410- LA BRUJA DEL
PUENTE
Cuentan
que se ganaba la vida hablando a las personas de cosas tenebrosas. De noches
oscuras y sin luna, de tormentas trágicas, de fantasmas vestidos de negro y
grandes lanzas de hierro y de personas crueles, feas y violentas. Y dicen que
vivía en uno de los puentes que en tiempos lejanos, tenía el río Darro, más o
menos por donde hoy se encuentra el Paseo de los Tristes. Sin casa alguna, sin
amigos ni marido ni hijos y se alimentaba de lo poco que le daban algunas de
las personas que ella escogía para adivinarle el futuro.
Y
dicen que cada mañana, al salir el sol, abandonaba el puente donde se
refugiaba, caminaba por algunas de las calles cercanas al río, miraba siempre
para la Alhambra y observaba a las personas que por estos lugares iban y venían.
Con la intención en todo momento de encontrar algún incauto que tuviera
problemas de amores o soñara en grandes fortunas y mejoras en su vida. Les
hacía creer que poseía poderes ocultos y que tenía en sus manos el don de
adivinarlo todo. Por eso, cuando iba por las calles, se ponía delante de estas
personas y, después de soltarle su interminable retahíla de acontecimientos
buenos y malos en sus vidas, remataba sus engaños diciéndoles:
- Y si no haces lo que te digo, en tu vida ocurrirá una
gran tragedia.
Asustados por estos anuncios, las personas siempre le
preguntaban:
- ¿Qué desgracia va a ocurrir en mi vida?
- Eso no te lo digo ahora pero puedes estar seguro que, a
partir de estos momentos, tu vida va a ser muy desgraciada.
Por
estas circunstancias, muchas personas de este lugar del barrio, vivían
angustiadas. Temían a “la bruja del puente”, que era como la llamaban y huían
de ella y, al mismo tiempo, la buscaban para que siguiera adivinándoles el
futuro. Muchas de estas personas, la amaban y otras la odiaban menos un joven
alto, fuerte, muy seguro de sí y decían que muy sabio. Con este joven, nunca la
bruja se había encontrado porque en ningún momento acudía a ella para que le
adivinara el futuro. Y hasta, cuando algún día la veía por las calles del
barrio, daba un rodeo para no verla. Le preguntaban los amigos:
- ¿Por qué tú, con la bruja del puente, no quieres trato?
Y él siempre argumentaba:
- Es que yo no necesito para nada las tonterías que
predica esta mujer.
- Ella nos adivina el futuro y remedia, de alguna manera,
los sufrimientos y problemas que tenemos. ¿A caso esto es malo?
- No sería malo si no fuera todo puro engaño. Ni esta
bruja adivina el futuro de vuestras vidas ni con sus palabras alivia los
problemas y sufrimientos que padecéis. Es una auténtica estafadora.
- ¿Y en qué te basas tú para saber y decir esto?
- Un día, cuando tengáis tiempo y os apetezca, os hablaré
despacio para que tengáis claro el por qué yo no creo ni en esta bruja del
puente ni en otros adivinos o magos.
Y
tanto los amigos como otras muchas personas del barrio, se quedaban
desorientados al oír lo que el joven decía. En el fondo lo admiraban y sentían
hacia él cierto respeto pero seguían en las cosas que les decía la bruja del
puente. Hasta que un día de verano y muy caluroso, el joven bajó al río Darro.
Caminó por las sendillas entre zarzas llenas de moras y buscó los charcos que
conocía. Unos bonitos remansos en la curva del río y donde también se fraguaban
pequeñas cascadas. Y como el calor era tanto, en cuanto llegó a los charcos, se
metió en ellos y se puso a nadar y a jugar con las cascadas. En uno de los
lados de este gran remanso, brotaba un cristalino manantial de aguas muy frescas
y sabrosas. Se acercó a este venero, bebió unos tragos y luego, después de
rociarse la cara, brazos y pecho, nadó y buscó la pequeña playa de arena. Se
decía: “Placer como éste, en una libertad tan limpia y grande y en lugar tan
delicadamente bello, ni con todo el oro del mundo puede ser comprado. Pero yo
ahora, porque Dios así lo quiere, lo tengo todo por aquí como regalo que no
merezco”. Y en ese momento, la bruja del puente, lo vio y como estaba, además
de dolida por el poco interés que el joven mostraba por ella, también ofendida
en su dignidad de bruja y adivina, se acercó al joven cuando descubrió que éste
se había sentado en la arena y le preguntó:
- ¿Molesto?
- A mí no me molestas nada pero si vienes por aquí para
sermonearme con tus pamplinas de siempre, no eres bien recibida.
Sin
más protocolo ni dar más rodeos, la bruja se sentó cerca del joven y mirando a
las aguas del río, le dijo:
- Es que estoy enfadada contigo y quiero que lo sepas.
- ¿Qué es lo que te disgusta de mí?
- Que me ignores de la manera que lo haces y no muestres
interés alguno por las cosas que digo y hago.
- Es que tú eres una aprovechada embaucadora.
- ¿Por qué dices eso?
- Porque te aprovechas del vacío, de dolor y desgracia de
las personas para decirles lo que ellos quieren oír y de este modo las engañas.
- ¿Por qué las engaño?
- Porque nada de lo que le dices es
verdad y ellos sí sufren y están desorientados. No es honesto que te aproveches
y juegues con las desgracias de estas personas pobres. Ellos necesitan consuelo
verdadero para sus penas y algo que dé sentido a sus vidas pero lo que tú le
ofreces, no es bueno ni les sirve para nada.
- Pero en el fondo, se prestan a oírme y creen en lo que
les digo. ¿Por qué tú no?
Y el
joven, como distraído, reflexionando y al mismo tiempo observando la gran
figura de la Alhambra a lo lejos y sobre la colina, muy seguro de sí, dijo a la
bruja:
- Porque yo, siendo tan pobre como todos mis amigos y
teniendo en mi vida tanto o más dolor que ellos, tengo lleno mi corazón y soy
muy rico. Creo en un cielo después de esta vida, tengo fe en la bondad y verdad
de un Dios grande y creador de todo y por eso considero que todo lo tuyo, es
falacia y un modo de engañar a las personas para vivir de ellas. Las personas y
mis amigos te creen porque es la condición humana. Cuando Dios falta de
nuestras vidas, hay que llenar el corazón de dioses falsos y creer en las
brujas de pacotilla como tú.
Y muy sorprendida por estas palabras, la bruja se
levantó, dio un gran resoplido y se dispuso a marcharse pero antes de alejarse,
dijo:
- Y si un día me ves volando sobre una escoba por encima
de la Alhambra o me encuentras vestida toda de negro y convertida en vampiro
¿tampoco me vas a creer en mí?
- Ya te he dicho que no creo ni en tus poderes ni
brujerías. Así que déjame en paz y vete a tu mundo de embustes y a vivir de los
cuentos que te inventas.
Y
cuentan que a partir de aquel momento, nadie más volvió a ver a la bruja ni en
el puente ni por las calles de Granada. Las personas, sorprendidas por lo que
había ocurrido, se acercaban al joven y le preguntaban:
- ¿Qué es lo que le has dicho para que se enfade tanto y
se marche de aquí?
- Solo le he hablado con claridad descubriéndole
honestamente su engaño para con vosotros.
- Pero tú ¿por qué no necesitas en tu vida de las cosas
que dicen y hacen las brujas, adivinos, magos y hechiceros?
- Un día, cuando tengáis tiempo, nos reunimos y hablamos
de esto. Os diré por qué yo no creo ni en la brujas ni en los magos y
hechiceros y vosotros sí.