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romi
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Los poemas del río

24 de Noviembre de 2013 a las 11:57

Bubok

LOS POEMAS DEL RÍO

 

               I- Hacía tiempo que su marido había muerto. Luchando en una de las muchas batallas que los reyes de la Alhambra libraban contra sus enemigos. Y al quedarse viuda, ella se volcó en el único hijo que tenía. Un niño muy sano que rozaba los diez años. Lo llevó un día a la casa del sabio, cerca del Puente del Aljibillo y aguas del río Darro y le dijo al hombre:

- Quiero que enseñes a este niño mío a leer y a escribir. ¿Cuánto vas a cobrarme por ello?

Y sin titubear el sabio argumentó:

- No voy a cobrarte nada porque sé que eres pobre y también me han dicho que hasta los pocos alimentos que tienes, te los quitas de tu boca para que no pase hambre tu niño.

Reconfortada y llena de agradecimiento la mujer mostró su respeto al sabio y al día siguiente mandó a su hijo a la casa de este hombre para que recibiera la primera clase.

 

               Tenía ella un pequeño huertecillo a la vera del río Darro, no lejos de la Fuente del Avellano. Cavaba y regaba cada día estas tierras, siempre sola y mientras su hijo estudiaba en casa del sabio o jugaba con la corriente de la aguas o la arena de los charcos. Casi siempre que hacía esto, lo que más al muchacho le gustaba era buscar pequeñas piedras planas y con un trozo de cuarzo, dibujaba en estas piedras signos o palabras. Le enseñaba luego a la madre estas escrituras y le decía:

- Esto que ves aquí, en estas piedras del río, es un pequeño poema que esta mañana he escrito.

- ¿Y qué dices en ese poema?

- No está todavía terminado pero te aseguro que es muy hermoso y por eso, en cuanto lo acabe, quiero leértelo.

- Seguro que será muy hermoso tu poema pero yo también, un día de estos, me gustaría mostrarte algo.

- ¿Qué es, si ya puedo saberlo?

- Es algo que tengo ahí en el huerto, cerca de la reguera y donde sembré la albahaca.

 

               Impaciente el joven insistió a la madre y al final ésta le dijo:

- Mañana, cuando termines de dar tu clase con el sabio, reúne a tus amigos y ven por aquí con ellos.

- ¿Para qué quieres que vengan mis amigos?

- La sorpresa que para ti tengo reservada, también puede gustarle y serle muy útil a ellos.

Y entonces el hijo, intrigado por lo que la madre le había propuesto, rápido comentó:

- Pues si traigo a mis amigos, puedo enseñarles los trozos de poemas que ya tengo en las piedras escritos. ¿Qué piensas tú de esto?

- Pienso que es bueno compartir con los demás, los pequeños o grandes sueños que todas las personas llevamos en el corazón y la originales obras de arte que a veces nacen de estos sueños. Así que escribe y pinta tus poemas y compártelos con los amigos.

 

               II- Aquella misma tarde, el joven se encontró con todos los amigos que tenía en el barrio y les pidió que al día siguiente por la mañana, fueran al Puente del Aljibillo. Y al salir de clase, al día siguiente por la mañana, aquí se encontró con un buen grupo de sus más fieles amigos. Los saludó y rápidos caminaron por las sendas al borde del río. Enseguida llegaron al huertecillo de la madre y al verlos ésta, los saludó y les dijo.

- Venid por aquí que es ahí junto a la acequia donde tengo la sorpresa que deseo mostraros.

 

               Caminaron los jóvenes detrás de la madre y solo unos metros más arriba, la mujer se paró junto a un rodal de plantas muy verdes. Señaló a este pequeño trozo de tierra al tiempo que les decía a los niños:

- Como veis, estas plantas son verdes y pequeñas matas de albahaca. Esparcí por aquí las semillas hace unas semanas y ya están lustrosas y perfumadas. Y como podéis comprobar, su verde es tan intenso que hasta dan ganas de comérselas.

- Es verdad lo que usted dice pero ¿qué misterio hay en esto?

Preguntaron algunos niños. A los que la madre les respondió:

- Mirad ese trozo de tierra ahí un poco más arriba y también cerca de la reguera.

Miraron los niños y también su hijo y descubrieron un reducido rodal de tierra parecido al de la albahaca que la madre les había mostrado unos minutos antes. También se veía cubierto por pequeñas plantas pero no de color verde sino por completo negras.

 

               Sorprendidos los niños siguieron preguntando a la madre:

- ¿Por qué estas plantas de aquí sí están verdes y aquellas en cambio se ven negras como una noche sin luna?

