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romi
Mensajes: 678
Fecha de ingreso: 25 de Abril de 2008

El airecillo de la Alhambra, en las tardes de verano

19 de Agosto de 2009 a las 12:16

Para aquellas personas que les apetezca, dejo aquí un trozo más de mi libro: “Desde el corazón de la Alhambra”. Pido disculpas si en algo molesto y agradezco cualquier comentario, sobre todo, de aquellas personas que lean esto y les diga algo.  

Y por cierto, si alguien viene alguna vez por Granada y desea que le acompañe, guía gratis por supuesto, por la Alhambra, Albaicín, Realejo u otros sitios de esta ciudad, que lo diga. Saludos: romi.

 

25- Cuando estabas por aquí, en más de una ocasión, recorriste el empedrado del rellano delante de la iglesia. Y lo hacías siempre como si fueras en busca de algún alimento para el alma. Por eso era hermoso solo verte. Y por eso ahora, al recordarte, sigue siendo más hermoso aun.  

Algunas noches de luna clara, atravesaste este rellano empedrado y, en el muro de la hiedra, te sentabas. Simplemente a dejar que tu alma se llenara del silencio, reconfortada por la caricia del aire fresco. Sabías y sé yo bien que una de las cosas más deliciosas en los rincones de la Alhambra, es el airecillo que por estos sitios siempre corre. También, en aquellos momentos, te gustaba empaparte del murmullo de este airecillo, singularmente amable en las cálidas noches de verano, jugueteando por entre las hojas de los olmos. Y también recuerdo que te gustaba mucho contemplar los reflejos de la luna sobre el rincón de los palacios. Mientras lo hacías te concentrabas en el canto de los grillos y, a veces, comentabas:

- ¡Qué misteriosos son estos momentos y qué sensaciones más placenteras en el alma!

                  Ahora,

         solo, cada tarde,

         recorro los jardines

         que pisaste.

                   A veces me paro,

         por donde pasaste,

         a veces me siento

         en los arriates

         de las rosas blancas

         que besaste.

         A veces me escondo

         tras los árboles

         y a escondidas lloro

         tu ausencia en la tarde.                   

Y, a veces quisiera,

         llamarte

         pero no lo hago,

         tan lejos te marchaste

y tan hondo es el silencio

que nada ni nadie

sabemos dónde vives.

¡Qué herido me dejaste!