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Mensajes: 3.171
Fecha de ingreso: 26 de Diciembre de 2008

V Certamen de Relatos Bubok: Edición Especial "Semana Santa"

30 de Marzo de 2009 a las 7:47

La Muerte.

Por los pelos. He ganado por los pelos. Una buena victoria requiere un duro rival. Y si yo no le hubiera ninguneado un par de votos a bizarro (perfectamente pudo haber tenido mi 5, dado que a posteriori rebajé mi valoración de Job) ....

En fin, gracias a todos por los votos, por los no votos, y sobre todo por participar en este psicodrama que nos ha hecho reflexionar intensamente.

Tema: La Muerte. Muerte, también. Muertos, tambien.

Aclaraciones:

- Se admite Muerte y Resurrección, por aquello de la Semana Santa.

- Se admite la hª del perrito que acompaña a su amo hasta el cementerio y se queda para siempre echado al pie de la tumba.

Adelante.

concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 30 de Marzo de 2009 a las 9:16

Aquello fue mi muerte

����������� Un día le dije:

- Raky, hija mía, tenemos que ponerle un nombre a tu burrito.

Y me contestó:

- Papá, este animal es tan especial que no hay nombre en el mundo que le cuadre bien. ¿Qué nombre se le puede poner a la bellaza? Cualquier nombre que le pongamos, por excepcional que sea, siempre se le quedaría corto. No dirá ni encerrará, ni por aproximación, lo que el borriquillo es. Así que no tiene nombre. No hay nombres en el mundo que puedan decir lo que este burro mío encierra.

Y respetando lo que pensaba le volví a insistir:

- Pero con la imaginación que tienes seguro que si te pones a pensar, un día se te ocurre un nombre sonoro y que le cuadre a la perfección. Se lo ponemos y así ya lo podremos llamar por su nombre y al oírlo, él y nosotros, siempre nos acordaremos de ti. ¿Qué te parece?

Y me volvió a decir:

- Es sensato que dejemos esta puerta abierta. También quisiera ponerle un nombre a este animal tan precioso. Pero ya te digo: tendría que ser un nombre realmente original. Me pondré a pensar y si un día doy con algo que me guste mucho, te lo digo a ver que te parece. ¿Vale?

- Bien. Y ya que estamos con el nombre de tu burro, a tu caballo también le pasa igual. Muchas veces me has dicho que le buscas un nombre porque quieres que se parezca a la libertad, a la fuerza, a la gallardía y a la nobleza. ¿Cuándo vamos a bautizar a tu caballo?

- El nombre para mi caballo ya lo tengo pensado. El que más me gusta es el de “Bandolero.” ¿Y sabes por qué?

- Porque es bonito y crees que es el que más le encaja.

- Sí que es por eso pero también porque este caballo mío, cuando galopa por entre los pinares, parece una bandera tendida al viento. Parece un bandido atravesando los bosques y las llanuras y parece también el jefe de una bandada de golondrinas elevándose hacia las nubes. Como mi caballo es negro con rodales blancos a veces imagino que su color negro y sus manchas blancas se funden con las nubes que vuelan y se va a las estrellas. Como una bandada de golondrinas, como una bandera tendida al viento o como un bandido bueno que quiere conquistar el cielo. ¿Qué te parece, papá?

- Qué es hermosísimo. Y si te parece bien y le gusta a tu caballo, no hay en el mundo nombre más apropiado. A ver si para el burro que tanto quieres también un día encuentras un nombre adecuado.

Y me volvió a decir que no me preocupara que este burro, un día, tendría un nombre sublime. El que nunca ha llevado ningún burro en este mundo para que así se sepa siempre que este animal es especial. Me quedé conforme y dejé las cosas en sus manos y corazón. Sabía que nadie podría nunca encontrar un nombre apropiado para este burro excepto ella. Por eso lo dejé en sus manos y por eso, ya te lo dije, este animal no tiene nombre aún. Hasta que ella, Dios quiera que vuelva un día, y por fin le ponga un nombre a este amigo suyo del alma.�

�������� Y te he dicho bien: hasta que ella quiera venir un día o más bien, hasta que Dios lo permita. Porque hoy ya no vive entre nosotros. Sí estará, seguro, en el corazón de Dios o en una estrella especial o a lo mejor en un paraíso más grandioso que éste. Pero seguro que estará en esa estrella que soñaba cuando en sus manos le daba las mejores amapolas al mejor amigo que ha tenido en la tierra. A su burro de seda. Mi hermosa hija entre las hermosas de la tierra y el cielo, un día se fue. Todos sabemos que no se ha ido por completo sino que ha volado a las estrellas. Pero todos sabemos que ya no la tenemos entre nosotros. Ni a ella ni a su hermoso caballo Bandolero.

�������� Una tarde surcando estas praderas y a través del viento se escapó y se fue al azul del cielo para siempre. Porque galopaba surcando las tierras llanas hacia las crestas de la montaña y su caballo era una centella cortando el viento. Los vi atravesando la llanura de la hierba por donde los rosales silvestres y me pareció que era un sueño. No he visto en mi vida belleza tan sublime y fina como aquella de Bandolero a galope tendido con mi hija sobre su lomo. Y me sentí orgulloso. Del caballo que la llevaba en vuelo y de ella besada por el viento. Y me sentí el padre más feliz del mundo. Iba Bandolero llegando a los saúcos, siguiendo el camino que va por ahí, cuando de entre las zarzas, los rosales silvestres y los arbustos, levantó vuelo la bandada de urracas que tienen tomados estos rincones. Un vuelo así de repente y lanzando un griterío tremendo. Y el animal, al ver y sentir tan de repente aquel revuelo teñido de negro y gritos locos, se espantó. Dio un rebote para atrás, se alzó de manos, perdió el equilibrio y fue al barranco del arroyo. Al ver la escena salí corriendo y cuando llegué grité llamando a mi Raky. Y mi hija querida no me contestaba. Salté por la torrentera, me abracé a caballo, busqué el cuerpo de mi hija y puse mis manos en su corazón. Su corazón no latía ni tampoco el corazón de su caballo. Aquello fue mi muerte con su cuerpo si vida entre mis manos. Mi muerte al verla muerta y sin ni siquiera una herida. Fue un golpe fatal en la cabeza y al pobre Bandolero le había pasado lo mismo.

����������� A mi hija la enterramos en ciudad, ya te diré un día en qué sitio, y a Bandolero, por debajo del voladero, justo al lado de la sepultura de Zadí y de la madre del burro que te he regalado. Y creo que a partir de aquel día también enterramos a este burro tan guapetón que te regalo. Porque el animal en seguida se dio cuenta que su princesa ya no estaba. No he podido nunca exponerle la legítima razón porque me duele. Sé que él la quería como si hubiera sido su misma carne. La quería y la quiere y por eso lo único que he podido decirle es que Raky se ha ido de viaje a un lugar lejano y que volverá algún día. Que no sabemos cuando pero que volverá y vendrá más hermosa que cuando se fue. Pero los burros no son tontos. No señor. Este animal tiene sentimientos como los humanos y sabe aun más. Intuye él que Raky ya no corretea en este mundo y que no volverá nunca más. Lo intuye y como la quería y la quiere, desde el día en que ella se fue, no ha vuelto a tener alegría. Yo sé cómo era este burro antes y cómo es ahora. Sé lo que le pasa y no puedo hacer nada para aliviarlo porque tampoco lo puedo hacer por mí.

concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 30 de Marzo de 2009 a las 12:21

La belleza sin vida

�������� Pues al pasar junto al jardinero que rompe la hierba sin corazón, me paré un rato para observar su obra de arte. Y estando mirando como la hierba caía echa mil trozos machacada por el dichoso cordón mágico, de pronto, junto a unas matas de lirios, aparece la ardilla. Al verla, el corazón me dio un brinco. Salto y agarro la máquina del jardinero al tiempo que le digo:

- ¡Para este monstruo que la matas!

Y el jardinero paró la máquina. Pero no porque le preocupara herir a la ardilla sino para que el motor dejara de meter ruido y así poder decirme claramente:

- Si esta ardilla está muerta. Yo no la he matado. Tú mismo has visto como estaba muerta entre esta hierba.