- Aquí está el secreto o misterio que pretendo mostraros. Aquellas plantas negras, viven ahí desde hace muchos, muchos años y nadie sabe dar explicación de lo que en ellas ocurre.

- ¿Y tú sí lo sabes?

- Yo sé que hace muchos años, en los pequeños huertos que por aquí veis, había dos hombres que no eran amigos. Un día, a uno de estos hombres, se le secó una higuera muy buena que tenía en su huerto. Y al descubrirla marchita, enseguida pensó que su enemigo la había maldecido y por eso se secó. Para vengarse de él, cuando el vecino no lo veía, le echó veneno a unos cerezos pequeños que este hombre tenía en su huerto. Se secaron a los pocos días estos cerezos pequeños y entonces, este hombre se entristeció pero no se vengó de su enemigo y vecino.

 

               Pero sucedió que al hombre de la higuera, también por aquellos días se le marchitaron dos almendros. Al verlos pálidos enseguida pensó que era obra de su vecino que se vengaba de él por haberle echado veneno a los cerezos. Por eso, otra vez a escondidas, vino una noche y a este rodal de albahaca que estaba verde como esta mía, de nuevo la roció con veneno. A la mañana siguiente todas estas plantas aparecieron por completo negras, tal como ahora las estáis viendo.

Detuvo la mujer la narración de su relato y los niños aprovecharon para preguntarle:

- ¿Por qué estas plantas se tornaron negras y por qué aquel hombre se comportaba de aquella manera?

Y la mujer les explicó:

 

               - Podéis deducir que el comportamiento de aquel hombre no era bueno. Y sin embargo, el hombre dueño de los cerezos, no se vengó de su vecino y enemigo. A nadie dijo nada, dejó que estas plantas negras siguieran aquí en este rodal de tierra y sembró otras en el mismo sitio donde yo ahora tengo las matas verdes de albahaca que estáis viendo.

Mudos observaban los niños y no sabían qué era lo que la madre pretendía mostrarle. Por eso, ahora ya fue el propio hijo el que le preguntó:

- ¿Y cuál es la conclusión que unos y otros habéis sacado de todo esto?

     

               III- Con mucho amor, la mujer abrazó a su hijo y mirando a los amigos que le acompañaban, les dijo:

- Aquellos dos hombres, un día murieron y todos por aquí pensaron que uno había ido a un cielo verde y el otro a un cielo negro. Por eso dejaron aquí y todavía respetamos, estas matas de albahaca negra. Yo, un día, comencé a regar y cuidar estas otra matas verdes y desde entonces así de vigorosas y frescas se mantienen. Nunca se secan ni tampoco se muere la albahaca negra. Queremos que vivan y siguen en este huerto para que tengamos claro que, en algún lugar del Universo, existen estos dos cielos, representados en estos dos trozos de tierra con las distintas matas de albahaca. El cielo negro, para aquellas personas de corazón malo como el del hombre del veneno para las plantas y el cielo verde, para aquellas personas de corazón bueno. ¿Entendéis lo que pretendo mostraros?

Y los niños, todos dijeron que sí.

 

               Al poco se fueron a los charcos del río y acompañado del hijo de la mujer de la albahaca, se pusieron a buscar pequeñas piedras planas. En ellas, el niño alumno del hombre sabio, escribió signos y poemas durante mucho rato. Cuando ya se cansaron, el niño de los poemas dijo a sus amigos:

- Os regalaré luego estas piedras para que las guardéis y algún día alguien importante y sensible, las lea y descifre los poemas que en ellas estoy dejando escrito.

Y aquel día, al siguiente y durante bastante tiempo, ellos jugaron por la orilla del río, buscando piedras pequeñas y planas, se las daban al amigo alumnos del sabio del Puente del Aljibillo y éste, dibujaba y escribía signos y poemas. Fueron coleccionando estas piedras en un rincón especial no lejos de las aguas, mientras encontraban dónde guardarlas mejor.

 

               No lo habían pensado ellos pero un día, descargó por estos lugares una gran tormenta, creció mucho la corriente del río y las virulentas aguas arrastraron río abajo todas las piedras que habían coleccionado. Cuando las aguas bajaron, buscaron y encontraron solo algunas. Otras de estas piedras, por el río y muy lejos de Granada, se quedaron para siempre. Yo ahora, a partir del día en que supe de esta historia, de vez en cuando me acerco al río Darro y por el Puente del Aljibillo, más arriba y más abajo, busco piedras escritas con estos pequeños poemas. Tres me he encontrado ya y he descifrado algunos de los signos que en ellas hay grabados. Escribiré un día un breve relato y pondré en él los poemas que vaya teniendo claros.