420- DESDE EL ALMEZ DEL PUENTE DEL ALJIBILLO
�Tanto en invierno como en primavera, verano u otoño, cada tarde se le veía sentado en el mismo sitio: en el muro del río y bajo el almez del Puente del Aljibillo. Siempre solo, mirando sin fijarse en nada a los que pasaban o se paraban buscando orientarse. Nadia se fijaba en él pero a sus espaldas, parecía mirarle atentamente la Alhambra y, el rumor de las aguas del río, le servía como para elevarse. Solo verlo, se podía adivinar que esperaba algo o soñaba con alguien pero las tardes transcurrían y su mundo permanecía inmutable.
��Sin embargo, ayer por la tarde,
cálida y limpia tarde de otoño recién llegado, en su vida ocurrió algo. Bajo el
almez del Puente del Aljibillo estaba sentado. Saboreaba un par de almecinas
que, ya maduras, había cogido de las ramas más bajas del árbol. Y miraba, como
tantos otros días, cuando una muchacha se paró frente a los dos pequeños
letreros que ahí hace tiempo colocaron. La observó curioso y descubrió que era
bajita, de cuerpo delgado, cara muy dulce, suave y sonrosada, pelo negro y ojos
brillantes y vivos. Le preguntó:
- ¿Buscas
algo?
Como
distraída y mirando al papel que tenía en sus manos, se acercó al muro por el
lado derecho y con voz amable le dijo:
- Estoy
esperando.
- ¿A tus
amigas?
- A un
amigo.
���Y en esto momento, se aproximó
más a él, se pegó al muro del puente y muy cerca, se sentó. Sin dejar de mirar
a la hoja de papel que portaba en sus manos. Le volvió a preguntar:
- ¿Y qué es
lo que ahí tienes escrito?
- Son mis
apuntes de clase. Vivo aquí en Granada pero soy de Córdoba, estudio educación física
y ahora tengo mi residencia en un piso cerca de la Plaza de Toros, no lejos de
la facultad y es mi segundo año de carrera.
- Córdoba es
una gran ciudad.
Y ella, muy
amable confesó:
- Pero
Granada es mucho más bonita. Yo estoy encantada de vivir aquí y de tener en
esta ciudad a mis mejores amigos.
��Alzó en ese momento su cabeza y
miró para la calle de la Cuesta del Chapiz, por donde el Palacio de los Córdova.
Y tal como observaba, de nuevo comentó:
- Por ahí
viene ya mi amigo.
Un joven,
también de estatura baja y cuerpo delgado, se acercó a ella, lo saludó, dejó su
asiento en el muro del puente, caminó unos pasos, se puso frente a él y le
dijo:
- Me marcho
con mi amigo. ¡Encantad de conocerte!
La despidió
y luego la observó unos segundos mientras se alejaba de espaldas. Se dijo:
“Después de tantos años cada tarde aquí sentado, es la primera vez que alguien
me regala un momento de su confianza, sazonado con la dulzura más amable. No sé
quien será y ni siquiera me ha dicho cómo se llama pero el corazón se me ha
quedado lleno de paz y gozo. Su amabilidad me ha cautivado, la frescura de su
rostro, el tono de su voz y, sobre todo, su confiado comportamiento. Ojalá
vuelva por aquí mañana para verla de nuevo”.
�� �Poco después, también él abandonó el muro del puente y, despacio, caminó por el Paseo de los Tristes abajo, de regreso a su casa. A su izquierda, la robusta figura de la Alhambra, lo miraba, el río regalaba su pequeño concierto acuático y al fondo, por encima de las torres de la iglesia de San Pedro, el sol se teñía de oro. Todo, como si la pequeña figura de la joven estudiante, de pronto lo hubiera transformado en un sueño limpio que ahora se convertía en eternidad por donde el río Darro y el Puente del aljibillo.