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romi
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399- LA PRINCESA Y LOS ARRENDAJOS

30 de Marzo de 2014 a las 13:03

Bubok

399- LA PRINCESA Y LOS ARRENDAJOS

 

               Bajo la ventana de su aposento en la torre, crecía una higuera, un cerezo y un granado. Tres árboles muy hermosos que daban frutos en tres épocas diferentes del año. El cerezo florecía al llegar la primavera y solo unas semanas después, ya tenía cerezas maduras. La higuera daba sus frutos en verano y el granado, a mediados de otoño y en los primeros meses del invierno. Un poco más tarde, ya bien entrado en los fríos del invierno, maduraban las bellotas de la vieja encina que también crecía cerca de la higuera y del granado.

 

               Y ella, a la princesa del arrendajo que era como la conocían en la Alhambra, le gustaba y disfrutaba mucho estos árboles, a los pies de la torre y bajo su ventana. En todas las épocas del año, los árboles estaban llenos de multitud de pájaros. Gorriones, currucas, palomas, carboneros… y especialmente de arrendajos. Aves muy hermosas, con plumas azules, negras y grises y picos recios y que continuamente revoloteaban de acá para allá gritando. Sobre todo, cuando veía a los jardineros acercarse a los árboles para coger las frutas. No le importaba a ella los gritos de estas aves sino que le gustaba y hasta le producía cierta emoción. Por eso, nunca los espantaba ni los asustaba y con frecuencia les decía a los jardineros:

- Procurad no hacerles daños ni echarlos de estos árboles.

- Pero princesa, es que se comen todos los frutos mucho antes de que maduren. Y los más aprovechados y dañinos son los arrendajos.

- Pues son los que a mí más me gustan y por eso disfruto siendo su amiga.

 

               Se enteró el rey de esto y un año, antes de que llegara la primavera, dijo al jefe de los jardineros:

- Cuando este año los arrendajos hagan sus nidos en la encina al pie de la torre, a ver si podéis coger algunas de sus crías cuando todavía estén pequeñas.

- ¿Para qué las quiere usted, majestad?

- Quiero hacerle un regalo a la princesa.

- Pero si ella tiene bajo su ventana, todos los pájaros que hay por estos lugares.

- Pero yo estoy pensando en algo que puede ser muy interesante. Ti vigila bien y a ver si podemos coger una cría de arrendajos antes de que vuelen.

 

               Hicieron los arrendajos sus nidos en la encina, pusieron sus huevos, los incubaron y nacieron los polluelos. El jefe de los jardineros dejó que las avecillas crecieran y cuando ya estaban con sus cuerpos cubiertos de plumas, una mañana cogió el más grande y fuerte de la pollada. En una bonita jaula el rey se lo regaló a la princesa y ésta, se alegró algo pero no tanto como el padre había pensado.

- ¿Es que no te gusta?

Le preguntó el rey a la princesa.

- Me gusta mucho pero en libertad, como cada día los veo bajo mi ventana y por entre los árboles cercanos.

- Pero en esta jaula encerrado, podrás tenerlo en tu aposento, junto a las albercas y fuentes, en lo alto de la torre, por los jardines de estos palacios… y además, en esta jaula y sin libertad te sentirás más dueño de él.

- Ni los perros ni los gatos ni los pájaros, me gustan encerrados. Todos los animales de esta tierra deben ser libres como nosotros lo humanos. Pero ya que me lo has regalado, déjalo conmigo para que comparta con él algunos juegos y aprendamos mutuamente algo.

 

               Se llevó la princesa el arrendajo metido en la jaula y lo puso en la ventana de su torre. Le dijo: “Aquí seguirás cerca de los tuyos y no te preocupes, en cuanto puedas volar, los dos juntos haremos cosas muy divertidas”. Ella misma le daba de comer cada día y poco a poco lo fue soltando de la jaula. “Para que aprendas a ser libre y para que compruebes que yo no quiero ser tu carcelera”. Le decía. Lo llamaba y cuando ya comenzó a volar, iba y venía desde su ventana a los árboles y luego a su mano y el hombro. Dialogaba con él comentando: “También te enseñaré sonidos y palabras para que nuestros juegos resulten más interesantes”.

 

               Y un día, con su arrendajo en libertad, se fue por los jardines de los palacios. Se encontró con un muchacho algo mayor que ella, hijo de una familia de artesanos que vivía en la Medina. Le enseñó su arrendajo y le dijo:

- Podríamos irnos por la colina, más allá de estas murallas y jugar con él en las laderas que descienden para el río.

- Pues cuando tú quieras nos vamos.

Y sin pensarlo más, salieron por las puertas de la gran muralla y se fueron a los montes que hay por las parte altas del Generalife. Dijo el joven a la princesa:

- Déjame tu arrendajo que lo voy a soltar para que baje el río y vaya a las laderas de enfrente. Luego lo llamas a ver si vuelve.

Le hizo caso la princesa y al instante abrió la puerta de la jaula y dejó que el joven cogiera su arrendajo. Con cuidado y dándole confianza, el joven cogió el pájaro, lo asomó al barranco y le dijo:

- Surca el aire y enséñanos tus acrobacias.

