aquella mirada era tan familiar.

Y entonces levantaron las manos suavemente, con el pulso temblando, y separando bien los dedos, hasta que sus yemas se encontraron rozándose con suavidad, recordando que hacia unos meses, él y ella viajaron en el mismo coche, riendo y cantando hasta desgañitarse tras haber pasado uno de los mejores días de sus vidas. Hasta que al girar en una curva, las luces largas del coche que venía en dirección contraria les cegó, obligándoles a dar un volantazo. El coche se estrelló, dio varias vueltas y lo último que recordaron era el reloj del salpicadero marcando las veintiuna horas y doce minutos.

-No puede ser- dijo ella -no puedes ser tú.
-¿Qué pasó aquel día?- preguntó él con un nudo en la garganta -¿Por qué no estabas a mi lado cuando desperté?
-¿Por qué no estuviste tú?- le respondió mientras sus dedos se aferraban con fuerza.
-No lo sé… pero no es justo.
-¿Dónde estás ahora?
-Yo en casa ¿Y tú?
-Yo también. Pero no me refiero a este instante, sino cuando no nos vemos.
-En casa– repitió extrañado.
-Y yo… ¿Entonces?

El reloj marcó las veintiuna horas y trece minutos y como cada día, la imagen del otro desapareció y la bombilla volvió a encenderse dejándolos en una inquietante soledad, con la mano suspendida en el aire dudando sobre lo que ocurrió aquel día y preguntándose por qué hasta hoy no habían reparado en ello.

Se habían encontrado con el espíritu de la persona a la que más amaban, pero ¿Quién era el fantasma? ¿Él? ¿Ella? ¿O tal vez los dos?.. Aún lo sabían.

concursoderelatos
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  • 8 de Marzo de 2009 a las 20:45

¡Pues va a ser que no!

Aún a riesgo de que penséis de mí que estoy loco, cosa bastante probable cuando terminéis de leer mi  historia, creo de justicia contar la verdad sobre lo que viví, o mejor dicho morí, tras mi intento de suicidio. Sé que puede resultar absurdo, pero es la verdad; una verdad que ha cambiado mi vida.

Estoy muy cercano a lo que llaman eufemísticamente la tercera edad, mis achaques son continuos y paso más tiempo en las salas de espera de ambulatorios y hospitales que en mi propia casa. Mi mujer falleció hace más de veinte años y no tengo hijos ni parientes. Os cuento todo esto para que comprendáis porque pensé que acabar con mi vida era el mejor de los caminos. Lo decidí fríamente, sin dramas ni aspavientos, simplemente era lo más lógico y coherente. El problema era cómo lo llevaba a cabo, ya que nunca he sido un valiente y el dolor me asusta sobremanera.

Pensé en cortarme las venas con las cuchillas de afeitar, pero luego recordé que siempre me he afeitado con maquinilla eléctrica, y no parecía que ésta pudiese hacer algo más que depilarme y enrojecerme la piel de las muñecas. Por eso, decidí intentarlo con pastillas y me tomé el contenido completo de un bote de tranquilizantes, esperaba así dormirme en un sueño tranquilo y eterno. En su lugar, obtuve una diarrea que me tuvo más de dos horas en el baño ocupado en la mayor limpieza intestinal de toda mi vida. Resultó que me había equivocado de pastillero tomándome un bote entero de laxantes, que el médico me había recetado para mi estreñimiento crónico. Lo cierto  es que, aquello, para suicidarme no fue efectivo, pero el estreñimiento me lo quitó para el resto de mi vida.

Ante estos fracasos, pensé en recurrir a algo mucho más drástico: la electrocución. Llené la bañera y enchufé la maquinilla de afeitar con la intención de arrojarla en su interior en pleno funcionamiento. Cuando estaba en el baño, encendí la maquinilla y la arrojé, sin pensarlo, hacia el agua. Desgraciadamente, el cable elástico del aparato decidió en ese momento funcionar como un muelle; la afeitadora rebotó en el aire, sin llegar a tocar el agua, estrellándose de lleno contra el espejo del baño, que saltó destrozado en mil pedazos.

