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Andres Molina Mejía

Si ha habido una cuestión insoslayable para la indagación filosófica de todas las épocas, esa ha sido la dilucidación de lo que es la realidad, de aquello que constituye a lo ente en efectivamente real. Desde los más prístinos tiempos y por los más diversos procedimientos (mitos, religiones, ciencias…), los humanos han intentado levantar el velo interpuesto entre ellos y las cosas y sus principios. Hoy, el extraordinario cúmulo de conocimientos científicos hace posible abordar la cuestión mejor pertrechados que nunca en la historia del pensar.

Este ensayo sólo pretende reavivar esa perenne reflexión ontológica y, para ello, toma como referente la concepción estratificada del ser elaborada por Nicolai Hartmann, único planteamiento, pienso yo, que posibilita la fundamentación racional del pluralismo y multiplicidad del ser sin recurrir a ningún apriorismo idealista. Entendiendo que los estratos básicos del ser son el físico y el orgánico, es imprescindible abordar inicialmente los principales logros de la ciencia actual en ambos ámbitos. Algo que ha representado una especial dificultad para el autor de este ensayo, quien, por no ser científico ni disponer de una sólida preparación científica, se ha visto obligado a recurrir a la inmensa bibliografía de divulgación científica de que hoy se dispone, siendo consciente de la advertencia de Montaigne: «Puede decirse con verosimilitud que existe una ignorancia supina, que antecede a la ciencia, y otra doctoral que la sigue: ignorancia es esta última que la ciencia engendra y produce, del propio modo que deshace y destruye la primera.» (Ensayos, libro I). Espero no haber engendrado ignorancia doctoral creyéndola sabiduría, y menos aún engendrarla en un posible lector, aunque siempre hay cierto peligro en «los muchos saberes», que a veces engendran convicciones más peligrosas, como diría Nietzsche, para la verdad que las propias mentiras.

En cualquier caso, si ha sido o no un atrevimiento injustificable, lo ha de juzgar el lector. A su justedad me remito, aduciendo únicamente en mi descargo la fascinación que siento por los arcanos de la vida y del ser, lo cual me lleva una disyunción insoslayable: o tienes ideas filosóficas o tienes prejuicios filosóficos. Popper ya lo advirtió: todos somos filósofos a la fuerza. Y hoy, añado yo, sólo se puede filosofar alumbrados por la ciencia, la mejor herramienta contra los prejuicios filosóficos.

Y tras recorrer el camino de los saberes acerca de la naturaleza, me permito, en el último capítulo, detenerme en el estrato más propenso a toda clase de engaños, el del ser espiritual. Con la pretensión de introducir algo de claridad en un ámbito lleno de interesadas falsedades, como consecuencia de la necesidad del espíritu para alcanzar la condición de persona humana. Y para consumar tal empresa recurro al filósofo que más me ha hecho pensar, Spinoza, sin que ello signifique aceptarlo dogmáticamente, sino, al contrario, como piedra de toque de todas las inquietudes.