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Foro para escritores de Bubok

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danielturambar
Mensajes: 5.089
Fecha de ingreso: 14 de Mayo de 2008

Re: Podcast de Simpatía laboral

1 de Junio de 2010 a las 11:51
Jejejeje (el vídeo) jajajaa (la novela (vamos el inicio (vamos lo que llevo pisteao))) Unas risas vamos, echadle un ojo gentes.
javihero
Mensajes: 480
Fecha de ingreso: 11 de Septiembre de 2009
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  • 1 de Junio de 2010 a las 13:29

El vídeo muy bueno. La novela me la voy a llevar de vacaciones (vas a hacer trío con Lezama Lima y Bioy Casares, now how's that?!)

Acantilado, ésos libros sí son bonitos.

indianavelarde
Mensajes: 799
Fecha de ingreso: 19 de Febrero de 2010
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  • 1 de Junio de 2010 a las 15:26
¡Ja, ja, ja! ¿Tú eres consciente de que has cruzado una línea? ¡ja, ja, ja! ¿Tú eres consciente de que no tienes sentido del ridiculo? ¡ja, ja, ja! Oye, no te pareces nada, al del avatar, ¡ja, ja, ja! Coño, al principio pensé que el tío de las gafas te iba a entrevistar de verdad, ¡ja, ja, ja! �
simpatialaboral
simpatialaboral
Mensajes: 729
Fecha de ingreso: 6 de Diciembre de 2009
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  • 4 de Junio de 2010 a las 18:44
cita de DanielTurambar Jejejeje (el vdeo) jajajaa (la novela (vamos el inicio (vamos lo que llevo pisteao))) Unas risas vamos, echadle un ojo gentes.
Ser presentado por don Daniel Turambar es lo mejor que me puede pasar aqu dentro. Gracias.
simpatialaboral
simpatialaboral
Mensajes: 729
Fecha de ingreso: 6 de Diciembre de 2009
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  • 4 de Junio de 2010 a las 18:47
cita de javihero

El vídeo muy bueno. La novela me la voy a llevar de vacaciones (vas a hacer trío con Lezama Lima y Bioy Casares, now how's that?!)

Acantilado, ésos libros sí son bonitos.

Esos dos escritores son palabras mayores. Ni por asomo te atrevas a meter entrambos la novela. Úsala, en todo caso, como antidepresivo o para empapelar o para recoger el agua... Le sobran 100 páginas y le faltan dos vueltas para quedar bien. Pero me harté de corregir.
Ahora, anécdotas y risas, garantizadas.
Gracias
simpatialaboral
simpatialaboral
Mensajes: 729
Fecha de ingreso: 6 de Diciembre de 2009
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  • 4 de Junio de 2010 a las 18:52
cita de IndianaVelarde Ja, ja, ja! T eres consciente de que has cruzado una lnea? ja, ja, ja! T eres consciente de que no tienes sentido del ridiculo? ja, ja, ja! Oye, no te pareces nada, al del avatar, ja, ja, ja! Coo, al principio pens que el to de las gafas te iba a entrevistar de verdad, ja, ja, ja!
Al cruzar el lmite no hay vuelta atrs (Hamlet)
Indianavelarde, me encanta que el vdeo sintonice contigo, porque eres el to ms cachondo que reconozco entre los habituales recientes del concurso y los foros relacionados.
A que mola el espacio cutre? El corazn, las gafas, el tapiz, la ropa. No me reconozco ni yo. Hasta me cambi la cara!
Gracias y un saludo.
simpatialaboral
simpatialaboral
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  • 8 de Junio de 2010 a las 13:02

Esperiencias en Amazon?

Si alguien la tiene, me gustara conocerla.
raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
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  • 8 de Junio de 2010 a las 13:51
Hubiera sido una caña que hubieras hecho montaje empalmando contraplanos de entrevistador y entrevistado. Eso no debe ser muy complicado. Je, je… Seguro que tienes algún conocido que es capaz de hacerlo. Sólo tienes que sentar al entrevistador a la izquierda mirando a la derecha y a ti mismo te sientas de la derecha mirando a la izquierda. (Cualquier parecido con la realidad del congreso de los diputados es pura coincidencia).�
simpatialaboral
simpatialaboral
Mensajes: 729
Fecha de ingreso: 6 de Diciembre de 2009
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  • 13 de Junio de 2010 a las 20:40

Lo grab del tirn, con una cmara mediocre sobre un mini trpode. S que me hubiera gustado hacer lo que mencionas. No me recogieron el guante y tena poca gente alrededor a quienes involucrar. Cosas de ir por libre.

Un saludo.
simpatialaboral
simpatialaboral
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Fecha de ingreso: 6 de Diciembre de 2009
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  • 9 de Julio de 2010 a las 7:04

Un extracto de Simpatía laboral. Que ya va siendo hora de que lo veáis y conozcáis algo de lo que encontraréis entre esas páginas.

 

 

Se baja el pantalón. ¿Llevará el detonador entre las piernas? No soy religioso, pero algo parecido a una oración surge de mis labios.