Otro brinco más grande me dio el corazón. Corrí hacia la ardilla tumbada entre la hierba y con mis propios ojos puede ver que era cierto. Estaba muerta. La cojo en mis manos y la noto caliente mientras veo que la sangre le chorrea por entre sus lindos pelos. Brota como en un manantial de la gran herida en su cabeza. No me lo puedo creer pero está muerta. Sin vida aunque con la misma belleza de siempre y por eso como si estuviera durmiendo una siesta. Como si soñara con preciosos pinares repletos de piñas con sus extensas praderas de hierba fresca y ríos cristalinos. Pinares y praderas libre de humanos sabios y doctos y libre también de máquinas de hierro destructoras de bellezas. Y claro que mientras la palpo y la miro se me saltan las lágrimas y me pregunto: “¿Pero quién ha podido ser?” Nadie me responde pero el jardinero sí se apresura a decirme que él no ha sido. Que yo mismo he podido comprobar como el animal estaba muerto entre la hierba cuando él pasaba con su máquina de segar. No le dije nada porque en este momento el alma se me llena de tristeza. Y más tristeza tengo pensando en lo mal que se sentirá la niña cuando se lo diga y la vea. Porque se lo tengo que decir aunque sea duro para los dos.�

�������� Así que recojo el cuerpo de la pobre ardilla y me la llevo por entre los pinos. Como a escondidas para que no me vean y evitar los comentarios. No todo el mundo entiende ni ve normal que un ser humano se preocupe por la muerte de una ardilla. Sin embargo, pienso yo que quien no se estremece ante la muerte de una ardilla, es porque no está capacitado para gozar de la belleza de la Creación. Por eso quiero evitar que me vean con la ella muerta al fin de no da lugar a los comentarios sin corazón. Busco a la niña y al llegar le enseño la belleza sin vida. Lo que es parte de su corazón y parte del mío y quizá una de las maravillas más perfectas de la Creación.

�������� Y lo que me esperaba es lo que en seguida veo en ella. Me mira, mira a la belleza durmiendo su siesta y sin decir palabra, se esconde detrás del tronco del pino. El tronco por donde ella la ha visto jugar la última vez. Como si no quisiera que yo vea sus lágrimas no sea que no la comprenda. Pero yo soy capaz de sentir el dolor de sus sentimientos y por eso le digo:

- Por más que lloremos ya no podremos traerla de nuevo a esta vida. Y ahora no vamos a buscar culpables. Eso no nos interesa porque estamos en minoría, un poco al margen de las normas y navegando casi contra corriente, tú ya lo sabes. La ardilla está muerta y es símbolo de muchas cosas. ¿Quién puede tener un corazón tan malo como para ser capaz de quitarle la vida a una criatura como esta? Pero tú sabes y yo también que hay quien tiene ese tan cruel corazón. Así que no te preocupes. Vamos a enterrarla en este jardín nuestro, en un rincón donde solo tú y yo lo sepamos y después la lloramos un poco, también a escondidas porque si no nos criticarán. Yo creo con toda certeza que se ha ido a donde tanto soñamos. Cuando nos llegue la hora y los dos también nos vayamos a ese lugar, seguro que nos estará esperando. A lo mejor es ella la que nos abre las puertas para darnos un abrazo e invitarnos a jugar el juego que tanto te gusta.�

�������� Y pegando su cabeza al tronco del viejo pino me mira triste y me dice:

- Yo sé quien ha sido.

Sintiendo su dolor en mi corazón la acaricio un poco y le digo:

- También yo sé quién ha sido pero no digamos nada.

Y antes de que me dé tiempo a pensarlo de nuevo murmura:

- No voy a decir nada porque así lo quieres tú pero debe saberse que ninguno de los animales que hay en estos parajes ha dado muerte a esta ardilla. Esto ha sido obra de humanos y sé quienes son.

Le digo que guarde silencio y no haga más comentarios.

- Vamos a enterrarla y que descanse en la tierra cerca del cariño nuestro. Algún día volverá a correr libre por los jardines que tenemos donde sabemos. A ese lugar, el más bello de todos los universos creados por Dios, no dejaremos entrar a los que le han quitado la vida a esta ardilla amiga nuestra. Pienso como tú: si no han sido capaces de quererla aquí, tampoco sabrán quererla en aquel lugar. Y allí tampoco podrán entrar los que tú y yo sabemos. Así que levanta el ánimo porque ya no podemos hacer nada para volverla viva a este rincón.

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 30 de Marzo de 2009 a las 13:05
Me quito el capuchón. La túnica marrón cuelga de mis hombros. Levanto la cabeza y miro a mí alrededor. Aproximadamente cien frailes acompañan la ceremonia con un canto grave, profundo, un sonido solemne. Todos ellos visten la misma túnica que yo, a ninguno se le puede apreciar la cara escondida bajo el holgado capuchón. La luz, tenue y difusa, junto al interior diáfano consiguen transmitir una extraña sensación de espacio e intimidad.

Las dos jóvenes se me acercan, desnudas, extremadamente bellas. La que viene por mi izquierda es rubia con ojos azules, un azul turquesa. Se aprecia en sus facciones su ascendencia eslava. Es alta y esbelta. Por mi derecha se acerca una mulatita de piel color café, muy joven, de apenas diecisiete años. Sus ojos son verdes, también es alta, voluptuosa y deseable. Sólo visten la diadema. Ellas encarnan la divinidad en la tierra, la promesa de un futuro mejor.

Una vez a mi lado, ambas, al unísono, me desproveen con delicadeza de la túnica que cae a mis pies. Los cánticos cesan, ni el más mínimo murmullo se oye, el silencio lo envuelve todo. Las dos jóvenes aguardan detrás de mí, quietas, rígidas como estatuas. No las veo, pero lo sé, debe ser así.

Poco a poco me hago al silencio y el tiempo se congela. Cuando te haces al silencio de una sala llena pronto llegas a sentir la paz, una tranquilidad extraña que para según quien puede llegar a ser perturbadora. Algunos dicen que eso es fruto de la comunión entre mente, cuerpo y espíritu. La comunión entre todas las almas de los presentes, ese es el objetivo. En mi opinión es una sensación que por un momento llega a resultar siniestra.

Centro mi mirada al frente. Delante de mí se extiende un pequeño lago artificial de aguas templadas. De su orilla me separan tres pasos justos. Doy el primero, sin prisa, el segundo se sucede. Después de dar el tercer paso el silencio sigue solemne.

Despejo mi mente y empiezo a sumergirme en esas aguas cálidas, desnudo, poco a poco. Primero el agua acaricia el meñique de mi pie. Sin prisa voy deslizando la planta por encima de la superficie, mi pie desciende. Una agradable sensación sube por mi pierna izquierda, recorre todo mi cuerpo, llega a mi cabeza, serena definitivamente mi mente y prepara mi espíritu. La sensación finalmente llega al meñique de mi pie derecho.

Una vez mi pie izquierdo toca fondo mi pie derecho le sigue. Lo sumerjo hasta la altura del tobillo. Inspiro profundamente. Saboreo la sensación cuando llega a mi boca y contemplo el marrón rojizo, reconfortante, que se proyecta en mis párpados cerrados. No tengo prisa, es mi momento, puedo permitirme el lujo de disfrutarlo.

El agua ya me llega a las rodillas. Mi corazón late más despacio. Estoy tan tranquilo, tan sumamente relajado. Me centro en observar las pequeñas palpitaciones, los pequeños movimientos involuntarios que se repiten a lo largo y ancho de mi cuerpo. Primero son palpitaciones leves, casi imperceptibles debajo unos músculos aún alerta. A medida que los últimos vestigios de tensión desaparecen las siento más intensas.

El agua ya me llega a la cintura. La siento, pero me es ajena. Mi cuerpo avanza solo y parece como si yo sólo me limitara a contemplarlo desde fuera. Ya no noto las palpitaciones, ya no gobierno mis pasos. El agua me llega al cuello. El agua tibia besa mis labios. Veo como mi cabeza se sumerge. Mi cuerpo, poco a poco, muere. No hay convulsiones, no hay sufrimiento. Tan sólo me limito a abandonar el cascarón. El agua ahora contiene mi ser.

Los cánticos se reemprenden. Leves, graves. La ceremonia continúa. Mi viejo cascarón ha muerto. Mi cuerpo demacrado ya ha cumplido su ciclo. No siento nada. Estoy tranquilo. Todo sigue su curso.

Las dos sacerdotisas sumergen poco a poco el cuerpo inerte del bebé. Lo sumergen en el agua, lo sumergen en mi esencia. Primero lo veo, luego me apoderó de él, lo hago mío. Empiezo a sentirlo. Primero las palpitaciones, luego los latidos de mi pequeño corazón. Cuando me sacan del agua noto como mis pulmones se llenan por primera vez de aire. Aún no puedo ver. Otro ciclo que comienza, mi quinto ciclo. Mi quinto ciclo y todavía soy incapaz de comprender el porqué de toda la artificiosidad de esta ceremonia.
concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 30 de Marzo de 2009 a las 13:06
Me he olvidado el título:

EL BAÑO TIBIO

Me quito el capuchón. La túnica marrón cuelga de mis hombros. Levanto la cabeza y miro a mí alrededor. Aproximadamente cien frailes acompañan la ceremonia con un canto grave, profundo, un sonido solemne. Todos ellos visten la misma túnica que yo, a ninguno se le puede apreciar la cara escondida bajo el holgado capuchón. La luz, tenue y difusa, junto al interior diáfano consiguen transmitir una extraña sensación de espacio e intimidad.

Las dos jóvenes se me acercan, desnudas, extremadamente bellas. La que viene por mi izquierda es rubia con ojos azules, un azul turquesa. Se aprecia en sus facciones su ascendencia eslava. Es alta y esbelta. Por mi derecha se acerca una mulatita de piel color café, muy joven, de apenas diecisiete años. Sus ojos son verdes, también es alta, voluptuosa y deseable. Sólo visten la diadema. Ellas encarnan la divinidad en la tierra, la promesa de un futuro mejor.

