—¿Ha pensado usted en convertirse en político, Jorge?
Tendría usted un gran futuro —sonrió.
—No, pues me sería imposible ir al Congreso a trabajar
sabiendo que ese sitio está parapetado con vallas y tomado por la policía para
protegerse de las justas demandas de los ciudadanos. Se olvidan que esa es la
casa del pueblo, no una empresa privada para sus gestiones propias. Es más,
sería a lo último a lo que querría dedicarme.
El vicesecretario se levantó de la mesa y señaló:
—Si me disculpan, voy a salir a la terraza a tomar el aire.
—Le acompaño —indicó Marga en un gesto de querer
disculparse a solas por las palabras de su insolente amigo.
En la mesa solo quedaron ellos dos, que no dejaban de
mirarse. Ahora permanecían en silencio, y cuando la ministra se cercioró que
sus acompañantes se encontraban en el exterior, le dijo.
—No sé si es usted un visionario o un loco muy atrevido ¿es
consciente que podría destrozar su futuro tan solo con proponérmelo?
—Dudo mucho que pudiera hacerlo, pues para eso me basto yo
solo y créame, cuando lo intenté no pude conmigo mismo, así que no creo que
consiguiera hacerlo usted.
—¿A qué se dedica?
—¿De verdad quiere saberlo?
—Sí —aseveró con rotundidad.
—Soy prostituto, señora ministra. Marga es mi chula,
¿sorprendida?
—¡Interesante! —Respondió sin asombrarse de la respuesta—.
Entonces no somos tan diferentes, los dos nos vendemos por dinero.
Jorge seguía mirándola a los ojos. Cogió de manera pausada
la copa del caro vino que le habían servido, le dio un sorbo y volvió a dejarla
sobre la mesa.
—En parte tiene razón. Me pagan por cumplir las fantasías
de las personas que confían en mí, y usted cobra por destrozar sus ilusiones.
Yo no engaño a nadie. Quien me contrata sabe exactamente lo que va a obtener,
pero quien les eligen a ustedes, no saben de antemano que los vais a engañar.
Yo negocio con algo que es mío, mi cuerpo, y ustedes trafican con algo que no les
pertenece. Creo que la diferencia es sustancial. ¿No cree? —Le preguntó casi
susurrándole al oído, dejando sin palabras a la ministra.
—Yo no creo…
—No diga usted nada. No es necesario —le dijo mientras le
cogía la mano. La corta distancia a la que se encontraban hizo que notara su
nerviosismo y excitación por él—. Antes de que termine la noche le haré el
amor, y usted me pagará por ello.