Esta web, cuyo responsable es Bubok Publishing, s.l., utiliza cookies (pequeños archivos de información que se guardan en su navegador), tanto propias como de terceros, para el funcionamiento de la web (necesarias), analíticas (análisis anónimo de su navegación en el sitio web) y de redes sociales (para que pueda interactuar con ellas). Puede consultar nuestra política de cookies. Puede aceptar las cookies, rechazarlas, configurarlas o ver más información pulsando en el botón correspondiente.
AceptarRechazarConfiguración y más información

Foro para escritores de Bubok

Para participar en los foros de Bubok es imprescindible aceptar y seguir unas normas de conducta básicas. Puedes consultar estas normas aquí
X
usher
Mensajes: 38
Fecha de ingreso: 28 de Julio de 2013

La canción de O´Ubheron CONTINUACIÓN PRÓLOGO.

8 de Mayo de 2014 a las 18:07

Mrs. Warthinton se acercaba con paso lento pero decidido al edificio donde residía su señor. El bloque de apartamentos de cuatro alturas, relucía con el sol del amanecer proyectando su impresionante sombra sobre el pavimento de la avenida cuando el tiempo lo permitía, hoy no era el caso, la espesa niebla que cubría Londres arropaba por completo al gigante de piedra victoriano y sólo se podía adivinar su figura si alguien  tenía la luz encendida en alguno de sus apartamentos dando así la impresión de que el gigante guiñaba uno de sus múltiples ojos. 


    Mrs. Warthinton llegó por fin al pie de la escalera que llevaba a la entrada del edificio. Se detuvo delante del portal para sacar las llaves de su bolso y al mismo tiempo poder tomar aire debido al cansancio de la caminata y darle un respiro a sus desgastados huesos. Abrió el portal y entró en el edificio, ante ella, la gran escalera de madera que la conduciría a su trabajo ya se le hacía penosa de afrontar. Lo pensó durante un minuto y comenzó la ascensión. Un par de años atrás era capaz de subir hasta el tercer piso sin descansar, pero ahora tenía que detenerse en todos los descansillos y respirar profundamente para poder continuar.

   Finalmente y descansando en la penúltima etapa del tercer piso, alcanzó la cima, el cuarto. Volvió a coger un poco de aire y caminó hasta el fondo del largo pasillo donde se encontraba el despacho de Lawson.

   La puerta, de madera de cedro marrón oscuro, se presentaba delante de la mujer como un triunfo, un trofeo ganado con sacrificio y sudor. Allí estaba, impasible con la placa sobre ella que la distinguía de las demás."ROBERT LAWSON, ABOGADO". Volvió a sacar las llaves del bolso y buscó la de la puerta. Tres vueltas hacia la derecha y conseguido, estaba dentro.Cerró la puerta y volvió a colocar las llaves dentro del bolso. Al volverse pudo advertir que en la habitación al fondo del "hall", se divisaba una luz por debajo de la puerta.

    Era muy temprano para que el señor Lawson estuviese levantado según sus costumbres, o demasiado tarde para que estuviese despierto. Mrs. Warthinton dejó el bolso encima de la mesita que reposaba a la derecha de la puerta de entrada y con gesto extrañado caminó hacia la habitación  

    Se detuvo delante de la puerta y con suavidad apoyó su mejilla izquierda para poder escuchar algún movimiento dentro de la sala. Al no oír  nada, golpeó suavemente la puerta con los nudillos de su vieja y arrugada mano derecha.

   -¿Mr. Lawson?-Esperó un momento la respuesta. Nada. Tras titubear unos segundos, se encogió de hombros con gesto pensativo y se encaminó hacia la cocina donde le esperaba un arduo día de trabajo. Robert Lawson tenía invitados importantes al mediodía y había organizado un almuerzo en el que no podía faltar detalle, los señores que asistían al comida pertenecían a la alta sociedad de la ciudad y todo debía quedar impecable.

    La mujer entró en la amplia estancia en la que no faltaba nada que pudiese perturbar su trabajo. Amplias estanterías con todo tipo de menaje, grandes armarios colgados de las paredes que guardaban en su interior botes y tarros con diversos tipos de especias y conservas sin olvidar las perolas y ollas que colgaban estratégicamente del techo de la cocina. Y lo que más le gustaba a Mrs. Warthinton, los amplios fogones de leña y carbón que no se podían comparar con la "cocinilla" que ella poseía en su minúsculo piso de uno de los barrios de clase baja de la ciudad.

