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romi
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El agua milagrosa // Relato

6 de Febrero de 2010 a las 11:44

El agua milagrosa

            Los vi y me llamó mucho la atención. Siguiendo la carretera llegaron al lugar, se pararon a la derecha, miraron para el río durante unos minutos y luego comenzaron a bajar, siguiendo el caminillo. Por el río, conforme iban llegando, se esparcieron. Como buscando entre los juncos, en la corriente del agua azul verde y entretenidos con algún que otro animal: peces ranas, renacuajos…

         Y vi que uno de ellos no se fue con el grupo para el río. Siguiendo una sendilla de animales silvestres, caminó por entre el monte, buscando la elevación del cerrillo. Coronó en poco rato y rodeó el gran peñasco. Lo vi agacharse y beber del pequeño manantial: un hilillo de agua pura como el viento más fino y fría como el hielo, que brotaba justo de los pies de la roca. Y, cuando terminó de beber, se alzó y miró a los que se movían por la orilla del río. Uno de ellos llamó preguntando:

- ¿Has encontrado lo que nos decía?

Le contestó:

- Aquí, a los pies míos lo tengo.

         Y el que había preguntado dijo a los demás:

- Parece que ha encontrado el manantial del agua milagrosa.

Y dos o tres del grupo exclamaron:

- ¡Vayamos corriendo!

Y se pusieron a subir a toda prisa por las veredillas que surcaban el monte. Conforme iban llegando se paraban junto a él y preguntaban:

- ¿Estás seguro que ésta es el agua milagrosa?

- Es un agua buena como ninguna otra. Fría como el hielo, clara como el viento más puro y con sabor a roca y a ramas de enebro.

- ¿Y podemos beber toda la que queramos?

- Poneros en fila que yo os voy dando.

         Y vi como él, otra vez se agachó junto al manantial, escarbó e hizo una pequeña poza, con tierra y piedrecitas y dejó que pasara un rato para que el agua se “aposara”. Luego, con sus manos en forma de cuenco, recogió un puñado de agua de la poza y lo acercó a la boca del primero de la fila. La probó y al instante dijo:

- Es un agua como no he saboreado nunca antes. No hay duda, tiene que ser milagrosa.

Y el que había hecho la poza dejó que fueran acercándose y bebieran toda la que quisieran.

         Uno detrás de otro, se fueron agachando e hincando las rodillas en el suelo, bebían de la poza. Con cierta ansia y también con el deseo de que el fino líquido obrara el milagro. Desde la distancia, apiñados junto al manantial de la roca, yo los estaba viendo. Y por eso ahora puedo dar testimonio de ello.