–¡Como no vengas me inmolo! ¿Molo o no molo?

La oración se queda en una plegaria de rebajas.

–¡Dios mío!

A su lado, el conde italiano[1] parece haber mantenido lo suyo en hielo durante una sesión de anuncios completa, como esas a las que suele someterse mi abuela, entre el telediario de la noche y el estreno de algún emblemático programa de zafiedades, perdón, variedades.

–¡No te vayas amigo! –grita el tunecino, con esa cosa tamaño butifarra colectiva entre las piernas, mientras el gitano español, arrojando la sirla en el cesto metálico de las basuras, se aleja de la zona de impacto inmediato.

Yo, mientras, ando escondiéndome tras de una máquina de refrescos.

Un desdentado sonríe desde el panel plástico delante del neón de la máquina, justo al lado de una lata de refresco con gotas en relieve, promesa de frescor, serigrafiadas sobre el panel.

Me repongo del sobresalto de contemplar esa enorme boca-gruta a la altura de mis ojos.

Conozco al viejo de la fotografía, o serigrafía, de la máquina de refrescos.

¡Ah sí, claro! Ha sido condenado por los masones a construir una catedral[2], a cambio de los 15 minutos de gloria prometidos por Warhol.

Y lleva así 40 años.

Qué estupidez, pienso, en un ataque de lo mismo. Competir con Notre Dame.

Mejor destruirla antes. Pero, ¿Cuál de las dos?

Hostia, ya pienso como un terrorista.

Por cierto, que el anuncio es, ya, ya lo recuerdo, de Pepsi; o yo se lo atribuyo a esa marca. Sí, es bueno después de todo... lo que se han gastado en él. El coste de dos catedrales.

Pobre Justo, cuyo esfuerzo se ve recompensado con el incremento en ventas de la firma que ha decidido patrocinarle, cuarenta años después de iniciar la gran obra.

Y mi sombrero, pienso. ¡Ah! Se quedó en el andén. Como nos ocurre a la mayoría, recuperar la memoria me compensa de la pérdida. Que haiku[3] acabo de crear. De 8 palabras. ¡Lástima! Impar hubiera sido espléndido. Pero sobreactuado.

Un policía, de los dos que han detenido al tunecino, lo pisa sin humanidad alguna entre las piernas. El resto de la humanidad presente en la estación les increpa.

Se llevan al tunecino.

Intento olvidar.

Abro un nuevo 20 minutos que he recogido de la papelera. Es del viernes. No importa. Nada caduca. Todo es igual. Me parezco a la abuela, con estos pensamientos.

Mientras espero que el autobús se acerqué a la dársena, le echo un vistazo a las noticias del diario gratuito, quedándome atrapado por el título de La Columna Imposible, sección surrealista, dedicada a la transcripción de sucesos del mundo.

Le pisan el sombrero y apuñala a una paloma.

Bueno, esta noticia es singular, claro.

“Un hombre, sentimental y de 67 años, agredió salvajemente a una paloma. El hecho sucedió mientras el hombre caminaba con su dogo italiano por el paseo de La Florida, en la capital de… Bueno en la capital, que es donde suceden estas cosas. La paloma topó con su sombrero que, irremisiblemente, cayó al suelo, donde fue pisado por un camarero de terraza, que en ese momento cargaba una bandeja de cervezas y entresijos.

Según los testigos, gracias a un bombero de Lebrija, Facundo S. L., quien le practicó los primeros auxilios y una pareja de mormones atenienses, de vacaciones en Madrid, que rezaron por ella, la paloma –cuyos datos no se han facilitado–, víctima de un ataque de ansiedad provocado por el accidentado aterrizaje, se ciscó sobre el sombrero del presunto agresor.

El hombre, espoleado por el bochorno y el calor a un tiempo, enarboló un cortaúñas regalo de su nieto, apenas utilizado con anterioridad y despeluchó a la paloma, que se encuentra ingresada en El Refugio, bien intencionada institución de interés socio–animal.

En sus primeras declaraciones al traductor, la paloma ha afirmado que desea trasladarse a Valencia, donde reside su familia, mientras se recupera del aspecto Ronaldo que muestra después de la salvaje agresión sufrida. El dogo italiano se ha acogido a la inmunidad diplomática para no declarar contra su dueño”.

Las serpientes de verano permiten llenar las páginas de los diarios, a falta de imprudencias y actos más humanos con los que completar la edición.

Cómo añoro una porción de pan de higo en estos momentos.

 

En el autobús, el compañero de viaje se pasó todo el trayecto tratando de calmar a las gallinas que llevaba en una jaula. Antes de subir a la camioneta o guagua[4], tuvo una discusión con el conductor, que intentaba colocar la jaula en el portaequipajes inferior.

–¡Con la calor se me mueren, señor agente! Esaborío.

El inspector de la compañía medió en el conflicto y… la jaula acabó ocupando el 50% de mi asiento.

Cuestión de asertividad.

Porque estuve a punto de acabar yo mismo en el portaequipajes.