Una vez a mi lado, ambas, al unísono, me desproveen con delicadeza de la túnica que cae a mis pies. Los cánticos cesan, ni el más mínimo murmullo se oye, el silencio lo envuelve todo. Las dos jóvenes aguardan detrás de mí, quietas, rígidas como estatuas. No las veo, pero lo sé, debe ser así.

Poco a poco me hago al silencio y el tiempo se congela. Cuando te haces al silencio de una sala llena pronto llegas a sentir la paz, una tranquilidad extraña que para según quien puede llegar a ser perturbadora. Algunos dicen que eso es fruto de la comunión entre mente, cuerpo y espíritu. La comunión entre todas las almas de los presentes, ese es el objetivo. En mi opinión es una sensación que por un momento llega a resultar siniestra.

Centro mi mirada al frente. Delante de mí se extiende un pequeño lago artificial de aguas templadas. De su orilla me separan tres pasos justos. Doy el primero, sin prisa, el segundo se sucede. Después de dar el tercer paso el silencio sigue solemne.

Despejo mi mente y empiezo a sumergirme en esas aguas cálidas, desnudo, poco a poco. Primero el agua acaricia el meñique de mi pie. Sin prisa voy deslizando la planta por encima de la superficie, mi pie desciende. Una agradable sensación sube por mi pierna izquierda, recorre todo mi cuerpo, llega a mi cabeza, serena definitivamente mi mente y prepara mi espíritu. La sensación finalmente llega al meñique de mi pie derecho.

Una vez mi pie izquierdo toca fondo mi pie derecho le sigue. Lo sumerjo hasta la altura del tobillo. Inspiro profundamente. Saboreo la sensación cuando llega a mi boca y contemplo el marrón rojizo, reconfortante, que se proyecta en mis párpados cerrados. No tengo prisa, es mi momento, puedo permitirme el lujo de disfrutarlo.

El agua ya me llega a las rodillas. Mi corazón late más despacio. Estoy tan tranquilo, tan sumamente relajado. Me centro en observar las pequeñas palpitaciones, los pequeños movimientos involuntarios que se repiten a lo largo y ancho de mi cuerpo. Primero son palpitaciones leves, casi imperceptibles debajo unos músculos aún alerta. A medida que los últimos vestigios de tensión desaparecen las siento más intensas.

El agua ya me llega a la cintura. La siento, pero me es ajena. Mi cuerpo avanza solo y parece como si yo sólo me limitara a contemplarlo desde fuera. Ya no noto las palpitaciones, ya no gobierno mis pasos. El agua me llega al cuello. El agua tibia besa mis labios. Veo como mi cabeza se sumerge. Mi cuerpo, poco a poco, muere. No hay convulsiones, no hay sufrimiento. Tan sólo me limito a abandonar el cascarón. El agua ahora contiene mi ser.

Los cánticos se reemprenden. Leves, graves. La ceremonia continúa. Mi viejo cascarón ha muerto. Mi cuerpo demacrado ya ha cumplido su ciclo. No siento nada. Estoy tranquilo. Todo sigue su curso.

Las dos sacerdotisas sumergen poco a poco el cuerpo inerte del bebé. Lo sumergen en el agua, lo sumergen en mi esencia. Primero lo veo, luego me apoderó de él, lo hago mío. Empiezo a sentirlo. Primero las palpitaciones, luego los latidos de mi pequeño corazón. Cuando me sacan del agua noto como mis pulmones se llenan por primera vez de aire. Aún no puedo ver. Otro ciclo que comienza, mi quinto ciclo. Mi quinto ciclo y todavía soy incapaz de comprender el porqué de toda la artificiosidad de esta ceremonia.
concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 30 de Marzo de 2009 a las 16:29
Perdón por el estropicio, bubok volvió a liarla, supongo que entendéis que lo saltos de línea lo ha metido el foro, pido clemencia para con el relato...
mortfan
mortfan
Mensajes: 672
Fecha de ingreso: 24 de Febrero de 2009
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  • 31 de Marzo de 2009 a las 2:43
CITA INELUDIBLE

-A ti te estaba buscando yo.

-Aquí me tienes.

La mujer, casi una niña, miró a los ojos al ser del inframundo con reproche. Sus siluetas se recortaban en el lóbrego páramo, lugar de tierra negra y cielo oscuro, nubes amenazantes y viento seco y frío. Una de las figuras era alta y majestuosa, de porte poderoso y con una negra capa que la cubría completamente, desdibujando sus formas eficazmente. La otra era diminuta, no llegaba a ser la mitad de la primera. Estaba completamente desnuda, con su piel de alabastro brillando bajo una luz, de la que no se conocía la procedencia. Su pelo azabache caía como una cascada por su espalda hasta la mitad de la cintura, dándole aspecto de sirena inalcanzable.

�-¿Por qué lo hiciste?- se leía el dolor y la furia en sus ojos castaños, al igual que en el ligero mohín que hacían sus labios, ligeramente temblorosos.

-La vida es un ciclo sin final. Nada termina- la voz resonaba con eco, como si mil seres se unieran en el ser ante la muchacha, para crear un efecto extraño, discordante- Nacer y morir es un mismo camino.

-Déjate de monsergas- reprochó la pequeña figura, dando una patada con sus ínfimos pies descalzos en la tierra sombría- Puedes decir lo que quieras- la ira irradiaba de cada uno de los poros de su piel- Pero no es lo mismo. Me lo has arrebatado. Exijo una explicación.

-¿Arrebatado?

-Antes él estaba vivo y ahora está muerto. Antes disfrutaba del sol, del viento, del agua del mar- su voz se ahogaba a medida que el nudo que vivía en su pecho desde aquel día fatídico subía hasta su garganta- Podía sentir amor, alegría, ira, dolor...Ahora no siente nada.

-Ahora siente diferente- explicó la voz eterna, pausadamente- Morir no es el fin. Sólo el principio.

-¿El principio?- su voz subió una octava- ¿Cómo puede ser tal cosa cuando tú mismo te conviertes en una cáscara vacía?¿Cuando todo aliento de vida desaparece de tu ser?

-No puedes entenderlo- observó a la muchacha ante sí, casi con pena- Aún no es tu momento de tránsito, así que no tiene sentido explicártelo- suspiró, lo que provocó que una brisa cálida inundara a la pequeña criatura que le reprochaba con tozudez- Está más allá de tu comprensión.

-No- cuadró los hombros, como esperando recibir un golpe físico- No lo está. Te odio.

-No importa- respondió la voz de ultratumba- Vendrás conmigo cuando sea menester.

-No iré- lloriqueaba como si aún fuera una niña pequeña- No iré porque te odio ¿Me oyes? ¡Te odio!- dio un paso atrás, afianzándose en su posición- Escaparé de ti y tu cometido estará inacabado porque tú me lo arrebataste y ahora ni siquiera quieres decirme por qué.

-No tiene sentido- repitió cansadamente- No puedes comprenderlo.

-¡Era mi padre!- las lágrimas corrían ahora libremente por sus mejillas y sus puños se abrían y cerraban, agitándose incansablemente- Te lo llevaste y aún no era su hora. Era demasiado joven.

-Era su momento.

-¡No lo era!- cayó de rodillas y se apoyó en sus manos, hundiendo la cabeza en sus hombros- ¡Aún lo necesitaba! Él no estaba preparado para irse y yo no lo estaba para su partida- alzó la cabeza y miró llorosa a la Muerte- Lo tienes aquí, en algún sitio de este páramo oscuro ¿Cómo puede estar bien aquí?

-Él no está aquí- replicó, como única respuesta.

-¿No está aquí?- se levantó poco a poco y se limpió la nariz y las lágrimas chorreantes con el antebrazo, lleno ahora de polvo- ¿Y donde está?

-Las almas no vienen aquí- señaló a su alrededor, ondeando la túnica al viento- Esto está en tu mente, es la concepción de mí que mora en tu interior- de nuevo un resplandor verde bajo su capucha, que hizo un guiño divertido al observar la ropa que vestía- La verdad, no sabía que era tan tétrica.

-Eres la Muerte- respondió ella, desconcertada- Tú eres así. Eso nos enseñan.

-Os enseñan a temerme porque creéis que soy el fin de la vida- repuso- Pero no es así. Sólo soy una mensajera. Cojo el paquete en vuestra dimensión y la traigo al sitio correcto, a su nuevo hogar. Eso es todo.

-Pero, entonces...- se detuvo, pensativa- Quiero saber ¿Dónde está?¿Está bien?

-Está bien. Si quieres saberlo, te lo contaré- contestó la muerte divertida- Todas las almas vienen del mismo sitio y, al morir, vuelven a su hogar- miró curiosa la guadaña que sujetaba- ¿Por qué llevo este artilugio?

-Se supone que con él siegas las vidas de aquellos que vienes a buscar- replicó enfurruñada la muchacha- Prosigue- exigió- ¿Dónde está mi padre?

