EL PERRO DE SUS SUEÑOS -Grrr...arf , grarf! El sonido de aquellos gruñidos había ido aumentando como si una jauría se estuviera acercando a toda velocidad hasta él; abrió los ojos, amodorrado aún, y la presencia de la cabeza del husky, apoyada en las dos patas delanteras, que adornaban su cama por debajo de la almohada, le hizo incorporarse de un salto. -¡Por los huesos de Lassie! Creía que no te ibas a despertar. ¿Sabes que cuando duermes babeas más que un dogo alemán?-El tono del perro era ronco, con un deje de impaciencia.-No me mires con esa cara de sorpresa, bípedo. -¿Cómo? Esto no...ah, ya....sólo es un sueño. -Vale. Consideras que soy un producto de la información residual de tu cerebro. Pronto cambiarás de idea, estúpido bípedo. De momento te hago saber que la bípeda con la que estás desde hace tres años espera un hijo tuyo. El can guardó un silencio teatral y ladeó la cabeza esperando, seguramente, una reacción. “Bueno, sólo es un sueño, le sigo la corriente y veremos cuanto da de sí”. -Eres más presuntuoso que un caniche. Puedo oírte, bípedo; cuando te levantes por la mañana comprobarás que todo lo que te explico ahora es cierto; prepárate para lo que te espera: tener cachorros para un macho no tiene nada que ver con las sensaciones que experimentan vuestras hembras durante el proceso; las nuestras tardan dos meses en dar a luz, pero tú vas a padecer nueve meses de espera antes de conocer la locura de la paternidad, y te aseguro que no estoy exagerando. En primer lugar, y procura no olvidarlo, no tardarás mucho en ser invisible para tu pareja; oh, claro que cuando te dé la noticia será muy emotiva y cariñosa, pero pronto verás que se centra en ese conjunto de cromosomas que habéis mezclado.... ah, por cierto, lo que le concediste aquella noche fue una Y, así que olvídate de la pequeña Vanessa, vais a tener un machote que, dado tu metro sesenta y ocho, te estampará un cabezazo donde más duele cada vez que corra a abrazarte en cuanto tenga cuatro añitos, es una pena, te recomiendo que cuando lo veas venir te pongas en cuclillas o acabarás maldiciendo para tus adentros al pequeño rompepelotas. Los ojos celeste y verde del perro brillaban de ironía. -Y espera, que esto sólo acaba de empezar, ya verás cuando vaya a Primaria y tengas que ayudarle a hacer los deberes. Oh, sí.... cuando te pregunte que es una célula correrás a la nevera a buscar un huevo para mostrarle núcleo, citoplasma y membrana, pero, ¿qué pasará cuando te pregunte por las mitocondrias y los ribosomas?. Pero espera, estoy adelantando acontecimientos, primero tendrás que pasar por su estado de cachorro recién nacido y aguantar noches en vela sin saber qué bigotes le pasa, porque no es un ordenador, es un bebé, y no viene con un manual de instrucciones...Arrg, arrrg! -¿Estás riéndote de mí o te ha dado un ataque de tos?-preguntó, intrigado, el bípedo. -Lo segundo....Arghh Arrrf....¿No vas a tener la amabilidad de ofrecerme un lametón de agua, bípedo? -Por supuesto que sí. ¿Vaso o copa? -¿Es que me ves cara de pertenecer al alto pedigrí? En un plato hondo,¡no te roe! En su mesilla de noche apareció justamente eso, un plato hondo con el nivel de agua casi rebosando el borde. -Gracias. No eres tan lento de pensamiento como pareces- gruñó el husky antes de pasear toda la longitud de su lengua por la superficie líquida, salpicando así a aquél bípedo hijo de perra. -Eh! ¡Que luego las sábanas huelen a humedad!- protestó, indignado por las manchas de agua y baba de husky que fueron a parar a la cama. -Oh, no te preocupes, dentro de poco conocerás las exquisiteces de los orines y excrementos blandos de tu cachorro y el olor a humedad te parecerá un perfume, bípedo. Como te iba diciendo,- empezó a mover alegremente la cola mientras hablaba- vienen sin manual, así que ahora seré generoso contigo y te explicaré lo que debes hacer cuando te rompa el sueño en mitad de la noche.¡Nada! Haz ver que no lo oyes y espera a que se levante ella, no me interrumpas, esto tiene su razón de ser; déjame explicártelo, como te levantes y cojas al cachorrito ella se pondrá justo detrás tuyo a vigilar cómo lo coges, si lo sostienes bien, si le hablas con dulzura... ese tipo de cosas, así que mi más sincero consejo cuando te veas en esta situación es que dejes que ella se encargue del cachorro; de todas maneras el proceso es siempre el mismo: mirar el pañal, comprobar la temperatura y acabar poniéndole el morrito delante de una teta. Así que tu intervención está de más; es mejor que sigas descansando, porque si la noche es dura con un cachorro pegado a tu flanco, el día es infinitamente peor. La única excepción la harás si es multípara; en ese caso vas a tener que apechugar con un cachorro porque si no ella va a ponerse de un humor de perros. Despídete de tus pequeños caprichos matinales; se acabó leer el diario deportivo tomando café en el bar, ahora las mañanas de los sábados las vas a ver pasar mientras vas a comprar pañales, leches de continuación, etc... ya verás, es todo un mundo. Se miraron de nuevo en silencio. -Estaba pensando que me recordabas a alguien y ya lo tengo- dijo el bípedo.- David Bowie. -¡Por todas las pulgas! ¡No me digas que crees en la transubstanciación! Y luego dicen que nosotros somos raros porque nos olfateamos el trasero. Deja de divagar y presta atención; falta poco para que pase el camión de la basura y perseguirlo forma parte de mi tabla de ejercicios; ya sabes, para estar en forma. -¿Qué narices me bebí anoche para estar alucinando tanto?- murmuró el bípedo. -Tranquilo, bípedo, el lametón de licor que tomaste en el club nocturno sólo era eso, licor; pero ten cuidado con la camarera: es una perra de campeonato y tú ya no estás en situación de hacer de semental con pedigrí; eso es , básicamente, lo más importante, y tienes que asumirlo ya: se acabaron los vagabundeos en busca de aventuras, es hora de sentarse y vigilar tu casa y a los tuyos. Si entiendes lo que te digo ladra una vez, si no, ladra dos veces.....era broma, bípedo...Arf aaaarrgf arrrghhf!!! -¡Chucho asqueroso...! -Vigila como me hablas no sea que decida esterilizarte al estilo Alejandro Magno versus Nudo Gordiano- gruñó el husky al tiempo que acercaba la cabeza al bípedo para mostrarle unos colmillos de blancura reluciente.-¿Todavía no entiendes por qué soy la voz de tu conciencia? Mira, bípedo, esto no tiene nada que ver con tu madre pero eres un auténtico hijo de perra, ¿comprendes? Por eso me han encomendado este puesto tan perro; puedo ayudarte muchísimo si dejas de lamerte en cada espejo que te refleja, ¿captas la idea? Deja de rascarte el ombligo y sigue mis consejos o vas a acabar de buffet gratuito para pulgas. ¿Sabes qué significa eso? ¿No? Pues que vas a terminar como uno de esos chuchos sarnosos a los que ni te dignas apartar a patadas cuando se te cruzan en el parque. El bípedo bajó la cabeza como un cachorrito al que acaban de golpear el morro con un periódico enrollado. -Escucha, es hora de dejar de hacer viejos trucos y aprender alguno nuevo. Procura dormir; mañana te espera un día de perros, ah! y ve a tu médico y pídele que te recete algo para dejar de roncar como un boxer. |
Y El Demonio Subió A la Tierra Leyó Satanás en la prensa que meses antes Dios bajó a la tierra y fracasó en su experiencia. Alentado por un exceso de orgullo encarnizado, decidió subir al mundo de los mortales y demostrar que él sí estaba capacitado para ejecutar su poder más allá de los límites del infierno. Satanás (Sati para los colegas) subió con su vestimenta habitual: leotardos rojos, capa roja, cinturón rojo y pecho al descubierto. Eligió un sitio al azar, y se presentó en Móstoles, justo en medio de la cabalgata de Carnavales. “Pedazo de disfraz, chaval”, le dijo uno. “Te has pasado con el carmín, ¿no?”, le dijo otro. Y cogió tal cabreo que decidió salir de allí y aparecer en cualquier otro punto del mundo, aterrizando en mitad de un burdel parisino. Era tal la orgía allí organizada que hasta el mismo Satanás se ruborizó y salió de allí echando leches mientras gritaba “¡Qué vergüenza, qué vergüenza! ¡Cuánta depravación!” La última vez que Sati había subido a la tierra, aún no existía la televisión en color, así que el mundo que él recordaba era bien distinto al que sus ojos observaban obnubilados. Allá en el infierno Satanás está como Pedro por su casa, conoce el medio, confía en sus gentes y recibe las dosis necesarias de peloteo y relameo. Pero en la tierra… en la tierra carece ya de la popularidad a la que estaba acostumbrado. Hace años, el mero nombramiento de sus múltiples apodos hacía castañear al más valiente de los guerreros. Alguien escuchaba “¡Satanás!”, “¡¡Diablo!!”, “¡¡¡Demonio!!!”, “¡¡¡¡Belcebú!!!!”