Enfadado por mi nuevo fracaso y perplejo ante el destrozo que acababa de causar, salí del baño dispuesto a abandonar definitivamente mi intento de suicidio, y fue, precisamente en ese instante, cuando sucedió; al intentar esquivar, descalzo como estaba, los trozos de cristal esparcidos por el suelo, me escurrí. La artrosis y mi torpeza habitual hicieron el resto, haciéndome caer y golpeándome la cabeza con la pila por el camino. Al final lo había conseguido; estaba muerto.

-----

Lo primero que vi fue un túnel largo, en cuyo extremo asomaba una luz brillante; nada inesperado para un lector voraz de revistas del más allá como yo. Sentía una gran paz y tranquilidad y, por primera vez, mi cuerpo se movía ligero y ágil hacia la famosa luz. Pronto percibí una silueta esperándome al final del camino.

Cuando llegué y pude ver con claridad el rostro del personaje que me esperaba, quedé completamente estupefacto. Esperaba encontrarme con el rostro barbudo y beatífico del Jesucristo de los Evangelios, pero, en su lugar, me esperaba un espectro translúcido, que tenía un parecido realmente asombroso con José Mota, uno de los componentes de Cruz y Raya.

-          ¡No me digas nada! – exclamó -. Otro español ¿no?

-          Sí – atiné a responder sin salir de mi perplejidad - ¿Cómo lo sabe?

-          Sólo hay que ver la cara que ponéis cuando me veis el rostro… Sé que parecerme me parezco, pero no soy… ¡Cuánto daño ha hecho la televisión!

En aquel momento no entendía nada. Por un momento pensé que, en vez de morirme, lo que había pasado es que había perdido la cabeza.

-          No, no has perdido la cabeza – me dijo el extraño espectro adivinando mis pensamientos -. Estás muerto. Para ser más exactos; estás en las puertas del cielo y yo soy el fantasma cancerbero. Estoy aquí para darte la oportunidad de que te lo pienses y te vuelvas para la Tierra.

-          ¿Qué  me vuelva?

-          Sé que tienes los papeles en regla, has sido bueno y todo eso, pero sobre el cielo hay mucha literatura y es mejor que te lo pienses. ¡Que no es por no dejarte pasar, que, si hay que ir al cielo se va, pero ir para nada es tontería!

-          Pero en la Tierra no tengo nada y aquí podré estar con mi mujer ¿no?

-          Sí, eso es cierto, pero ¿qué prisa tienes? Ten en cuenta que el cielo es infinito y no te quiero decir nada la cantidad de almas que hay aquí, una cosa desproporcionada. Tú piensa la cantidad de años de la historia de la humanidad y la de gente que la ha palmado; ¡una barbaridad! Aún recuerdo el diluvio. ¡No veas lo que es exterminar a toda la humanidad de golpe!. Tuvimos que hacer horas extras para darles entrada. Así que te va a costar una eternidad encontrar a tu mujer con tanta alma. Y además ¿para qué?

-          ¿Cómo que pare qué?

El cancerbero se acercó a mi lado empezando a susurrarme al oído en tono confidencial.

-          Esto es el cielo, aquí no existen los pecados de la carne. ¡Ya me entiendes! Aquí, para darnos un desahogo, lo que hacemos es decir alguna blasfemia o cometer algún pecadillo venial, para que el jefe nos mande unos días al infierno.

-          ¿Al infierno?

-          Claro. Allí el pecar está a la orden del día y, como es un mar de lava y fuegos eternos, las diablesas están siempre la mar de calientes. Además, no existen reparos morales como el adulterio y demás zarandajas ¡A ver por qué te crees que todos los demonios tienen cuernos!  Hasta San Pedro, ya sabes la mano derecha del jefe, el que guarda las llaves del cielo, pues, de vez en cuando, niega al señor dos o tres veces y se pasa una temporadita por el hades. Luego vuelve la mar de moreno y con una sonrisa bobalicona en el rostro, el viejo truhán.

-          ¿Entonces es mejor el infierno? – pregunté sin poder creerme lo que estaba oyendo.

-          Para pasar unos días no está mal; sales de la rutina y cambias de aires. Pero, para más tiempo no, porque con eso de las torturas eternas y el maldito olor a azufre que no hay quien lo aguante, pues se hace un poco cansino.

-          A mí me gustaría ir al cielo  - insistí.