-Qué curioso- observó unos segundos más su atuendo actual. Después se volvió a la diminuta chica que la observaba- Él está allí ahora. Forma parte del Uno, el Caldero Original, de donde nacen todas y cada una de las almas de vuestra dimensión, sean humanas, animales, vegetales o de otra índole- agitó una de sus manos, produciendo un extraño sonido, lo que hizo que la mirara desconcertada- Huesos... Vaya, tengo que hacer algo con esta imagen- observó de nuevo a la otra figura- Si se pudiera expresar con términos humanos, podría decirse que es feliz. Tu dolor sólo está producido por la sensación de pérdida lo que es, si se me permite decirlo, bastante egoísta- le dio un ligero toque en uno de sus hombros- Él está mucho mejor ahora. Hasta creo que tú ya lo sabías.

-¿Qué quieres decir?- replicó la muchacha, inclinándose hacia la Muerte involuntariamente.

-¿Te has fijado en el color de mis ojos?- respondió con un ligero temblor de sonrisa en su resonante voz- Son verdes. Es todo creación tuya y, en tu mundo, el verde es el color de la esperanza ¿No te parece curioso que sea lo más brillante en este lugar que has imaginado?- la diminuta silueta ante la muerte pareció pensarlo desconcertada- Y tú estás desnuda- la chica hizo un intento de taparse cuando se dio cuenta de lo cierto de esa afirmación- Eso es símbolo de que te muestras ante mí tal y como eres. Yo, en realidad, no te doy miedo, sólo respeto. Eso lo deduzco del tamaño que tenemos cada una.

-No te comprendo- se defendió, frunciendo los labios- No entiendo por qué haces lo que haces.

-Alguien tiene que hacerlo- repuso encogiéndose de hombros.

-¿Cómo es el lugar al que te lo has llevado?

�Había un ruego implícito en la petición. La Muerte sabía que el proyecto de mujer que se alzaba ante ella ya había asumido el cambio de estado de su padre. Incluso era posible que ya fuera así cuando se presentó a recriminarla. No era por eso que rogaba. Quería saber cual sería su propio destino. La observó, pensativa, unos instantes y apoyó su huesuda mano en el tembloroso hombro de la menuda criatura.

�-Es un sitio muy diferente a éste- miró a su alrededor un segundo y posó de nuevo sus ojos esmeralda en ella- No te puedo decir exactamente cómo, pues cada alma lo percibe de manera distinta. Para mí, es un firmamento luminoso y cada estrella es una de las almas que he ayudado a volver a su hogar- se detuvo, meditabunda.

-¿Para todos es igual?- inquirió- Quiero decir ¿para los buenos y para los malos?

-El bien y el mal son sólo una ilusión- respondió- Pero se puede decir que no. Los que tú llamas “malos” no son recibidos con agrado, pues su alma no es pura, y deben volver una y otra vez para redimirse.

-¿Así que es mejor ser bueno?

-Si has de hacer el bien a alguien- replicó- es mejor hacerlo con el bien como fin en sí mismo. Puedes pensar que estás obrando correctamente y no estar en lo cierto.

-Entonces ¿cómo...?

-No- la interrumpió- Ya conoces la respuesta a aquello que querías saber. Seguir con este interrogatorio sería una explicación del sentido de la vida y podría llevarnos milenios- le rozó la frente- Ahora volverás allí donde perteneces. Recuerda esto: la vida tal y como la concibes sólo puedes vivirla una vez. Aunque tu alma volviera sería una vida distinta, sin contacto con la presente. Así que aprovecha tu tiempo, pues será el único que recuerdes antes de volver a verme.

-¿Cuándo será eso?- inquirió finalmente.

-Eso no puedo revelártelo- se quitó la capucha y, ante los anonadados ojos de la muchacha, menguó hasta ponerse a su altura. Tenía el cabello oscuro largo hasta la cintura y piel de alabastro. Era como mirarse en un espejo. Pero sus ojos seguían siendo verdes- Le quitaría emoción ¿no te parece?- acercó su cara espectral a la de su interlocutoray la besó con ternura en la mejilla.


-¿Estás bien?

El joven observaba a la muchacha, preocupado, y suspiró con satisfacción cuando ella por fin lo miró con sus ojos castaños.

-Sí- respondió, aún amodorrada.

-¿Qué haces durmiendo en el cementerio?- preguntó frunciendo el ceño-¿Eres de una de esas sectas raras ocultistas?- la miró aprensivo- Parecías muerta...

-Lo estaba- dijo llanamente- Pero he vuelto- miró la lápida a su espalda- Es la tumba de mi padre. Tenía que hacer las paces para poder seguir adelante.

-Entiendo- sonrió- ¿Y lo has conseguido?

-Sí.

-En ese caso, creo que te vendría bien tomar un café caliente- replicó ayudándola a levantarse- Estás helada- pasó el brazo alrededor de sus hombros, apretándola contra sí- Soy Óscar.

Con esta simple presentación, consiguió que la muchacha se sonrojara y comenzó a notar calor de nuevo. Sus ojos se encontraron, diciéndose aquello de lo que aún no eran conscientes. Oyó un susurro en su oído, de una voz resonante, como de mil seres unidos en uno “Aprovecha la vida”. Sonrió.

-Yo soy Eva.
mortfan
mortfan
Mensajes: 672
Fecha de ingreso: 24 de Febrero de 2009
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  • 31 de Marzo de 2009 a las 2:46
Bueno, en fin.
Obviad el texto anterior porque intenté entrar con la cuenta de Concurso de relatos y el ordenador debió saltar a la habitual, sin darme cuenta lo he publicado con mi nick habitual.
Perdón por el error. Me autopropongo para la expulsión del V concurso de relatos por tener un pc cacoso y una conexión a internet que se ríen de mí cuanto les viene en gana... Desde luego...
mortfan
mortfan
Mensajes: 672
Fecha de ingreso: 24 de Febrero de 2009
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  • 31 de Marzo de 2009 a las 2:48
Ah, y por supuesto, puñetero foro que no te deja borrar mensajes y arreglar errores de este tipo... ¡Mierda, mierda y mierda!
vixa
Mensajes: 1.348
Fecha de ingreso: 12 de Mayo de 2008
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  • 31 de Marzo de 2009 a las 7:45
Por cosas como éstas propuse una migración parcial (y temporal hasta que bubok solucione esta chapuza que es su foro) a un foro de hosting gratuito.
vixa
Mensajes: 1.348
Fecha de ingreso: 12 de Mayo de 2008
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  • 31 de Marzo de 2009 a las 15:48
Yo estaba creando un foro para mi blog donde uno de los subforos estaría dedicado a la autoedición. El foro ya lo tengo creado, pero está vacio, por eso aún no lo he publicitado. Si queréis me es un momento crear los subforos específicos para este concurso.
concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 31 de Marzo de 2009 a las 16:24

CITA INELUDIBLE

-A ti te estaba buscando yo.

-Aquí me tienes.

La mujer, casi una niña, miró a los ojos al ser del inframundo con reproche. Sus siluetas se recortaban en el lóbrego páramo, lugar de tierra negra y cielo oscuro, nubes amenazantes y viento seco y frío. Una de las figuras era alta y majestuosa, de porte poderoso y con una negra capa que la cubría completamente, desdibujando sus formas. La otra era diminuta, no llegaba a ser la mitad de la primera. Estaba completamente desnuda, con su piel de alabastro brillando bajo una luz, de la que no se conocía la procedencia. Su pelo azabache caía como una cascada por su espalda hasta la mitad de la cintura, dándole aspecto de sirena inalcanzable.

�-¿Por qué lo hiciste?- se leía el dolor y la furia en sus ojos, al igual que en el ligero mohín que hacían sus labios, temblorosos.

-La vida es un ciclo sin final. Nada termina- la voz resonaba con eco, como si mil seres se unieran en el ser, para crear un efecto extraño, discordante- Nacer y morir es un mismo camino.

-Déjate de monsergas- reprochó la pequeña figura, dando una patada con sus ínfimos pies descalzos en la tierra sombría- Puedes decir lo que quieras- la ira irradiaba de cada uno de los poros de su piel- Pero no es lo mismo. Me lo has arrebatado. Exijo una explicación.

-¿Arrebatado?

-Antes él estaba vivo y ahora está muerto - su voz se ahogaba a medida que el nudo que vivía en su pecho desde aquel día fatídico subía hasta su garganta- Podía sentir amor, alegría, ira, dolor...Ahora no siente nada.

-Ahora siente diferente- explicó la voz eterna, pausadamente- Morir no es el fin. Sólo el principio.

-¿Cómo puede ser tal cosa cuando tú mismo te conviertes en una cáscara vacía?¿Cuando todo aliento de vida desaparece de tu ser?

-No puedes entenderlo- observó a la muchacha ante sí, casi con pena- Aún no es tu momento de tránsito, así que no tiene sentido explicártelo- suspiró, lo que provocó que una brisa cálida inundara a la pequeña criatura- Está más allá de tu comprensión.

-No- cuadró los hombros, como esperando recibir un golpe físico- No lo está. Te odio.

-No importa- respondió la voz de ultratumba- Vendrás conmigo cuando sea menester.