… y se orinaba a granel. Pero en el último siglo le han salido serios rivales a Sati, humanos que con su mera visión producen una sensación de acongoje brutal. ¡Hitler! ¡¡Stalin!! ¡¡¡Sadam Hussein!!! ¡¡¡¡Susan Boyle!!!! A la maldad le han salido franquicias. Hoy en día el relato de la manzana y la tentación a Eva es un cuento de niños de preescolar. Y estamos tan hartos de ver a gogós disfrazados de demonio que el auténtico parece un miembro de una comparsa carnavalesca gaditana. Satanás se hospedó en un Hotel & Spa para reflexionar sobre esto. Si bien veía con buenos ojos que cada vez hubiesen más personas que no creyesen en Dios, después de dos Martinis entendió que si Dios perdía poder, a la postre eso le perjudicaría, ya que ambos gozan de la misma condición: “seres sobrenaturales jamás vistos”. Si la bondad no se personificaba en Dios, la maldad no se personificaría en Satán. Necesitaba entonces llegar a un pacto con el jefe del Más Allá, pero Sati sabía perfectamente que eso era imposible. Así que pensó un plan mientras seguía pidiendo Martinis en el bar de la piscina. A la séptima copa, echó la raba a base de bien y el personal del hotel le llevó a su habitación, donde le dieron una ducha de agua fría y le metieron en la cama. Llegado el amanecer, Satanás se despertó en la cama gritando “¿quién soy, quién soy? ¿Dónde estoy?”, y respondió el camarero de la piscina “Uyyy, un tipo en-can-ta-dor; y yo no sé tú, pero yo estoy en-la-glo-rí-a”. Sati echó al camarero semidesnudo a colazos y a punto estuvo de eliminarle con uno de esos rayos suyos demoníacos. Después de pegarse una ducha de hora y media, salió del hotel a toda marcha para dirigirse al parque del Retiro, con el fin de honrar a su única escultura en la tierra. Una vez allí, se encaramó a lo alto de la estatua, y empezó a blasfemar en griego antiguo, intercalando insultos contemporáneos para llegar a más gente. Pero nadie pareció sentir el más mínimo miedo; al contrario, los turistas no pararon de hacer fotos y grabar la escena con sus móviles y esa noche Matías Prats inició su informativo diciendo: “Un individuo se encarama en lo alto de la estatua del Ángel Caído… y se hace pasar por el mismísimo Satán”. Esa noche la pasó en el calabozo. Le pidieron la documentación, y al ver que no tenía papeles, le soltaron con un procedimiento de extradición a Andorra. Su aventura en la tierra iba de mal en peor y, si cabe, estaba quedando peor que Dios. Entonces, tras descansar sus huesos en un banco de Plaza de España, se acordó de esos tipos que mandan la solicitud para pactar con el diablo. Llamó a su secretaria desde una cabina y le pidió el nombre y la dirección de cualquiera de ellos que habitaran en Madrid. Se montó en un taxi y éste le dejó en Santa Engracia, en pleno barrio de Chamberí. Subió a la quinta planta por las escaleras y se dio cuenta de que ya no estaba para esos trotes. Llamó a la puerta y le abrió un niño bastante gordito: “¡Papaaaaaá, aquí está el tipo de la tele que dice que si un pacto contigo o no sé qué narices!” Salió el padre en bata para saber de qué se trataba, y al ver a Satanás al natural le hizo pasar a una salita, donde se produjo el siguiente diálogo de besugos: Hombre: Así que usted es el diablo, ¿no? Satanás: Sí, el mismo. ¿No le doy miedo? Hombre: A ver, me lo esperaba más fantasmagórico, la verdad. Pero si viene aquí llamando a la puerta, pues se pierde el factor sorpresa. Ni siquiera le rodea humo y olor a azufre. Satanás: Ya, bueno… Tendré que mejorar en ese aspecto. Bueno, pues dígame, ¿qué es lo que quiere pactar? Hombre: Quiero vender mi alma al diablo… para conseguir un pene nuevo. Satanás: ¿Cómo dice? Hombre: Un pene, un pene nuevo. Pero nuevo, ¿eh? Satanás: ¿Qué le pasa al suyo? Hombre: Mi ex mujer se lo llevó de recuerdo. Cogió unas tijeras y… ¡zas! A Satanás le entró unos escalofríos que no pudo reprimir. Satanás: Pues… hombre, a ver. Si es lo que quiere… pero usted sabe que hoy en día se puede solicitar eso al médico de cabecera y le trasplantan el de un donante. Hombre: ¡Mire usted! ¡Eso ya lo sé yo! Pero si acudo a usted es porque no quiero el pene de otro, que a saber cómo es y qué uso le ha dado. Yo quiero uno nuevo, y con unas características concretas de longitud, grosor y forma: 20 de largo, 12 de grosor y recta, no me gustan las que se ladean ¿Se encarga usted de eso o no? Satanás: Sí, hombre, claro, no se preocupe. Miraré el catálogo y a ver si encontramos uno de su gusto. Páseme un papel con su email y mi secretaria le pasará la información en pdf, ¿vale? Una vez se decida, nos comunica el modelo que desea y procederemos a la firma del pacto. Para ello no vendré yo en persona, ya tenemos delegaciones por todo el territorio nacional. Hombre: Ea, pues hala. Le acompaño a la puerta, que se me enfría la sopa. Satanás: Una última cosa antes, por favor… ¿No le doy miedo? Hombre: (le mira de arriba abajo antes de contestar) No. Satanás: Ah, contundente. Sati salió de aquella vivienda cabizbajo, se dio cuenta de que cualquier humano podía chuflearse de él. Llegó a la conclusión de que Dios y él eran seres ancestrales, sí, pero caducos. La sociedad había cambiado tanto desde que llegó internet a las casas… Se pasó toda la noche llorando, y al amanecer se dio por derrotado y volvió al infierno, donde aún era considerado el rey de aquel submundo rojizo con olor a azufre. |
QUE TE PARTA UN RAYO Se que yo lo decidí. Pero tenía que hacerlo. No fue una idea que se me ocurrió un día y la llevé a la práctica inmediatamente. Por el contrario lo medité durante mucho tiempo y después de tanta aventura, me fui reafirmando más y más en mi decisión. Me costó, porque en mi situación, ¿quién hubiera renunciado? Yo era pastor, tenía 23 años cuando me sucedió. Mi vida consistía en cuidar del rebaño de mi casa, o sea la de mis padres, a veces en los pastos del valle y en ocasiones en los de la montaña. A solas con mis ovejas, mis libros y mi música yo era feliz. Es una suerte cuanto ha adelantado el mundo en algunas cosas, ya que mi vida no tenía nada que ver con la de mis colegas de antaño. Pasaba los días paseando por los verdes valles de mi tierra siguiendo los pasos del rebaño y hablando con Iru, mi perro, listo donde los haya y tan leal e inteligente que conseguía emocionarme a veces.� Las noches, cuando nos alejábamos de la civilización y me tocaba dormir en la borda, eran enteras para mí. Leer y escuchar música, mirar las estrellas, con el buen tiempo, escuchar el misterioso sonido de la Naturaleza tan lleno de ruidos extraños y leves. Y soñar con viajes a tierras lejanas, descubrir paraísos perdidos, conocer mujeres exóticas, soñarlas como mías y amarlas apasionadamente, volar sin alas. Todo era posible en aquella soledad.� Una de aquellas noches, cálida y pegajosa, continuación de un día lleno de cambios en el que tan pronto quemaba un sol de justicia, tan pronto estallaba una ruidosa tormenta, salí con mi manta de campo a tumbarme bajo un árbol pues me gustaba contemplar el cielo estrellado que se mostraba extrañamente brillante en medio de la oscuridad, buscando además un poco de aire fresco y sin darme cuenta me quedé dormido. Me desperté al cabo de un rato, o eso creía yo, en una habitación blanca, de luz difusa, en una cama metálica y me dí cuenta que no me podía mover, pues mi cuerpo estaba cubierto de tela blanca, dejando a la vista solamente mi pobre cabeza mareada y hueca. Hice la pregunta más común en estos casos: “¿Dónde estoy?” y así me enteré que estaba en un Hospital, que llevaba en él 16 días, que me había atrapado un rayo y tenía graves quemaduras por todo el cuerpo. Había estado muy grave, hasta el punto de que, en algún momento habían dudado de mi recuperación. No le dí vueltas en la cabeza, entre otras cosas porque la sentía rara, como hueca y de corcho o esponja�� …� no sabría como explicarlo. Vinieron a verme mis padres y mi hermana y me abrazaron sin tocarme, al aire, para no hacerme daño. La recuperación fue muy lenta, hasta que, pasado un tiempo, pude volver a mi vida normal. O eso creía yo. Me dí cuenta de que algo no iba bien cuando mi familia y mis amigos empezaron a darme la mano para los saludos o un abrazo cariñoso. Mi cuerpo, en estos casos, despedía alguna clase de corriente eléctrica que sacudía todos mis sentidos y por las reacciones de los demás, ellos también las notaban. Pronto pude darme cuenta de que aquello era estupendo, ya que cuanto más profundo era mi contacto con los demás, mas fuerte era la sensación, hasta llegar a grados altamente estimulantes cuando mantenía alguna relación íntima. Creo que debió de correr el rumor de mi nuevo poder amatorio, ya que comencé a tener un éxito, desconocido por mí hasta entonces, con las jóvenes de mi entorno probablemente deseosas de comprobar por ellas mismas si era cierto lo que se decía. Y yo me dejaba querer, porque realmente aquella situación era muy gratificante. Durante mucho tiempo fui el más afortunado de los hombres, ya que las mujeres me buscaban gracias a mí, digamos don. Los médicos dijeron que no tenían explicación lógica para mi situación, como no fuera un exceso de energía producida por el rayo que me había atravesado aquella noche en que me dormí bajo el árbol y que hacía que mis hormonas trabajaran a pleno rendimiento. Pero un día conocí a Carla. Fue verla y saber que era la mujer de mi vida. Era más bien pequeña, bien formada, con una sonrisa que enternecía y unos ojos que miraban de frente, llenos de sinceridad e inocencia. Me enamoré como un tonto, bueno, nos enamoramos. Pronto quise que fuera mía y nos casamos. La vida con ella fue hermosa y hacer el amor� algo así como una traca de fuegos artificiales y música celestial. Tuvimos una hija, y durante unos años yo no deseé nada más. Pasó el tiempo y murieron mis padres, heredé los rebaños y la hacienda y entonces decidí poner un pastor a sueldo para cuidarlos. Para mí abrí en el pueblo un comercio para vender quesos, corderos y otros productos propios y así podía estar cerca de mi familia. Lo malo fue que también lo estaba de las demás mujeres de la aldea que no habían olvidado mis “aptitudes. Y me fui liando casi sin darme cuenta, primero con una y luego con otra; eran todas maravillosas; aquel placer era difícil de olvidar y yo quería más y más, no podía parar, ni conformarme y por lo que se ve ellas tampoco. Hace poco Carla, mi mujer, me puso al tanto de que lo sabía todo. No pude ni explicarme, ni justificarme, me dijo que se iba y no pensaba volver, porque ya no aguantaba más mis engaños. Y tal como me lo dijo, lo hizo. Se fue aquel mismo día y mi hija se fue con ella. El caso es que yo no tenía conciencia de estar engañándola. Me parecía lógico no� desaprovechar un poder como el mío con el que, además, hacía tan felices a las mujeres. Incluida ella misma. Ahora llevo un mes solo, Carla se ha ido a casa de sus padres, de momento vive allí con su hermana. Las echo mucho en falta, a ella y a la niña. Quiero mucho a mi mujer y creía que ella me quería a mí. La he llamado, le he rogado y suplicado. Pero no quiere volver. Dice que no soporta más este poder mío que, cuando lo comparto con ella, la enloquece y enerva en exceso y que sabe que, antes o después, volveré a disfrutar con otras. Es por eso que he regresado al campo. Lo he pensado mucho, espero no arrepentirme, porque me ha costado mucho tomar la decisión de prescindir que este don tan especial que tanto disfrute me ha proporcionado. Así que estoy ahora aquí tumbado debajo del mismo árbol donde dormí aquella noche. Hoy ha habido tormenta toda la tarde. Trataré de dormir y espero que vuelva a despertar en el Hospital pero esta vez deseo que las consecuencias sean a la inversa. Quiero ser normal. Quiero a mi mujer y no quiero que vuelva este poder, así no desearé compartirlo con nadie más que con ella. Espero que todo salga bien y que cuando Carla lo sepa vuelva de nuevo a casa conmigo. Porque si no, me arrepentiré el resto de mi vida. |
