A partir de ahora y hasta el domingo podéis enviarme vuestros votos por mensaje (de momento llegan), de manera que ponga el resultado el mismo domingo. Los micros presentados son los siguientes:
“Generous World” (o que puto asco somos aquí)
El tren no pasó más, no para Hakim. Las puertas de Keleti se cerraron y le echaron a patadas, como a otros mil. Pero él no gritó más, no intentó más... Se alejó como una sombra de sus hermanos sin futuro. Y se rindió. Eligió las ruedas de aquel camión, rotulado con la imagen de un naufrago y su botella en la mano y el eslogan de Coca-Cola que no entendió.
Hechizado.
El tren no pasó más por el valle donde Joaquín apacentaba sus ovejas, pero cada día a las mismas horas, el pastorcillo se sentaba al lado de la vía a esperarle, con la ilusión de volver a ver a la preciosa jovencita, que un día le miró con ojos tristes, tras el sucio cristal de una ventanilla del último vagón.
Catarsis
El tren no pasó más en todo el día, pero Rogelio lo esperó en el andén hasta convencerse de que su socio no llegaría con el dinero prometido. La estafa lo hundió en la depresión durante varios años, hasta que conoció a Irene. Ella lo contrató como camarero en el restaurante donde, cosas del destino, se hallaba ahora almorzando su antiguo socio. Tras reconocerlo, Rogelio se retiró a la cocina urdiendo una venganza largamente aplazada. Pero entonces recordó lo que Irene solía decirle: “Si él no te hubiese traicionado, tú y yo nunca nos habríamos conocido.”
...al final
El tren no pasó más y los aviones dejaron de volar. Ni siquiera los autobuses volvieron a circular.
Aunque no importó demasiado porque no había nadie esperándolos.
La montaña
El tren no pasó más. Poco a poco la comarca fue quedando sumergida en un mar de desolación: muchas casas quedaron vacías, pues sus habitantes marcharon a buscar trabajo a otras tierras, fueron cerrando tiendas y bares y las calles cada vez estaban más tristes. El cierre de la mina acabó con casi todo, menos con el verano, donde volvían de vacaciones los que habían marchado. En la plaza del pueblo, en la verbena, sonaba una canción que decía “Viva la montaña viva, viva el pueblo montañés”.
Hablando de trenes…
El tren no pasó más. Las hierbas tapizaron el andén, las vías se fueron tiñendo de rojo hasta transformarse en polvo y la estación se convirtió en el hogar silencioso del viento.
Adela contemplaba aquel paisaje desde la ventana de su casa.
—No te quería cerca, peleé con uñas y dientes hasta conseguir que desaparecieras; creía que te odiaba, que mi vida sería mejor sin tener que soportarte… Dios… cuánto te echo de menos.
El último tren
El tren no pasó más. El viejo Matías, desde su ventana en el asilo en las afueras, daba por hecho que no volvería a verlo. Los viejos raíles y el ruinoso edificio del pequeño apeadero amenazaban con ser devorados por la maleza. Pero aquel día fue distinto. Un tren blanco, brillante, con chimeneas doradas, se detuvo y desde una puerta, un hombre le hizo señas, invitándole a subir. Matías comprendió enseguida y salió del edificio, luego del jardín, y caminó hacía allí. Aquella tarde hallaron su cuerpo, rígido y frío, sentado en un viejo banco en el andén.
Tren de cercanías
El tren no pasó más desde aquel día. Habíamos oído que lo quitaban, no era rentable. Mi hermana y yo fuimos en bicicleta hasta el pueblo vecino, donde estaba la estación, sin reparar en el peligro de la carretera,llena de curvas. Dejamos las bicis en casa de una amiga, compramos dos billetes de ida y vuelta y nos fuimos hasta la ciudad, no muy lejana. Ni siquiera nos apeamos. Volvimos emocionadas. Aquella aventura nos costó quince días sin playa y una buena reprimenda. No nos importó. El túnel, ahora, es un paseo y la estación un bloque de casas.
Tic, tac, tic…
El tren no pasó más. Quedé esperando en el andén mirando las vías, mientras mis agujas caminaban persiguiéndose con resignación y profesionalidad, pues para ello me diseñaron, pero echaba de menos el bullicio de la gente, sus abrazos de despedida o bienvenida… Y descubrí que daba igual qué hora fuera, pues a nadie le interesaba ya. Dejé de latir. Me descolgaron de la marquesina de la estación hace años y estuve encerrado en un almacén hasta ayer. Hoy, estreno de nuevo. Es diferente. Casi ocupo la pared por completo. En la cafetería tengo más presencia, pero menos protagonismo. ¡Qué nervios…!