    Comprobó que todo estaba en orden, se colocó el mandil gris que utilizaba habitualmente y se dispuso a organizar sobre la mesa de la cocina los ingredientes de la majestuosa comida que entre ella y su señor habían pensado. Una buena carne de buey para asar acompañada de una rica salsa de nueces, receta exclusiva de Mrs. Warthinton, además de un revuelto de setas y unos buenos huevos escalfados. Para finalizar, unas pastas exquisitas que la mujer hornearía con el mayor mimo posible para acompañar al excelente té traído exclusivamente desde Oriente para la ocasión.

    Nada podía fallar. Con ese pensamiento se puso manos a la obra.Sacó la carne, la colocó en la bandeja, la dejó encima de la mesa y fue a buscar los correspondientes acompañamientos. Cogió el tarro de las setas y lo depositó en la mesa junto a la bandeja de la carne.

    Ahora los huevos, abrió la primera alacena y no los encontró, abrió la segunda, nada tampoco. Hellen comenzó a impacientarse, esto no podía ocurrir, era un desastre. Tendría que ir a molestar a su señor que seguramente le reprendería severamente por el imperdonable descuido.
    Su delgado y agrietado rostro se tornó sombrío, con una mueca de disgusto en los labios salió de la cocina y estirando su huesudo cuerpo, casi con paso marcial, desfiló hasta la habitación donde estaba Lawson.

    Colocándose frente a la puerta se observó, arregló los pliegues de su vestido y estiró lo más que pudo el mandil gris comprobando que estaba en perfecto estado igual que un soldado revisa su uniforme antes de un desfile militar. Respiró profundamente y decidida, llamó tres veces a la puerta.

    -¿Mr. Lawson?-Nada.

    Se agachó para mirar por debajo de la puerta confirmando que la luz seguía encendida.Insistió.

    -¿Mr. Lawson?-La misma respuesta. Silencio.

    De pronto y sin saber porqué, sintió un nudo en el estómago. Sopesó la situación.
       Tal vez Mr. Lawson no la había oído llegar, cuando se enfrascaba en su trabajo nada conseguía distraerlo. O tal vez, se había quedado dormido arreglando algunos papeles urgentes. Fuese lo que fuese, no era normal. 
       Con la extraña sensación en su cuerpo de que algo no iba bien, se dispuso a abrir la puerta. Le molestaría y encima para pedirle dinero.

    Inspiró y espiró un par de veces para relajarse y descargar tensión. Una vez decidida, se llevó la mano izquierda al pecho y con la derecha, giró el pomo de la puerta para entrar.

    Con decisión, dio un paso al frente hacia el interior de la habitación. 

    -¿Mr. Lawson? Discúlpeme, pero tenemos un problema con la comida y...
     El corazón se le encogió en el pecho, por un instante creyó que había dejado de latir.

    Sin poder moverse, se quedó petrificada delante de la mesa del despacho. Con los ojos fijos en la figura que ante ella se presentaba, abrió la boca para gritar, pero no pudo. La escena era tan horrible que Hellen Warthinton dejó de existir por unos instantes. Quería apartar la vista, pero no podía, quería gritar, pero no podía, quería alejarse de allí corriendo, pero su cuerpo se negaba a responder.

    Sin saber cómo, consiguió dar un paso atrás. Se tambaleó. Luego otro paso. Cayó al suelo. Empezó a sudar sin poder apartar la vista de "aquello". Arrastrándose, se aferró a la puerta de la habitación para erguirse de nuevo,pero no pudo. Casi reptando salió por fin de la estancia con la cabeza dándole vueltas y sintiéndose como si alguien estuviese intentando ahogarla y ella luchase por zafarse de su agresor sin conseguirlo.

    Se arrastró lo más lejos que pudo de aquel espanto, solamente quería huir. Gritar...¡Gritar! ¡Sí, eso ayudaría!
    Se sentó sobre sus rodillas con gran esfuerzo, abrió la boca y lo intentó. Nada. Entonces, desencajando su cara en una mueca entre el dolor y la desesperación, echó la cabeza hacia atrás y levantando los brazos por encima de ella mirando al cielo, clamando ayuda divina, cerró los ojos, apretó los puños reuniendo las últimas fuerzas que le quedaban y por fin, al fin...Pudo gritar.