Pazetic. � El foco iluminaba un círculo de dos metros en el centro de la pista y reflejaba tan poca luz que sólo los rostros de los más cercanos al ring aparecían levemente perfilados. ��- Damas y caballeros, agarren sus sombreros y aprieten fuerte las nalgas para apresar la almohadilla de sus asientos como si fuesen perros de presa, porque está a punto de comenzar el evento más espectacular, intenso, sangriento y apocalíptico de la Historia: ¡las decimo quintas jornadas (HOMENAJE A LOS CLÁSICOS) de LUCHA LIBRE� HUUUUMIIIIIILLANTE! El resto de las luces se encendieron mientras el público enfervorizado se levanta para aplaudir y vociferar. El Maestro de Ceremonias siguió hablando con algo menos de fuerza para traducir a las otra lenguas oficiales su presentación: “¡Ladies and Gentlemens…!, ¡dames et chevaliers…!, ¡zagales y zagalas…!”. ��- ¡En el rincón de mi derecha, la izquierda para los que están frente a mí, la primera banda para los que están a mi derecha (a la izquierda de los que están frente a mí), la última banda para los que están a mi izquierda (la derecha de los que están frente a mí), con zapatos de puta, pantalones de ejecutiva y peinado a lo garçon, la inefable, la grimosa, la reina de todas las zorras poderosas, ENMA FROM HUMAN REEEEESOURCES! Enma-from-human-resources saludó caballerosamente con una inclinación de cabeza mientras la mayor parte de empleados por cuenta ajena del público le silbaban como si les fuese la vida en ello. Algunos autónomos de la grada tiraron tarjetas con las señas de su negocio y Enma-from-human-resources les saludó de nuevo, algo más humanizada. ��- ¡En el rincón de mi izquierda, la derecha para… De entre el público surgió una insuperable voz mañica, manos acostumbradas al campo, pulmones de soldado de la virgen, que hizo que el propio Maestro de Ceremonias diera un saltito y se callara. ��- ¡ABREEEEEEEEEVIA! En esta ocasión, el publico librepensador acostumbrado a coger el taxi, mayoría de burgueses y bohemios, comenzó silbar y abuchear con tanta fuerza que Juan Cortadillo se encaramó a una de las cuerdas con la intención de saltar a la grada. ��- ¡Maricones! – gritó - ¡comunistas! Enma sonrió y murmuró entre dientes: ��- You are sooooo pathetic… El público entero guardó silencio. El Maestro de Ceremonios, tembloros, se echó a un lado y Juan Mecagoentoloquesemueve Cortadillo, con sonrisa chulesca, se volvió parsimoniosamente hacia su contrincante. El combate había comenzado… ��- Anda que… se quedó a gusto tu padre cuando te vio meando de pie. …Y terminado en un segundo. El aparato que hacía la traducción simultanea en el oído de Enma-from-human-resources emitió unos ligerísimos zumbidos y la chica frunció el ceño y dejó que una lágrima se escapase de sus perfectamente perfilados ojos. ��- It was an experiment… - se defendió. Luego, se escabulló entre dos de las cuerdas y echó a correr hacia las vestuarios, temblorosa y malherida. El público masculló su admiración por la claridad de mente del taxista y éste se apoyó, con su típica chulería madrileña, en las cuerdas de su esquina. ��- ¡Increíble! – gritó el Maestro de Ceremonias saltando al centro del ring - ¡Impresionante! ¡Realmente fugaz! ¡En menos de un minuto, el infeable, el…. El área de maños se sacudió con una risa sanota pero extrañamente agresiva. ��- ¿Tenéis prisa? – estalló el Maestro de Ceremonias, intentando conservar la compostura. El público murmuró con asombro al darse cuenta que el zaragozano que se había levantado entre el público era Pepe el Giraldillo, descalificado de por vida en la competición por usar tácticas prohibidas, es decir, aludir directamente a algún defecto físico, lo cual era políticamente incorrecto (termino desconocido, por supuesto, en las tierras de las que Pepe venía). ��- Por mí que baje – dijo el taxista, en apariencia invulnerable a cualquier alusión a su físico; pelo rizado y fuerte, pecho poblado, manos duras y polla aceptablemente pequeña pero envuelta en un halo de desconocimiento y misterio. La puerta de los camerinos se abrió inmediatamente y Enma-from-human-resources, con la pintura corrida por el llanto, asomó la cabeza, indignada, y gritó: ��- ¡Pathetic! Eso fue suficiente para que Enma volviese a recluirse de un portazo. ��- ¡Estás eliminado, acéptalo de una vez! Por un segundo hubo un silencio de cementerio, de duelo a las doce de la mañana. Luego, se oyó la risita silbante y chulesca de Juan Mecagoentoloquesemueve Cortadillo. A esa risa le siguieron otras risas que hicieron que el Maestro de Ceremonias fuese recobrando el color y la dignidad. ��- ¡Exijo una satisfacción! – proclamó. �El maño se quedó de pie. Algunos de sus amigos se llevaron una mano a la frente. Intentó, con la barbilla temblorosa, soltar alguna bravata que superase todo lo anterior, pero realmente se sentía incapaz, con las piernas flojas. Algo tenía que decir antes de retirarse, para guardar algo de su maño honor. ��- ¡Pazetic! – replicó entre lágrimas. Y bajó corriendo para dirigirse a los camerinos. Allí, un portero le impidió la entrada y, tapándose los ojos con los nudillos se dirigió corriendo hacia la salida. ��- Te has pasao, mastín. Y volvió a colocarse la chaqueta, cogiendo el micro para seguir presentando la competición. � |
SATIRICN
Todo hemos odo hablar en ms de una ocasin de las magnficas hembras que se pueden encontrar tras las puertas de los lupanares de Gades. As pues, ah tenemos a dos jvenes que no han hecho ms que rozar levemente la edad adulta, y ante la inmediatez de los impulsos que les azuzan la entrepierna, se disponen a descubrir con sus propios ojos la realidad que se esconde detrs de tales rumores.
Acordaron reunirse junto al templo de Venus Afrodita, con la esperanza que los designios de la diosa les fueran propicios a la hora de afrontar la ardua tarea de desflorar al joven Menesteo.
Menesteo era natural de Alejandra; su ascendencia griega deba entroncarle con la estirpe del mismsimo Alejandro Magno. El esbelto cuerpo del muchacho pareca haber sido tallado por la mano de un artista y sus ojos, grises como una tormenta, miraban con la profundidad del mar. No en vano la matrona de la familia Balbo haba puesto sus ojos en l. Pero claro, haba un problema: su pene sin desflorar era como una rosa al amanecer, cerrado a cal y canto a los deseos de su seora. Ni siquiera cuando la naturaleza le haca pugnar por emerger con toda su belleza, era capaz de mostrar la energa del glande que se adivinaba vigoroso tras la contumaz epidermis que lo envolva.
Su buen amigo Metellio, sin embargo, careca del menor rasgo que le hiciera asequible al deseo carnal. Era natural de la ciudad btica de Hispalis y, como la mayora de sus paisanos, tena la costumbre de hablar antes de pensar.
-Esta noche te desvirgas, Menesteo. Tienes un falo que vale un imperio; a partir de maana no te habr de faltar de nada. Puede que incluso te hagan liberto. –Le iba diciendo conforme se acercaban al barrio de las meretrices. Los callejones se iban haciendo estrechos y en cada esquina se adivinaba la luz de las linternas que anunciaban la entrada a los prostbulos.
El lupanar de Calpurnia era un lugar poco recomendable; Menesteo franque el umbral del antro intentando disimular su proverbial bisoez en las artes amatorias.
-Vaya, Metellio. Esta noche me traes un bollito recin sacado del horno. –Calpurnia era una mujer entrada en aos y en carnes; el evidente encono con el cual se esforzaba en ocultar el paso del tiempo, haba transformado su rostro en un mosaico de diferentes colores y texturas.
-Mi seora corre con los gastos. La cuestin es descapullar al muchacho. La matrona Balbo est interesada en que el miembro quede dispuesto para ejercer cuanto antes con su alta funcin. –Metellio procur de manera forzada mostrar ms alcurnia de la que aparentaba.
-Cualquiera de mis chicas podra desflorar a este imberbe, pero no est hecha la miel para la boca del cerdo. Ya que paga tu seora, bien podras regalarle un manjar ms delicioso.
-T calla y mustrame a las chicas de tu local. Del dinero me encargo yo. –El que parte y reparte se lleva siempre la mejor parte. Es por eso que Metellio haba pensado reservarse la mayor para su propio peculio.
Calpurnia se irgui a duras penas y se dispuso a penetrar la lasciva oscuridad del antro. Caminaba con una cadencia difcil de asimilar; la ausencia de caderas y el exceso adiposo que se desparramaba por sus flancos le hacan moverse con la torpeza de un cangrejo.
-Chicas, a trabajar! –A las palabras de Calpurnia sigui un evidente ajetreo en el interior.
La ristra de fminas de distinta clase y condicin tom forma ante los estupefactos ojos de Menesteo. El muchacho sinti el breve - pero no por ello menos intenso - impulso de salir por patas de all. Daba por sentado que haba llegado el momento de entrar de una vez por todas en el viril mundo de los desflorados. Pero una cosa era satisfacer la perentoria necesidad de mostrar al mundo el podero de su miembro, y otra dejarse manosear por una seora que bien pudiera ser su madre.
-Es esto lo mejor que tienes, vieja? –Metellio mir a la alcahueta con cara de pocos amigos.
-Para eso hago el trabajo yo mismo…a lo mejor queda ms satisfecho.
Metellio mir de reojo a su amigo; su torso sin esculpir y el pelo hirsuto que comenzaba a rizarse alrededor de sus pezones, eran una llamada al onanismo ms encubierto.
Descubri el placer de la sodoma aos atrs, cuando serva en la villa agrcola de los Balbo. Un capataz griego llamado Hiparin se encarg de despejar el camino, con la excusa de aliviar cierto encono anal que le llevaba a mal traer.
-Y no hubiera sido mejor llamar al galeno…? –Fue la inocente pregunta de Metellio. A la que contest Hiparin:
-Calla infeliz; el mejor mtodo para curar las almorranas es meterlas para dentro.
Recordaba con cierta nostalgia los apretones de Hiparin entre los viedos que crecan relucientes a orillas del Betis. Y si fuera l quin le descubriera al dulce Menesteo las excelencias de comer tanto carne como pescado?
A todo esto Calpurnia aguardaba con impaciencia la decisin de Menesteo.
