Ya que hice público mi monumental y tonto cabreo, haré público también mi Tratado de Paz. Dice así:
OK. Para acelerar el entierro del hacha de guerra (esta
frase no es mía, sino de Billy Wilder), voy a hacer algunos comentarios, X, sobre tu crítica y mi obra:
Un amigo mío, persona de gran cultura, crítico literario y
escritor, dijo cuando leyó mi relato: “está demasiado bien escrito”. Puesto que
ni él ni yo somos gilip..., entendí perfectamente lo que me quería decir.
Tiendo a escribir desde el punto de vista del aquel al que le gusta
cachondearse (con perdón) un poquito de las cosas. Así pues, en mi relato
exageré deliberadamente las tendencias de la literatura épica, incluido el
estilo. ¡Por el amor de Dios! ¿Crees de veras que yo me tomaría en serio un
personaje que contempla sus amplios dominios desde su torre, con la mano en el
pomo de su espada, mientras el viento arremolina sus rubios cabellos? No soy
tan zopenca. Los personajes de la obra son estereotipos. De ellos, exageré
muchas cosas. Convertí a Sarkan en un guerrero arquetípico, arrogante y orgulloso, porque sentí que me
divertiría más así el escribir cómo este machote se veía obligado a tirar su
capa al barro mientras un odioso h.p. se burlaba de él y se partía de risa. La
verdad, creí que todas esas cosas saltaban a la vista.
En cuanto a tu crítica: creo que criticaste como no se debe
hacer, y menos a un escritor novel: entrando como un elefante en una
cacharrería. Los escritores noveles somos material muy delicado. Somos como los
niños que empiezan a andar ¿Crees que mi hijo habría terminado por caminar si,
cada vez que se le torcían las piernas, o se agarraba a algo, yo le hubiera
reñido? Habría dicho: “Para que me echen la bronca a cada rato, mejor me quedo
sentado”. No creas que no me hacen críticas despiadadas, y que no me gusta que
me las hagan. Lo que pasa es que hay que saber hacerlas (mira, sin ir más
lejos, mi amigo el escritor, lo hábil que fue).
Por otra parte, no tenía ni la menor idea de que estuviera
formando parte de un taller de escritura. Tampoco entiendo muy bien por qué tú
te has erigido en director de dicho taller. Sé muy bien que aun tengo mucho que
aprender, en cuanto estilo y en cuanto a mil otras cosas. Pero deja que vaya yo
aprendiendo todas esas cosas por mí misma, poco a poco, pues, te lo aseguro,
cada vez que termino un relato, lo releo, y detecto fallos, y tomo notas para
el futuro. No necesito que nadie me restriegue mis fallos por la cara. (de
veras, lo de “luchar hasta la muerte” me sigue pareciendo una chorrada. Un
corrector profesional lo solucionaría de un plumazo: “luchar a muerte”. Y ya
está.)
Además, en tus críticas se percibe una fuerte tendencia a
fijarte más en las formas que en los contenidos. Creo que el humus (aquí cito a
Tolkien) del que extraemos tú y yo la materia para nuestros escritos es
completamente diferente. No me parece mal en absoluto. Tú realizas ejercicios
literarios. Yo cuento cuentos. Estupendo. Ha de haber variedad. Yo también creo
que tienes muchísimo que mejorar, pero no te lo voy a decir así, sin más, sin
conocerte, como no lo hago con ningún otro escritor. Creo que tú, X, tienes
tanto que aprender de mí como yo de ti, y eso es algo que, mal que te pese,
debes aceptar. Creo que, ante todo, al querer darme a mí clases, has sido un
poquito engreído.
Creo que a todos nos vienen bien las críticas, tanto como
las palmaditas en la espalda. Pero a mí, ahora, que soy recién nacida me hacen
mucha más falta las palmaditas en la espalda, que las críticas, como la tuya,
que me hagan sentir que soy una m.... Llevo dos días, para que veas, sin poder
escribir nada. Cada vez que tomo el texto en el que estoy trabajando, escucho
tus tremendas palabras. Has echado un jarro de agua helada sobre la llama de mi
pasión literaria. Me va a costar volver a encenderla.
Y ahora, por el bien de todos, hagamos las paces.
Démonos un besito (¡en la mejilla!), y leámonos el uno al otro con respeto y
humildad.
Encantada de conocerte, X.
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