La simplicidad del primer millón

41- Ya es siete de septiembre. Al caer la tarde, sobre las montañas al norte de la Alhambra, se ven muchas nubes de tormenta. Y sí, puede llover porque las temperaturas han bajado un poco. Por las noches ahora ya refresca. Es el verano que se marcha y el otoño que se acerca.
En la plaza, al final de la calle Real de la Alhambra, las sombras de los castaños hoy son mucho más densas. Cubren armoniosamente los arriates y los bancos y ya parecen que regalan aromas otoñales. Los turistas son muchos esta tarde por aquí pero todos pasan y casi no gustan aunque sí miran. Curiosean.
Frente al banco, de los cuatro que en esta plaza hay y que se orienta para el Palacio de Carlos V, crece un granado chico. Algo escondido entre los macizos de arrayanes y con sus granadas ya casi maduras. Cinco o seis, teñidas de rojo granate y hermosamente camufladas entre el verde de las hojas del árbol que las alimenta.
Quizá si estuvieras
te gustaría ver a este granado
bajo la sombra fresca
del verano
que se aleja.
Momento eterno, es sin duda
esta concreta
hora en que estoy sentado
en la placeta
de los cuatro bancos
y el beso amigo de tu ausencia.
Los frutos que cuelgan del pequeño árbol
parecen que quisieran
ofrecerme como regalo
su color de virgen primavera
para que no me duela tanto
el vacío de esta tarde vieja.
De mi libro: “Desde el corazón de la Alhambra”
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