422- ESTOY CONTIGO Y TE
QUIERO
�������
MIRO
A LA CUMBRE
y por entre la bruma que revolotea y los rayos fuego del sol que está saliendo,
veo el humo blanco de las candelas del monte que ahora por ahí están quemando.
Los que en estos días limpian el bosque, porque ya no hay ni ovejas ni cabras
ni vacas. Las ramas de las carrascas y los lentiscos y romeros, crecen a sus
anchas y esto dicen que es malo para los incendios y por eso, en estos días de
invierno, se ponen y limpian el monte. Que es como lo llaman, para que no arda
en caso de incendio. Y lo rozan tanto que hasta las encinas viejas y los
madroñales espesos y los robles centenarios y también las zarzas y las
madreselvas, se las llevan por delante.�
Dejan los bosques tan pelados que ni los jabalíes ni los zorzales pueden
ya vivir en ellos pero dicen que esto es bueno.
������� Y
como con la tierra estoy fundido, más allá que el espacio tiempo, como único
señor y dueño, donde los veo limpiar el monte, todavía compruebo y palpo la
casa dulce de la hermana pobre que se quedó en soledad cuando la muchacha hizo
sus maletas y se fue al mundo de la ciudad y los sueños.� Veo las paredes
derrumbadas y las piedras rodando y la humilde senda que llevaba de una cañada
a otra, todavía y en cuanto me descuido, la ando. Mientras voy caminando por la
tierra del silencio, me acuerdo cuando aquella mañana iba contigo de la mano y
de vez en cuando, me dabas tu beso y me hacías sentir la dulzura de lo excelso
y bello. Cuando me asomabas al barranco y me mostrabas� no se qué rotundo
misterio y mientras dejabas que mi alma se empapara del gozo bueno, me decías
quedamente:
- Estoy contigo y te quiero.
Por entre las peñas y la luz de los remansos,
se oía repetir el eco:
- Te estoy gritando: te quiero, quiero,
quiero...
������� Ahora,
desde esta cumbre y el sol reluciente de esta mañana de invierno, me siento
nadando en lo intangible. Y como vivo mitad materia y mitad sueño, por ese gran
misterio que para mí creaste y que baja desde la alta cumbre por el centro y en
forma de tobogán, de pozo o de escalera sin ser nada concreto porque es irreal
y por eso no se parece a ningún invento de los construidos por los hombres en
esta mundo, me vengo jugando a las tierras del llano que es donde tengo el
filón de mis querencias. Según me voy acercando, pastando en la dulce hierba,
veo a las ovejas de aquellos tiempos. Por entre ellas, a padre con los primeros
borrego y al acercarme le pregunto:
- Pastor de las praderas de la hierba verde
y� soledad con traje de invierno ¿sabes tú cuántas veces tienen al año tus
ovejas, blancos corderos?
Y él:
- Ahora mismo están naciendo� los que se
vende en Semana Santa. La otra vez que parieron, fue al comenzar el otoño que
son los que se han vendido� para Navidad y año nuevo. y, si se puede
saber, ¿por qué me preguntas esto?
������� No
respondo a su pregunta porque me vengo en busca de la madre que junto al abuelo
se recoge en la casa. Al acercarme y ver la gallina seguida de sus polluelos,
le pregunto:
- Madre de los cien sueños que llevas en el
corazón el amor más bello ¿sabes tú cuántas veces al año dan tus gallinas
huevos?
Y ella:
- En el montón de paja que hay junto al
fuego, ahora mismo una está echada, ¿no las ves poniendo?
Al mirar sí que la veo y también la mano de
la madre acariciando y diciendo:
- Estas gallinas mías son tan buenas que
están todo el año poniendo. Fíjate qué mansas ellas que las toco y las llevo y ni se asustan pero
¿se puede saber por qué me preguntas esto?
Tampoco
respondo a su pregunta porque voy en mi tarea de ir por el sendero que ahora
sale desde la casa y sube por el río. Mientras� piso la tierra, hoy toda
barro y toda hielo, me rozo con las lumbres de los cinco aceituneros y al
descubrirlos tan llenos de tierra y tan cansados y atascados por el suelo, me
digo que también les tengo que preguntar una espuerta de secretos. De esas
rotundas verdades que tanto ignoro y con mis ojos estoy viendo y en mi alma
tengo clavadas y no comprendo. Pero no le pregunto nada porque algo me dice que
no es ahora el momento.� Entonces miro al
suelo y por la senda que recorro, en el barro cieno, veo las huellas de la niña
hermana. Como voy en mi sueño que es más vida real que la verdadera vida que
dicen tengo, me doy prisa .Al llegar a la curva de las zarzas espesas y el
recio fresno, la veo junto a la corriente agachada. Descubro que está mirando
al pato malva que sin miedo, río abajo viene nadando. Al llegar a su altura,
ella que se dobla un poco más hacia el centro y con la ternura de la mañana y
su siempre eterno juego, lo coge en sus manos. Lo alza y al verlo tan suave y
bello, se vuelve y me dice, sonriendo:
- ¿Vienes a preguntarme que cómo sé juega
este juego en esta mañana fría de claro invierno y en este río grande que es la
sierra entera transformada en puro espejo?
Y el hermano:
- Iba sólo de paso pero al verte en tu
misterio, aquí me paro. Si quieres decirme qué es lo que yo hago en esta mañana
de frío intenso y si a la vez me aclaras cómo consigues tu juego, seguro que me
sentiré bien. Porque hoy ¡tantas dudas tengo!
Y la niña:
- Pues ya lo sabes: es simplemente el río que
baja repleto y el sol de la mañana que llega y le da su beso. La plenitud de la
sierra dando gloria ¿sabes a quién?
������� Y
le digo que sí creo saberlo y también le digo que hoy ya no voy a seguir
caminando. Porque si miro al frente ¿quién me aclara lo que en la ladera veo? Y
si miro al lado de la llanura, que es por donde el corazón está latiendo ¿quién
me descifra el cuadro que ante mis ojos tengo? Por esto, sigo mirando a la
cumbre iluminada por el sol dorado de este día nuevo. Por donde,� entre la
bruma se mezcla el humo de las lumbres de los que ahora limpian el monte
y� queman robles y romeros, también veo la senda por donde aquella mañana
se iba ella con sus maletas y sueños. Hasta oigo resonar en el aire, de sus
palabras, el eco:
- Nada temas, estoy contigo y te quiero.