No era fcil la cuestin. La primera seora era una nmida que por sus dimensiones se asemejaba a un hipoptamo del Nilo; haca tiempo que debi abandonar la edad propia del fornicio, a juzgar por los pellejos que colgaban de su pecho y la sonrisa desdentada que exhiba sin pudor. La segunda era una joven cntabra que apenas si caba por el dintel de la puerta. Menesteo observ con temor sus manos; un manojo de dedos como penes de burro amenazaba con espachurrar su delicado miembro a poco que se lo propusiera. Intent decir algo, protestar ante lo que se avecinaba, pero tena la boca seca y el estmago encogido.
-Vaya panorama. –Se lament Metellio. Mir de reojo a Menesteo; sin duda encontraran mejor mercanca ms all de las murallas de Gades, en el viejo poblado fenicio, pero entonces el resultado de su latrocinio se vera disminuido seriamente. De sobra era conocida la fama de careros de los proxenetas de Tiro.
-Si tan slo se trata de desvirgar, con esto te debera bastar. –Afirm Calpurnia moviendo sus manos como pinzas de crustceo.
Metellio empuj a su amigo, como se empuja a un cerdo al matadero. La muchacha cntabra lo agarr por la mano y se lo llev a uno de los reservados del antro.
-Me llamo Laya. –Anunci la mujerona antes de arrojarse sobre Menesteo. –Ensame lo que tienes ah.
Ensear, lo que se dice ensear, haba poco. El pene de Menesteo, favorecido por el canguelo que le provocaban las manos de la meretriz, se haba retirado hacia cavidades ms abdominales.
-Yo s cmo poner eso tieso como una vara verde. – Quin lo dira?, el hbil manejo del dedo ndice puede propiciar la estimulacin del miembro viril, sobre todo si acta con tino en los alrededores del ano.
Y all estaba el falo de Menesteo, erguido como los estandartes de la Dcima Gemina, dispuesto a asaltar la clida frontera vaginal de Laya…si es que era capaz de encontrar la entrada tras semejante vergel.
-Glups! –Fue el nico sonido que el muchacho fue capaz de emitir.
Pero antes quedaba la tarea ms ingrata. Contemplar la polla de Menesteo era sin duda un hermoso espectculo; palmo y medio bellamente esculpido en piel y msculo. Asomando en la cspide del monolito, la mirada ciclpea de un glande enorme y enervado asomaba con timidez.
-Por la Diosa Madre!, si pareces el mismo Prapo! –Exclam Laya abarcando con la diestra el contorno inhiesto del hermoso falo. Menesteo se arque como las cuerdas de una lira. Primero sinti un leve cosquilleo que le suba desde las criadillas hasta la boca del estmago, ms lo que aconteci despus le llev de cabeza a las mismas puertas del Hades.
-Aarggggggf! -El estremecedor alarido se perdi entre las calles del barrio viejo de Gades. Metellio se encogi apretando los dientes.
-nimo, Menesteo!, piensa en el bienestar que te espera en el lecho de la seora! –Sin duda, por semejantes prebendas bien vala ser descapullado por las bravas.
-Ug, arf, arf, uy, uy! –Los gruidos de Laya ahogaron los quejidos del pobre muchacho, el cual pugnaba en balde por escurrirse bajo las carnes de la prostituta.
Tras quince minutos de tormento, Menesteo abandon la privacidad del reservado. Por como caminaba, Metellio dedujo que el trabajo estaba hecho; el pobre chico se agarraba el pene con gesto dolorido, procurando no rozarse con los muslos al andar.
-Espero que no hayas deteriorado en exceso el material. La matrona de los Balbo es harto exigente con tales cuestiones. –Se quej Metellio al contemplar el perjudicado aspecto de su amigo.
-No te preocupes, tienes la garanta de mi casa. Si la ilustre seora se muestra quejosa del resultado, slo tiene que exigir la devolucin del pago…siempre y cuando le quieras explicar dnde ha ido a parar el resto del dinero.
-Zorra. –Murmuraba Metellio mientras ayudaba a caminar al pobre Menesteo.
Aquella noche, en los aposentos de la servidumbre, Metellio procur buscar la cercana de su amigo. Conoca varios remedios para aliviar la dolorida punta del pene de Menesteo. Dado los flirteos que acostumbraba se haba surtido de una amplia gama de ungentos y potingues para suavizar tragos como aqul.
-Djame ayudarte, Menesteo. Te pondr un emplaste y maana amanecers con la polla ms sana que el culo de un nio chico.
-Ugg. –Gimi Menesteo.
-Ya vers, ya vers como te sientes mucho mejor.
Manoseo arriba, manoseo abajo, las manos de Metellio recorrieron la envergadura del agradecido falo, que poco a poco, como si tuviera vida propia, comenz a temblar y aumentar de consistencia.
-Ufff. –El lastimoso quejido de Menesteo se fue transformando en placentera incitacin. Metellio aument el vigor de sus movimientos y susurr al oido de su amigo.
-T piensa en el lecho de la seora. Del resto me ocupo yo.
Y aqu culmina la historia de Menesteo, el joven criado de la casa de Lucio Balbo El Menor, y de cmo en una misma jornada, sin comerlo ni beberlo, perdi la virginidad tanto por el Norte, como por el Sur.
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¡PUFF! El estridente, insoportable y casi diabólico sonido del despertador, sonó otra mañana más. Salir de la cama casi me cuesta la vida pero, mientras me restregaba los ojos, mi mente pensó en ella y todo cambió. El agua de la ducha, con una frialdad rayana en la mala leche, despejó mi cuerpo y me volvió a la realidad diaria, borrando de golpe su cara, su belleza, su todo, porque todo en ella era como un sueño. Una vez vestido impecablemente y mirando el reloj con impaciencia para estar en el lugar oportuno en el momento exacto y, de camino, llegar a tiempo a la oficina, aunque esto era secundario, salí a la calle. Una mañana helada de un largo invierno,� con menos grados que el agua de Lanjarón, me recibió de pleno; con la fuerza que da la obligatoriedad de llegar al trabajo antes de las ocho, me puse en camino. Sabía que a y media ella se cruzaría conmigo y, entonces, saldría el sol y todo volvería a renacer. Pensando en ese momento, aceleré el paso, notando como mis pies casi volaban sobre la acera. Algo debió ocurrir porque antes de llegar a la esquina, tomé conciencia de que las aceras reflejaban con demasiada perfección el horizonte. ¡Hielo! ¡Había una transparente y malévola capa de hielo sobre el acerado! Frené en seco. ¡Craso error! Quizás motivado por no saber conducir, ni patinar. Lo cierto es que mis pies se deslizaron sobre la acera y, a la misma velocidad con la que andaba momentos antes, seguí deslizándome momentos después, eso sí, haciendo verdaderos esfuerzos y posturas acrobáticas para mantener el equilibrio.� Algo fallaba en mis memorias sobre lo aprendido en el Colegio sobre el rozamiento. Pero no era el momento de buscar el fallo. A la altura de la esquina quise doblarla. Bueno… en realidad lo que quise hacer era girar en ella, ya que la esquina estaba doblada cuando yo llegué. Lo prometo ¿eh? No lo conseguí. Y, fue ahí, precisamente ahí, cuando ella quiso doblar la misma esquina... perdón, quiso girar en la misma esquina que yo, pero en sentido contrario. (Ya se sabe las mujeres, hasta antes de presentarse ya nos llevan la contraria) Ella no quiso tropezar conmigo; yo sí quise tropezar con ella. ( de nuevo la maldita contraria que empezaba su trabajo de zapa). La cuestión es que ella, (siempre ellas) al intentar evitarme, algo que nunca entenderé, porque feo soy como una maldición en medio de una iglesia, pero por lo menos tengo un trabajo y gano mis euritos. Lo cierto es que al intentarlo, ese movimiento la hizo perder el equilibrio y, para no caer sobre la dura y helada acera, se intentó agarrar a mí, yendo a caer sobre mi enamorado pecho. ¿Has observado alguna vez los aspavientos y manifestaciones llamativas que todo el que va a caer hace para llamar la atención del público asistente? Yo sí. Pues figúrate esa escena, pero con dos al mismo tiempo y, además, en aquella ocasión hasta sentí sus efectos porque, no solo la diosa Cibeles... ¡Perdón! se me fue la olla, la espectacular chica se vino a mis brazos como las olas del mar se mecen desvanecidas sobre la fina arena de las playas (¡cómo me ha quedado oyes!), sino que una de sus manos, precisamente la derecha (y eso que la política a mi como que ni fu ni fa), se fue a posar, con la suavidad con la que una hoja otoñal se posa en el suelo, sobre mi entrepierna. Verla en mis brazos, tan cerca sus rojos labios de los míos, sus ojos mirándome con sorpresa, tan abiertos, tan hipnóticos y que, tan inesperadamente, me atacase por los bajos sin que yo ni tan solo me hubiere insinuado… ¡vamos, sin frenos y cuesta abajo!. Aquello fue demasiado para mi y sin soltarla (es lo último que hubiese hecho ni en ese momento ni el resto de mi vida) la besé. ¡Ya, ya lo sé que me he pasado tres pueblos y una alcantarilla! No la besé. bueno y ... qué. Uno no está preparado para que la vida le de ciertas oportunidades. Pero... si yo llego a saber que aquello iba a ocurrir, la hubiese besado seguro. ¿Seguro, tío? ¡Joder, seguro no, pero con las ganas que lo hubiese hecho!� Además, y no la hubiere dejado de besar hasta que ella perdiese el conocimiento, por ahogo, ¡ya lo se! pero lo hubiese perdido en mis brazos. ¡Jo! Pero no, lo único que ocurrió fue que una explosión de fuerza natural descontrolada, descomunal, vamos, como si treinta volcanes al mismo tiempo irrumpieran con todas sus fuerzas y calor en la superficie de la tierra, se desplegó en donde mis piernas se unen a mi tronco... ¡¡¡Sí, joder, a mi tronco!!! ¿No se compone el cuerpo de tronco y extremidades? Que yo recuerde ahora de cuando estudiaba. Pues eso, a ese tronco, no al que estás tú pensando, que los lectores no hacéis más que buscar erotismo donde solo hay amor puro. Y ahora déjame seguir. ¡Milagro! ¡mil milagros mas! ella no retiró su mano. La verdad es que o la chica estaba bien desarrollada o el abrigo que llevaba era de paño bueno porque pesaba como un matrimonio sin dinero; aun así, la retuve entre mis brazos hasta que, mirándonos a los ojos... ¡Puff, como una pompa de jabón entre mis manos, desapareció! Abrí mis ojos y vi como el despertador marcaba las ocho y diez. Con un enorme salto me levanté de la cama y me prometí, mientras me acercaba al baño, que jamás volvería a poner el despertador al alcance de mi mano. |