-          ¡Y dale! No te engañes, que cómo en casa en ningún sitio ¡Qué, si quieres que te abra las puertas, te las abro ahora mismo! Pero, muchacho, piénsatelo, que para morirse hay tiempo. ¡Que el cielo es muy pesado! Yo me levanto a las ocho de la mañana y a recibir moribundos todo el santo día y, como encima  te conceden el don de estar en varios sitios a la vez, pues ahora mismo estoy dando entrada a otros quinientos fiambres.  Tú multiplica. Aquí se trabaja una barbaridad y te dan una miseria, que no te llega para nada. Está todo muy caro.

-          ¿Pero aquí también hay que pagar?

-          Pues claro y más que en ningún lado. ¿No ves que estamos en el cielo? Todo está por las nubes.

-          Entonces ¿qué hago?

-          Mira, tú te vuelves a la Tierra, te recuperas del tortazo que te has dado en el baño y sigues con tus achaques, pero disfrutando de la jubilación. Y, no te preocupes, que llegarte la hora te llagará, pero sin prisa, que ansiarse por morir es tontería. ¡Anda, venga, tira para casa y no te encabezones!

Me di la vuelta, convencido, e inicié mi regreso a casa. Me desperté en medio del baño, con el culo lleno de cristales y un dolor de cabeza monumental. Desde entonces han pasado ya muchos años y la muerte me ha visitado en varias ocasiones, pero, cada vez que se acerca a mí, con su traje negro de Armani y su guadaña recién afilada, para pedirme que la acompañe al otro mundo, me acuerdo de la conversación que tuve a las puertas del cielo y le contesto:

-          ¡Pues va a ser que no!

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 11 de Marzo de 2009 a las 16:10
                                LA SALA DE CINE

    Todos, seamos más o menos escépticos, lo sabemos, y ciertamente, no debería pillarnos por sorpresa el hecho de que existen ciertos lugares… especiales. Lugares siniestros, “malditos”, dirían algunos; lugares escalofriantes que tienden a ser abandonados y, más tarde, evitados por la gente. Casi siempre son sitios en que la muerte ha estado históricamente muy presente, o en que alguna vez se cometieron terribles atrocidades.

    No me iré por las ramas, querido lector. Lo que pretendo es explicarte la historia de uno de esos lugares, uno sin duda muy especial. Situado a las afueras de un pequeño pueblo de Madrid, inicialmente fue un rico caserón donde se alojaba una familia noble. El tiempo y la connotación negativa del horror que allí se vivió hace ya cientos de años, borraron por completo de la memoria colectiva los sucesos que allí ocurrieron. Siendo considerada sólo “una casa encantada más”, un avispado empresario no dudó en adquirir el terreno por módico precio, y reformar por completo el viejo caserón con tal de convertirlo en un entrañable y modesto cine, a finales de los años sesenta: tres salas en que se proyectarían las más exitosas películas, unos meses después de su estreno “en los mejores cines”.

    Naturalmente, los escasos mil habitantes de aquel pequeño y aislado pueblo  se volvieron locos con la idea, y las primeras semanas llenaron casi todas las butacas. Pero, poco a poco, la población comenzó a acostumbrarse, a habituarse, en muchos casos incluso a cansarse… hasta que, por primera vez alguien entró a una sala del cine sin compañía alguna, ya en 1971.

    Se trataba de Julián, un universitario que pasaba los fines de semana en la localidad, haciendo compañía a su pobre y solitaria madre. Por aquellas fechas eran fiestas del pueblo, y nadie se acordaba ya del cine excepto él; ya que no conocía a nadie de su edad por allí, prefería evadirse de todo viendo una buena película. El chico, una vez en taquilla, sonrió en respuesta a la cara de asombro que puso el dueño del cine nada más lo vio. Julián ya se esperaba ser uno de los únicos “locos” que renegaba de la gran fiesta que se estaba montando esa noche en el pueblo.
  -Deme una entrada para ______.
  -Oh, así que ______. una gran película, si señor. ¿Vas solo?
  -Así es. De todas formas, aquí no conozco a mucha gente.
  -Bueno, aquí tiene, son __ pesetas. Disfrute de la película.