-No iré- lloriqueaba como una niña pequeña- No iré porque te odio ¿Me oyes? ¡Te odio!- dio un paso atrás, afianzándose en su posición- Escaparé de ti y tu cometido estará inacabado porque tú me lo arrebataste y ahora ni siquiera quieres decirme por qué.

-No tiene sentido- repitió cansadamente- No puedes comprenderlo.

-¡Era mi padre!- las lágrimas corrían ahora libremente por sus mejillas- Te lo llevaste y aún no era su hora. Era demasiado joven.

-Era su momento.

-¡No lo era!- cayó de rodillas hundiendo la cabeza en sus hombros- ¡Aún lo necesitaba! Él no estaba preparado para irse y yo no lo estaba para su partida- alzó la cabeza y miró llorosa a la Muerte- Lo tienes aquí, en algún sitio de este páramo oscuro ¿Cómo puede estar bien aquí?

-Él no está aquí- fue la corta respuesta.

-¿No está aquí?- se levantó poco a poco y se limpió las lágrimas con el antebrazo, lleno ahora de polvo- ¿Y donde está?

-Las almas no vienen aquí- señaló a su alrededor- Esto está en tu mente, es la concepción de mí que mora en tu interior- de nuevo un resplandor verde bajo su capucha, que hizo un guiño divertido al observar la ropa que vestía- La verdad, no sabía que era tan tétrica.

-Eres la Muerte- respondió ella, desconcertada- Tú eres así. Eso dicen.

-Os enseñan a temerme porque creéis que soy el fin de la vida- repuso- Pero no es así. Sólo soy una mensajera. Cojo el paquete en vuestra dimensión y la traigo al sitio correcto. Eso es todo.

-Pero, entonces...- se detuvo, pensativa- Quiero saber ¿Dónde está?¿Está bien?

-Si quieres saberlo, te lo contaré- contestó la muerte divertida- Todas las almas vienen del mismo sitio y, al morir, vuelven a su hogar- miró curiosa la guadaña que sujetaba- ¿Por qué llevo este artilugio?

-Se supone que con él siegas las vidas de aquellos que vienes a buscar- replicó enfurruñada la muchacha- Prosigue- exigió- ¿Dónde está mi padre?

-Qué curioso- observó unos segundos más su atuendo actual. Después se volvió a la diminuta chica- Él está allí ahora. Forma parte del Uno, el Caldero Original, de donde nacen todas y cada una de las almas de vuestra dimensión, sean humanas, animales, vegetales o de otra índole- agitó una de sus manos, produciendo un extraño sonido- Huesos... Vaya, tengo que hacer algo con esta imagen- la miró de nuevo- Si se pudiera expresar con términos humanos, podría decirse que es feliz. Tu dolor sólo está producido por la sensación de pérdida lo que es, en sí, bastante egoísta- le dio un ligero toque en uno de sus hombros- Él está mucho mejor ahora. Hasta creo que tú ya lo sabías.

-¿Qué quieres decir?- replicó la muchacha, inclinándose hacia la Muerte involuntariamente.

-¿Te has fijado en el color de mis ojos?- respondió con un ligero temblor de sonrisa en su resonante voz- Son verdes. Es todo creación tuya y, en tu mundo, es el color de la esperanza ¿No te parece curioso que sea lo más brillante en este lugar que has imaginado?- la silueta ante la muerte pareció pensarlo desconcertada- Y tú estás desnuda- la chica hizo un intento de taparse cuando se dio cuenta de lo cierto de esa afirmación- Eso es símbolo de que te muestras ante mí tal y como eres. Yo, en realidad, no te doy miedo, sólo respeto. Eso lo deduzco del tamaño que tenemos cada una.

-No te comprendo- se defendió, frunciendo los labios- No entiendo por qué haces lo que haces.

-Alguien tiene que hacerlo- repuso encogiéndose de hombros.

-¿Cómo es el lugar al que te lo has llevado?

Había un ruego implícito en la petición. La Muerte sabía que el proyecto de mujer que se alzaba ante ella ya había asumido el cambio de estado de su padre. Incluso era posible que ya fuera así cuando se presentó a recriminarla. No era por eso que rogaba. Quería saber cual sería su propio destino. La observó unos instantes y apoyó su mano en el tembloroso hombro de la menuda criatura.

-Es un sitio muy diferente a éste- miró a su alrededor un segundo y posó de nuevo sus ojos esmeralda en ella- No te puedo decir exactamente cómo, pues cada alma lo percibe de manera distinta. Para mí, es un firmamento luminoso y cada estrella es una de las almas que he ayudado a volver a su hogar- se detuvo, meditabunda.

-¿Para todos es igual?- inquirió- Quiero decir ¿para los buenos y para los malos?

-El bien y el mal son sólo una ilusión- respondió- Pero se puede decir que no. Los que tú llamas “malos” no son recibidos con agrado, pues su alma no es pura, y deben volver una y otra vez para redimirse.

-¿Así que es mejor ser bueno?

-Si has de hacer el bien a alguien- replicó- es mejor hacerlo con el bien como fin en sí mismo. Puedes pensar que estás obrando correctamente y no estar en lo cierto.

-Entonces ¿cómo...?

-No- la interrumpió- Ya conoces la respuesta a aquello que querías saber. Seguir con este interrogatorio sería una explicación del sentido de la vida y podría llevarnos milenios- le rozó la frente- Ahora volverás allí donde perteneces. Recuerda esto: la vida tal y como la concibes sólo puedes vivirla una vez. Aunque tu alma volviera sería una vida distinta, sin contacto con la presente. Así que aprovecha tu tiempo, pues será el único que recuerdes antes de volver a verme.

-¿Cuándo será eso?- inquirió finalmente.

-Eso no puedo revelártelo- se quitó la capucha y, ante los anonadados ojos de la muchacha, menguó hasta ponerse a su altura. Tenía el cabello oscuro largo hasta la cintura y piel de alabastro. Era como mirarse en un espejo. Pero sus ojos seguían siendo verdes- Le quitaría emoción ¿no te parece?- acercó su cara espectral a la de su interlocutoray la besó con ternura en la mejilla.

-¿Estás bien?

El joven observaba a la muchacha, preocupado, y suspiró con satisfacción cuando ella por fin lo miró con sus ojos castaños.

-Sí- respondió, aún amodorrada.

-¿Qué haces durmiendo en el cementerio?¿Eres de una de esas sectas raras ocultistas?- la miró aprensivo- Parecías muerta...

-Lo estaba- dijo llanamente- Pero he vuelto- miró la lápida a su espalda- Es la tumba de mi padre. Tenía que hacer las paces para poder seguir adelante.

-Entiendo- sonrió- ¿Y lo has conseguido?

-Sí.

-En ese caso, creo que te vendría bien tomar un café caliente. Estás helada- pasó el brazo alrededor de sus hombros, apretándola contra sí- Soy Óscar.

Sus ojos se encontraron, diciéndose aquello de lo que aún no eran conscientes. Oyó un susurro en su oído, de una voz resonante, como de mil seres unidos en uno “Aprovecha la vida”. Sonrió.

-Yo soy Eva.
concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 31 de Marzo de 2009 a las 17:37

A la tercera va la vencida... Perdón por el lío con el corrector de palabras...


CITA INELUDIBLE

-A ti te estaba buscando.

-Aquí me tienes.

La joven miró a los ojos al ser del inframundo con reproche. Sus siluetas se recortaban en el lóbrego páramo, de tierra negra y cielo oscuro, nubes amenazantes y viento seco y frío. Una de las figuras era alta y majestuosa, de porte poderoso, con una negra capa que la cubría completamente, desdibujando sus formas. La otra era diminuta, no llegaba a ser la mitad de la primera. Estaba completamente desnuda, con su piel de alabastro brillando bajo una extraña luz furtiva. Su pelo azabache caía como una cascada por su espalda hasta la cintura, dándole aspecto de sirena inalcanzable.

�-¿Por qué lo hiciste?- se leía el dolor y la furia en sus ojos, al igual que en el ligero mohín que hacían sus labios, temblorosos.

-La vida es un ciclo sin final. Nada termina- la voz resonaba, como si mil seres se unieran en uno, para crear un efecto extraño, discordante- Nacer y morir es un mismo camino.

-Déjate de monsergas- reprochó la pequeña figura, dando una patada con sus ínfimos pies descalzos- Puedes decir lo que quieras- la ira irradiaba de cada uno de los poros de su piel- Pero me lo has arrebatado. Exijo una explicación.

-¿Arrebatado?

-Antes él estaba vivo y ahora está muerto - su voz se ahogaba a medida que el nudo que vivía en su pecho desde aquel día fatídico subía hasta su garganta- Podía sentir amor, alegría, ira, dolor...Ahora no siente nada.

-Siente diferente- explicó la voz eterna- Morir no es el fin. Sólo el principio.

-¿Cómo puede ser cuando tú mismo te conviertes en una cáscara vacía?¿Cuando todo aliento de vida desaparece?

-No puedes entenderlo- observó a la muchacha ante sí, casi con pena- Aún no es tu momento de tránsito, así que no tiene sentido explicártelo- suspiró, lo que provocó que una brisa cálida inundara a la pequeña criatura- Está más allá de tu comprensión.