VACACIONES VERDES El paisaje era muy agradable. Suaves colinas cubiertas de verde hierba, y pequeños bosquecillos aquí y allá. Pensó que había elegido bien, y que los pocos días libres que tenía los iba a disfrutar de verdad. Salió de la ruta principal con cuidado y condujo su vehículo, un voluminoso todo terreno, hasta detenerlo al lado de un poste de combustible. Paró el motor y bajó del coche. Un hombre entrado en años, con andar cansino, apareció por la esquina del pequeño edificio situado junto a los surtidores, y se le acercó. -Buenos días. Era tarde y el sol estaba ya cerca del horizonte. De modo que aparcó y se dirigió al motel. Pidió una habitación, y descubrió con agrado que podría cenar en una pequeña cafetería del propio motel. A aquellas horas no le apetecía acudir a la ciudad. Además, ignoraba el horario del autobús lanzadera. Subió a la habitación agradeciendo mentalmente que se la hubiesen dado en el primer piso. Porque el puñetero ascensor lucía el molesto letrero de aviso de “No funciona”. En compensación, y con un sentido de la oportunidad que no compartía en absoluto, en varios lugares y estratégicamente situados, unos flamantes letreros decían “Haz salud. Sube por las escaleras”. No eran todavía las ocho y media, cuando estuvo ya instalado en la habitación. Colocó la maleta sobre una pequeña mesa, colgó la chaqueta en el armario, se desvistió y decidió darse un baño reparador. Tras un par de minutos con el grifo de la ducha abierto, comprobó con disgusto que no disponía de agua caliente. Con resignación casi cristiana, se duchó como pudo con el agua fría, y después se secó rápidamente, se vistió, y bajó a recepción. Poco rato después estaba sentado en la cafetería, pensando que tal vez se había equivocado escogiendo aquel pequeño país para su viaje. La amable señorita de recepción le había explicado que hasta que no estuviesen instaladas las placas solares sobre el edificio, no podían proporcionarle agua caliente. Miró la carta y empezó a buscar algún plato consistente, pues no había comido nada desde que a mediodía, justo antes de pasar la frontera, había aprovechado para hacer un ligero almuerzo. A medida que iba ojeando los platos de la carta, comenzó a preocuparse. ¿Dónde estaban los churrascones, las grandes doradas, las típicas salchichas gigantes que, de acuerdo con las guías turísticas, eran los platos estrella de aquel pequeño rincón del mundo? Bueno, a falta de esos platos tenía algunos que podía considerar pasables. Costillitas con finas verduras, filete con berenjenas, calabacines y patatas... Pidió las costillitas, y como primer plato una sopa del país. La sopa no era nada del otro mundo. Y cuando llegaron las costillitas tuvo dificultades para verlas entre un pequeño bosque de verduras. Pequeñas, y casi puro hueso. -¿Con qué alimentan es este país a sus animales?-, se preguntó. ¿Y qué clase de vino era aquel? Tomó la botella, y leyó la etiqueta. "Vino natural. Garantizado su origen de viñedos ecológicos. Fermentado en barril de madera de bosque ecológico." Y al pie, una nota en letra pequeña "Todos los empleados de nuestras bodegas, y todas las personas que han intervenido en la elaboración de este producto tienen el certificado de 'obrero ecológico', que garantiza lo sano de sus costumbres y lo saludable de sus hábitos de vida". Llegó la hora del postre, y siguiendo los consejos de la guía azul y la guía del viajero en jeans, pidió fruta natural. Cuando tuvo delante aquellas manzanas enanas, aquellas peras ridículas y aquel par de melocotones que más bien parecían aceitunas, no pudo contenerse y llamó al camarero. -¿Señor? Pocos minutos después nuestro viajero tuvo una nueva razón para maldecir la idea que le había hecho acudir a pasar unos días en aquel pequeño y pintoresco país. Salió a caminar un poco por los alrededores, y decidió aprovechar para llamar a su hermana y su cuñado. Simplemente para comunicarles que estaba bien - al menos de salud - y para recordarles que pasasen por casa y echasen algo de comida para peces en el acuario. Pero no pudo llamarles. ¡No había ni un mínimo asomo de puñetera cobertura! El viajero se encogió de hombros, y tomó la llave de la habitación. Se despidió con un lacónico "buenas noches", y se dirigió a la escalera. Pero apenas había dado un par de pasos, se acordó de una cosa. Antes de acostarse, sentado en la cama y con el pijama puesto, abrió por curiosidad el cajón de la mesilla de noche. Alguien había dejado un ejemplar atrasado de un periódico local. Lo colocó extendido sobre la cama, y leyó los llamativos titulares de la portada.
Un par de meses más tarde, una noche, hacia las doce, un matrimonio de mediana edad salía del pequeño chalet en el que habían cenado invitados por el hermano de ella. Se dirigieron a su coche, que habían aparcado justo detrás de un voluminoso todoterreno. -¿Te has fijado? Tu hermano no clasifica la basura, la mete toda en una misma bolsa. No separa lo orgánico, ni nada de nada... y la calefacción, ¿por qué la tiene tan alta? Podría ponerla a veintiún grados como todo el mundo y no tendría que ir en bañador por casa. |
Un día en tierra de nadie� El sol entraba a raudales aquel mediodía por el ventanal de la cocina. Otro día pasaba en el pequeño reino. La olla a presión zumbaba enloquecida desde las hornallas con las lentejas en plena ebullición. Yo, sentada frente a la mesa con la espalda encorvada, despeinada, ojerosa, todavía con las zapatillas de casa y sólo una vieja y larga camiseta como único atuendo, tenía a Sol, la pequeña de dos años, por enésima vez� prendida a mi pecho. Luna, mi hija mayor de cuatro, gritaba en otra silla: -“¡Avííííí Lemííííídd!” tanto, que casi no podía oír mis pensamientos. Tiraba juguetes desde la mesa estrepitosamente al piso. Una, otra y otra vez. La casa parecía la resaca de un huracán a su paso por una tienda de juguetes: muñecos, pelotas, cochecitos y peluches desparramados por todos lados. Y yo una zumbada superviviente. Cuando Sol terminó de succionar y saciarse le dediqué unas palabras tiernas, hipnóticas, a los ojos. Me miró y eructó a modo de afirmación. Me sentí inhibida por unos segundos -¿Dónde están los tiernos ángeles que se suponía iba a criar?- Luna colgaba ahora de la manija de la puerta y se columpiaba como un mono, nerviosamente, y no paraba de agregar ininteligibles a la canción. Dejé a Sol con dulzura en el suelo, para poder ir a controlar el potaje, pero inmediatamente un alarido de espanto cruzó mi cara como una bofetada. ¿No eran suficientes las dos horas empleadas para su desayuno, los juegos matinales, los mimos? No. Nunca era suficiente. Su boca abierta a boca jarro parecían las fauces de un león con el gruñido de una sirena de ambulancia. Espantoso. Me paralizó los sentidos por un instante. Fruncí el ceño y volví a cogerla en brazos, (demasiado temprano para iniciar la escena de histeria colectiva) me dolía un poco la cabeza y la espalda como para soportarlo. Acepté el inicio de la batalla. Y una vez ante el bombardeo, la retirada como� mejor opción ante la falta de recurso armamentístico. Me acerqué a la olla, pero como no podía maniobrar con Sol en brazos, decidí terminar de vestirnos. Venía a comer Beba, mi vecina soltera del tercero. La había invitado porque Jorge no regresaba a almorzar.
�–¡LUNA, TE TOCA EL TURNO, VEN QUÍ INMEDIATAMENTE ¡A LA UNA A LAS DOS Y A LAS TRES!-vuelvo a atacar, pero Luna está totalmente en silencio…tengo…un…mal presentimiento…corro al salón y la encuentro clavando una tijera en el sofá reiteradas veces. Me quedo helada y en silencio (en el fondo de mi cerebro suena una alarma. Ninuninuninu, la carrocería está dañada). Las peores imágenes de tortura infantil e infanticidio pasan por mi mente y cuando divagó lo suficiente como para saciarme psicológicamente de sangre, y no necesitar llevar a cabo ninguna de las visiones. Ya Luna ha terminado de despedazar las sentaderas del sofá y me mira intrigada. La cojo del brazo y la llevo hasta la cocina. – ¡Devuelve la tijera a su sitio y vete castigada al rincón, inmediatamente!- (digo esto seria y me siento una gilipollas. La niña acaba de destrozar el sofá de dos mil euros y sólo irá castigada cuatro minutos. ¡Pero si por mucho menos dinero están las cárceles llenas! “Peeero esss una niiiiña”, responde esa voz que indulta torpemente a estas alimañas. ¡UNA JODIDA REA!, respondo yo). Dejo a Sol en el suelo. Se larga a llorar. Corro a Luna que escapa con la tijera y parece Bolt buscando el record mundial. Doy un grito de espanto (porque pienso que puede caerse y hacerse daño). Pero en vez de ser ella la que cae, soy yo que tropiezo otra vez, esta, con mi propia manía de poner alfombrillas .Y doy un sonoro beso al suelo con toda mi cara como si de mi propia baldosa en Hollywood Boulevard se tratase (y hasta veo las estrellas y los flashes). Cuando estoy tirada en el suelo, suena el timbre de la puerta. Gimo, sollozo y maldigo, todo a la vez. Me sangra la nariz.
