Viajábamos un día con Gustavo Pinzón González y su señora Esperanza Vera a Puente Nacional. Conducía yo el vehículo de ellos, pues Gustavo se recuperaba de una novedad vascular que lo limitaba en forma severa, pero que él con la recia constancia de un Demóstenes la superaba poco a poco. Era tan sorprendente su recuperación que se atrevió, después de hallarse impedido en su habla, a encabezar en plena plaza pública el discurso con que se conmemorarían los 20 años de la Constitución Nacional. Quizás porque nos dirigíamos a su tierra y la belleza del paisaje tropical pleno de arboles de un verde intenso, el aroma de los cañaduzales que le recordaba su niñez, fue cuando comenzó él un relato que no me atreví a interrumpir ni un instante. Un monologo, en donde con emoción recordaba a sus padres, la ruda vida de trabajo del campo, la dulzura de su señora madre, los parientes en su amenazante hegemonía familiar en los cargos públicos, la dolorosa violencia política que enfrentó en unas bárbaras ordalías a quienes eran sus vecinos y amigos.
En fin , el viaje que de por si era agradable en aquella carretera ausente de tráfico, con el relato de Gustavo se convirtió en una emocionante clase de historia reciente, plagada de anécdotas y de situaciones reales que explicaban las razones especialísimas que distinguen a las gentes de la Provincia de Vélez de otras de nuestro arisco territorio santandereano. Entre cuentos que se entrelazaban como en los relatos de las Mil y una Noche, fuimos llegando a nuestro destino y ahí fue cuando me atreví a decirle a Gustavo que escribiera esa autobiografía con la exuberancia de detalles sobre su vida sencilla y campesina y sobre todo con la emoción y colorido con la que nos distrajo en el viaje. Me gustó tanto el relato de su vida entre el sonido dulzón de los tiples y el latigazo de los disparos de los violentos, que le propuse que me regalara parte de esa historia emocionante para una novela que tengo atorada desde hace tiempos. Le dije, no permita que el paso del tiempo le borre los recuerdos como en los escritos que en la modernidad de los computadores olvida uno grabar y se borran como por arte de magia y son irrecuperables. Con el transcurrir de los días tuve la grata sorpresa de que Gustavo Pinzón quien seguramente es descendiente de aquellos hermanos Pinzón que se aventuraron con Colón, ya se había aventurado al viaje, había escrito su autobiografía y me pedía que le hiciese el prologo, honor que me llena de orgullo por venir de quien viene, un hombre de letras, historiador y politólogo y además porque me obliga a retomar mi olvidada novela, porque aquí en este libro de Gustavo Pinzón está parte del engranaje que me impedía avanzar en el relato.Sergio Rangel Consuegra
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