    Julián cogió su entrada y entró al cine. Había tres puertas, cada una con un número. Entró a la 3. La sala aún estaba oscura, ya que faltaban como diez minutos para el comienzo de la proyección. Sin pensárselo mucho, El joven eligió una de las primeras filas y se acomodó en uno de los asientos. De repente, escuchó el sonido de la puerta al abrirse. Se giró y comprobó con sorpresa que estaba totalmente abierta, pese a que él mismo la cerró después de entrar. Lo encontró muy extraño, pero no le dio mucha importancia y se volvió hacia la pantalla, que ya comenzaba a proyectar la película. Mientras pasaban los créditos iniciales, Julián volvió a oír la puerta de la sala. Se giró y lo que vio le inquietó profundamente. Alcanzó a distinguir la silueta de una niña pequeña, como de cinco años, entrando a la sala y cerrando la puerta tras de sí. Lo que le impactó es que no distinguió ninguno de los rasgos de la niña, es más, su silueta era incluso más oscura que las paredes de la sala. Julián, aterrorizado, se volvió otra vez hacia la pantalla, cerró los ojos, respiró hondo, y se levantó de su asiento para inspeccionar más detenidamente el lugar. No, definitivamente no había nadie allí aparte de él mismo. Ya más aliviado, se concentró en seguir el interesante argumento de aquel film de aventuras.

    Una hora más tarde, Julián ya se olvidó de la inquietante niña y disfrutaba con la película. Pero, de repente, casi le da un ataque al corazón; una mano le rozó su brazo izquierdo, una mano pequeña, sin duda infantil. Había alguien sentado a su lado. Julián quedó paralizado; sin poder mover ningún músculo y no atreviéndose a averiguar quién estaba allí, se limitó a mirar la película pero incapaz de concentrarse en ella. En cierto momento cercano al final del film, donde no había música ni diálogos, Julián escuchó una respiración a su lado. Una respiración fuerte, agitada, casi diabólica, que no se correspondía de ninguna forma con la de una niña. Sin poder aguantar más, el universitario giró bruscamente la cabeza hacia su izquierda esperando ver qué era aquello.

    Fuera, el taquillero se tomaba una cerveza mientras escuchaba la radio. De repente, le pareció haber oído un grito, un grito horrible, infernal, inhumano, que le puso la piel de gallina. Alarmado, cogió su linterna y fue corriendo a la sala 3. Con el potente haz de su linerna, inspeccinó cada rincón de la sala mientras llamaba al que fue su único cliente aquella sesión. Comenzaron a aparecer los créditos finales de la película, y el taquillero no encontró nada.

    Julián fue buscado por la policía durante dos semanas, sin éxito alguno. El taquillero y propietario del cine, temeroso a quedarse sin clientes o ser acusado de asesino, declaró que la última vez que vio al joven fue cuando se marchaba hacia casa. Lo que ya no pudo explicar tan bien el taquillero, fue cuando, unos cuantos meses más tarde, ocurrió exactamente el mismo suceso con un anciano que acudió solitario a ver uno de sus western favoritos, por la mañana.

    Casi dos años más tarde de la segunda desaparición, la gota que colmó el vaso fue cuando, de nuevo en fiestas del pueblo, una pareja joven tuvo la ¿suerte? de disponer de la sala 3 del cine para ellos solos. La chica, que salió al baño a mitad de la película, declaró a la policía que al volver no vio ni rastro de su novio. Lo que si que observó, fue una misteriosa y siniestra chiquilla de negro que se le cruzó en la puerta. No llegó a verle la cara… y gracias a ello pudo conservar la vida.

    El noviembre de 1973, el cine de aquel pequeño pueblo de Madrid fue definitivamente cerrado, pasando a engordar de nuevo la lista de lugares malditos, abandonados, y rechazados que hay en el mundo. Su taquillero, en un injusto acto de la dudosa justicia franquista, fue calificado como presunto asesino por la policía, y, más tarde, recluído en un manicomnio cuando el hombre, al fin, se decidió a contar la extravagante verdad de los hechos que vivió. Desde aquel momento, el taquillero fue atormentado noche tras noche en sueños delirantes, por cada uno de los tres inocentes que desaparecieron sin dejar rastro en la sala 3 de su cine…

    Un cine que nunca debió haberse establecido en aquel lugar maldito. Un cine que, más que traer diversión y felicidad de los vecinos del pueblo, lo que hizo fue revivir y nutrir una maldición, potenciar el macabro poder sobrenatural que, algún día, de aquí a un par de cientos de años tal vez, volverá a alimentarse de escépticas e inocentes gentes que profanarán, por insensatez o ignorancia, sus siniestros metros cuadrados de terreno marcado por la muerte.  