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Sonreíd con ternura. - Si, la tabla del siete, te digo. - ¿Y porqué la del siete?- le preguntó Tomás con cara de haba. - Porque lo he intentado con las demás y no me resultan tan difíciles…- Perdiendo la mirada en el parque no miraba a su interlocutor por una mezcla de vergüenza y aburrimiento. - ¿Y si piensas en otra cosa? Como la muerte, por ejemplo. - Ná. No sirve.- Miró a Tomás y sonrió con malicia- Por cierto, ¿y tú?, ¿haces algo? - Bueno… Si es en esa situación… prefiero no pensar en nada… - Ya ¿no será que es por que nunca te ha tocado estar en semejante trance? - Déjame, has empezado tú con “la sinceridad”.- Ahora era Tomás el que miraba a las chicas del banco de enfrente tirar las cáscaras de pipas al suelo. - Vete a la mierda, Tomás. ¿Les decimos algo? - ¿A quién?, ¿a esas guarras?- La mueca de desprecio se acompañó de una buena porción de lengua fuera y un estertor como de vómito. - ¡Qué cerdo eres! Tú si que eres guarro. Que una de esas es mi hermana. - A tu hermana… ¡A tu hermana si que le cantaba yo la tabla del siete!-� Tomás, en previsión de la colleja que se rifaba, saltó del banco esquivándola in extremis. |
VENGAN CONMIGO
-¡Cinco horas, Rubén! ¡Cinco horas pensando estupideces sin escribir una palabra! Tambaleándose ligeramente se acerca adónde nos encontramos suspendidos, flotando transparentes, y empieza a darse cabezazos contra la pared; curiosamente, parece ser que le va gustando, que de alguna extraña manera le sienta bien, porque va aumentando la fuerza hasta hacerse sangre, parando inmediatamente, para luego recriminarse el ser tan imbécil. Con una servilleta detiene la pequeña hemorragia. También se toma dos pastillas de paracetamol. Y abre otra cerveza. Vuelve al ordenador, quiere escribir pero no lo consigue, y por lo que le entendemos mientras habla entre dientes, sabemos que lleva así dos días, ayer y hoy, y que su novia, Renata, se ha marchado a casa de una amiga harta de verle borracho y dando pena diciendo que ha fracasado en la literatura. Debe de estar rememorando a su novia, pues Rubén comienza a acariciarse los genitales, excitándose rápidamente.., entonces suena el timbre y luego aparece una chica rubia, bajita pero voluptuosa, a la que Rubén no conoce, o quizá sí, ya que en sus ojos se dibuja una mueca de reconocimiento lascivo..., ella enseguida se acerca y le debe decir “¿Qué te ha pasado en la frente?”, mirándole con cariño, ya que él cuenta en voz alta la historia de los cabezazos muy atropelladamente, casi no se entiende nada, y es en ese momento cuando Rubén comprende que está viendo alucinaciones (nosotros ya lo sabíamos, atónitos nos habíamos dado cuenta de que en el estudio no hay nadie salvo Rubén, que él estaba hablando solo) puesto que se calla de golpe y se sonríe aceptando el juego mientras se deja acariciar el pelo y lavar la cara en la cocina. La chica ha de ser muy amable pues Rubén parece tranquilo, aunque no deja de beber. Ella ha debido preguntar si podía darse un baño pues Rubén responde que claro, que enseguida enciende el agua caliente y que el baño es todo suyo. Ahora deambula desesperado por el estudio, con furia arroja la lata de cerveza contra el suelo, causando gran estropicio, se puede adivinar que lo que más le jode es haber perdido tantas horas para no escribir nada: ¿por qué no haber aceptado la derrota desde el principio?, ¿por qué no haber preferido ver una película o charlar con Renata del trabajo o del tiempo?, ¿por qué elegir la literatura y ese maldito relato con sentido del humor?; y le jode además no ser capaz de olvidar ni por un instante que mañana ha de defender su propuesta de inversión ante sus superiores en la empresa..., malditos lunes..., “corre, vamos, escribe lo que sea, aunque no tenga gracia, ¡a quién coño le importa!, has de dormir, mañana te tienes que despertar muy temprano, ni siquiera has repasado tu discurso, ¿pero que te pasa?, parece como si este concurso de relatos fuera a acabar contigo!, llevas una semana bloqueado, sin escribir nada, y ayer y hoy trastornado, Renata se ha marchado, ni le diste un beso...” Entonces vemos como de nuevo se levanta y de nuevo va hacia la pared donde se dio los cabezazos pero esta vez empieza a dar patadas contra el rodapié, sin zapatos, es increíble que no le duela, la verdad es que dobla los dedos hacia arriba para amortiguar el golpe pero son patadas con mucha rabia y así sigue hasta que escuchamos un chillido de dolor inhumano y comprendemos que Rubén se ha roto un dedo, el meñique para ser más exactos; corriendo va al baño donde, demostrando una excelente memoria, por no hablar de la imaginación, contempla a la enigmática rubia que se baña mientras él pone el pie bajo el agua fría que sale del grifo del lavabo obteniendo un fugaz alivio a su terrible dolor..., en pocos instantes el dedo se pone tan grande como el gordo pero lo realmente increíble no es esto sino que Rubén tiene una enorme erección y, tras desnudarse en tres segundos, se abalanza hacia la bañera donde la chica, de alguna incomprensible manera puesto que no la podemos ver, le arrea una tremenda patada en los cojones que le deja sin respiración mientras cae al suelo del cuarto baño con lagrimones en los ojos... El agua suena pues se ha dejado el grifo encendido acallando, pero muy poquito, los alaridos de Rubén cuando recupera el aliento. Poco a poco se calma, incluso consigue echar una meada y renqueando sale del baño y se dirige al ordenador donde cierra el documento word en blanco que tantos males estaba provocando y abre su presentación..., qué suerte que la tuviese terminada ya. Por momentos parece relajarse, el paracetamol debe estar haciendo efecto, en la frente hay aún sangre seca, pero poco más, una leve inflamación tal vez, el dolor en las partes nobles no debe ser tanto pues en definitiva el golpe fue inventado y el dedo pudiese ser que no estuviese roto aunque era obvio que seguía muy hinchado. Con cierto deleite de borracho va pasando las páginas de su trabajo, releyendo las ideas que ha de defender mañana y siente que no hay problema, que siempre ha tenido buena labia..., aunque recuerda que seguramente debe tener una fea marca, quizá un moratón, en la frente por los cabezazos, así que decide coger las pinturas de su novia y maquillar la herida con esos polvos para ver si es fácilmente disimulable, como él piensa, y quedarse más tranquilo..., no obstante, en cuanto entra en el cuarto de baño repara en un minúsculo tanga sobre el grifo de la bañera que coge jurando que no es de Renata, y luego mira en todas direcciones frenéticamente, adivinamos que quiere cerciorarse de que no hay más rastro de aquella chica rubia, “joder, cómo la lío para hacerme una paja”, se dice Rubén, y sacando el maquillaje sonríe al ver tantos colores y empieza a ponérselos todos hasta que se da cuenta de que de nuevo está perdiendo la cabeza porque se ríe hasta quedar exhausto cuando se prueba el tanga y se observa en el espejo culito en pompa y porque sin previo aviso sale corriendo y grita “¡Pero qué haces ahí, rubia, tumbada en el sofá como si fueses una reina!..., ¡fuera de aquí, joder, casi me revientas los cojones, acaso no te acuerdas!..., ¡que te vayas, joder!..., ¡qué coño dices que este tanga es tuyo, tarada, ahora es mío, acaso no ves qué bien me queda!...” en esos menesteres estaba Rubén cuando se escuchan (nosotros también y realmente estamos expectantes sobre quién puede ser) unas llaves en la cerradura y vemos que la puerta de entrada se va abriendo y que aparece una chica del montón con semblante serio, como de enfado, que rápidamente se transforma en una mueca de espanto indescriptible..., y es que no es para menos..., la escena lo merece..., recordemos que Rubén ha tirado cerveza, cacahuetes, que todo su rostro ahora está maquillado con manchas de color, en pelotas a pesar del tanga y que además hace extrañísimos movimientos pues intenta ocultar a la chica rubia tras una manta olvidándose que sólo él la puede ver. Renata, ahogando los gritos, con las manos en la cara, y los ojos como huevos duros, da rienda suelta a su desconcierto: -¿Qué es todo esto, Rubén? ¡Te has vuelto loco! ¿Por qué llevas un tanga?..., ¿qué haces con esa manta?, ¡estate quieto!..., ¡pero qué estás mirando en el sofá!..., cuando me marché me prometiste que te acostarías pronto, mañana tienes que despertarte a las siete, ¿recuerdas?..., ¿qué ha pasado en nuestra casa?… ¿Te has meado en el suelo?... ¿Deja de dar saltos, es que no te das cuenta de que se te bambolea todo?..., mira, ¡o me dices la verdad o hemos terminado! -La verdad es que...-, y se acercó cojeando a su novia. Nosotros en ese momento, queridos lectores, sentimos cierta empatía por Rubén porque, sea como fuere, y a pesar de no ser ningún ejemplo de rectitud moral, le hemos visto sufrir de una manera noble por escribir un relato con sentido del humor pero nuestro tiempo se acaba y debemos regresar por donde hemos venido. Al final todavía escuchamos: -Pero si tienes el dedo roto, ¿cómo te has roto el dedo, Rubén? ¡Vamos..., no llores! No, no te has vuelto loco... Ya me contarás mañana... Ay, chiquitín, si es que no te puedo dejar solo..., no, no, deja de meterme mano, no, tienes que descansar, ay, Rubén, pero cómo se te ocurre ponerte uno de mis tangas..., ¡que dejes quietas las manos, pulpo!..., mira que eres pesado..., ¡quieto!..., no si al final te voy a tener que meter una hostia... |
