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romi
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El sueño de una bailaora

5 de Diciembre de 2013 a las 11:35

Bubok

EL SUEÑO DE UNA BAILAORA

 

               Cuando se despertó, llamó a la madre y le dijo:

- Esta noche lo he vuelto a soñar.

Y la madre, sentada en la misma cama donde dormía su niña y a la altura de su cara, la miró durante un rato y no pronunció palabra. A su derecha y solo a un metro y medio de la cama de la niña, se abría la ventana. Por el hueco, ya entraba la clara luz del nuevo día de primavera y al frente y en la colina al otro lado del río, se veía la silenciosa figura de la Alhambra. Bañada por los rayos del sol que comenzaba a levantarse desde las altas montañas de Sierra Nevada. En la calle, por la puerta de la casa y en el huertecillo de la derecha, se oían algunos de los vecinos del barrio. Se ocupaban en sus cosas a iban o venían de un lugar a otro.

 

               Dijo la pequeña de nuevo a su madre:

- Tengo que ir a ese lugar y tú debes venir conmigo para que veas lo singular y bello que es eso. Nada de lo que ya tantas veces te he dicho, es mentira sino mucho más de lo que te he contado.   

Y la madre confirmó:

- Iré contigo un día de estos porque yo también quiero conocer el lugar que, una vez y otra, se te aparece en sueños.

- ¿Cuándo será eso y qué vestido me vas a poner?

- ¿Vestido?

- Sí, el día que vaya contigo a la cañada de las fuentecillas y el escenario del flamenco, quiero hacerlo con un traje especial.

- ¿Y eso por qué?

- Cuando estemos allí y veas todo aquello y a mí sobre el escenario de la hierba, lo verás con tu propios ojos y lo entenderás con claridad.

              

               Y dos días después de esta conversación, el padre preparó la borriquilla color café con leche, la amarró en el ciruelo de la puerta de la casa, entró dentro, llamó a la mujer y a la niña y les dijo:

- Vamos ahora mismo al lugar de los sueños de esta hija nuestra. Ponle el mejor y alegre vestido y móntala en la borriquilla.

En un abrir y cerrar de ojos, la madre y la niña prepararon las cosas y media hora después, bajaban hacia el Puente del Aljibillo en el río Darro. Al poco se les vio subir por la Cuesta del Rey Chico y, algo más tarde, surcaban los caminos hacia el levante de la Alhambra. Conforme iban llegando a la cañada que la niña recorría casi cada noche en sueños, ésta le decía a la madre:

- Fíjate en la hermosura de esa ancha ladera tan tupida de bosque y en aquella solana y el cerro que corona. ¿A que no hay belleza en el mundo más grande que la que reflejan estos paisajes?

La madre y el padre miraban y guardaban silencio, esperando llegar al lugar que la niña les había dicho.

 

               Al medio día, subían por una estrecha sendilla como abrazada a una ancha y larga cañada y al llegar a la mitad, se pararon. Por el lado de debajo de una gran roca a cuyos pies manaba una pequeña fuentecilla que derramaba sus aguas en una bellísima pradera de hierba. Aquí mismo se situó la niña, mirando para la Alhambra, al fondo y algo lejos y dijo a los padres:

- Poneros vosotros a este lado de la roca, frente al sol y me miráis a ver si os gusta mi baile y el escenario que tantas veces he visto en sueños.

No lejos de la fuentecilla y sobre unas piedras, se sentaron los padres y esperaron a que su niña interpretara lo que con tanta ilusión en su corazón soñaba. Se hizo un gran silencio y luego, de fondo y con mucha claridad, se oyó como una música muy hermosa que manaba de la pequeña corriente que salía de la fuentecilla. Se preparó la niña recogiendo el delicado vestido de seda en colores que la madre le había puesto y en un momento en que la música del agua parecía pararse para dar entrada a unos sonidos nuevos, la pequeña se arrancó y comenzó su soñada danza sobre el escenario de la hierba, en el centro de la cañada.

 

               Mudos los padre la observaron y sus corazones se les llenaron de asombro al descubrir lo que su niña era capaz de hacer y en un escenario tan original y frente a la Alhambra, aunque estuviera lejos. No pronunciaron palabra mientras la niña dibujaba su baile pero sí su asombro fue aun más grande cuando, pasado un buen rato, la pequeña detuvo su danza y miró para la gran peña que se alzaba por encima de la fuentecilla y del escenario. Desde aquí, desde lo más alto de esta roca, brotó como una lluvia de aplausos al tiempo que muchas personas proclamaban:

- ¡Olé, olé y olé! Viva el arte y la gracia brotada del corazón más inocente y bello.

 

               Al oír estos aplausos y voces, los padres miraron y descubrieron a muchas personas que, sentadas en lo alto de la gran peña, con la boca abierta miraban a la pequeña bailaora. Más arriba y por la cañada, vieron las manadas de ovejas pastando y entonces cayeron en la cuenta que todos los pastores de las montañas, se habían reunido para ver el baile de su niña sobre el escenario de la hierba en el centro de la cañada. Uno de los pastores dijo:

- Esta niña vuestra es un portento, digna no solo de bailar en los palacios de la Alhambra sino también en los salones del cielo.