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 11 de Marzo de 2009 a las 20:21

Versión corregida y recortada para ajustarse al tamaño máximo permitido en el concurso:

FUE EN AQUEL MOMENTO

                Fue en aquel momento, mientras miraba estúpidamente un monitor de ordenador que mostraba cada una de las habitaciones de mi casa, cuando supe que no aguantaba más. Estaba allí, observando como un supuesto experto en el más allá intentaba arreglar mi vida con artilugios sacados de una mala película americana. Era un hombre pequeño, menudo, que se afanaba en escrudiñar el monitor, parando tan sólo de vez en cuando, para tomar un sorbo del café más cargado y maloliente que he visto en toda mi vida.

-          ¡Ahí lo tenemos¡ - exclamó emocionado, señalando con el índice un rectángulo de la pantalla, que mostraba mi dormitorio envuelto en las sombras de la noche.

Un pequeño fulgor blanquecino empezaba a tomar forma justo encima de la cama de matrimonio. Sentí nauseas al verlo adquirir la forma de un ser humano, que parecía flotar burlonamente sobre las sábanas revueltas del lecho. Pensé en mi mujer y en como esa cosa la había estado poseyendo, noche tras noche, haciéndola gritar con desesperación, al sentir como manos invisibles manoseaban sus pechos e introducían sus dedos incorpóreos entre sus nalgas expuestas. Yo me despertaba asustado por sus gritos, y le decía, como un estúpido, que sólo había sido una pesadilla.

Después fue mi hija la que empezó a tener problemas. Siempre había sido una alumna brillante y una niña muy tranquila, sin embargo, empezó a volverse y sus notas cayeron en un pozo sin fondo. Su tutora me llamó para advertirme de su repentina transformación y yo sólo supe decir que era una fase difícil de su infancia.

Me negaba a ver las evidencias delante de mis ojos. Ni siquiera, cuando mi mujer se despertaba gritando en medio de la noche, o mi hija venía a nuestra habitación, encharcada en sudor y suplicando que la dejásemos dormir con nosotros, fui capaz de admitir que algo estaba interfiriendo con nuestras vidas; algo ajeno y maligno.

Una noche volví tarde del trabajo. Estaba cansado y enfadado de pelearme con un balance de cuentas que se negaba a cuadrar, por lo que decidí ir a la cocina y relajarme, tomándo una infusión antes de dormir. Me acerque a la cocina, sin encender las luces, para no despertar a mi mujer y mi hija, y fue entonces cuando lo vi. Al principio no supe de qué se trataba, tan solo percibí una silueta fugaz en el espejo del pasillo, que  me hizo girar la cabeza.  Detrás de mí, algo surgió de las sombras, casi como si estuviese hecho de un desgarro de la misma oscuridad; parecía un hombre. Sus facciones, negras como la noche misma, mostraban un odio profundo que retorcía sus rasgos de forma grotesca. Perdí la respiración y caí de espaldas, sin poderlo evitar, mientras esa cosa se precipitaba sobre mí. Sólo fue un instante, pero noté como mis entrañas ardían al ser atravesado por la incorpórea figura. El dolor y la impresión fueron tan grandes, que quedé inconsciente hasta la mañana siguiente, en que mi mujer me encontró tendido en medio del pasillo.

Después de aquello, ya no pude negar por más tiempo lo que estaba sucediendo; comprendí que todo lo que mi mujer y mi hija llevaban meses contándome era cierto. Pero ya era demasiado tarde, mi matrimonio estaba herido de muerte. Leía el desprecio de mi mujer en su mirada cada día, incapaz de perdonarme que no hubiese creído en ella, dejándola impotente en manos de aquella abominación, noche tras noche.

