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Un trozo de un cuento que escribí en cierta ocasión, dentro de mi libro "El tigre y otros cuentos".
La vida es un continuo zozobrar y
sólo queda disimularlo lo mejor posible. Pasa igual en el fútbol, la temporada
es larga, hay lesiones, balones que golpean un larguero y botan sobre la raya
de gol pero nadie puede asegurar si entraron o no, sólo el árbitro dictamina y
los demás discrepan pero tienen que aguantarse. El azar lleva a que el balón
traspase la raya y es un gol en contra, un gol que rompe las expectativas, que
desanima y confunde al equipo que hasta ese momento arrollaba al contrario, el
que dominaba, el más crecido. Pero ya se sabe, un mal contraataque derrumba las
expectativas, crea la duda. Si yo hago ahora tantas cosas, si lucho, me
esfuerzo, construyo jugadas, tejo una vida de sacrificios y esperanzas, si hago
todo esto y de repente un delantero contrario se me escapa, un mal despeje, una
duda en un balón alto, y el balón golpea el larguero y lo veo caer y es el fin
de mis deseos, la conclusión incierta del diario vivir. Es la derrota, la
zozobra, la duda en la que caes. Qué hice mal, en qué fallé, cómo pudieron ir
mejor las cosas. Sobre todo, impregnando cada momento, la temida pregunta, en
qué me equivoqué, dónde podría haber cambiado el rumbo, tal vez hubo un momento
en que el signo del encuentro estuvo cerca de ser distinto y no me di cuenta,
se me pasó envuelto en la rutina de un ataque permanente pero sin fruto.
Y la temporada es larga, hay partidos de varias
competiciones para los mejores equipos, lesiones que trastornan la alineación,
goles que subieron al marcador de manera inesperada y quiebran la confianza, el
sueño, la ilusión. De repente el entusiasmo se apaga y es que ha llegado
aquella duda, qué fue, dónde se torció mi destino. Llegan partidos grises, años
que se prolongan en tu vida sin brillo alguno, piensas que nunca remontarás,
que la vida te ha jugado una mala pasada, te hundes en una rutina sin sentido,
una botella a la que recurrir, los amigos del bar, mujeres que vienen y van y
no piden nada más que un dinero para jugar a que te hacen feliz, un solo
instante, vidas rotas también las suyas, juegos de amor baldíos, falsos, pero
juegos que te permiten mantener la ilusión de que no todo está perdido, que aún
puedes recordar cómo era querer a una mujer como quise yo a las mías, como
creía haberlas querido, al menos durante un tiempo. |
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