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concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009

Re: RELATOS para la 109 edición quincenal TEMA Políticos

20 de Noviembre de 2013 a las 21:31

La fiesta

Cuando el noble sonido del venerable reloj de pie del salón indicó que eran ya las ocho de la tarde, la fiesta había comenzado hacía rato y los canapés y los cócteles, generosamente servidos, comenzaban a hacer su efecto en los invitados. Algunos bailaban en el salón al ritmo de la música de los vinilos que mi primo Olegario, un Arlequín algo sobrado en quilos, iba poniendo en el viejo tocadiscos.

Y es que, amigos míos, para ocasiones como esta siempre me ha gustado rescatar del desván ese entrañable aparato que acompañó en mi adolescencia las fiestas dominicales, cuando papá y mamá se iban al cine o al teatro y me dejaban libre el salón principal de la finca, y los amigotes y las chavalas nos reuníamos y pasábamos la tarde bebiendo coca colas, cervezas y fantas, llenando los ceniceros de colillas, y bailando unos ratos twist y rock y en otros momentos los típicos agarrados. Guardo todos aquellos discos como oro en paño: Ádamo, Matt Monro, Beatles, Beach Boys, Feliciano, Otis Redding y tantos otros.

Como os decía, para la fiesta de disfraces que organizo cada año en mi casa no quiero saber nada de esas modernas microcadenas, de los MP3, los equalizadores, sub buffers y demás tecno new age. Para mi “fancy party” prefiero el ambiente retro, aquel que más casa con los vistosos y coloridos disfraces de mis invitadas y mis invitados. Y nada más retro que mi viejo lector de microsurcos y esos negros discos cargados de recuerdos y nostalgia. ¿Habéis probado alguna vez a poner suavemente la aguja en la zona exterior del vinilo? ¡Esos segundos iniciales de silencio con el peculiar "ruido" del microsurco son impagables!

Estoy sentado en mi butaca preferida, con un Johnnie Walker reserva especial, sin hielo y sin agua, en mi vaso, y miró a mis invitados. Contemplo complacido mi fiesta. Mis buenos amigos, los Ordóñez Sanlúcar, que han optado por el clásico atuendo de personajes de la corte de Luis XIV, bailan en un rincón. No faltan en mi fiesta ni el payaso de circo, ni Blancanieves, ni Papa Noel, ni los trogloditas, o un cirujano y una enfermera, muy descocada por cierto. Veo que el señor notario se ha quitado la peluda cabeza de su disfraz de oso, y no creo que tarde mucho en despojarse del resto de su caluroso disfraz, pues el sudor perla su calva.

En un mueble bajo adosado a la pared del fondo se encuentran las bandejas de los canapés. Lolita y Fernando, vestidos con los uniformes que guardo cuidadosamente todo el año, con su dosis de naftalina incluida, desde la época en que sus padres servían a los míos, las toman de vez en cuando y van ofreciéndolos a los invitados. Gastón, mi mayordomo, accedió como siempre a servir con discreción y elegancia las bebidas a las señoras y los señores. Es una joya mi buen Gastón.

Mi primo Olegario está, como cada año, al lado del tocadiscos. Ha engordado demasiado, en mi opinión, y su disfraz de Arlequín amenaza con saltar en mil pedazos multicolores de tela. He cerrado los ojos brevemente, y por un instante me ha parecido que al abrirlos de nuevo vería allí, junto al microsurco, a Luisín, el pobre y tímido Luisín, que incapaz de pedir a las gachís para bailar se pasaba las tardes de los domingos haciendo de disk jokey, sin el consuelo de saber que aquella tarea era considerada por los que estaban a la page como de lo más in. Como era de esperar, cuando he abierto los ojos allí seguía mi primo Olegario. Y todos mis invitados.

Bueno, no todos. Debo confesar que, por primera vez en muchos años he tenido que negar la entrada a tres de ellos por no ceñirse a la norma básica, al principio fundamental de mi fiesta: hay que venir disfrazado. Y lo he hecho con plena convicción, para dejar claro que sigo siendo fiel a las nobles tradiciones de mi familia. Jamás se aceptó en casa de los Ximénez Montalbán a nadie que no respetase las normas de sus fiestas.

Por eso cuando les he visto llegar, ya en el jardín mismo, he salido a su encuentro para rogarles que diesen media vuelta y, si deseaban asistir a la fiesta, volviesen más tarde debidamente disfrazados.

Posiblemente alguno me dirá que me he pasado un poco. Que podría haber condescendido. Que, después de todo, normalmente no van vestidos de aquel modo en sus actividades cotidianas. ¡Claro que no van! Pero ello no esconde lo que son de verdad. Ya lo dice el refrán, “el hábito no hace al monje”.

Por ello todos los resortes de mi desaprobación han saltado cuando he visto al diputado Márquez disfrazado como el típico ratero, con su pañuelo negro, su jersey a rayas horizontales y su antifaz, con la linterna y la ganzúa, junto al delegado del gobierno, el señor Llanos del Valle, vestido de pirata, con su parche en el ojo, su sombrero de ala ancha, su falso gancho cubriendo la mano y su falsa pata de palo. Y sólo me ha faltado ver que, además les acompañaba el vice primer ministro con un disfraz que a él le habrá parecido ingenioso pero que a mí me ha disgustado mucho, el de típico bandolero de Sierra Morena, con su trabuco, su faja, su montera y sus polainas. Les he barrado el paso, les he enseñado la puerta del jardín y les he dicho con toda seriedad y convicción lo siguiente:

—Señores, ahí tienen la puerta de salida. Váyanse, por favor, y regresen si lo desean cuando se hayan disfrazado correctamente. No he aceptado nunca en mis fiestas a nadie que no viniese completamente disfrazado.