¡Joder! ¡Qué putada! Juan siempre quiso poder vivir sin tener que trabajar. Supongo que nunca había sido consciente de ello hasta hace relativamente poco. Lo de segar los campos o levantarse a las cinco de la mañana para ir a una línea de producción no estaba hecho para él. Ninguno de los capullos con los que se juntaba tenía trabajo porque hay ciertos derechos que se habían convertido en privilegio. Él, al menos, tenia intenciones de estudiar en la universidad y eso le daba la justificación a su miserable existencia con un plan de futuro creíble. Siempre había sido un completo inútil sin ninguna habilidad honrosa más allá de liarse los porros mientras conducía. Tampoco se puede decir que sea portador de una inteligencia abrumadora…, en realidad no se puede decir que sea portador de una inteligencia. Punto. Sinceramente, un personaje demasiado patético como para usarlo en ningún relato. Se veía a si mismo con dieciocho años sin trabajo, sin experiencia, sin habilidad ninguna y con menos inteligencia que el ejército. Y lo más importante, sin la más mínima intención de pegar palo al agua. ¿Para qué servía? Muy sencillo: tenía que presentarse a unas oposiciones y convertirse en un honroso funcionario indespedible. Su vida estaba a punto de convertirse en un rotundo éxito. Se informó de los requisitos para poder presentarte a unas oposiciones decentes. La verdad es que le daba igual presentarme a administrativo, conserje o secretario de ayuntamiento. Según descubrió después, da igual si trabajas más o menos; lo importante es la categoría que apruebas. Después el de la clase B trabajará lo mismo que el de la clase C pero se ve que cobrará más porque incluso para no hacer nada hay que tener título. Intentó buscar cual era la carrera más sencilla y le dijeron un par que te aprobaban solo por asistir al examen. Descubrió que para acceder a esas carreras tenía que esperarse al siguiente septiembre y eso era una noticia estupenda.� Podría pasarse un año entero preparándose la transición a la nueva carrera. Sus amados padres accedieron gustosos a que dedicase un año a estudiar en casa y la biblioteca siempre que fuese suficientemente maduro y responsable. Aún no entiendo como eran capaces de albergar ninguna duda. Tres meses después se despertó a las diez de la mañana para empezar a descubrir el camino escogido. La prematricula era algo que quería tomarse con cierta seriedad puesto que aquél era el primer paso para convertirse en el gran funcionario que pretendía ser. Un amigo se había ofrecido a acompañarlo porque, simplemente, no tenía nada mejor que hacer. Habían quedado que a las diez se encontrarían en la puerta de su casa y ambos sabían que el otro llegaría, al menos, media hora tarde. Alberto era el típico tipo demasiado inteligente para su edad y demasiado enfadado con el mundo para su inteligencia. Un tipo que jamás encajaría en ningún sitio y que lleva años apareciendo en mis relatos porque ya le he pillado cariño. Se habían informado de una ruta clara y directa hasta la universidad pero sus equivocaciones se sucedieron ya desde la elección de la salida en la autopista. Os aseguro que tener que cruzar Barcelona a media mañana no les hizo ninguna gracia por más que en el intento cayesen no menos de cuatro porros. El tráfico en la ciudad era horroroso y los ratos parados les regalaron multitud de momentos claustrofóbicos. La facultad a la que se dirigían se encontraba en medio de un campus universitario precioso, enorme y plagado de jovencitas hermosas. Dichas jovencitas habían conseguido meterse en sus pantalones gracias a algún ejercicio de contorsionismo que las llevaba a reducir la circulación sanguínea en tren inferior de manera drástica. Juan sintió que iba a encajar en aquel lugar y tuvo la esperanza de encajar también con el tiempo en alguna de ellas. El campus tenía, además de jovencitas preciosas, un montón de indicadores para conseguir llegar al edificio que te interesase. Dichas indicaciones tenían la peculiaridad de contradecirse entre ellas con lo que terminabas guiándote por tu maravillosa intuición. Tres vueltas enteras al campus llevaron a Juan directamente ante el edificio de matriculación. Dejó a Alberto esperando en la puerta y se dirigió a la ventanilla adecuada para encontrarse con la típica administrativa sosa que me sirve como escritor para ir metiendo tópicos de por medio. -Buenos días- saludó a la señora que le sonreía amablemente desde su silla. -Buenos días. ¿En que puedo ayudarte? -Quería hacer la prematriculación para … -Para, para. Las prematriculas terminaron ayer muchacho. Te tendrías que haber informado. -Y lo hice. Me dijeron que las matriculas se podían hacer hasta el día dieciséis. -El problema es que hoy es diecisiete. El mundo de desmoronó ante la expectativa de tener que informar a su patrocinador de la pérdida de otro año antes de entrar a la universidad. -¿Y usted no podría hacer una trampa de esas que se hacen? Podría meter mi solicitud en la carpeta y yo no se lo diría a nadie. -Ese no es el procedimiento. -¿Y cuál es? -Tienes que solicitar el formulario para solicitudes retrasadas. -Muy bien ¿Puede darme el formulario para solicitudes retrasadas? -Me lo tienes que solicitar por escrito y por triplicado. -Me da el formulario para solicitar el formulario de la solicitud retrasada. -Como no. Para eso estoy aquí. Un momento.- Dijo dándose media vuelta para ponerse a buscar entre unas bandejas. -Qué afortunados somos de contar con profesionales como usted. -Lo sé- dijo girándose de nuevo.- La pena es que no me quedan formularios para la solicitud del formulario para solicitudes retrasadas. Deberás volver mañana. -Y no podría imprimirme uno ahora. -Podría. Pero entenderás que ya son las dos y cinco de la tarde. Yo ya tendría que estar de camino a mi casa. -Pero usted entenderá que si no me da ahora ese informe mañana tendré que venir desde otra ciudad para que me entregue ese papel. Tendré que atravesar Barcelona de nuevo y eso, a esas horas, es como intentar atravesar Mordor con la procesión de la virgen del rocío. -Y eso, a estas horas, es algo de lo que yo no puedo responsabilizarme. -¡Chin Pon! -¿Perdona? -Bien, bien, me gusta este sitio. Nos veremos mañana. Cuando salió del edificio de matriculación se encontró con Alberto sentado en las escaleras a medio camino de un sueño profundo que se había merecido casi con toda seguridad. Se estaba fumando un porro y, de algún modo, había conseguido agenciarse un par de birras de alguno de los estudiantes que pasaban por ahí. Estaba casi tumbado, recostado sobre sus codos y abriendo las piernas como si quisiera enmarcar su paquete en algún tipo de estrategia de marketing que parecía no haber dado resultados aún. -Volvemos a casa. -Oye tío. Esto es el paraíso. ¿Tú has visto todas las tías que hay aquí? -Me voy a poner morado. Lástima que son un poco ortopédicos en el funcionamiento. Tengo que volver mañana- contestó Juan sin que pareciera que eso le preocupara lo más mínimo. -¡Vas mas prieta que los tornillos de un submarino!- gritaba de pronto para seguir hablando conmigo en tono más calmado.- Estos organismos públicos son un desastre. No le dan ningún tipo de importancia a los problemas de sus clientes. -¿Sabes que me molaría que estudiaras por aquí conmigo?- preguntó Juan sincero. -Yo no me veo en un sitio de estos, tío. ¡Como saque la lengua a pasear te voy a dejar el flujo a punto de nieve! – le gritaba a otra para volver a hablar conmigo. -Yo también vi el indomable, tío. Si invirtieses el tiempo que pasas leyendo libros en sacarte una carrera ya tendrías cinco. -¿Y para que me servirían? No sabes lo poco que llegan a servir esas cosas en nuestro mundo- dijo resignado para mirar después a otra chica.- ¿Historia? ¿Quieres conocer a Vlad el Empalador? -Pues te serviría para encontrar un trabajo. -Créeme, no me serviría. Además, no pienso alquilar mis conocimientos ni venderme al mejor postor. ¡Conmigo ibas a aprender a jadear como una loca!- le gritaba a otra chica. -¡No le hables así a las tías joder! -¡Voy a pedirle al Sati que me cambie por tu tanga! - gritaba sin hacer mucho caso a mi petición.- No ves que en el fondo les mola. -¿Tú estás seguro que les mola? -Fíjate que todas me miran el paquete. Les molo. -No creo yo eso. ¿Y quien coño es el Sati? Tchan, tchan, tiru titu (eso es música de misterio) -No deberías haber hecho esa pregunta. -¿Por? -El Sati es el personaje de un relato. Es el nombre cariñoso de Satán. -¿Y porqué no debí preguntar? -Porque lo he usado para ganarme la simpatía de un escritor, bípedo. -¿Cómo qué bípedo? Das miedo tío. -Lo he dicho para ganarme la simpatía de otro escritor. -¿Vas a ganarte la simpatía de un escritor por eso? -Aunque me caiga un rayo. -Tío, tío. Que no te sigo… -Pues píllate unas vacaciones verdes. -¡Vete a la mierda! ¿Estás hablando en clave? -Eres patético tío. No lo entiendes ¿verdad? Tchan, tchan, tiru titu (más música de misterio) -¡¿Qué es lo que no entiendo?! -Estoy reuniendo votos de forma sutil para que este relato termine en una buena posición. -¿Qué relato? -Esto es un relato tío. Somos los alter ego de un escritor fracasado que nos usa como consuelo a una patética frustración. -¿Qué dices? Deja de ver pelis raras. -¿No te lo crees? -Por supuesto que no. -Pues pídele al escritor que todas las tías de por aquí se desnuden ahora mismo. Como soy el escritor de esta mierda de relato y no sé como hacer que haga gracia, acabo de decidir que todas las tías universitarias que pasaban por ahí perdieran de forma instantánea toda su ropa. -¿Qué coño pasa aquí? – preguntó Juan. -Que me ha hecho caso… -Pues yo quiero follármelas a todas. -Ni lo sueñes. A mi me parece que con esto ya se está acercando demasiado a las mil setecientas palabras y lo va dejar por aquí. Despídete de los lectores aprendiz de Menesteo. -¡Joder! ¡Qué putada!- contestó Juan justo antes que yo terminara de escribir. |
Artefactos. Había una vez un hombre. Vivía solo en una pequeña casa que se había construido con sus propias manos, situada en la cima de una pequeña colina desde la que podía dominar una amplia extensión de terreno cubierta de bosques y campos de cultivo, y dividida en dos por un río que rodeaba la colina a su paso. Y todo lo que podía abarcar con su mirada desde la cima le gustaba llamarlo de su propiedad. El hombre cultivaba todos los campos de su territorio. Se levantaba con el alba y pasaba todo el día en ellos hasta el atardecer, así día tras día, trabajando más horas que las que “podía contar con los dedos de sus manos”. Y con cada nuevo golpe de azada y con cada nueva semilla plantada, el hombre sentía que aquella tierra le pertenecía cada vez más. Y aunque producía más de lo que podía consumir (estaba sólo y no comerciaba con nadie, pues no había nadie cerca hasta donde él podía recordar) no dejaba nunca de meditar sobre nuevos modos de exprimir más y más sus cultivos, almacenando el excedente “por lo que pueda pasar”. Y no había placer mayor ni motivo de más profundo orgullo que contemplar cómo amasaba más y más riquezas hasta el punto de que había ampliado varias veces su granero. Un día que decidió probar un nuevo método de arado en una zona que tenía un poco descuidada últimamente (aunque no quería admitirlo, no podía mantener todo su dominio atendido por completo), descubrió horrorizado cómo unos pájaros levantaban el vuelo de entre las plantas. Cuando llegó corriendo hasta el lugar desde donde éstos habían escapado, comprobó con indignación que la tierra estaba removida y picoteada. Rápidamente, montó el hombre en cólera y, sintiéndose ultrajado, cogió una piedra dispuesto a atacar a los ladrones que ya se habían alejado. Furioso, temblando de ira ante tan descarado robo, alzó el puño y susurró amenazante, con los dientes apretados: - ¡Cabrones! Acto seguido, se encerró en su casa dispuesto a enderezar cuanto antes lo que él consideraba un atentado contra su propiedad, un ultraje sin precedentes merecedor de un justo y ejemplar castigo. Y así pasó meses, ideando artilugios aniquiladores y diversas estrategias de batalla. ¡Había comenzado la guerra! Durante aquellos meses vivió consumido por la rabia y la indignación, obsesionado hasta tal punto que descuidó totalmente el cuidado de sus campos y tuvo que agotar todas sus reservas, sin las cuales hubiese muerto de hambre (“hombre prevenido...”). Hasta que un día, ojeroso, pálido y desaliñado, emergió de su retiro con un plan de ataque y el instrumento perfecto para llevarlo a cabo. Habían sido duras jornadas de trabajo (con más horas de las que “podía contar con las manos y los pies”) pero no había un mínimo asomo de duda en su mirada, fiera y satisfecha, de su seguro éxito. - ¡Os vais a cagar! –pensó. Se