-No- cuadró los hombros- No lo está. Te odio.

-No importa- respondió la voz de ultratumba- Vendrás conmigo cuando sea menester.

-No iré- lloriqueaba como una niña pequeña- No iré porque te odio ¿Me oyes? ¡Te odio!- dio un paso atrás, afianzándose en su posición- Escaparé de ti y tu cometido estará inacabado porque tú me lo arrebataste y ahora ni siquiera quieres decirme por qué.

-No tiene sentido- repitió cansadamente- No puedes comprenderlo.

-¡Era mi padre!- las lágrimas corrían ahora libremente- Te lo llevaste y aún no era su hora. Era demasiado joven.

-Era su momento.

-¡No lo era!- cayó de rodillas hundiendo la cabeza- ¡Aún lo necesitaba! Él no estaba preparado para irse y yo no lo estaba para su partida- miró llorosa a la Muerte- Lo tienes aquí, en algún sitio de este páramo oscuro ¿Cómo puede estar bien?

-Él no está aquí- fue la corta respuesta.

-¿No?- se levantó poco a poco y se limpió las lágrimas con el antebrazo, lleno ahora de polvo- ¿Y donde está?

-Las almas no vienen aquí- señaló a su alrededor- Esto está en tu mente, es la concepción de mí que mora en tu interior- un resplandor verde bajo su capucha hizo un guiño divertido al observar su ropa- La verdad, no sabía que era tan tétrica.

-Eres la Muerte- respondió ella, desconcertada- Tú eres así. Eso dicen.

-Os enseñan a temerme porque creéis que soy el fin de la vida- repuso- Pero no es así. Sólo soy una mensajera. Cojo el paquete en vuestra dimensión y la traigo al sitio correcto. Eso es todo.

-Pero, entonces...- se detuvo, pensativa- Quiero saber ¿Dónde está?¿Está bien?

-Todas las almas vienen del mismo sitio y, al morir, vuelven a su hogar- miró curiosa la guadaña que sujetaba- ¿Por qué llevo este artilugio?

-Se supone que con él siegas las vidas de aquellos que vienes a buscar- replicó enfurruñada la muchacha- Prosigue- exigió- ¿Dónde está mi padre?

-Qué curioso- observó unos segundos más su atuendo actual. Después se volvió a la diminuta chica- Él está allí ahora. Forma parte del Uno, el Caldero Original, de donde nacen todas y cada una de las almas de vuestra dimensión, sean humanas, animales, vegetales... o de otra índole- agitó una de sus manos, produciendo un extraño sonido- Huesos... Vaya, tengo que hacer algo con esta imagen- la miró de nuevo- Si se pudiera expresar con términos humanos, podría decirse que es feliz. Tu dolor sólo está producido por la sensación de pérdida lo que es, en sí, bastante egoísta- le dio un ligero toque en uno de sus hombros- Él está mucho mejor ahora. Hasta creo que tú ya lo sabías.

-¿Qué quieres decir?- replicó la muchacha, inclinándose hacia la Muerte.

-¿Te has fijado en el color de mis ojos?- respondió con un ligero temblor de sonrisa en su resonante voz- Son verdes. Es todo creación tuya y, en tu mundo, es el color de la esperanza ¿No te parece curioso que sea lo más brillante en este lugar que has imaginado?- la chica pareció pensarlo desconcertada- Y tú estás desnuda- vio el intento de taparse cuando se dio cuenta de lo cierto de esa afirmación- Te muestras ante mí tal y como eres. En realidad, no te doy miedo, sólo respeto. Eso lo deduzco del tamaño que tenemos cada una.

-No te comprendo- se defendió, frunciendo los labios- No entiendo por qué haces lo que haces.

-Alguien tiene que hacerlo- repuso encogiéndose de hombros.

-¿Cómo es el lugar al que te lo has llevado?

�La Muerte sabía que el proyecto de mujer que se alzaba ante ella ya había asumido el cambio de estado de su padre. No era por eso que rogaba. Quería saber cual sería su propio destino. La observó unos instantes y apoyó su mano en el tembloroso hombro de la menuda criatura.

�-Es un sitio muy diferente a éste- miró a su alrededor un segundo y posó de nuevo sus ojos esmeralda en ella- No te puedo decir exactamente cómo, pues cada alma lo percibe de manera distinta. Para mí, es un firmamento luminoso y cada estrella es una de las almas que he ayudado a volver a su hogar- se detuvo, meditabunda.

-¿Para todos es igual?- inquirió- Quiero decir ¿para los buenos y para los malos?

-El bien y el mal son sólo una ilusión- respondió- Pero se puede decir que no. Los que tú llamas “malos” no son recibidos con agrado, pues su alma no es pura, y deben volver una y otra vez para redimirse.

-¿Así que es mejor ser bueno?

-Si has de hacer el bien a alguien- replicó- es mejor hacerlo con el bien como fin en sí mismo. Puedes pensar que estás obrando correctamente y no estar en lo cierto.

-Entonces ¿cómo...?

-No- la interrumpió- Ya conoces la respuesta a aquello que querías saber. Seguir con este interrogatorio sería una explicación del sentido de la vida y podría llevarnos milenios- le rozó la frente- Ahora volverás allí donde perteneces. Recuerda esto: la vida tal y como la concibes sólo puedes vivirla una vez. Aunque tu alma volviera sería diferente. Así que aprovecha tu tiempo, pues será el único que recuerdes antes de volver a verme.

-¿Cuándo será?- inquirió finalmente.

-Eso no puedo revelártelo- se quitó la capucha y, ante los anonadados ojos de la muchacha, menguó hasta ponerse a su altura. Tenía el cabello oscuro largo hasta la cintura y piel de alabastro. Era como mirarse en un espejo. Pero sus ojos seguían siendo verdes- Le quitaría emoción ¿no te parece?- acercó su cara espectral a la de su interlocutoray la besó con ternura en la mejilla.


-¿Estás bien?

El joven observaba a la muchacha, preocupado, y suspiró con satisfacción cuando ella por fin lo miró con sus ojos castaños.

-Sí- respondió, aún amodorrada.

-¿Qué haces durmiendo en el cementerio?¿Eres de una de esas sectas raras?- la miró aprensivo- Parecías muerta...

-Lo estaba- dijo llanamente- Pero he vuelto- miró la lápida a su espalda- Tenía que hacer las paces para poder seguir adelante.

-Entiendo- sonrió- ¿Y lo has conseguido?

-Sí.

-En ese caso, creo que deberías tomar un café caliente. Estás helada- pasó el brazo alrededor de sus hombros, apretándola contra sí- Soy Óscar.

Sus ojos se encontraron, diciéndose aquello de lo que aún no eran conscientes. Oyó un susurro en su oído, como de mil seres unidos en uno “Aprovecha la vida”. Sonrió.

-Yo soy Eva.

concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 31 de Marzo de 2009 a las 18:15

Dulcina.

Taciturno, para variar, se mueve lentamente hasta el borde del abismo de sus labios.

Ebrio, una vez más, no atina a encarcelar un beso prohibido y agrega más hiel a sus secretos actos.

La cree dormida e intenta moverse con suavidad para que no despierte, vigilando cada posible alerta de que el encantamiento de arena sobre sus ojos pudiera haberse diluido.

Se sabe un monstruo, el hombre del saco del cual juró protegerla,y aún así continúa emponzoñando su cuerpo, creyéndose inmune de la mano del olvido que se le supone al sueño.

Bajo otras lunas de silencio, Dulcina lloraría quedamente al terminar la pesadilla mas, en esta oscura noche, la dulce niña se alió finalmente con el láudano para cesar con la vil infamia.

El siglo despertó azorado, no doblaron las ciegas campanas por considerar imperdonable la blasfemia de la infanta, las buenas gentes quisieron culpar a un infame hado de verter el fatal licor en los puros labios de la pequeña, los malpensados vejaron aún más el recuerdo de la inocente sin llegar a acertar con su resentimiento, los ángeles lloraron desconsolados a las puertas del cielo.

Taciturno, cara al pueblo, su excelencia confirma y se lamenta mostrándose asombrado ante la noticia.

Ebrio, por siempre, solamente él conoce las manos qué acunaron a su hija hasta hacerle desear la muerte.

concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 31 de Marzo de 2009 a las 19:49

LA MUERTE NO TIENE SENTIDO

-��������� Me acabo de enterar, ¿cómo ha ocurrido?

-��������� El médico ha dicho que ha sido el corazón.

-��������� ¡Pero si le vi hace un par de días y parecía estar perfectamente!

-��������� Sara me contó que empezó a sentirse mal por la mañana, notaba sensaciones en el pecho. Fueron a urgencias, y allí le confirmaron que estaba teniendo un arranque cardíaco. Los médicos intentaron parar el corazón, pero no hubo manera.Vivió por la noche.

-��������� ¡Pobre Sara! Estará destrozada. Va ser difícil que levante cabeza, después de un golpe tan duro. Se conocían desde pequeños, se puede decir que llevaban toda la muerte juntos.

-��������� Habrá que intentar animarla. Aún es joven y tiene toda la muerte por delante.

