La simplicidad del primer millón

De este animal y sus peripecias, he escrito un sencillo libro. Pongo aquí, por si alguna persona quiere leer y dejar comentario, unos párrafos de este libro. El comienzo. Saludos: romi
14- Salí de la casa con la intención de dar un paseo por el jardín. Como todas las mañanas y desde hace mucho tiempo. Porque este sitio, cualquier jardín en un Carmen Granadino, sirve también para esto. Y te aseguro que, pasear tranquilamente por entre las plantas y árboles de los distintos rincones de este espacio, satisface mucho. Sirve para meditar, para encontrarse con uno mismo y para rumiar, por ejemplo, tu presencia por aquí.
Y aquella mañana, como durante toda la noche había estado lloviendo, todo estaba mojado. Chorreando agua de lluvia las hojas y troncos de los naranjos, los cedros, los arrayanes y los rosales. Y claro que es también de un encanto singular disfrutar de este jardín cuando la lluvia cae, después y ya todo regado y cuando, en algún momento, el sol ilumina. Un placer único que me gustaría mucho hubieras vivido. Para que también, en el registro de tus experiencias, de Granada te hubieras llevado ésta.
Caminé por el pasillo que lleva a la pérgola, el que a un lado y otro tiene naranjos, acerolos y azofaifas. Llegué a la glorieta y giré para la derecha. Rocé el gran cedro de Atlanta, en el centro del césped de las violetas y dejé atrás la fuente de los juncos. Enseguida me vi caminando por el bonito pasillo de los olmos. Donde a la derecha quedan dos filas de naranjos y a la izquierda, el seto y la torrentera de los granados. Por donde crece la hierba buena, las lilas y los membrillos.
E iba yo metido en mí, ya te digo, deleitándome en el verde de las plantas y la lluvia resbalando por sus hojas, cuando la vi. De pronto y sin esperarla. Blanca, como la nieve más limpia y por completo pacífica. Y esto fue lo que más me sorprendió al verla. Bueno, me sorprendió principalmente su presencia. Nunca antes la había visto por aquí y nunca nadie había comentado nada de ella. Por eso, nada más verla, me llamó mucho la atención.
¿Que quién era ella? Sí, una preciosa gata blanca, presente por primera vez en este jardín. Totalmente blanca y limpia como el agua más pura. Por eso, enseguida se me fueron los ojos tras ella. Y, al instante comprobé que su pelo era largo, casi como lana, sus ojos azules con tonos verdes y su carácter, el mejor. Lo descubrí casi en ese mismo momento porque al verme, a diferencia de otros gatos que a veces aparecen por aquí, se mostró muy cariñosa. Como si nos hubiéramos conocido de toda la vida. Y esto me sorprendió enseguida. Rápidamente concluí que ella no era un animal cualquiera.
Y me convencí de esto en cuanto me acerqué. Se vino hacia mí, emitiendo un maullido débil y suave y me ofrecía su cabeza para que la saludara. Vi entonces, con toda claridad, sus mágicos ojos. Eran y son preciosos. Grandes como son los ojos de todos los gatos, para ver bien en la oscuridad de la noche, brillantes como gotas de agua y mostrando los tonos que ya te he dicho. Azul verde casi transparente.
Le puse mi mano sobre su cabeza y, con cuidado, le ofrecí unas caricias. Las aceptó con agrado y luego pedía más. Le dije algunas palabras, que creo entendió y enseguida hizo por venirse conmigo. Fue en este momento cuando me di cuenta que era de una raza muy concreta, de Angora. Y de esta raza de gatos, fíjate lo que se dice:
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