Como me tocó sentarme en un asiento de pasillo, me llevé todos los golpes de este mundo en el hombro apenas curado, debido a las mochilas, los radiocasetes de la era de la Motown[5] y los bolsos de tamaño ultra familiar que los viajeros suelen portar cuando regresan de la capital al pueblo.

Al llegar al pueblo eran las 13:30. Saqué el bocadillo de mortadela sevillana, aderezado con lechuga retractilada en el Ahorramas, a las 6 de la mañana de cualquier día, durante el turno de noche, próximo a su finalización –información que se obtiene de la etiqueta, tipo ecoOne–, de la bolsa de hombro y me senté en la plaza, cerca de una fuente, a despachar el refrigerio. La mortadela había perdido su lustroso tono, el que se obtiene gracias al famoso CE007, Colorante Rosa Mortadela, comercializado en bote de 500 gramos, con la referencia número 1346 y que al ser líquido se evapora con el calor.

No suelo emplear papel de plata para los bocadillos, porque siempre se me rompe al cortarlo, que me sale la cuartilla necesaria para envolver uno de tamaño medio, pero destrozada por un lado, pese a que utilizo la sierra o zona mordiente del envase de cartón que contiene el rollo de aluminio.

La plata sólo me gusta con las chocolatinas, porque se puede chupar después, sobre todo si el chocolate se ha derretido en el entretiempo.

Al terminar con la pitanza, pregunté a un carretero que pasaba cerca de la fuente.

–¡Buenos días!

–¡A la par de Dios!

–¿Sabe dónde está la oficina de “Das Modern ETT”, cerca del Puente de los Escaramujos?

–¡Eso está lejos! Muy lejos. Si quiere le llevo en la carreta.

–¡Muchísimas gracias! ¡Que Dios se lo pague!

Intenté emular su fe católica acudiendo al refranero de los beatos, que tan buenos resultados le daba a mi madre cuando tenía que adquirir bienes de consumo a crédito, sea en la panadería, sea en la tienda de don Justo.

Aunque en el supermercado moderno no funcionan las plegarias, claro.

–¡Dios ya tendrá tiempo de abonarme lo que me corresponda en el otro mundo, pero en este el recorrido mínimo tiene un precio tarifa estipulado por las ordenanzas del Ilustrísimo Ayuntamiento de Fuensalida, de 8 euros.

–¡Sin recibo, claro! –se permitió añadir, hurgando en mi mezquina animadversión por la Hacienda Pública.

–Pero este pueblo es Chozas de Canales, ¿no?

Empecé a sudar, creyendo que la presión emocional a la que me habían sometido las gallinas del vecino de asiento hubiera provocado en mí una confusión espacio–temporal, eso, que me forzara a bajar de la guagua antes de tiempo.

–Chozas forma parte de la Comunidad de pueblos de la Alta Heredad Manchega, y yo dispongo de autorización global para ejercer mi profesión. Vamos, que le llevo en un momento al confín más ignoto de nuestra nación.

En el monedero disponía de dos tiritas, una pequeña piedra de ónice y 7 euros.

Como el billete del autobús lo había adquirido de ida y vuelta, no necesitaba el dinero inmediatamente, pero nunca se sabe cuando estás de viaje.

–¿Podría ser algo menos? Es que no dispongo de tanto.

–Se lo puedo dejar en 7,80, pero con la condición de que al llegar al puente me ayude a darle la vuelta a la carreta. Es que no dispongo de mecanismo de retroceso adecuado y el camino se estrecha demasiado.

–Sólo tengo siete.

–¡A ver el monedero, señor! –Se lo entregué.

Volcó el contenido sobre su manaza de experto en labores y otras artes rurales o mundanas y me devolvió el monedero.

–¿Y la piedra? ¿Me la devuelve, por favor?

–Me vendrá bien para el camino. –y se la metió en la boca. A punto estuvo de tragársela, aunque la esputó con habilidad, soltó un gargajo del tamaño y peso de dos ónices y volvió a introducírsela.

Luego me explicó que el chupar guijarros era un alivio que aprendió de sus mayores. Que le mantenía la boca húmeda, al provocar la segregación de saliva y que por lo tanto, la sensación de sed acuciante quedaba aliviada.

–Como al echar una meada a tiempo, así se queda uno al chupar un canto. ¡Suba, señorito, que tengo prisa! Aún he de aprovisionar de agua a la bestia y llenar los cántaros.

Su amabilidad para con el cuadrúpedo conmovió mi ánimo. Me olvidé de lo tarde que se me hacía, otra vez.

Lo que llamaba cántaros, eran cerca de 50 garrafas, de 5 litros, en envase de PVC, de agua marca Viladrau. La modernidad había llegado hasta aquí también.

Me subí al carro y cuando iba a tomar asiento junto al carretero, me indicó que detrás, que me sentara detrás. Mantuve el equilibrio entre las garrafas, mientras al grito de ¡Arre!, la mula o bestia, se ponía cansinamente al paso.

