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José Luis Talamantes

Aunque lleve un título que de momento no se entiende, esta es la historia de Léxico, un pueblo premoderno en pugna consigo mismo, un país adolescente con severas dificultades para regirse con la madurez inherente a la edad adulta. A principios del Siglo XXI, al cumplir 200 años de edad (todo un jovenzuelo zarandeado por las hormonas), su descomposición cultural mantenía al estado de derecho pendiendo de un cabello deshilachado. De lleno en la era de la informática, la corrupción y la inconciencia prevalecían en el accionar de los ciudadanos de arriba, de en medio y de hasta abajo de la pirámide social. La impunidad y las negligencias extremas aromatizaban el aire con pútridas fragacias. Así como las moscas naces de entre los excrementos, la atmósfera era la propicia para que de sus hediondeces emergiera un héroe purificador, o para que los vapores tóxicos terminaran por asfixiar a la nación, lo que llegara antes.

Aunque no se crea, Léxico no siempre fue una patria en trance de putrefacción, en otra vida, cuando se le conocía como Anáwak, esta región del mundo destacaba por sus ciencias y prácticas políticas, sociales y educativas; abundantes todas ellas en entereza y eficacia. Imposible narrar en una sinopsis la degeneración paulatina de sus millones de habitantes, pero tal vez algunos ejemplos del surralismo lexicano nos revelen la magnitud de su pestilencia: una política bizca, un sistema de salud enfermo, una educación incompleta e insípida, una violencia muy bien alimentada, una percepción caricaturesca del mundo, una ineptitud no asumida, una desidia laboral heroica, una espiritualidad sin poder transformativo... Un caos hecho y derecho, donde alguna vez hubo orden y florecimiento individual y social. Odio a la élita, donde se amó y obedeció a los líderes sapientes, ¿cómo se llegó a semejante disfuncionalidad, se preguntará el lector, ¿cuándo se perdió el entendimiento de que el bienestar personal y el colectivo son interdependientes ¿A dónde se esfumó la sabiduría anawaka ¿Hay remedio

Entretanto, como si lo hasta aquí expuesto no fuese ya demasiado, sin importarles nacionalidades ni conceder tiempos fuera, las substancias de la vida se densificaban en torno a los seres humonos y demás seres sintientes.

Tic, tac, tic, tac, tic, tac...