Hola: por si a alguna persona le interesa leerlo y dejar un comentario, dejo aquí un pequeño relato.
El solitario del valle
Vivía en el pequeño valle. Justo por donde el río corre sereno y el bosque es espeso. Al lado norte de las tres montañas verdes y muy cerca de dos caudalosos manantiales. Aquí mismo y, en una de las paredes rocosas, tenía su vivienda. Una pequeña cueva, abierta en lo más duro de la roca y primorosamente cuidada y decorada.
Y su única compañía era un burro color plata y un perrillo chico, color negro. También los pájaros, las corrientes claras del río, el recogido valle siempre verde, las florecillas de los prados, las nubes blancas en otoño y primavera y las tormentas y los silbidos del viento. Y para ocupar su tiempo, para entretenerse y alimentarse, tenía un buen trozo de tierra junto al charco redondo del río. Por el lado de debajo de la cascada y donde la tierra era fértil y llana.
Pero con lo que más se entusiasmaba y era feliz, era con la gran visión que, desde el balcón de la verde loma, ante sus ojos se abría. Al fondo, el río, más al fondo y al sur, su cueva, las cuatro o cinco montañas que por detrás de su cueva se alzaban, y luego, más al fondo aun, el azul brillante del cielo. Y al norte, las montañas primeras, de donde el río venía. A los pies de estas montañas, su segundo valle amado y luego los hilillos de agua clara, los pequeños lagos y el río. Y ya más cerca del mirador natural sobre la loma, otro pequeño valle y un arroyo grande, el arroyo Oscuro. El que siempre bajaba repleto y era como las divisorias de un valle y otro. Como una muralla natural entre su cueva y el valle de arriba.
Por eso él, cuando ya creía que había descansado lo suficiente y su borriquillo había recuperado fuerzas, siempre seguía la senda hacia el arroyo Oscuro. Siempre montado en su borriquillo plata y acompañado de su perrillo. Sintiéndose como el gran rey y dueño y dando gracias al cielo por el reino tan hermoso que cada día le regalaba. Así había sido desde que tenía conciencia y recordaba y así creía que iba a ser hasta que un día muriera. Pero no fueron las cosas tal como las soñaba.
Aquella mañana de primavera, como tantos otros días, llegó con su borriquillo a lo más alto de la loma.
- Para un momento que descansemos. Tú aprovecha y come toda la hierba que necesites que yo voy a dedicarme a lo mío.
Le dijo a su plateado borriquillo. Y éste paró. Él se apeó despacio, llamó a su perrillo y se fue hacia la roca donde siempre se sentaba. Pero aquella mañana no llegó a sentarse. Miró para el arroyo Oscuro y, tal como iba caminando, se quedó clavado. Inmóvil en lo más alto de la loma y con sus ojos clavados en las profundidades del arroyo. De pronto, descubrió que allí, justo por donde la senda cruzaba el cauce, había algo que nunca antes había visto. Se dijo: “¿Qué será eso y cómo habrá venido aquí tan de repente?”
Se fue hacia el borriquillo, se subió en él y le dijo:
- Aprisa. No perdamos ni un minuto y bajemos hasta el arroyo. Algo ha ocurrido ahí esta noche y quiero verlo cuanto antes.
Casi trotando el borriquillo bajó por la senda. Atravesó el espeso bosque de encinas y robles que se tupe antes de las aguas del arroyo y, como una aparición, antes ellos se volvió a mostrar el gran edificio. Siguieron avanzando y, justo cuando iban a cruzar el arroyo, oyó una voz que le dijo:
- ¡Alto ahí!
El borriquillo se detuvo y él, desde lo alto del plateado animal, preguntó:
- ¿Qué pasa aquí esta mañana?
Del lado derecho y por una de las puertas del edificio, apareció un hombre. Vestido con uniforme y un arma sobre sus hombros. Sin más preguntó:
- ¿A dónde se camina?
- Voy a las tierras, a mis huertos del valle de arriba.
- ¿Y el pasaporte?
- ¿De qué me hablas?
- Para cruzar a este lado del arroyo y subir al valle de arriba, se necesita pasaporte y hace falta hablar el idioma “montañés”. ¿Hablas tú esta lengua?
- ¿Y qué es este edificio?
- La frontera entre los dos valles.
- ¿Frontera para qué?
- Para sentirnos distintos y luchar por nuestros derechos.
Se llevó él las manos a la cabeza y meditó un momento. Otra vez preguntó:
- ¿Quieres decir que ya nunca más podré ir a mis tierras del valle de arriba?
- Tus huertos ya no te pertenecen ni tampoco se podrá ir por los caminos de estas tierras libremente. Necesitas pasaporte y saber hablar “El Montañés”.
- ¿Vendrán por aquí también y nos quietarán lo que desde siempre ha sido nuestro?