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romi
Mensajes: 678
Fecha de ingreso: 25 de Abril de 2008

Al encuentro de su sueño

17 de Enero de 2010 a las 13:21

Al encuentro de su sueño

            Tres noches seguidas tuvo el mismo sueño. Y al despertarse, al día siguiente, siempre sentía la misma extraña sensación y el mismo vacío y gozo dentro.  Como si acabara de regresar de algún mundo nuevo, donde se le hubiera quedado lo mejor del corazón. Y por eso, al volver, observar y tocar la misma realidad que cada día le rodeaba, siempre se notaba como extranjero. Como si ahora nada por aquí la satisficiera y deseara, con mucha fuerza, regresar a la vivencia y el mundo de su sueño. Y a nadie nunca comentó nada. Todo para sí se lo guardaba, compartiéndolo únicamente con ella en el recuerdo y esperaba que algo muy especial sucediera en cualquier momento. Como si una voz dentro le gritara: “Tu fe, tu ansia de eternidad y amor por lo elevado y bello, no te traicionará. Un día, todo se te hará real con la misma luz y fuerza que lo has visto y deseado tantas veces en tu sueño”.  
        
Al caer la tarde de aquel día del mes de enero, se paró junto al manantial. Y, en el pequeño rellano a la derecha de los tres viejos álamos, se puso y levantó la tienda. Clavando lentamente y tensando cada cuerda. Y, cuando ya la oscuridad de la noche llegaba, la tienda estaba perfectamente colocada. Aquí mismo, a solo unos metros de la tienda y no muy cerca del manantial, preparó y encendió un fuego. Con ramas secas de carrascas y troncos de sabinas y enebros. Junto a esta lumbre se sentó y, mientras las primeras horas de la noche avanzaban, aquí estuvo sentado acurrucado. Preparando también algo de alimento y recogido en sí y meditando.

         Luego, cuando ya la noche llegaba casi a su centro, se metió en la tienda, se acurrucó en el saco, rezó una breve oración, a su manera y como tantas otras veces y relajó su cuerpo. Dejó en blanco su mente y se dispuso a hundirse en el gran silencio de la noche. No hacía mucho frío aunque sí unos días antes las nieves habían caído sobre las crestas de las montañas y luego llegaron las lluvias. Dos días después las nubes se abrieron y tímidamente el sol salió. Sol tibio de invierno, teñido todo de color pálido y alumbrando con muy poca fuerza. Por eso la noche se presentaba rasa, con algunas estrellas muy brillantes en el cielo, con el viento por completo en calma y con un silencio hondo como el universo.

         Y durmió plácidamente, relajado y confortado por el calorcito que le proporcionaba el saco. Como acurrucado en las más finas sábanas de seda y el más blando colchón de lana. Por eso, antes de quedarse dormido y cuando en algún momento se despertó a lo largo de la noche, se decía hablando consigo mismo: “Quiero relajarme y fundirme totalmente con el puro silencio de la noche. Para que el sueño se apodere de mí y me hunda hasta lo más profundo de la placidez y el silencio. Para fundirme, sin notarlo, en el océano mismo del tiempo y en la quietud de la eternidad”. Esto, más o menos se decía a sí mismo mientras el silencio de la noche lo iba envolviendo.

         Y durmió hasta el amanecer profundamente y en la mayor de todas las dulzuras. El canto de unos pajarillos le despertaron y, tal como estaba acurrucado en su saco y dentro de la tienda, abrió sus ojos, corrió un poco la cremallera de la puerta y miró para fuera. Comenzó a ver la claridad del nuevo día y la silueta de las montañas recortadas en el cielo. No se incorporó. Tal como estaba acurrucado, se quedó quieto, meditando también, pensando en ella y agradeciendo al cielo la noche tan hermosa y el lugar tan privilegiado. Siguió envuelto en su saco. Como si no tuviera prisa porque ninguna obligación le esperaba ni tenía que ir a ninguna parte.

