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romi
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Las oropéndolas de la Alhambra

28 de Noviembre de 2014 a las 21:09
Bubok

425- LAS OROPÉNDOLAS DE LA ALHAMBRA

Por entre los olivares, alamedas y naranjales
de la Alhambra, se les oyen cantar pero muy pocos las ven.

El niño pobre, se divertía de la manera más sencilla: por entre los olivares, al lado de arriba de los huertos del Generalife, donde trabajaba su padre. Mientras éste labraba las tierras, sembraba y cuidaba las plantas, el niño pobre se iba de olivo en olivo descubriendo misterios y poniendo nombres a las cosas. Esto era para él, el más divertido de los juegos porque se sentía libre y aprendía cosas muy interesantes. Continuamente preguntaba al padre todo aquello que iba encontrando y todavía desconocía. Y, además, desde su pequeño territorio, en todo momento tenía una vista muy especial tanto de las torres de la Alhambra como de todo el recinto amurallado, la Medina y la Alcazaba.

No tenía amigos y por eso se interesaba mucho por cualquier animalillo que encontrara. Trigueros, mirlos a algún mochuelo que se refugiara en los huecos de los troncos de los olivos, los cernícalos que por los aires revoloteaban y hasta de las águilas, palomas y tórtolas. Y fue así como un día, al comienzo de la primavera, de pronto descubrió un ave que nunca había visto antes. De cuerpo más o menos como el de un mirlo pero con plumas muy vistosas: amarillas verdes y pico algo rojo, con plumas negras en la cola y alas, decoradas con matices algo blancos y azules. Lleno de curiosidad preguntó enseguida al padre y éste le dijo:
- Esta ave, viene todos los años en primavera por estas tierras desde las regiones cálidas y se le conoce con el nombre de oropéndola. Su canto es muy dulce y su comportamiento, huidizo y poco sociable con las personas.
- Pues yo quiero hacerme amigo de estos pájaros tan bonitos.
Dijo sin titubear el niño.

Aquel día, al siguiente en los que fueron llegando después, se fue por entre los olivares, muy sigiloso, con la intención de acercarse al colorido animal. La sintió cantar y luego la vio varias veces posada en las ramas de las higueras, en compañía de otra ave de colores aun más brillantes. No las molestó y a los pocos días, las vio tejiendo un nido en las horquilla de un olivo. Tampoco las molestó pero sí, después de aquel momento, prestó mucha atención para no perderse ni un detalle de lo que los pájaros hacían. Y descubrió que, ya con la primavera un poco avanzada, tenían su nido terminado y al poco intuyó que dentro de este nido, las aves pusieron sus huevos. Le decía al padre:
- Su nido parece de seda y algodón y cuelga como un péndulo, en las romas de los olivos. Tú nunca me lo rompas y dile a tus amigos que también lo respeten mucho.
- No romperé yo nunca este nido ni tampoco molestaré a los pájaros que a ti tanto te gustan.

Y pasado unos días, el niño descubrió que las aves iban y venían con mucha frecuencia al nido, portando en sus picos rojos y negros, trozos de frutos e insectos pequeños. Se dijo: “Ya han nacido los pajarillos. Y, aunque me come la curiosidad por verlos, voy a procurar no molestarlos y que crezcan y salgan del nido cuando les llegue el momento”. Pero a partir de aquel día, por las tardes y mañanas y en otros momentos, se sentaba cerca del olivo del nido no solo para observar los movimientos de los pájaros sino también para vigilar que nadie les hiciera daño.

Estaban las crías de la oropéndolas bastantes grandes porque él las sentía llamar a los padres y esto le hacía mucha ilusión. Quería verlas salir del nido y hasta soñaba cogerlas en sus manos, si se dejaban, para acariciarlas y mirarlas más de cerca. Pero una tarde, cuando el niño aun no había llegado a los olivos para vigilar a los pajarillos, uno de los hijos de los reyes de la Alhambra, se presentó por allí. Vio el nido de oropéndolas, se subió al olivo, lo cogió sin tacto alguno y como no podía ver lo que había dentro, tiró del pasto del nido y lo rompió. Una de las crías de oropéndolas, cayó al suelo y como todavía no volaba, comenzó a chillar. Acudieron los padres y chillaron con fuerza con el deseo de ayudar al pajarillo sin plumas. Al oír la algarabía, corriendo subió el niño y al ver al hijo del rey subido en el olivo y con el nido roto y colgando de las ramas del árbol, le dijo:
- ¿Por qué lo has roto? Eran mis amigos y yo estaba esperando a que se pusieran grandes para que salieran de este nido y se fueran con sus padres.

El hijo del rey, molesto por las palabras del niño pobre, muy enfadado dijo:
- ¿Tú no sabes quién soy yo? Mi padre es el rey de la Alhambra y por eso tengo libertad para ir por donde quiera y hacer lo que me apetezca.
Y el niño pobre, muy desorientado recogió del suelo a una de las crías de oropéndolas, la acorrucó en sus manos, se fue por entre los olivos en busca de su padre y cuando estuvo junto a él, le enseñó el pajarillo y contó lo que le había pasado con el hijo del rey. Muy preocupado el padre lo consoló y luego le dijo:
- Cuida tú a este pajarillo para que no se muera y, cuando ya vuele, lo soltamos para que se vaya con sus padres. Y lo del hijo del rey, olvídalo.

Se puso, en aquel mismo instante, a buscar comida para la cría de oropéndola. Le hizo un pequeño nido en una especie de jaula de madera y cuando notaba que el hijo del rey no andaba por allí, colgaba esta jaula en la rama del mismo olivo donde la pareja de oropéndolas habían hecho su nido para que los padres lo siguieran viendo y lo cuidaran. Y solo unos días después, en uno de los momentos en que el niño andaba por entre los olivos de la parte alta buscando comida para los pequeños pajaritos, apareció otra vez el hijo del rey. Al ver la jaula, enseguida la rompió, se fue con los trozos a los palacios, buscó a su padre rey y le dijo:
- ¿Ves? El hijo del jardinero se está burlando de mí. Yo me dedico a romper los nidos de los pájaros porque no me gustan ni sus cantos ni sus vuelos y él se empeña en protegerlos. No lo quiero como amigo.

Pocos días después, los padres del niño pobre, fueron despedidos de su trabajo, sin derechos ni a protestas ni a dinero alguno ni a tierras ni casa. Se refugiaron en una cueva por el río Darro y el niño pobre, ya no volvió más por el lugar de los olivos. Tampoco volvieron al año siguiente las oropéndolas pero sí el niño pobre las sentía cantar por las riveras del río. Y desde aquellos días hasta hoy, solo algunos años volvieron y vuelven por el lugar algunas parejas de oropéndolas. Muy pocas personas las ven pero sí, al amanecer y al ponerse el sol, algunos las oyen cantar. Y los que conocen esta historia, de vez en cuando comentan:
- Estos bonitos pájaros y por aquí, cuando llegan de sus tierras lejanas, cantan para que los oiga el niño pobre pero, al mismo tiempo, se esconden para que nunca más el hijo del rey las vea.