Agua de lluvia

La escena de un niño empapado de pies a cabeza que, absorto, bebía a chorro agua de lluvia en el paseo de Vara de Rey, de Ibiza, una tarde de domingo de Pascua hace ya unos veinte años, no ha dejado de perseguir a Joan: está obsesionado con aquel chiquillo, que ya debe estar hecho todo un hombre. Ni el trabajo, ni los amigos, ni sus hobbys, ni la relación con Susann, ni el tiempo que todo lo borra, han conseguido sacarle este recuerdo de la cabeza. Siente una imperiosa necesidad de buscar a este joven, como si de ello dependiese incluso su salud, y desconoce los motivos de tal impulso. Su inquietud se ha convertido en obsesión, que a la vez que le atormenta, le estimula. Sin embargo, no sabe por dónde anda el chaval ni cómo averiguarlo. Sus intentos a ciegas por conseguirlo le harán salir de la monotonía y mediocridad en la que se halla sumido.