Después de dudarlo un poco, el ave movió sus alas y lentamente se lanzó al vacío. Como una pluma sin peso, se dejó caer para el barranco y al verlo la princesa dijo.

- ¡Qué maravilla de vuelo! No hay nada más hermoso en este mundo que ser libre y surcar los espacios en busca de los sueños que llevamos en el corazón. Este arrendajo mío me está cada día enseñando eso. Es como mi guía hacia el aire y la luz que mi alma necesita. Porque, aunque tú no lo sabes porque nunca se lo dije a nadie, en la torre donde vivo encerrada cada momento ni soy feliz ni realizo el sueño que en mi corazón palpita. Si nosotros tuviéramos la capacidad de volar para surcar los espacios como este arrendajo nuestro ¿te imaginas lo emocionante que sería?

- Sería muy emocionante y algo más que un sueño bello.

 

               Se oyó en ese momento unos soldados que andaban buscando a la princesa porque al rey le habían dicho que se había escapado de los recintos amurallados de la Alhambra par irse con el hijo del artesano. Se presentaron estos soldados a la princesa y le dijeron:

- Tienes que volver con nosotros ahora mismo a palacios.

- Estoy jugando con mi amigo y el arrendajo que me regaló mi padre.

- Cumplimos órdenes del rey, tu padre.

- Pero ahora y de este modo no voy a dejar aquí a mis dos amigos.

- Es lo que el rey nos ha dicho y nosotros debemos hacerle caso. Así que princesa, se nos lo pones difícil, tendremos que informar de ello a su majestad.

 

               Quiso la princesa convencer a los soldados para que su amigo que viniera con ella pero no se lo permitieron. Tampoco le permitieron llamar y coger al ave que por los paisajes trazaba sus vuelos. Escoltada la llevaron a los palacios y cuando llegaron la presentaron al rey. Nada más verla, el padre le dijo:

- Tenías prohibido salir fuera de las murallas de la Alhambra, tenías prohibido juntarte con los hijos de los artesanos y te regalé un arrendajo para que lo disfrutaras en su jaula ¿por qué has desobedecido estas órdenes y te comportas de este modo?

- Mi amigo el hijo del artesano, es tan bueno que hasta quiere enseñarme algo nuevo que nunca nadie me enseño en estos palacios.

- ¿Qué es lo que quiere enseñarte este amigo tuyo?

- La gran belleza de mi amigo el arrendajo en vuelo y el libertad y el modo en que también nosotros algún podamos hacerlo.

- ¿Hacer qué?

- Aprender a volar y ser libre como los pájaros. Es maravillo y en ello hay una felicidad que tampoco hasta hoy he gozado nunca.

Y el rey pensó en ese momento que su hija estaba mal de la cabeza. Que no razonaba con lógica y por eso también pensó que debía tomar medidas seberas.

 

               Le ordenó que se refugiara en sus aposentos y lee prohibió que se viera más con su amigo el hijo del artesano. Mandó cortar los tres árboles y la encina que había bajo la ventana de su torre y dio órdenes para que los halconeros acabaran con todos los arrendajos que por la colina de la Alhambra había. Y el primero de los arrendajos que quedó sin vida fue el que la princesa había cuidado y tenía como a su mejor amigo. Apenada y muy triste, desde su ventana en la torre, cada mañana contemplaba los jardines y colina de la Alhambra. Y como no sabía nada de las aves abatidas por los halconeros, llamaba y llamaba a su amigo y éste no aparecía.

 

               Pasó el tiempo y la princesa se casó con un príncipe de otro reino lejos de Granada. Vivió algunos años, no tuvo hijos y nunca fue feliz porque se acordaba y acordaba de sus vivencias de pequeña y de los tres árboles bajo la ventana en su torre que habían sido cobijo de muchas aves libres y bellas. Murió un día esta princesa sin llegar a ser reina y la enterraron el algún sitio secreto de la Alhambra. Su amigo el artesano, ahora ya muy mayor, en una gran losa de mármol, esculpió este mensaje: “Quise aprender a volar contigo para irnos a mundo lejanos, para hacer de la libertad nuestro norte y guía. Tú, hoy por fin y como tu arrendajo, eres espíritu en el cielo, en algún lugar del Universo. Mi corazón de ti, estuvo siempre enamorado”. Colocó luego esta losa en la ladera donde muchos años atrás, su princesa y él, dieron libertad al arrendajo cautivo. Mirando al barrio del albaicín y al gran valle y aguas del río Darro.

 

               Y nadie supo cómo ni por qué pero según fue corriendo el tiempo, los jardines, huertas y bosques de la Alhambra, se fueron llenando de arrendajos. Se les veía al llegar la primavera, a lo largo del verano y comienzo del invierno. Siempre revoloteando y gritando como si buscaran o llamaran a alguien. Por eso algunas personas decían:

- Estas aves parecen que esperan que en algún momento se presente por aquí a jugar con ellos la princesa.

 

               Hoy, después de tanto y tanto tiempo, los arrendajos siguen volando por los bosques y jardines de la Alhambra. Y donde más se ven y en casi todas las épocas del año, es por las partes altas del Generalife, biblioteca y aparcamientos. Siempre revoloteando de acá para allá y siempre gritando o llamando no se sabe a quién.