Noventa minutos después llegábamos a una alberca, junto a la cual había un caño entre unas rocas del que manaba un hilillo de agua.

–¡Beba, que está fresca y es natural! No como la de la ciudad. Yaluego nos ponemos a la faena con los cántaros.

–¡Siento decepcionarle, pero es que llego tarde a una entrevista!

–¡Sinvergüenza! ¡Embustero! ¡Hago el esfuerzo de traerle hasta aquí, someto a la Jacinta a una carga excesiva y así me paga!

–Pero si le he pagado.

–¡A regañadientes, con argucias de hombre de ciudad, abusando de mi honestidad!

Se aproximó al carro y recogió algo del escabel. Una especie de látigo, cincha o verga. Eché a correr tan deprisa como pude.

–¡Ven hacia mí, granuja! ¡Lazarillo de pedanía torticera!

Vi el puente, lo crucé tan rápido como las piernas me permitían entre tanto guijarro, tanta ortiga y bosta de cabra, mula y homínido adulto que había sobre el suelo y, de repente, vislumbré la casa solariega con un cartel pintado sobre la puerta.

Das Modern ETT.

Salvado.

 


[1] Referencia a Alejandro Lecquio por sus fotos, desnudo, aparecidas en una revista en 1999 y también a la novela Los Asesinos (1972), de Elia Kazan, director de cine ya fallecido, en la que escribe sobre los atributos masculinos de uno de los protagonistas.

[2] Referencia a Justo, que apareció en un anuncio de la bebida Aquarius y que lleva más de 40 años construyendo una catedral.

[3] Estrofa poética corta, de origen japonés.

[4] Así denominan a los autobuses en las Islas Canarias. Derivación de la expresión americana Wagon-wagon.

[5] Discográfica norteamericana, especializada en Soul, que dio nombre a un estilo de música negra de los 50-60-70 del s. XX

