Esta web, cuyo responsable es Bubok Publishing, s.l., utiliza cookies (pequeños archivos de información que se guardan en su navegador), tanto propias como de terceros, para el funcionamiento de la web (necesarias), analíticas (análisis anónimo de su navegación en el sitio web) y de redes sociales (para que pueda interactuar con ellas). Puede consultar nuestra política de cookies. Puede aceptar las cookies, rechazarlas, configurarlas o ver más información pulsando en el botón correspondiente.
AceptarRechazarConfiguración y más información

Foro para escritores de Bubok

Para participar en los foros de Bubok es imprescindible aceptar y seguir unas normas de conducta básicas. Puedes consultar estas normas aquí
X
romi
Mensajes: 678
Fecha de ingreso: 25 de Abril de 2008

Un hombre malo

4 de Mayo de 2014 a las 12:48

Bubok

404- UN HOMBRE MALO

 

               Todas las tardes se sentaba en el Puente del Aljibillo. Para tomar el fresco en los calurosos días de verano, mientras meditaba y miraba a las personas que por aquí pasaban. La música de las aguas del río Darro, le acompañaban de fondo, en los momentos de sus oraciones al cielo, siempre compungido y triste: “Dios bueno, amigo y compañero desde que me trajiste a este suelo, líbrame de este hombre malo. De qué modo, yo no lo sé pero líbrame de él y que no me haga más daño ni con su lengua ni comportamiento soberbio. Líbrame de él, te lo ruego”.

 

               Era ya mayor y su trabajo estaba al lado al hombre malo que intentaba apartar de su vida. Los dos vivían en la misma casa y trabajaban en un pequeño taller propiedad de un hombre bueno. Tan bueno que a los dos hombres que tenía a sueldo en su alfarería, les había pedido que cada día hicieran un buen rato de oración, antes de comenzar la jornada. Y el hombre malo no solo hacía su rato de oración sino que se daba golpes de pecho, se ponía de rodillas y suplicaba y luego juntaba las manos implorando bendiciones. Pero mientras hacía estos gestos, en ocasiones hasta grotescos, de reojo miraba al compañero y como descubría que éste no hacía lo que él sí, en cuanto se encontraba con el dueño, le chismorreaba:

- Que no es bueno porque para rezar ni se pone de rodillas. Ni siquiera hace reverencias ni juntas las manos para recibir las bendiciones del cielo. Ni es respetuoso con lo sagrado ni expresa su fe en Dios tal como está mandado.

Escuchaba el dueño a este hombre beatón y guardaba silencio. Y como el hombre bueno seguía comportándose según su corazón le pedía, al día siguiente, el mala persona, buscaba otra vez al jefe y le alcahueteaba:

- Debe usted averiguar si es o no inteligente porque en el trabajo, también hace las cosas muy lentamente y a su manera y no tal como siempre se han hecho.

 

               De nuevo este hombre bueno, guardaba silencio y en su corazón se decía: “Éste, cada día me trae algún cuento de su compañero, acusándolo de todo aquello que no encaje en su forma de pensar y ver la vida. Y ya me he dado cuenta que lo que pretende es ganarse mi favor y que me ponga en contra de su compañero. Es típico chivato que busca agradar al jefe para quedar siempre bien ante mí. No quiere el bien para este compañero suyo sino que sea castigado por su forma de pensar y hacer y ver las cosas”.

 

               Y al hombre mayor, objeto de las continuas críticas de su compañero, se le encogía el corazón y en su soledad lloraba, pidiéndole al cielo que lo librara de la mala persona que tenía a su lado. Por eso, una tarde cuando estaba sentado en el Puente del Aljibillo, se acercó al sabio de la casa del río, lo saludó y le preguntó:

- ¿Usted cree que Dios puede bendecir y estar de acuerdo con aquella persona que cumple escrupulosamente con todos los ritos pero luego habla mal y busca hacer daño a su compañero?

Y el sabio le dijo:

- Dios no puede bendecir eso porque él quiere, antes que nada, que las personas procuremos amarnos y ayudarnos unos a los otros. Hablar mal del compañero y procurar ponerle zancadilla para buscar el favor del jefe, es miserable, propio de personas mediocres, hipócritas y rastreras. 

- Y el día que este compañero mío muera y yo también ¿Dios va a permitir que los dos estemos en el mismo lugar junto a Él?

- De ninguna manera.

- Entonces ¿qué debo hacer yo para no sufrir más las malas artes y envidas de este hombre mediocre y chivato que tengo a mi lado?

- Reza al cielo y pídele que te libre de él, tu enemigo. Dios sabe cómo hacerlo y de qué modo dar a cada uno lo que merece.

 

               Y por esto, cada tarde después de su trabajo en el pequeño taller, el hombre bueno recorría las calles del Albaicín bajo y se venía al Puente del Aljibillo. En silencio y solo, aquí rezaba acompañado siempre por el rumor de las aguas del río Darro. En su corazón susurraba: “Dios bueno y amigo mío desde pequeño, líbrame de la envida y maldad de este hombre malo que tengo cada día a mi lado”.