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arpolanco
arpolanco
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Fecha de ingreso: 6 de Diciembre de 2011

La condena de Ivan...

28 de Septiembre de 2017 a las 12:38

Ivan y su condena...

"El sol se desplomaba sin remedio sobre el horizonte raso y la luz disminuía paulatinamente creando nuevas y amenazadoras sombras. Un cuasi musical hormigueo en el estomago me indicó que ya casi era la hora de la cena así que abandoné la herramienta sobre el andén y me encaminé hacia el baño para asearme y adecentarme como todos los días. La casa respiraba en silencio y no había ni rastro de mi hermana en la cocina. Empujé la puerta del baño dispuesto a entrar aunque sólo alcancé a entreabrirla, ya que lo que pude atisbar logró paralizarme en el acto dejándome allí clavado y sin capacidad de reacción. Al fondo de la estancia la bañera ya estaba ocupada y ante mí aparecía en todo su esplendor el cuerpo desnudo de mi hermana, atrapándome inmediatamente entre sus infinitas y etéreas curvas. Sus delicados secretos eran al fin desvelados y mi aviesa mirada buceaba ansiosa a través de agua, espuma y piel, empapándose de cada centímetro de ese cuerpo pecaminoso. La divina coreografía de sus carnes sonrosadas debía ser heredera de la más antigua de las bailarinas prohibidas porque mientras se aseaba con ayuda de una pastilla de jabón, frotaba con exquisitos movimientos cada zona de su bella figura y se contoneaba de la forma que había soñado que lo hacían las huríes y danzarinas de mis queridas lecturas. Sus formas voluptuosas amenazaban con freírme la sesera y abandonarme a su merced, extasiado ante su hermosura. Por suerte, aunque quizás aquello nada tuviera que ver con el azar, la puerta ocultaba apropiadamente mi presencia por lo que me pude regodear bien a gusto en el objeto de mi deseo. La húmeda piel brillaba con mayor fulgor sobre los atrevidos pechos... redondos, lechosos, inmaculados,... sólo interrumpidos por unos pezones grandes y oscuros; tiesos y duros como enormes clavos que se hundían en mi inflamada libido prometiendo guiarme hacia la más gozosa de las perdiciones. No podía dejar de admirar la manera en que aquellos senos se erigían por encima de su vientre ya que eran de una belleza extraordinaria, insultante. Y justo al final de ese vientre liso aparecía su sexo: escaso y casi transparente. La etérea pelusa se agrupaba por efecto de la humedad y permitía imaginar el principio de la carnosa vulva y de los gruesos labios inferiores. El agua y el jabón manaban del sexo mojado de la ninfa y se deslizaban entre sus largos y esbeltos muslos; los cuales, estimulados por un silencioso compás, se rozaban sensualmente... manteniéndome hipnotizado de un modo exquisito. Sus piernas, infinitas, eran, aunque pudiera parecer un verdadero desatino, tan delgadas como carnosas, más propias de las diosas esculpidas por los clásicos mientras sus pequeños pies permanecían inamovibles sobre la cerámica de la bañera y todo su apetitoso cuerpo serpenteaba suntuosamente a través del agua, con el firme propósito de seducirme y abrasarme en el infierno. La espalda, estrecha y refinada, estaba adornada por una tupida cabellera del color del cereal en verano que moría en la orilla de una apretada cintura que fácilmente podría haber apresado con ambas manos en aquel mismo momento. Allí donde acababa su provocador talle nacían las nalgas más lascivas y retadoras que he conocido. Con la forma de un corazón invertido, sus carnes firmes y lujuriosas dejaban espacio entre los ardientes muslos para una dulce madriguera que escondía el más sabroso de los bocados. Mi obnubilación era tan completa, tan profundo mi embelesamiento, que no pude evitar el comenzar a acariciar mi embravecido miembro a través de la lona de mis pantalones de trabajo. Con cada caricia, mi boca reseca exhalaba un jadeo producto de la calentura que devoraba mi joven e inexperto sexo. Me encontraba deleitándome de nuevo con la muy agradable forma de aquellos senos tan erguidos cuando mi hermana se agachó para recoger el barreño de madera y, después de sujetarlo con ambas manos y alzarse con él, vaciarlo sobre su cabeza y así librarse del jabón sobre su piel. Esa imagen fue demasiado para mí y, en el mismo momento en el que el agua caía retozando sobre el cuerpo de mi hermana, sucumbí a un orgasmo tan salvaje que no pude encarcelar un profundo lamento de placer escapándose de mi garganta. Ya me encontraba en retirada del dintel de la puerta, entre satisfecho y vergonzoso, cuando me pareció apreciar sus insinuantes ojos clavados con firmeza en mí, contemplándome impávida aunque con un esbozo de malicia mientras yo abandonaba la escena, escabulléndome con absoluta mezquindad para regresar a mis bien amadas sombras."

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