simpatialaboral
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  • 24 de Julio de 2010 a las 13:41
Fragmento:
De cuando Pablo se encuentra realizando las pruebas de selección y se queda a dormir en la casa de la empresa. ¡Qué cosas!
Me despierto, sobresaltado por el ruido que producen en algún sitio los objetos que han caído al suelo y los gritos que les acompañan.
–¡Suéltalo, cabrón, que es mío!
–¡Te digo que lo sueltes!
Me giro dentro del sobre, confiado en encontrar el silencio, el arrullo necesario, pero me vuelvo inmediatamente, al notar los restos de fluido junto al muslo. A ver mañana, cuando cambien las sábanas. Lo peor es que será María, a buen seguro, quien las tenga que cambiar. Compuesto y sin novia. Bueno, no es mi novia, pero yo la siento tan dentro como una perdigonada a la altura del diafragma. Su recuerdo me deja sin aliento.
¡Neec, ñeec!
–¿Qué es esto? ¡Pimpollo, que te has ido de bamby abandonado, le has zurrado a la zambombita! –Me giro al oír la voz. ¡No puede ser! ¡Otro tío en la cama!
–¿Qué haces aquí, Caracartón?
–¡No se pase, bamby, que mi nombre es Cuauhtemoc! Hijo del legendario Adicas, Adicas Reboch. Ya sabés que me presento como luchador mexicano, de Oaxaca. Mi apellido Orthon, es un homenaje al novio de mi madre, un luchador de grecorromana del siglo pasado. Un auténtico guerrero. Pero he venido a hablar de negocios, porque me debés al menos una.
–¿Que te debo una? ¿Una qué?
–Mirá, si no es por mí, aún andás haciendo pruebas físicas. La madame tenía una buena lista de pruebas pendientes. Yo le dije: Andá no más y dejar a los muchachos que pelién con nosotros. C’agan cosas de hombres, no más tómbolas de gimnasia sueca ni de Pilates. Y ella me hizo caso. Con una condición… Por eso me debes una. Tuve que satisfacerla. Así que te corresponde corresponderme.
–Yo no soy responsable de las pruebas. De ninguna de ellas. Si lo fuera, me metería en el calabozo de la benemérita voluntariamente, por, por, por…sandez, eso, por necedad reiterada. A propósito, ¿qué acento es ese? Tú no pareces mexicano. Y con esas pintas menos. Te pareces más a un subalterno de la camarilla del chino torero de los setenta.
–Soy peruano. Pero a fuer de viajar, un poco en la Cuba de mi alma, un poco en la Hispania, algo más en Tacuerambó, el Uruguay soñado, pues de todo cogí, bueno cogí y aprendí. Pero vamos al grano. Tienes que hacer de extra en la embajada de Japón. El sábado. Al mediodía. Hay un banquete y te he metido en la cuadrilla de camareros.
–¿Qué? Estás majareta. Yo pienso terminar las pruebas, irme a casa con mi abuela y esperar los resultados de esto. Además no soy camarero.
–¡Por eso te necesito! Como no eres profesional, nadie se sorprenderá de que manches a Kakuromori y me hagas así el favor.
–¡No entiendo nada! ¿Quién es ese?
–El antiguo presidente de mi país. Y mi padre natural. Necesito una muestra de su ADN para recuperar mi buen nombre y el de mi familia. Y de paso la buena plata que en verdad me pertenece.
–¡Ya! Así que voy, me visto de camarero, mancho a un hombre y con eso ya tienes el lo que sea. No debe ser tan fácil, si no ya lo habrías hecho tú. O María, que es tu hermana.
–María no es mi hermana. Me llama hermano porque vivimos una temporada en USA, en el barrio negro de Washington y allí nos llamamos todos hermanos, brother. Y lo del ADN lo vas a obtener fácilmente de alguna de las tres S: Sangre, saliva o semen. Tú ya sabés.
–¡Estás loco! O sea, que tendría tres opciones: Sangrarlo, besarlo o mamarlo. Vaya favor que me pides. Y sin deberte nada. Mejor le tiro del pelo, le arranco un buen mechón y salgo corriendo por la puerta principal. Total, así conseguiría que me dispararan y se acabaría todo esto.
–¡No comprendés, guey, estás impresionado! Verás, te acercás a la mesa, le vertés un poco de salsa wasabi mientras aderezás su comida, te disculpás, le acompañás al waterclos para que se asee un poco, le limpiás con el lito sobre el pantalón, suavito, lo calmás un poco, bajás su cremallera, lo trabajás como la señorita aquella al presidente de los yanquis y ya está. Escupís sobre el lito y la muestra es nuestra.
–¡Que no quiero! Que eso es una marranada. ¿Qué es un lito?
–Pues con el luchador, con Drogba, no debió parecételo. María les vio en esta misma cama. No más hace que un ratito.
–Un error. Ya se lo explicaré.
–Bueno, nos quedá la saliva.
–Y cómo la obtengo.
–Padece de sialismo.
–¿Qué?
–Que la boca se le llená como a un animal rabioso, sobre todo cuando se excita.
–O sea, que le hago una mamada y con la excitación me llena la coronilla de babas. Después me paso la mano por la zona de la tonsura y lo que recoja lo hecho en el bolsillo de la chaquetilla de camarero. Luego escupo el semen en el otro bolsillo y así, con las dos muestras nos aseguramos. Si quieres, al final le apuñalo con una paleta de pescado y se la llevo a la policía científica. Para asegurar la tercera ese, saliva, semen y sangre. ¡Será posible!
–¡No! Bastá con que le pidás que hable, mientras le aseás la mancha, de su salida precipitada de Perú. Se excitará hablando. Para mayor seguridad, decile que te lo cuente en japonés. Entonces saliva mucho más. Le limpiás con el lito y se acabó. ¡Tienes que hacerlo por mí! Se trata de asegurar un futuro para mí, cuando los combates se acaben.
–Bueno, ya lo pensaré. Si no me sale trabajo de aquí al sábado, lo pensaré. ¿Cuánto pagan por el extra ese?
–Son 200€. Pero el maître se lleva un tercio y el jefe del rango otro. El smoking te lo alquilan por 150€. Pero si les gustá como trabajás, te pueden buscar más extras. Dos a la semana, como mínimo. Las propinas van por puntos. Dos para vos y 98 para el equipo de dirección, el maître, el jefe de rango, cocina… ya sabés.
–Bueno, hala, afuera. Ya hablaremos mañana. Aquí no hay quien duerma.
–Antes de irme –saliendo de la cama– ¿Tienes algo con lo que me pueda limpiar?
–Límpiate en la cortina. Si total.
 
Me despierto con un ataque de ansiedad. No puedo respirar. Me ahogo.
Busco con denuedo una bolsa de papel, un florero vacío, algo que me sea útil para evitar la hiperventilación y no llegar a la anoxia que me estoy provocando, que me está provocando este proceso de decepción en que se está convirtiendo el de selección.
Ya ha amanecido y el sol, radiante, entra por el ventanuco de esta buhardilla.
Al pie de la cama hay un calcetín.
Me lo aplico a manera de mascarilla y ejercito la respiración dentro, rebajando los niveles de oxígeno en sangre. Incrementando su aprovechamiento. O eso creo. Me calmo y me mareo, me calmo y me mareo.
Qué olor a queso, es asqueroso. Pero hay pocas opciones. Aguanto el olor a pies. No se quien es el dueño del calcetín. Drogba o el peruano. Lo mismo da. Van a perder los pies en cualquier momento. Van a terminar caminando con los muñones por los vericuetos de esta finca.
Tiro el calcetín, lejos de mi alcance y me voy al cuarto de baño. Giro la llave de la ducha. De la alcachofa mana un hilillo de agua turbia, que al poco se aclara. Está helada. El mareo se acrecienta. El agua se entibia. El vaho que desprende mi cuerpo empaña el deslustrado espejo. Poco azogue y muchos años. Refleja una figura que apenas reconozco sin gafas. Y no es la mía.
–¿Pablo?
Todo el mundo en esta casa de pesadilla me busca cuando estoy en pelotas. ¿Les inspirará mi desnudo?
–Sí. Ahora termino, –con la boca llena de agua y las gotas delicuescentes sobre los párpados, apenas tengo conciencia de mi desnudez.
–Quería decirte que he hablado con mi hermano, bueno ya sabes, con Quautemoc. Quiero darte las gracias por lo que vas a hacer por él en la embajada.
Abro los ojos, me los froto y miro hacia el origen de la voz. Hoy está incluso más hermosa, si es que ello es posible.
–Pero si yo no…
Me resbalo, topetazo de adviento, mi culo convertido en un tapete sobre el enlosado, encontrando, ¡oh, Fortuna!, un trozo de jabón Lagarto en el suelo.
Se acerca con premura, agachándose, sus ojos a la altura de los míos. No hay mejor final feliz en este momento.
–Él no es mi hermano, pero nos queremos como si lo fuéramos. Desde que vine a este país ha estado conmigo. Incluso antes. Ya cuando me casé tenía relación con el peruano. Recuerdo su desesperanza en aquella estación de autobuses en Alemania. Yo había ido a recoger a mi novio y él se encontraba junto a una máquina de golosinas o de café, no lo recuerdo bien. Sus monedas, sus soles, no servían para esa máquina, así que intercambiamos unas palabras. Le cambié esos soles por marcos y le enseñé la instrucción, el misterio de las máquinas automáticas. Santo dios vending[1]
que pululas por las estaciones, venga a nosotros tu credo. Luego nos volvimos a encontrar en América.