Decidí acudir al sacerdote de la parroquia, confiando en que con su intervención las cosas mejorarían. Cuando le conté lo que nos estaba ocurriendo, el religioso me miró con sorpresa e incredulidad. Después de implorarle ayuda, como no lo había hecho nunca con nadie, accedió a regañadientes a bendecir nuestra casa, e intentar así expulsar cualquier presencia maligna que pudiese haber. No funcionó. El sacerdote realizó su número exorcista, arrojando agua bendita en cada habitación, a  la vez que entonaba una serie de salmos extraídos de la Biblia, pero la presencia que nos atormentaba siguió allí, burlándose de nosotros día tras día.

Un día mi mujer me dijo que no lo soportaba más y, cogiendo a mi hija, se fue de casa sin darme ni siquiera opción a protestar. Cuando se subió al coche, en la  tristeza y decepción de su última mirada, comprendí que nunca volvería a estar a mi lado. A pesar de todo, yo no estaba dispuesto a ceder e irme también; aquel era mi hogar y me había costado demasiado levantarlo, para dejármelo arrebatar por nadie ni por nada.

Me obsesioné, consulté con expertos, leí libros y acudí a conferencias. Probé toda clase de rituales y ceremonias, pero la entidad siguió allí, haciéndose, con cada victoria suya y derrota mía, más y más fuerte. Cada noche me despertaban sus pasos, gritos y burlas. En varias ocasiones se presentó en mi propia habitación, torturándome con su presencia y arrojando muebles y utensilios contra las paredes. Podía sentir su odio y desprecio impregnando cada esquina de mi hogar.

Una mañana recibí una carta de mi empresa; era el despido. Acababa de pedir un permiso para buscar a un nuevo experto que pudiese ayudarme y eso colmó el vaso. Aquello, en lugar de hacerme comprender que lo mejor era abandonar mi obsesión, incrementó mi rabia y determinación, por lo que decidí utilizar todos mis recursos en contratar a un equipo de científicos especializados en lo sobrenatural, que acabasen, de una vez por todas, con la monstruosidad que se había apoderado de mi vida.

Sin embargo, ahora, mientras observaba en el monitor, que con su mosaico de imágenes cuadriculadas parecía burlarse del rompecabezas en que mi mundo se había convertido, como la odiosa figura se corporeizaba, una vez más, para continuar su eterna burla de todo lo que para mí era sagrado, algo se rompió en mi interior definitivamente.

El parapsicólogo que estudiaba el fenómeno se volvió hacia mí sonriendo.

- ¡Es maravilloso! – exclamó.

Aquello fue demasiado para mí. Aquel hombrecillo sentía admiración por el monstruo que había estado destrozado mi mundo hasta convertirlo en un lodazal irreconocible. ¡Sentía admiración! Me acerqué a él y le propiné un puñetazo que le hizo caer de bruces en el suelo de la habitación. En otra época le hubiese ayudado a levantarse, disculpándome de inmediato, pero, en lugar de eso, le pedí a agritos que abandonase de inmediato mi casa. El pobre tipo salió corriendo a trompicones, asustado y sin comprender nada.

Entonces supe por fin lo que tenía que hacer para acabar con aquella pesadilla. Fui a mi habitación e, ignorando al espectro, abrí inmediatamente la cómoda, donde guardaba una pequeña escopeta de cañones recortados. Extraje dos cartuchos del cajón y los introduje en la recamara. Sin pensarlo, apoyé el cañón del arma en mi barbilla y apreté el gatillo. Ni siquiera oí el ruido del disparo, sólo me desplomé en el suelo. Lo último que vi fue como una mancha de sangre goteaba en el techo de la habitación. Todo se volvió rojo….

………………………

Lo primero que vi al despertar fue mi propio cuerpo tendido a mis pies y empapado en sangre; no sentí nada por él, ni siquiera curiosidad. No había olores, no había sonidos, no había sensaciones, todo era un vacío en mi interior. Sólo una cosa permanecía inalterada y animaba mis movimientos; mi odio.

Me giré hacia el lecho. El espectro que me había atormentado, me miraba desde allí. Sus rasgos ya no me parecieron tan grotescos y repulsivos, tan sólo despreciables. Sentí como la ira se apoderaba de mí. Por primera vez vi el miedo pintado en su rostro, el mismo miedo que debía haber visto, en mí y en mi familia, durante tanto tiempo. Me arroje sobre él con la velocidad de un pensamiento y la furia de un animal. Intentó defenderse, pero mi odio era mucho mayor que el suyo. Sentí como intentaba agarrarse a los últimos restos de arrogancia y maldad de sus ser para mantener su integridad, pero mi dolor, desprecio y odio feroz, le barrieron de la existencia, disgregando su esencia a mi paso, como la arena ante el viento.

