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romi
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El palacio de los granados

27 de Abril de 2014 a las 13:24

Bubok

EL PALACIO DE LOS GRANADOS

 

               En lo más alto de la loma, no lejos del río Genil y frente por completo a Sierra Nevada, se le veía hermoso. Blanco y oro y por eso, al salir el sol cada mañana, brillaba como una bandera incandescente, en todo lo alto de esta loma. No lejos y a sus espaldas, se alzaban las torres de la Alhambra y, desde la misma puerta, ladera abajo hacia las aguas del río Genil, caía el verde bosque de granados.

 

               A la derecha, según se miraba para las nieves de la sierra al frente, se veía una pequeña llanura salpicada de encinas. Era aquí donde nacía el arroyuelo. En un venero de agua muy clara y fresca que se derramaba por el cauce en busca del río, escoltado por fresnos, adelfas, juncos y mastranzos. A un lado de este pequeño y bellísimo arroyuelo, quedaba el trozo de ladera sembrado de naranjos, romeros, tomillos y orégano. Y al otro lado de este cauce, todo el terreno se veía cubierto de granados. Pequeños árboles de troncos retorcidos y con ramas bajas que al llegar el verano, se llenaban de multitud de flores rojas aterciopeladas. Un poco al final de este trozo de ladera, se veían los almendros. Un bosque también muy tupido que, antes de llegar la primavera, todos los años se llenaba de millones de flores blancas y rosadas. Algo mágico que no se veía en ningún otro rincón de Granada ni del mundo entero.

 

               Y menos se ha visto nunca en ninguna otra parte del planeta tierra, el tupido sembrado de orégano que emergía por toda esta ladera. Por entre los naranjos, los almendros y granados, brotaban estas matas al llegar la primavera y, ya en pleno verano, se engalanaban con mil diminutas florecillas blancas llenando el aire con su agradable esencia. Por eso, el bellísimo palacio de los granados, se le veía tan misterioso y relucía como la nieve y como el oro. Y más aun, cuando florecían los almendros o abrían sus rojas flores los granados.

 

               Y era precisamente en estos momentos cuando ella, una muy hermosa princesa que solo algunos conocían, se le veía pasear por esta ladera. Montada siempre en un caballo blanco y vestida de azul violeta, recorría los caminos que iban por entre los naranjos en flor y por entre los granados teñidos de sangre fuego. Cuando la veían algunos de los pastores que por allí cerca guardaban sus rebaños, decían:

- Además de hermosa y misteriosa, montada en su caballo blanco y envuelta en su traje azul violeta, dicen que es una mujer muy buena.

- Y debe ser cierto porque ya solo observar su palacio desde la distancia y ver toda esta ladera tan llena de magníficos árboles, impresiona y hace soñar sueños fantásticos.

- Pero precisamente porque nosotros somos pastores y ella es princesa, nunca tendremos la suerte ni de ver su cara ni oír su voz.

- Aunque su perfume, cada día el aire nos los regla cuando florecen los almendros, los granados, tomillos y romeros o las pequeñas matas de orégano.

 

               Solo esto sabían ellos de este palacio y de la princesa que lo habitaba. Y al parecer, eran muy pocas las personas de aquellos tiempos, que sabían de la existencia de este palacio y de la presencia en él de la princesa del vestido azul violeta. Hoy en día, después de muchos, muchos años, ni siquiera se adivina el lugar donde se alzaba el palacio de los granados, no lejos de la Alhambra. Sí sé yo dónde se encuentra la ladera que cae hacia el río Genil, aunque ya en ella no hay ni naranjos, almendros o granados. Solo tomillos, romeros y pequeñas matas de orégano.