-��������� Es terrible… Estas cosas te hacen pensar. Un día estas tan feliz disfrutando de la muerte y al día siguiente puedes estar vivo.

-��������� Nos puede pasar a cualquiera, así es la muerte.

-��������� Lo sé pero a mí me cuesta mucho admitirlo. La vida me da un miedo terrible.

-��������� Pues a mí me consuela mucho la religión. Pensar que�pude haber muerte tras la vida,�es lo único que le da algún sentido a las cosas. ¿Para que serviría pasar por todos estos sinsabores,�si luego la vida fuese el final de todo?

-��������� Yo no estoy tan segura. Lo único que sé es que cuando uno empieza a respirar y vive, ya no vuelve para contarlo.

-��������� Puede que�tengas razón, pero no hay que perder la esperanza en una muerte mejor.

-��������� En fin, habrá que tirar para adelante…, y ¿cuándo es el encielo?

-��������� Mañana por la mañana.

FIN

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 1 de Abril de 2009 a las 11:40

Y llegó el Martes Santo

Como cada Martes Santo, Juan sale de su casa en absoluto silencio, vestido con túnica, capa y capuchón negros e intentando ocultar su inabarcable cintura, llena de buen comer y malas costumbres, una enorme faja de cuero y esparto.

En penitencia y silencio, como marcan las normas de la cofradía del Silencio, llega hasta la Iglesia que durante todo el año da cobijo a su Hermandad, entrega la papeleta de sitio y se pone a disposición del hermano encargado de la ordenación de los nazarenos.

Ubicado delante del trono de la Virgen, que precede al del Nazareno cargado con su cruz, le encienden el pesado y largo cirio y comienza la carrera de penitencia de un nuevo año.

A su paso por la ciudad, todo se silencia, todo se ennegrece, todo y todos oran ante un Nazareno en penitencia que, por su talla y expresión de dolor en cara y cuerpo, hace que muchos ciudadanos lloren su muerte y sientan la Semana Santa como algo que sufrir, como una impuesta penitencia para castigar su comportamiento a lo largo de todo un año.

Entre Cruz de guía y el trono de la Virgen, filas de penitentes en silencio y oración; y hasta llegar al trono del Nazareno, de nuevo la larga fila de penitentes que, llorando la Pasión de Cristo, le preceden en su caminar hacia la crucifixión y muerte. Todos los miran y admiran, todos los respetan y agradecen su recogimiento y devoción.

Ellos, formando parte de una procesión que año tras año, escenifica las vivencias de un hombre que voluntariamente padeció sobre su cuerpo vejaciones, martirio y muerte, acompañan en su caminar a quien se ofreció por todos nosotros, penando con él, rezando con y por él, sacrificándose con él, y Juan entre ellos.

Entra la Cruz de guía en la calle Morato, una de las pocas que aun el Ayuntamiento mantiene con su adoquinado original y a medio camino de la misma, la sandalia de Juan tropieza con un adoquín que no guarda nivel con los demás. El golpe es fuerte, tanto, que la uña del pulgar del pié de Juan sufre todo el impacto, pero ni un suspiro, ni un pequeño soplido de desahogo, solo silencio.

¿Silencio? Juan solo mira hacia el adoquinado mientras en su interior va pensando: “El hijo de puta del Alcalde, que todo se lo gasta en vino y comidas en vez de arreglar las calles. Las sandalias estas que siempre se me olvida ponerme las tiritas para evitar las rozaduras, con todos sus muertos. ¿Anda que voy yo a volver a vestirme de payaso otra vez! Total para que el imbécil del jefe de tramo me vuelva a colocar otro año más delante del trono de la Virgen en vez de ir junto al Cristo, que es lo que me merezco por antigüedad y por categoría profesional. Estos gilipollas se han creído que yo regalo el pastón que les doy todos los años para que me metan entre los demás. ¡A la mierda todos ellos, y la Hermandad también, que ya me he cansado de tanta tontería! Y los idiotas que nos miran se creerán que vamos rezando. ¡No, si esta parafernalia está bien montada para sacarle los cuartos a la gente! Menos mal que ya queda poco…! Y sigue su lento caminar, en silencio y oración.

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 1 de Abril de 2009 a las 12:02

La mejor madre del mundo

       Llegó el Domingo de Ramos. Por la noche había llovido y, al amanecer, el hombre se asomó a su ventana. Frente y a lo lejos se veían los cipreses del cementerio. En estos árboles y en las nubes que colgaban del cielo, el hombre fijó sus miradas y se puso a rezar al cielo.  

         Hacia ya varios años que ella se había ido y el hombre no podía olvidarla. Como tampoco podía olvidar al padre que, en los últimos momentos de su vida, había dejado a la madre abandonada. Fue hacía ya también unos años.

         El padre, hombre bueno a lo largo de toda su vida, un día se enamoró de otra. Al menos esto decía él y se encaprichó de una mujer mucho más joven que la madre. Por eso la madre empezó a sentirse mal y, a solas y a escondidas, lloraba. El abandono y el mal trato que el padre empezó a darle y la pobreza que cada día vivía, le llenaba el corazón de tristeza. A solas la madre se moría a chorros pensando que solo el padre podía salvarla.  

         Y el hombre, el más pequeño de los cinco hermanos, dijo un día a la madre:

- Si papá se va con otra, tú no te preocupes. Nosotros siempre estaremos contigo porque tú eres la mejor. Desde siempre tú has sido la mejor esposa y la madre más buena del mundo.

Y la madre se abrazó al hijo menor y luego se fue a su habitación y, a solas, otra vez rezó y lloró. Sobre todo, rezó sinceramente al cielo buscando aliviar el dolor de su corazón.

         Tres días después la madre enfermó. De una enfermedad que nadie conocía y que los médicos no acertaban a curar. En la humilde habitación de la vieja casa y ya vacía de la presencia y calor del padre, la madre se acurrucó en la cama. Rodeada del amor del hijo pequeño, de los tres hermanos mayores y de la hermana mediana. Y aquel Domingo de Ramos, a media mañana, la madre murió. La noche antes había llovido y, al amanecer, las nubes se colgaban en el cielo por encima de los cipreses del cementerio.  

 Casi igual que este nuevo Domingo de Ramos. Por eso el hombre, al amanecer, se puso a mirar desde su ventana al tiempo que rezaba al cielo. Aunque ya han pasado varios años, no puede olvidarla. Y, sobre todo, el sufrimiento y la soledad de sus últimos días. El padre la había dejado abandonada para irse con otra siendo ella la más buena de todas las mujeres. El hijo pequeño lo sabía y ahora la echaba de menos. Y más en el amanecer de este día tan especial, Domingo de Ramos.

concursoderelatos
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  • 1 de Abril de 2009 a las 12:02

La mejor madre del mundo

       Llegó el Domingo de Ramos. Por la noche había llovido y, al amanecer, el hombre se asomó a su ventana. Frente y a lo lejos se veían los cipreses del cementerio. En estos árboles y en las nubes que colgaban del cielo, el hombre fijó sus miradas y se puso a rezar al cielo.  

         Hacia ya varios años que ella se había ido y el hombre no podía olvidarla. Como tampoco podía olvidar al padre que, en los últimos momentos de su vida, había dejado a la madre abandonada. Fue hacía ya también unos años.

         El padre, hombre bueno a lo largo de toda su vida, un día se enamoró de otra. Al menos esto decía él y se encaprichó de una mujer mucho más joven que la madre. Por eso la madre empezó a sentirse mal y, a solas y a escondidas, lloraba. El abandono y el mal trato que el padre empezó a darle y la pobreza que cada día vivía, le llenaba el corazón de tristeza. A solas la madre se moría a chorros pensando que solo el padre podía salvarla.  

         Y el hombre, el más pequeño de los cinco hermanos, dijo un día a la madre:

- Si papá se va con otra, tú no te preocupes. Nosotros siempre estaremos contigo porque tú eres la mejor. Desde siempre tú has sido la mejor esposa y la madre más buena del mundo.

Y la madre se abrazó al hijo menor y luego se fue a su habitación y, a solas, otra vez rezó y lloró. Sobre todo, rezó sinceramente al cielo buscando aliviar el dolor de su corazón.

         Tres días después la madre enfermó. De una enfermedad que nadie conocía y que los médicos no acertaban a curar. En la humilde habitación de la vieja casa y ya vacía de la presencia y calor del padre, la madre se acurrucó en la cama. Rodeada del amor del hijo pequeño, de los tres hermanos mayores y de la hermana mediana. Y aquel Domingo de Ramos, a media mañana, la madre murió. La noche antes había llovido y, al amanecer, las nubes se colgaban en el cielo por encima de los cipreses del cementerio.  

  Casi igual que este nuevo Domingo de Ramos. Por eso el hombre, al amanecer, se puso a mirar desde su ventana al tiempo que rezaba al cielo. Aunque ya han pasado varios años, no puede olvidarla. Y, sobre todo, el sufrimiento y la soledad de sus últimos días. El padre la había dejado abandonada para irse con otra siendo ella la más buena de todas las mujeres. El hijo pequeño lo sabía y ahora la echaba de menos. Y más en el amanecer de este día tan especial, Domingo de Ramos.

