En 1992 había aquí un pub llamado Antroido. Lo dirigía Xose. Yo iba al pub todas las noches. Me gustaba aquel ambiente. Ese ambiente nocturno en que todo el mundo está relajado y por algún tiempo olvida las preocupaciones que tal vez durante el día lo inquietan. En esas circunstancias es fácil amar. Todos presentan su mejor cara, su mejor faceta. Es fácil amarlos. Me ha gustado siempre la fotografía, sobre todo de las personas, sobre todo cuando están distendidas y se dejan retratar poco menos que sin darse cuenta. Se sorprende así expresiones espontáneas, puede que inconscientes, que de otro modo nunca conoceríamos. Todos, así, en esos momentos se dejan ver, como ya digo, puede que sin darse cuenta, pero los ves, sorprendes fugaces momentos de autenticidad. Entonces los amas. ¿Cómo no amarlos, cuando han bajado la máscara, cuando por unos instantes no pretenden nada, cuando no están dando una imagen, cuando los ves vulnerables y humanos? Xose, el dueño del pub, me dejaba a mi aire. Los clientes, también. Nunca ninguno se quejó y yo fui haciendo mi colección. Aun hoy, tantos años después, los veo y me conmueven. Los veo y los amo. Aquellos momentos fugaces que se fueron ya para siempre. Aquellos instantes efímeros que gracias a estas fotos se han vuelto imperecederos y eternos, que en cierto sentido han hecho inmortales a los protagonistas. Porque todos se han ido, han cambiado, hoy son ya otros, personas mayores, maduras, puede que algunas incluso ya se hayan muerto, pero no importa, ha quedado algo, está ahí, lo que una vez fueron, y mientras dure este vídeo, ellos viven de nuevo. Aquí os las ofrezco, las fotos, confiado en que como a mí, también a vosotros conmuevan. Que al final de eso se trata, de sentir. ¡Ojalá la vida fuera siempre así de amable!
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