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Gustavo Germán Fischer Parra

Nací en 1960 en Montevideo y crecí en el Barrio Palermo en el justo límite con el Barrrio SUR, ambos emblemas de la cultura afrouruguaya: EL CANDOMBE.

A una calle del mar transcurró mi niñez, en el marco de las peripecias políticas que desembocaron en una dictadura militar justo en el año que ingreso a Secundaria.

Como mis padres vinieron del interior, del centro del país, conviví con costumbres y viajes al campo mas desolado pero soy un montevideano irremediable. Adicto a la costa.

Comencé estudios de Carpintería en 1974 y luego de violería sin concluir ninguno. Sucede que a los cinco años recibí una guitarra de regalo y una tía que me empujaba a la música. Con ocho  años estudiaba piano y a los diez tocaba decentemente pero me desconsolé cuando mi profesora se recibió de maestra primaria y se mudó al interior.

Pero siempre estuve junto a la música desde entonces, no solo por el primordial repique de los tambores como la naturaleza musical mas cercana. En la dicatadura nos escondíamos con amigos a escuchar discos prohibidos o de dificil acceso. Y a tocar esas canciones disfuncionales al orden militar o a la estética establecida por mentes de clara incapacidad artística o de cualquier otra especie.

Fue en esos momentos de la adolescencia en que también nos juntábamos unos pocos a leer o hablar de libros aboslutamente desconocidos. Recuerdo a Herman Hesse y su "Sidartha" o "Rayuela" del entrañable Cortazar como las primeras lecturas  que abordé, que me resultaron trepidantes.

Ya entonces intentaba escribir, necesitaba hacerlo... A los dieciseis años comencé a trabajar por lo que mis estudios comenzaron a ser sinuosos o nulos, es decir mis estudios curriculares, pues nunca leí tanto como a partir de empezar a trabajar y poder comprar libros.

Con veinte años debí abandonar Montevideo, nuestra casa, algo muy cercano a un conventillo estaba en ruinas y todas las familias habitante debimos abandonarla. La casa pertenecía a un señor calabrés de incomprensible lenguaje español que aun recuerdo, siendo niño, venía a cobrar la renta personalmente junto a su hijo y todos los jefes de familia le besaban el anillo suntuoso que llevaba en su gigantesca mano, era una especie de "padrino".

A los veintiuno, ya viviendo en la ciudad de Las Piedras, departamento de Canelones, entre a trabajar en el ferrocarril. El significado de esta experiencia ha sido enorme. Luego de un año de entrenamiento comencé a trabajar en locomotoras y viajar por casi todo el país. La camaradería aprendida entonces me ha marcado fuerte. Fui dirigente sindical en momento especial y desde una perspectiva muy particular, siendo crítico de la izquierda frentepopulista precisamente en el momento en que estaba creciendo el concepto del frentismo stalinista, esa entelequia seductora trasvestida de "progresismo" ultimamente.

Luego el ferrocarril se fue extinguiendo y nosotros trasladados a lugares inverósimiles, en mi caso a la Educación Secundaria. Allí pude recuperar mi carrera y hoy soy secretario liceal, toda una paradoja tragicomica en mi vida.

Nunca dejé de escribir, pero tampoco de postergar la definición de las obras, de esos renglones nocturnos, y luego de una experiencia límite (una operación al corazón y una separación )  he vuelto reconstituir mi vínculo familiar con mi esposa y mi hijo y con la decisión de respetar aquella necesidad de escribir, sin postergar e intentando publicar, esa odisea de las letras.