La frase de comienzo será: El silencio se hace espeso, incómodo.
Cuando no quedan palabras El silencio se hace espeso, incómodo, se adueña de la atmósfera desplazando al aire y haciendo que sea tan difícil respirar. Nunca imaginé que nuestro adiós sería así, frío y muerto, sin nada que decir al fin. Ni siquiera tus ojos, de normal tan expresivos, me hablan ya. Lentamente cierras la puerta de tu casa y yo me quedo en el rellano, ahogándome en un vacío mudo y sin saber que va a ser ahora de mí.
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Despedida El silencio se hace espeso, incómodo, como el aire cargado de Madrid en esta tarde de verano. Te miro esperando que seas tú quien lo rompa; no lo haces. Con una señal le pido la cuenta al camarero que adormece junto a la puerta y que, seguro, se pregunta qué hacemos a estas horas sentados a la solana. Divides mentalmente entre dos y buscas el resultado en tu monedero para dejarlo en el platillo. Te levantas y caminas. No te giras para mirarme antes de desaparecer. Quiero gritar tu nombre. No lo hago. |
El silencio de... El silencio se hace espeso. Incómodo Joseba mira a un lado y a otro. ¡Ha sido penalti! y además bien claro, digan lo que digan todos estos que me rodean. Pero mejor me callo y no digo nada; ya ha sido bastante duro no poder ponerme la camiseta y la bufanda del Athletic, no voy ahora a armar líos. Cuando le coja a Aitor se va a acordar de mí: 'Yo me encargo... yo me encargo, que estoy aquí' y ¡me compra la entrada entre los hinchas del Barça!
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¡Quiero desaparecer! El silencio se hace espeso, incómodo. Mis manos tiemblan, mi pulso se acelera. Busco las llaves en el bolso apresuradamente. - Ester… ¡espera déjame explicarte! - ¿Que vas a decirme Raúl? Mi bolso cae al suelo desparramando todo su contenido, nos agachamos a juntar las cosas. Nuestras manos se rozan, siento un inmenso calor subiendo por mis mejillas, me sonrojo al mirar sus labios acercándose a los míos. No soy capaz de negarlos, cierro los ojos, el corazón late como un caballo desbocado y nuestros labios se tocan sedientos, se funden en un beso que nunca antes había sentido.
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Metro gris El silencio se hace espeso, incómodo. Ya lo he visto muchas veces. Ocurre siempre que el joven músico irrumpe en el vagón. A esta hora el metro va repleto de oficinistas grises y secretarias ojerosas. Todos parecemos despreciar al músico, y lo demostramos ignorando su talento. Cuando sale del vagón dos estaciones después, lo persigo con la mirada mientras camina confiado por el abarrotado andén. Cuando el maquinista arranca, me pregunto si algún pasajero sabrá lo mismo que yo descubrí hace tiempo: que lo envidiamos, porque él decide a su antojo en qué estación se baja.
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La radial El silencio se hace espeso, incómodo. Quién se lo iba a decir a él, tanto tiempo cortando ladrillos en la obra, con el ruido de la radial perforando su cerebro. No puede mirar a los ojos a su mujer. Le han echado del trabajo y se van a quedar sin un duro para pagar la hipoteca. -Tranquilo, Manolo, que he conseguido un trabajo en la obra. -¿En la obra? -Sí, de secretaria del jefe en la garita. Por cierto, ¿no te ha llegado ninguna carta del juzgado?
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