–¿Estás… casada?
Su pelo chorrea sobre mis piernas, gotas depuradas por el filtro de su melena. Quiero padecer una enfermedad, que me salga un pólipo en la nariz, que pague el tratamiento el propietario del calcetín, que me atienda ella, que me invada su bocadillo de palabras, como en un comic.
–¡No! Lo estuve. Cuando viví en Alemania, como outslander[2], trabajaba en un Spar, un supermercado. Allí conocí a Klauss. Un auténtico cabronazo. Pero estaba tan enamorada.


¡Me duele tanto esa confesión! El pasado de los otros es mejor ignorarlo. Cuando estás enamorado deseas que todo parezca nuevo, recién desprecintado.
–Descubrí que era un nazi –continuó–, que se había criado en el Este, en Leipzig y que había estudiado medicina. Cirugía plástica o algo así. Hubo una movida extraña entre el partido en el que estuvo militando y la politzei, así que tuvimos que huir. Se le ocurrió emigrar a Sudáfrica. Acabó trabajando en una franquicia del hospital ese tan famoso, el Monte Sinaí. Se especializó en fimosis y cosas del aparato ese –señalando a mi ese–. Imagínate, un nazi con una colección de clase mundial de prepucios judíos y musulmanes. Muy pedagógico. Decidí regresar a este país.
–¿Y él, Klauss?
–Se enamoró de la mujer de un judío. Le operó de un problema urológico o sexual, eso no lo sé bien y durante el postoperatorio ella hablaba mucho sobre la bendición que le había dado dios al conocer a su marido. Según decía Klauss, el prepucio de ese hombre daba para hacer dos fundas de silla o una de un sillón. Se volvieron un poco locos. Codicia y amor, mala mezcla.
–¿Y por qué se embelesaron tanto con el desecho humano?
–Parece que entonces existía una secta judía que veneraba a Goliat y para la que su marido había trabajado como captador de fondos. Le debió ir muy bien. Por lo que me contó Klauss, al enseñarles su cacharro a los incautos, caían postrados frente al cuerno de la abundancia. Mi marido debió pensar que todo aquello se podría transformar fácilmente en un hermoso negocio. En fin, que los dos, médico y familiar del paciente, contactaron con la secta, envejecieron el prepucio químicamente y esta lo adquirió como si fuera el que perteneció a Goliat. Compraron un desecho a precio de reliquia. No sé qué pasó después. Ahora lo exhiben en exposiciones itinerantes por toda Cisjordania. Creo que vienen a Madrid y que lo mostrarán durante el Festival de Otoño.




[1] Como se denomina a la distribución de productos en máquinas expendedoras situadas en bares, estaciones,…

[2] En alemán, extranjero.
simpatialaboral
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Fecha de ingreso: 6 de Diciembre de 2009
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  • 11 de Octubre de 2010 a las 17:42

500 descargas.

No está mal. Si bien el flamante Nobel se reiría del fracaso, yo, como las chicas de Dove, me siento bien.

Y para celebrármelo, me cuelgo un fragmento de la obra. ¡Qué menos!

Jornada laboral.

 

–¡Arriba, arriba!

