Hola, por si a alguien le interesa, pongo aquí un sencillo relato inédito sacado de mi libro: “Te voy a contar un cuento-II”
Agradecido: romi
Regalo de cumpleaños
Nació en las tierras bajas. Al pie de las montañas y junto al arroyo de aguas torrenciales y claras. Y hasta casi sus veinte años vivió aquí y luego, emigró a la ciudad. En busca, como tantos humanos, de una nueva vida y fortuna y también al encuentro de la felicidad.
Pasó el tiempo y se hizo viejo. Y un día, cuando menos lo esperaba, la conoció. Joven ella, mucho más joven que él, culta, hermosa y de un país al otro lado del Planeta. A este país, su tierra, se marchó solo tres meses después de conocerla. Sin despedirse de él, sin ni siquiera decirle adiós. Y claro que le dolió. Tanto que, en silencio y a solas, durante muchos días la lloró. Solo para consolarse y como en forma de oración al cielo para que eternamente la protegiera.
Dos años pasaron y, una primavera, el hombre volvió a sus primitivas tierras. A la llanura a los pies de la montaña y junto al arroyo de aguas limpias y buenas. Y, aunque ya era viejo y por eso le pesaba todo el cuerpo, a todas horas la recordaba. Se puso a cultivar las tierras, con la ilusión de sacar de ellas frutos buenos y sanos. Y lo consiguió. Casi en la misma cantidad y calidad que en un principio había soñado.
Cada día, cada mañana, una vez y otra pensaba en ella. Y sucedía con tanta fuerza que a cada momento deseaba que estuviera. Para compartir con ella los deliciosos alimentos, los fabulosos amaneceres, los agradables conciertos de las cascadas del arroyo y los olores y colores de los campos y tierras recién regadas. Todo esto y mucho más y, por eso, cada día y con más amor, rezaba al cielo. En su corazón y en secreto, esperaba que en algún momento volviera.
Y una mañana, ya casi al final de la primavera, amaneció nublado. Recordó que al día siguiente era su cumpleaños. Y soñó, deseó hacerle un regalo. El mejor de todos los regalos que nunca se hayan hecho los humanos entre sí. Por eso, al caer la noche, preparó su corazón y renovó su ilusión. Rezó mucho a lo largo de las horas y, ya de madrugada, se puso en camino. Ladera arriba hacia la cumbre de la gran montaña. Con la ilusión de, al amanecer, desde la cima saludarla. Y también imaginando que, desde estas alturas de la Tierra, quizá pudiera verla aunque estuviera al otro lado de la Tierra. En ningún momento descartaba que pudiera ocurrir un milagro.
Llovió mucho, se levantaron las nieblas y sopló fuerte el viento. Pero, bajo la lluvia y en vuelto en la oscuridad de la madrugada, subió aprisa por la ladera. En busca de la cumbre y al encuentro del amanecer para felicitarla en el nuevo día de su cumpleaños. Y llegó a lo más alto de la cumbre justo cuando, por las profundidades del horizonte, el sol se alzaba. Irradiando una luz tan misteriosa, viva y fresca, que casi se le quedó paralizada el alma. Alzó sus ojos al cielo y mudamente murmuró: “Gracias, Dios por este amanecer tan bello. De tu parte y, desde lo más sincero de mi ser, se lo regalo a ella”.