Aquí los micros. Podéis enviarlos a mi cuenta desde el martes 7 de enero hasta las 22.00 horas del jueves 16. Se comienza con la frase: Es lo que traen los excesos.
Funeral - Es lo que traen los excesos –dijo doña Úrsula mirando el ataúd de su marido. Ese fue el momento escogido por la señora Reme para llegar al velatorio. Sus ocho hijos se alineaban detrás. - ¿Qué hace aquí esa pendeja? –exclamó- ¿Ve lo que le digo, don Castor? - Resignación, doña Úrsula -el sacerdote meneó la cabeza, añadiendo-, si dice esas cosas va a tener que confesarse. |
Como una cuba... —Es lo que traen los excesos. Te lo advertí. —¿Cuándo me lo advertiste? —¿Recuerdas que te dije "al segundo barril lo dejáis"? —Pensé que bromeabas. —Yo nunca bromeo. —Bueno, ¿y ahora qué hacemos? —No lo sé. No tengo ni idea de como se le quita una cogorza a un bicho como este. ¿Qué tal si le preparas un cubo de café? —No es mala idea. ¿Sólo un cubo? —¿Otra vez, tío? ¡Cuidado con los excesos! ¡Vas a volver loco al pobre Dumbo!
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La mejor Es lo que traen los excesos, ha comido mucho últimamente y se ha puesto un poco gorda. Aún así, sigue teniendo buen aspecto. Mira, la mía es la mejor de la comarca: tiene unos ojos grandes y sorprendentes, un cuello suave y largo, unas tetas grandes que le sobresalen por los costados si la miras por detrás y unos andares... ¡qué andares! Un caminar moderado, unas piernas fuertes. Es la mejor vaca lechera que he tenido jamás.
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La apuesta —Es lo que traen los excesos, amigo. Era un hombre excesivo en todo, no sabía controlarse. Le daba lo mismo cargar siete sacos de cemento que subir corriendo por la cuesta del carrejo. Se lo avisamos: no te presentes de nuevo, ha pasado poco tiempo desde la última vez y no te va a sentar bien. No nos hizo caso, como siempre. Esta vez fue: en veinte minutos, sesenta huevos cocidos. Perdió la apuesta aunque casi lo consigue. Se atragantó en el último y vomitó todo por todos lados. Lo llevamos a urgencias. No volverá a hacer tonterías.
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Caín –Es lo que traen los excesos... –Ya... –murmuró ella con la mirada perdida. –A ver qué necesidad teníamos de comprarle el coche al niño. Y tú que sí... que si le hacía falta... que hay que darle libertad... que no hay que cortarle las alas... Toda la vida igual. Y claro, ahora le dices algo y se cree que puede hacer lo que le dé la gana –remachó él mientras le hacía una cura con agua oxigenada. Ella no pudo contenerse más y rompió a llorar. –Como te vuelva a poner la mano encima, lo mato –dijo él abrazándola.
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