Hay un ruido terrible, como de mudanza. Me levanto de la cama, apenas despierto. Tengo lagunas mentales, un sabor de color naranja en la boca, a rescoldo lunar, a fiesta nocturna, pero quiero prepararme para la jornada, que será larga. Veo que a los pies de la litera están los dos cubos y que alrededor de ellos se esparcen los alimentos secos que me dieron ayer en saquitos. Los recogeré más tarde, porque ahora tengo otra necesidad más imperiosa. Me paseo entre las filas de armarios que ocultan las camas, buscando las duchas y los servicios. La gente me mira: la cara, el pene, el trasero; todos me sonríen. Así que ya formo parte de esto. De pronto me acuerdo de un juego de rol en el que aparece una carta, La Comunidad, que “solo se puede jugar en un refugio, durante la fase de organización y sobre una compañía compuesta por más de cuatro miembros, sean personajes, sean aliados”.

Salgo al patio. Luz cegadora.

–Las duchas están justo hacia el otro lado –es Said quien habla– at the rear of the aisle[i]–.

Salgo del patio, entro en la compañía y realizo el mismo recorrido, a la inversa. Todos me saludan de nuevo.

–Pablo, Salam. Hey man, ¡Qué pasa, buddy[ii]!

Al fondo, las duchas. El agua sale fría, caliente, fría y caliente. Cuando termino, vuelvo hacia la litera. Alguien ha reubicado los alimentos en los cubos, apoyando el palo en la estructura metálica de tres pisos. Me visto.

–Nos vamos –Said, vuelve a hablar, preocupándose por mí–.

Salimos y un bus amarillo, de transporte escolar de película nos recoge. Como el primero está completo, aparece otro. Subo.

–Quita el palo de entre los cubos o no entrar.

Said recoge los dos cubos, mientras yo me encargo del palo, girándolo para que pase entre los asientos, con precaución de no golpear demasiado a los pasajeros.

–¡Cuidado, hermano, que me sacas un globo ocular!

Nos sentamos al fondo, donde aún quedan plazas libres. Apoyo el palo junto a la puerta trasera, aprovechando los escalones para ganar más espacio.

El trayecto se me hace largo y pienso que ayer lo hicimos caminando. El autobús se detiene y suben algunos policías o miembros de la seguridad, que miran los rostros, fijamente, mientras solicitan la documentación. Por fin llegamos. Empieza la nueva jornada. Desciendo el último del autobús, con uno de los cubos de peltre en la mano. El palo de fregona lo lleva un iraní que se ha prestado a ayudarme por unas monedas. Del segundo cubo se hace cargo Said, quien lo ha izado sobre su cabeza, con un estilo más propio de un hindú que de un africano. Definitivamente, debe tener sangre asiática. Cuando salimos del autobús, Paulo, el niño, nos está esperando subido en Carlos, el dromedario.

–Tus cosas –dice, lanzándomelas, con una sonrisa mitad burla mitad sana carcajada infantil. Parece un bulto mucho más grande de lo que me dejé en el hotel.

Instintivamente suelto el cubo, para recogerlas con las dos manos. Todo se esparce sobre el suelo de arena. Entre mis pertenencias, las cuerdas de algodón, para el mecanismo de las muñecas y las etiquetas. Se lo daré a Silán, seguro que se alegra. Entre las etiquetas surge el reloj, que guardo en uno de mis bolsillos, porque se ha parado.

–Tú más monedas, yo ayudo –me dice, luciendo una sonrisa especial, el iraní.

La sonrisa de Paulo y del iraní, tan distintas, recuerdan las fotos de los reporteros y de los fotógrafos de orientación humanista. Con modelos así, pienso, se hace algo más fácil captar la esencia de lo humano.

Hay tanta actividad a nuestro alrededor como en una estación de autobuses mediterránea, cuando los turistas se afanan entre los nativos para llegar, los unos a la playa que le recomienda la guía de viajes del lugar, los otros al mercado de abastos, al mercadillo de las pulgas[iii] o a casa. Me dirijo a la zona de las oficinas, donde conocí a Silán, el jefe de producción, que vislumbro a unos 50 metros. Se afana entre varias personas a quienes despide con aspavientos en cuanto me ve. Extiende los papeles que sujeta con su mano derecha hacia uno y al liberarse de ellos gesticula hacia mí con las dos manos. Acelero el paso y llego a su altura.

–¡Buenos días, Pablo! Xuan ha telefoneado. Necesita las muestras de nuestro producto estrella para mañana por la tarde, porque hay unos clientes norteamericanos interesados en que se comercialicen a través de sus redes de distribución. Hoy tienes que recorrer el campamento para comprender todo el proceso de fabricación y poderlo contar delante de ellos. Vuelas esta noche hacia Madrid. Ponte con Said y toma –le quita, con cierta rudeza, los documentos a quien se los dio antes y me los entrega–. Estas son hojas de proceso. Quiero que las utilice para señalar en detalle todos y cada uno de los pasos de la fabricación. Cuando examines los movimientos de las personas verás que es un procedimiento algo caótico. Uno de los problemas a la hora de fabricar las muñecas es que las personas provienen de distintos lugares de la tierra, así que intenté copiar las fórmulas que empleaba Ford en la fabricación del automóvil en su primera cadena de montaje allá por los años 30 o los 40, que no recuerdo. El hándicap principal es que unos de ellos leen hacia la derecha, como nosotros, mientras que otros lo hacen justo al revés. Pero esto ya te lo he contado antes. A ti o a otras personas. La cuestión es que tienes que reflejar ese caos, tan organizado, en los documentos en blanco que te entrego. Es importante mantener ese orden desordenado para poder reproducir con fidelidad las muñecas imposibles que tan buenos resultados están aportando a la compañía. ¿Entendido? Pues a la faena. Y refléjalo exactamente. No olvides la comprobación de calidad de las cajas de producto que te preparen para el viaje. Cuando tú te marches, Said continuará con la función, hasta que regreses algún día.