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 1 de Abril de 2009 a las 12:02

La mejor madre del mundo

       Llegó el Domingo de Ramos. Por la noche había llovido y, al amanecer, el hombre se asomó a su ventana. Frente y a lo lejos se veían los cipreses del cementerio. En estos árboles y en las nubes que colgaban del cielo, el hombre fijó sus miradas y se puso a rezar al cielo.  

         Hacia ya varios años que ella se había ido y el hombre no podía olvidarla. Como tampoco podía olvidar al padre que, en los últimos momentos de su vida, había dejado a la madre abandonada. Fue hacía ya también unos años.

         El padre, hombre bueno a lo largo de toda su vida, un día se enamoró de otra. Al menos esto decía él y se encaprichó de una mujer mucho más joven que la madre. Por eso la madre empezó a sentirse mal y, a solas y a escondidas, lloraba. El abandono y el mal trato que el padre empezó a darle y la pobreza que cada día vivía, le llenaba el corazón de tristeza. A solas la madre se moría a chorros pensando que solo el padre podía salvarla.  

         Y el hombre, el más pequeño de los cinco hermanos, dijo un día a la madre:

- Si papá se va con otra, tú no te preocupes. Nosotros siempre estaremos contigo porque tú eres la mejor. Desde siempre tú has sido la mejor esposa y la madre más buena del mundo.

Y la madre se abrazó al hijo menor y luego se fue a su habitación y, a solas, otra vez rezó y lloró. Sobre todo, rezó sinceramente al cielo buscando aliviar el dolor de su corazón.

         Tres días después la madre enfermó. De una enfermedad que nadie conocía y que los médicos no acertaban a curar. En la humilde habitación de la vieja casa y ya vacía de la presencia y calor del padre, la madre se acurrucó en la cama. Rodeada del amor del hijo pequeño, de los tres hermanos mayores y de la hermana mediana. Y aquel Domingo de Ramos, a media mañana, la madre murió. La noche antes había llovido y, al amanecer, las nubes se colgaban en el cielo por encima de los cipreses del cementerio.  

   Casi igual que este nuevo Domingo de Ramos. Por eso el hombre, al amanecer, se puso a mirar desde su ventana al tiempo que rezaba al cielo. Aunque ya han pasado varios años, no puede olvidarla. Y, sobre todo, el sufrimiento y la soledad de sus últimos días. El padre la había dejado abandonada para irse con otra siendo ella la más buena de todas las mujeres. El hijo pequeño lo sabía y ahora la echaba de menos. Y más en el amanecer de este día tan especial, Domingo de Ramos.

concursoderelatos
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  • 1 de Abril de 2009 a las 12:02

La mejor madre del mundo

       Llegó el Domingo de Ramos. Por la noche había llovido y, al amanecer, el hombre se asomó a su ventana. Frente y a lo lejos se veían los cipreses del cementerio. En estos árboles y en las nubes que colgaban del cielo, el hombre fijó sus miradas y se puso a rezar al cielo.  

         Hacia ya varios años que ella se había ido y el hombre no podía olvidarla. Como tampoco podía olvidar al padre que, en los últimos momentos de su vida, había dejado a la madre abandonada. Fue hacía ya también unos años.

         El padre, hombre bueno a lo largo de toda su vida, un día se enamoró de otra. Al menos esto decía él y se encaprichó de una mujer mucho más joven que la madre. Por eso la madre empezó a sentirse mal y, a solas y a escondidas, lloraba. El abandono y el mal trato que el padre empezó a darle y la pobreza que cada día vivía, le llenaba el corazón de tristeza. A solas la madre se moría a chorros pensando que solo el padre podía salvarla.  

         Y el hombre, el más pequeño de los cinco hermanos, dijo un día a la madre:

- Si papá se va con otra, tú no te preocupes. Nosotros siempre estaremos contigo porque tú eres la mejor. Desde siempre tú has sido la mejor esposa y la madre más buena del mundo.

Y la madre se abrazó al hijo menor y luego se fue a su habitación y, a solas, otra vez rezó y lloró. Sobre todo, rezó sinceramente al cielo buscando aliviar el dolor de su corazón.

         Tres días después la madre enfermó. De una enfermedad que nadie conocía y que los médicos no acertaban a curar. En la humilde habitación de la vieja casa y ya vacía de la presencia y calor del padre, la madre se acurrucó en la cama. Rodeada del amor del hijo pequeño, de los tres hermanos mayores y de la hermana mediana. Y aquel Domingo de Ramos, a media mañana, la madre murió. La noche antes había llovido y, al amanecer, las nubes se colgaban en el cielo por encima de los cipreses del cementerio.  

    Casi igual que este nuevo Domingo de Ramos. Por eso el hombre, al amanecer, se puso a mirar desde su ventana al tiempo que rezaba al cielo. Aunque ya han pasado varios años, no puede olvidarla. Y, sobre todo, el sufrimiento y la soledad de sus últimos días. El padre la había dejado abandonada para irse con otra siendo ella la más buena de todas las mujeres. El hijo pequeño lo sabía y ahora la echaba de menos. Y más en el amanecer de este día tan especial, Domingo de Ramos.

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  • 1 de Abril de 2009 a las 17:48

El entierro de Genarín (procesión pagana)  

 

- ¡El pellejeeeeerooo! –gritaba Genaro por las calles de una ciudad por aquel entonces casi bimilenaria, una Semana Santa de mil novencientos veintinueve.

 

 

    Genaro Blanco Blanco, Genarín, era un hombre de entre cuarenta y sesenta años, menudo y simpático, muy conocido, y algo querido en aquella urbe de principios del siglo pasado. Se dedicaba al comercio de pieles de animales, sobre todo de conejos. El gran margen señalado en lo que a su edad se refiere, es debido a que nadie la conocía; todo el mundo hacía conjeturas sobre ella, y llegaban a la conclusión que les hacía decir que estaba próximo a la ancianidad. Pero hay que apuntar que las grandes cantidades de orujo que bebía asiduamente –borrachín también le llamaban-, y el intenso y continuo frío de la zona que con aquél quería mitigar -pues pasaba gran parte del día y de la noche en las calles, deambulando-, reflejan en cualquiera un rostro arrugado y castigado. Es por esto que no resulta descabellado pensar que quizá su edad era más cercana a la cuarentena.

 

 

    Genarín fue abandonado al nacer, de ahí sus apellidos: Blanco Blanco. Éstos eran los que se ponían a los niños abandonados en la ciudad, en las puertas de su Catedral, a los pies de la Virgen Blanca, de la que se tomaban los mencionados.

 

 

    Aquella Santa Semana había pecado Genarín varias veces, acudiendo, como solía, a una casa de citas. A un burdel, para que nos entendamos. Pero esto no era nada extraordinario en él: cada dos por tres, y cada cien por cien, acudía por las noches a estos locales, o en la mayoría de las ocasiones, pisos.

 

 

    Se encontraba Genarín la fría mañana del Viernes Santo –las doce serían- cerca de una procesión, en una zona céntrica, haciendo sus necesidades fisiológicas, a la vera de las murallas romanas, cuando de repente el camión de la basura, el primero que compró el Ayuntamiento, conducido por un inexperto chico de diecinueve años, le aplastó contra las históricas, como si quisiera alguna autoridad divina castigarle por sus muchos pecados cometidos en su azarosa  y particular existencia. Una gran masa de gente, proveniente del acto religioso, acudió rauda a indagar sobre lo sucedido cuando dieron cuenta del suceso. Entre todos movieron el camión como pudieron para auxiliar a la víctima. Pero fue inútil, pues enseguida comprobaron que Genarín –muchos le habían reconocido- estaba muerto, con su tez abollada.

 

 

    De los de entre la masa allí presente, los que le conocían o sabían de él, ante la tétrica escena de la cabeza medio aplastada, y ante la continuación –a decir verdad, la procesión a buen seguro no se había detenido- del acto religioso, con la música de las cornetas y los tambores a lo lejos, no pudieron por menos, y comenzaron a recordar, compungidos,  todas esas imágenes de las que habían sido testigos o habían imaginado a veces, en las que el pequeñajo Genarín había sido su personaje principal.

 

 

    Desde el año siguiente a este triste final de la vida de nuestro protagonista, cuatro ciudadanos que bien le habían conocido, llamados Los cuatro evangelistas –un taxista, un árbitro, un aristócrata bohemio y un poeta-, organizaron y protagonizaron durante años y años el que dieron en llamar El entierro de Genarín, que consistió en una procesión pagana, seguida por miles de personas, desde las callejas más viejas de la ciudad, en las que Genarín se emborrachaba, hasta la muralla junto a la que feneció. Allí, en ese punto, los organizadores, ante la atenta mirada del muy abundante gentío, leían unos versos que le dedicaban, y uno de ellos ascendía, algo subido de copas de orujo -como el resto-, la mole de piedra, para en ella colgar una ofrenda, que consistía en una botella de orujo, queso, pan, y una naranja, que era lo que Genarín solía comer cada día. 

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