         Sin embargo, y según se iba espabilando, también comenzó a decirse que debía aprovechar y ver el nuevo amanecer. El sitio y el momento eran únicos y por eso no debía perdérselo. Varios pajarillos seguían desgranando sus cantos cerca de la tienda, por donde el manantial y entre las ramas de los álamos. Y por eso se dijo de nuevo que debía agradecer al cielo tan especial y único regalo al tiempo que, una vez más, se le avivaba en el alma su recuerdo. Como tantas otras veces y más, en aquellos momentos en que la vida y las cosas les regalaban estados hermosos y placenteros. A pesar de tanto tiempo, de ningún modo se le borraba en el alma ni se le apagaba en los latidos de su corazón.

         Sintió murmullo de personas que se acercaban. Tomó la decisión de incorporarse y lo hizo rápido. Salió de su saco, se puso las botas, abrió un poco más la puerta de la tienda, se alzó sobre sí y miró con el deseo de ver quienes se acercaban. Y los descubrió. Subían en grupo desperdigado por la senda que, recorriendo la ladera, remonta desde el río en busca de las ruinas del cortijo. Y enseguida descubrió que venían cargado con grandes mochilas, portando bastones de madera, gorros de lana en muchos colores y a juego con el resto de ropa que vestían.

         En la misma puerta de la tienda se quedó quieto esperando que se acercaran. Notó que, según se aproximaban, fueron descubriéndolo. No tenía nada que temer y menos que ocultar. Por eso, desde la más auténtica serenidad y sintiéndose el más libre de los humanos, los saludó todavía antes de que llegaran. El que precedía a la comitiva le preguntó:

- Venimos buscando las ruinas del cortijo del misterio. ¿Sabes tú si son estas que vemos a la derecha?

Y le respondió:

- Yo solo sé que, en sus tiempos, éste fue un gran cortijo donde vivieron algunas de las personas que poblaron estas montañas. Las personas más humildes y buenas que jamás nunca nadie haya conocido.  Ahora solo queda de él, las ruinas que estamos viendo.

- ¿Se puede recorrer por dentro?

- Ya ves que no tiene ni puertas ni ventanas.

- Es que nos han dicho que este es el cortijo del misterio y hoy nos hemos juntado personas de muchos sitios para venir a explorarlo. Tú no lo creerás pero a nosotros nos gusta mucho esto.

         Y no habló más con ellos. Dejó que se acercaran y que llevaran acabo el plan que traían entre manos. Se apartó un poco de la tienda y caminó en busca de la roca en el extremo del puntal. Por donde crecen las grandes madroñeras y se abren los voladeros profundos en forma de amplio mirador hacia el ancho y hondo valle. Y, al llegar al borde mismo de este grandioso mirador natural, se paró. Frente al profundo cañón del río y frente al lejano valle.

         Por entre las nubes, los débiles rayos del sol invernal, se escapaban y relucientes se derramaban solo en algunas partes muy concretas del lejano y hondo valle. Como si algo muy grande y desde el cielo pretendiera mostrarle alguna realidad muy concreta y única. Esto pensaba él cuando, de pronto, esta realidad parecía materializarse ante sus ojos: un haz gran de rayos de sol, incidió fuertemente sobre un rincón del valle. Y este rincón se iluminó con tanta claridad que parecía arder en llamas azules y blancas. Del cielo vio descolgarse una gran figura en forma de estrella que quedó suspendida por encima del rincón iluminado. Miraba fijo y embelesado cuando en su interior le pareció oír: “Tu fe, tu ansia de eternidad y amor por lo elevado y bello, no te traicionará. Un día, todo se te hará real con la misma luz y fuerza que lo has visto y deseado tantas veces en tu sueño”.  

joseabadtroya
Mensajes: 305
Fecha de ingreso: 25 de Julio de 2009
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  • 17 de Enero de 2010 a las 19:48
Me gusta el estilo con que describes los paisajes: es rico y variado, además añades una amplia diversidad de árboles y plantas. Tomo nota.


Un saludo.