–¿Puedo dejar los cubos en algún sitio?

–Naturalmente, déjalos donde quieras porque nadie toca, aquí, lo que no es suyo.

–Por cierto, estas son las cintas y las etiquetas que me dieron en Valencia antes de viajar hasta aquí. Confío que sean de utilidad.

Las miró con curiosidad, después me miró a mí y añadió:

–No usamos estos materiales hoy día. Aunque Xuan esté muy sensibilizado con el tema ecológico y los productos naturales, nosotros importamos las cintas de los países vecinos, así como las etiquetas. Todas de plástico. Mucho más baratas que las de tejido natural o de papel. Pero bueno, ya que las has traído desde tan lejos, quizás podamos emplearlas en algún envío especial, de esos que a veces nos solicita algún ricacho, algún presidente de empresa para una convención o para la celebración de la boda de su hija. Me lo pensaré. Gracias de todos modos.

–Me alegro que puedan ser utilizadas algún día. Eso significa que mereció la pena traerlas desde tan lejos.

Silán se las tendió a uno de los hombres que había cerca de él, quien se las cargó al hombro y se encaminó hacia una de las tiendas, con paso acelerado. Yo, por mi parte, me libré de los cubos y del palo, dejándolos apoyados cerca de una alambrada que servía para mantener cercados a unos cerdos vietnamitas. Uno de ellos intentó, infructuosamente, alcanzar uno de los cubos. Comprobé que no podría lograrlo, así que me di por satisfecho, disponiéndome para la faena. Me coloqué las botellas de agua en los rizos, Said me hizo una seña y nos pusimos en movimiento.

La primera tienda que visitamos, de color verde, no tenía control de acceso, a diferencia de la de los ecuatorianos, la central. Había maletas de cuerpo duro por todas partes, abiertas sobre tableros de madera. Personas de todas las razas y edades se afanaban en recoger componentes de alguna de ellas, en bandejas rectangulares, formando montañas de piernas y brazos, que iban depositando, aleatoriamente, en otros tableros, donde las mujeres se dedicaban a ensamblarlas. Cuando había un cuerpo con sus correspondientes piernas y brazos, alguien, que no localicé al principio, silbaba y una persona, con un cerco de tela sobre la cabeza, se aproximaba a la carrera, la colocaba en un cestillo de mimbre que se situaba sobre ella y salía con premura de la tienda. Hice anotaciones sobre las operaciones del proceso, dibujando rectángulos y líneas que los conectaban, con el objetivo de poder reproducir todo aquello donde tuviera lugar la reunión al día siguiente. Las piernas y brazos procedían de otras tiendas y llegaban a esta en las maletas. Una hilera de personas, cada una de ellas con una maleta en la mano, acababan de entrar. La sensación que me produjeron es que se iban de viaje. Aunque en verdad, quien se marchaba en una pocas horas era yo. Regresaba a casa. Bonita expresión.

–Vamos detrás de ese, Pablo –me dijo Said.

Salimos corriendo tras el porteador, que a paso ligero se encaminaba por la pista central del campamento. Caminamos durante cerca de 10 minutos tras él, hasta que se sumergió en la oscuridad de una tienda. Era una de las de color negro. Dejó el cesto sobre el suelo y durante un tiempo se dedicó a lanzar los cuerpos a las diversas personas que en mesas oblongas, sobre las que había diversas herramientas que no adiviné a identificar, colocaban en cada una de las figuras pelo de diversos colores. Luego las ubicaban en unos cestos, que eran recogidos por mujeres ataviadas con trajes distintos. Cada una de ellas iba llenando su cesto con muñecas del mismo tono de pelo. Así había una mujer vestida a la europea, que solo recogía muñecas rubias en su cesto. Cuando lo completó, salió corriendo por una entrada abierta justo en el lado opuesto a aquel por el que habíamos entrado. No me dio tiempo de anotar nada.


[i] Traducción: Al fondo del pasillo, expresión que utiliza el personal de vuelo durante las explicaciones de seguridad.

[ii] Traducción: Equivalente a colega, en español.

[iii] Así es como denominan en Alemania y en Gran Bretaña a los mercadillos de los jueves y de los días de fiesta, Flea market o Flohmarkt (alemán), el mercado de las pulgas.

mameri
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  • 11 de Octubre de 2010 a las 20:34
Enhorabuena, yo fui uno de los que se descargaron tu novela, pero la tengo pendiente de lectura. Ya te contaré mis impresiones. Un saludo.