Mi hogar vuelve a ser mío y ya no habrá vivo o muerto que vuelva a violarlo y arrebatármelo nunca más. Sólo siento que, aunque he recuperado mi hogar, nunca recuperaré mi vida.

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 11 de Marzo de 2009 a las 20:49

Quiero creer.

 Cincuenta y siete años y, por fin, está decidido a terminar su investigación. Toda una vida dedicada a encontrar pruebas fehacientes de la existencia de fantasmas, del más allá, está a punto de terminar, cuando en realidad parece haber demostrado todo lo contrario.

Cincuenta y siete años y, por fin, ha reunido el valor suficiente para enfrentarse a la última conclusión posible. Tras frustrantes experimentos por todo el mundo que nada probaron, salvo que el fraude o la casualidad, estaban detrás de toda la fenomenología a la que se enfrentó (y toda la que obvió por evidente vodevil).

Cincuenta y siete años y, por fin, le queda claro que debe ser otro quien escriba el punto y final. En la carrera por detectar la esencia de los muertos desarrolló tecnología que resultó provechosa y lucrativa a los vivos lo que le permitió llegar a este momento, en el cual todo será registrado.

Cincuenta y siete años y, por fin, alcanza la paz que otorga el estar seguro de conseguir aquello por lo que tanto ha luchado. Respira, aleja cualquier atisbo de nerviosismo y, sin dilatar más el momento, salta al vacío. Y sólo él sabrá si acertó o estaba equivocado.

concursoderelatos
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  • 11 de Marzo de 2009 a las 20:49

Quiero creer.

   Cincuenta y siete años y, por fin, está decidido a terminar su investigación. Toda una vida dedicada a encontrar pruebas fehacientes de la existencia de fantasmas, del más allá, está a punto de terminar, cuando en realidad parece haber demostrado todo lo contrario.

Cincuenta y siete años y, por fin, ha reunido el valor suficiente para enfrentarse a la última conclusión posible. Tras frustrantes experimentos por todo el mundo que nada probaron, salvo que el fraude o la casualidad, estaban detrás de toda la fenomenología a la que se enfrentó (y toda la que obvió por evidente vodevil).

Cincuenta y siete años y, por fin, le queda claro que debe ser otro quien escriba el punto y final. En la carrera por detectar la esencia de los muertos desarrolló tecnología que resultó provechosa y lucrativa a los vivos lo que le permitió llegar a este momento, en el cual todo será registrado.

Cincuenta y siete años y, por fin, alcanza la paz que otorga el estar seguro de conseguir aquello por lo que tanto ha luchado. Respira, aleja cualquier atisbo de nerviosismo y, sin dilatar más el momento, salta al vacío. Y sólo él sabrá si acertó o estaba equivocado.

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  • 11 de Marzo de 2009 a las 20:49

Quiero creer.

    Cincuenta y siete años y, por fin, está decidido a terminar su investigación. Toda una vida dedicada a encontrar pruebas fehacientes de la existencia de fantasmas, del más allá, está a punto de terminar, cuando en realidad parece haber demostrado todo lo contrario.

Cincuenta y siete años y, por fin, ha reunido el valor suficiente para enfrentarse a la última conclusión posible. Tras frustrantes experimentos por todo el mundo que nada probaron, salvo que el fraude o la casualidad, estaban detrás de toda la fenomenología a la que se enfrentó (y toda la que obvió por evidente vodevil).

Cincuenta y siete años y, por fin, le queda claro que debe ser otro quien escriba el punto y final. En la carrera por detectar la esencia de los muertos desarrolló tecnología que resultó provechosa y lucrativa a los vivos lo que le permitió llegar a este momento, en el cual todo será registrado.

Cincuenta y siete años y, por fin, alcanza la paz que otorga el estar seguro de conseguir aquello por lo que tanto ha luchado. Respira, aleja cualquier atisbo de nerviosismo y, sin dilatar más el momento, salta al vacío. Y sólo él sabrá si acertó o estaba equivocado.

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