—¡Pero amigo Ximénez, no diga tonterías! ¡Estos disfraces nos los ha conseguido mi ayuda de cámara, que como usted sabe es un excelente consejero en estos y otros temas! ¡Son de la prestigiosa empresa “All for your Parties”!

—Mire, señor vice ministro, dados los cargos políticos que ustedes ostentan en la actualidad, esas curiosas vestimentas que lucen ahora no pueden ser consideradas, con un mínimo de rigor, como disfraces. Les ruego de nuevo que vuelvan sobres sus pasos y regresen vestidos con cualquier cosa menos con disfraces que delaten lo que de verdad son ustedes, los políticos: rateros, piratas y bandoleros.

¡Ah, amigos! ¡Qué bien sabe esté güisqui! Indudablemente no podría tener en mis bodegas, en un rincón cuidadosamente acondicionado para ello, esas botellas especialmente elaboradas para mi familia por encargo de su Graciosa Majestad, doña Isabel de Inglaterra, de no ser por mis títulos y mis propiedades. Pero es que el ser Grande de España, y el propietario de una de las primeras fortunas de Europa, permite disfrutar de muchas cosas. Por ejemplo, del placer de no admitir en mis fiestas a esos politicuchos de tres al cuarto. ¿Pues que se habrán creído? En un par de años, tras las elecciones, es posible que pierdan todas las prebendas que les dan sus cargos. En cambio yo seguiré aquí, en mi finca de Las Verdes Acacias, disfrutando de la sosegada vida de un noble caballero.�¡Salud, amigos!

concursoderelatos
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  • 26 de Noviembre de 2013 a las 11:51
 

Aniversario


Acudí al mitin que servía para conmemorar el primer aniversario del partido con ganas de escuchar frases que me alegraran el día y, por qué no decirlo, que ayudaran a desfogarme contra la casta política dirigente, desde Gobierno hasta alcaldes, presidentes de Comunidades Autónomas, oposición, diputados y demás purria y escoria inmunda de este país.


El teatro donde se celebraba el acto estaba lleno hasta la bandera, que dirían los clásicos. Mucha gente ávida de escuchar lo que querían escuchar. El mitin no defraudó ni un ápice. El punto álgido llegó cuando tomó la palabra el líder del partido:


“¡Muy buen día tengan!”, dijo alegre, saludando al gentío allí congregado. “Es un honor saludarles”. Acto seguido, dio comienzo al discurso propiamente dicho. “La mayoría de ustedes conocerán la historia de nuestro proyecto y habrán participado en él”. Algunos asintieron. “Así pues, conocerán perfectamente con qué alegría general, con una alegría MAYÚSCULA, fuimos recibidos por el stablisment político y mediático hace ahora nueve meses. ¡Nueve meses!”, la gente reía. “Y sabrán perfectamente que suerte de embarazo nos desearon, y qué suerte de pronósticos se cernían sobre la criatura que íbamos a alumbrar”. La gente seguía riendo. “Pues bien, aquí está la criatura: aparece alegre, matinal...” Aplausos. “¡Robusta!”, se animaba el líder del joven partido, el cual estaba llamado a ser una alternativa real. “Ya sólo por eso se distingue a la perfección del aire mortecino y cabizbajo que tiene todo lo que ellos, tristes víctimas de sí mismos, han sido capaces de alumbrar en treinta y cinco años”. Los aplausos fueron atronadores. “Recordarán..., recordarán”, repitió, mientras esperaba que cesaran los aplausos para seguir hablando. “Recordarán que entre los insultos preferentes que nos dedicaron fue el de Intelectuales”. Fueron personas de la cultura -especialmente aquellas que provenían del mundo de las letras- quienes habían fundado el simpático partido. “Este debe ser el único país del mundo en donde se intenta descalificar a alguien llamándole intelectual”. Risas y aplausos, al unísono, inundaron de nuevo el teatro. “Porque sin duda, en boca de nuestros críticos, se trataba de un insulto. Un insulto porque no podía caberles en la cabeza que un intelectual, ¡uno solo!, pudiera declarase, y orgullosamente, anti sistema establecido”. Los aplausos fueron atronadores, firmes y convincentes. “Tenían, tenían...”, esperaba de nuevo a que cesaran para proseguir. “Tenían sus motivos, no se crean. Quienes más abusaron del término fueron sin duda los políticos. A la ironía, o al intento de ironía, añadieron la imposibilidad de que los intelectuales pudieran dedicarse a la política. Venían a decirnos, citando al gran pensador Francisco Franco: Hagan, hagan como yo...” decía, imitándolo entre las risas de los presentes, “hagan, hagan como yo, y no se metan en política”. La gente rió mucho y bien, y aplaudió con gusto. “Algún político nos intentaba quitar la idea de la política diciéndonos: uf, la política no es para vosotros, la política da mucho trabajo”. Alguno del público ya lloraba de risa. “Y algún otro, y algún otro...” Hasta él mismo reía ya. “Y algún otro mostraba un realismo caníbal: la política es sucia”. Risas y más risas. “La conciencia era general: la política es un trabajo innoble que hay que dejar en manos de profesionales.” El público se partía la caja, se tronchaba, vamos. “Pues bien, entre las tareas preferentes de este retoño que despunta, va a tener que estar, necesariamente, la del ennoblecimiento de la política. Y para eso es necesario que la sociedad vuelva a tener la política como una de sus tareas. La experiencia de nuestro recién creado partido prueba que esto es posible.”