encaminó así hacia sus campos, armado y decidido. Terrible fue su dolor al comprobar el deplorable estado en que se encontraban (más por los meses de descuido que por los posibles pillajes realizados por las aves), pero ello no hizo sino incrementar su rabia. Puso en marcha su instrumento y, infatigable, se dedicó en los siguientes días a perseguir y exterminar uno a uno a todos los plumíferos alados que pudo encontrar. Fueron jornadas de horror y muerte, donde la total aniquilación se llevó a cabo de manera fría y calculada: ni una sola vez le tembló el pulso al hombre, ni una sola vez dudó de estar haciendo lo correcto y legítimo. Finalizada su tarea comprobó satisfecho que no quedaba pájaro vivo hasta donde abarcaba su mirada. Y entonces, sólo entonces, descansó. A partir del día siguiente se dedicó en cuerpo y alma a la reconstrucción de su territorio: cortó las malas hierbas, aró con sus propias manos los campos y los preparó para la siembra que no tardaría en venir. Un día, mientras araba en los límites de sus dominios, vio, por el rabillo del ojo, algo que se movía entre las copas de los árboles. Corrió el hombre a agazaparse para descubrir la causa. No tardó en vislumbrar una ardilla deslizándose rápida entre las ramas. Y otra, y otra,... Los pájaros le habían arruinado una vez sus campos, no lo harían ahora estos asquerosos animalillos. - ¡Y una mierda! –exclamó, irritado. Y se encerró de nuevo en su morada, dispuesto a mejorar su invento y adecuarlo a los nuevos intrusos. Y mientras lo hacía llegó a la conclusión de que lo más probable era que debía de haber muchos otros tipos de alimañas dispuestas a alimentarse de su trabajo: ratones, topos, tejones... - Me cago en... –exclamó. Y durante meses trabajó y trabajó para dar forma a la máquina definitiva que le liberaría al fin de todo elemento advenedizo. Y llegó el día en el que puso en marcha su invento y, poco a poco, uno a uno, fue eliminando, de manera fría y calculada, todos los animales que podían representar una amenaza para su prosperidad. De nuevo, sembró de muerte sus campos y sus bosques hasta que no quedó animal vivo hasta donde su vista abarcaba. Y entonces, subió a su colina y contempló satisfecho su obra. Nada se movía, nada se oía. Sonrió primero, pero su sonrisa desapareció pronto al comprobar que un silencio de muerte se extendía donde antes había hervido la vida con todo su bullicio. - ¡Vaya! – pensó, deprimido. Y se retiró a su guarida. Y durante meses trabajó sin descanso, maquinando una solución para resolver aquella nueva adversidad. Y fueron muchas las pruebas y muchos los fracasos, hasta que un día emergió, radiante y satisfecho, con un nuevo artilugio que remediaría todos los males causados y traería de nuevo la alegría a su sombría y triste propiedad. ¡Y así nació el radiocassette! |
CALABAZAS Mario contaba veinte años de edad. La chica a la que idolatraba, veintiuno. Mario, que era moreno, tenía un aspecto desaliñado: era feo, muy alto y muy delgado, tenía el pelo corto y despeinado y solía vestir con ropa desgastada. Mientras que la apariencia de Gisela era inmejorable: era muy guapa, no estaba delgada ni gruesa, era de estatura más normal y de piel tostada gracias a las horas que se pasaba tomando el sol en la azotea del edificio donde residía. Mario era excéntrico, y en el barrio algunos le llamaban El tío Camuñas. El barrio estaba apartado de la ciudad, más allá de la autopista. Se llegaba a él atravesando un puente que había sobre la vía rápida. El puente tenía dos carriles para los vehículos –uno para los que iban y otro para los que venían- y una acera para los peatones. El barrio era muy pequeño. Lo formaban tres bloques de pisos, un colegio y un parque. Los bloques eran muy altos, de ladrillos rojizos, teniendo cada uno de ellos trece plantas y una azotea en la que algunos vecinos tendían la ropa. Mario vivía, mirando desde el puente, en el bloque de la izquierda y Gisela en el del medio. El colegio era pequeño. A él sólo acudían los niños hasta primaria. Cuando se hacían mayores, debían ir a clase en un instituto del barrio más cercano o del que quisieran. El colegio era cuadrado y tenía dos plantas. También tenía un patio gris con dos porterías y dos canastas. El parque era grande, y estaba entre los tres bloques y el colegio. Tenía una zona de césped, otra de tierra y una de juegos infantiles, con toboganes y columpios, entre otros. En todo el parque había muchos árboles. Mario siempre intentaba ligar con Gisela. Esto venía ocurriendo ya desde niños, en el colegio, pero ella nunca le había hecho caso. Últimamente, cada vez que Mario le hablaba cuando se la encontraba por la calle, ella giraba la cabeza indignada y miraba para otro lado. Su indignación venía por la manía que tenía él de espiarla de azotea a azotea cuando ella tomaba el sol en la de su edificio. Mario pasaba muchos ratos en la del suyo porque allí tenía un huerto. En éste había de todo: tomates, lechugas, alcachofas, ajos, patatas…, todo en macetas muy grandes y con tierra negra. Abajo, en su piso, en el que vivía con su padre, tenía, además, ocho gallinas negras enjauladas y una cabra que había robado a unos gitanos. El padre, avergonzado, se pasaba el día fuera de casa y del barrio, y sólo regresaba por la noche a dormir. Por las noches, antes de cenar, Mario sacaba las gallinas y la cabra al parque atadas con cordeles. Las gentes que habían sacado sus perros a orinar y defecar tenían que volver a sus hogares ante la bravura de los canes con los alados domésticos. En un primer momento, Mario no supo qué hacer con ellas, porque ni le gustaba comerlas –por eso no las cultivaba en su huerto- ni celebraba Halloween. Luego pensó que de momento se las guardaba en casa. A la noche siguiente, otra vez antes de la cena, de nuevo Mario con las gallinas y la cabra y los vecinos yéndose para sus hogares con sus perros. Y otra vez apareció por allí Gisela, de nuevo camino de una velada agradable. Ella cogió y le preguntó por qué narices sacaba todos los días las gallinas y la cabra al parque. Él le contestó que lo hacía para que a la cabra le diera el aire y para que las gallinas picotearan los lugares en los que habían orinado los canes. Al hacer esto, aseguraba, sus gallinas pondrían, con el paso del tiempo, huevos de oro, al ser la orina de color amarillo, como ese metal. Aprovechó, una vez más, para proponerle noviazgo. Ella le volvió a dar calabazas. Mario ya tenía unas cuantas más. A la mañana siguiente se cruzaron en la calle. Él volvió a intentarlo. -�No le pidas peras al olmo –le dijo Gisela. Mario marchó corriendo para la azotea -dejando antes en casa las nuevas calabazas- y cogió una maceta grande en la que tenía plantado un olmo –que aún era muy pequeñito, como una planta cualquiera- y la tiró a la calle, desde allí mismo, con tan mala suerte que fue a parar a la cabeza de Gisela. Por fortuna y sorprendentemente no le ocurrió nada, tan sólo le salió un chichón grande. Se cagó en Mario. Éste se quitó la mierda con unas sábanas blancas que había tendidas en la azotea y la usó luego como abono en el huerto. Pasadas unas fechas, se encontraba Gisela tomando el sol en la azotea de su bloque y escuchó fuertes golpes que provenían de la de al lado. Era Mario, peleándose con una bolsa de tierra negra que había comprado para el huerto. Intentaba sacar la tierra a palazos, dándolos por un extremo, el cerrado, esperando que saliera por el otro, el que había abierto. Gisela le sugirió, a voces, que probara a abrir más la bolsa. Mario hizo caso y la tierra cayó sin problemas. Antes de que le pidiera, otra vez, noviazgo, Gisela le tiró unas cuantas calabazas, que volaron por el aire de azotea a azotea, y le gritó: -�¡Más vale maña que fuerza! –y se tumbó a continuar tomando el sol. Mario bajó al piso y en él preparó un pequeño equipaje. Dejó abundante comida y agua para la cabra y las gallinas. Salió a la calle, cruzó el puente sobre la autopista y se dirigió a la estación de autobuses, para desde allí poner rumbo a Aragón, en busca de la maña. Con ella suponía iba a llevar una existencia mejor. En ventanilla pidió un billete para el primer autocar que saliera con destino a Calatayud, que había sido el primer lugar que le había venido a la mente pensando en las tierras aragonesas. El señor de la ventanilla era un viejo vestido todo de verde, con su pantalón, su camisa y su chaqueta. Le dijo: -�Si vas a Calatayud, pregunta por la Manuela, que es nieta de la Dolores y es más puta que su abuela. �El viejo, tras contar el chiste, sonrió dejando ver, desde el otro lado del cristal, el único diente que tenía. En Calatayud Mario preguntó por tascas, restaurantes y plazas por la Manuela. Nadie acertó a decirle dónde vivía. Fueron muchos quienes, riendo, le recomendaron un prostíbulo céntrico. �A él acudió y en él sació sus instintos más salvajes por primera vez en su vida. Fue con una ramera de baja estatura, pelo corto y teñido de rubio, tetas gordas y labios pintados de rojo. Tan bien lo hizo ella, que Mario pensó que era la maña que necesitaba. Consiguió convencerla para que se fuera a vivir con él y su padre, aunque éste apenas parase por casa. Allí estaría como una reina, sin tener que prostituirse para nadie, sólo para él. Pasaron los días, estando Mario con su ramera por el barrio y sobre todo en la azotea, hasta que una mañana las gallinas pusieron, por fin, huevos de oro. Comenzó a reunir grandes cantidades de dinero, aunque sin saber qué hacer con esa riqueza. A las pocas fechas se encontró a Gisela en la calle. -�Ya veo que te va muy bien. Gisela le propuso una cita para esa misma tarde. Llegó la hora y ella llamó al interfono de Mario. Éste bajó enseguida, y le dijo que ahora estaba con la maña y que le iba a resultar difícil dejarla. Gisela le dijo que no, que le iba ser muy fácil. -�Yo soy más guapa, eso lo sabes. Al poco regresó con un carretillo cargado de calabazas, algunas de ellas podridas. -�Toma, te las devuelvo. |
MIS DOS AMIGAS Tengo dos amigas. En realidad, son mis dos amantes. En nada se parecen, quizá por esto ambas me atraen. Se complementan bien y por eso me duele tener que escoger. La rubia es menuda, su cuerpo es pequeño, su apariencia, frágil. Es joven, su personalidad aún no está formada y por eso muestra un carácter voluble. En sociedad siempre se muestra fría, altiva, consciente de que todos los hombres la miran y desean su compañía, pero esa es sólo su pose, su coraza. En la intimidad, cuando nadie la observa, cuando su belleza de muñeca de porcelana no clama su vulnerabilidad, cuando por fin se siente libre, cuando deja que tus labios se acerquen a su cuerpo aniñado, virginal, húmedo... cuando permite que con el primer beso te fundas con ella, es entonces cuando todo se vuelve sencillo, cuando muestra su naturaleza fresca, juguetona e inexperta. Con ella disfrutas, simplemente disfrutas, porque sabes que tú mandas, sabes que no la puedes decepcionar y al verla estremecerse sabes que realmente se está abandonando al placer más puro, más auténtico. Y por eso siempre está dispuesta, en cualquier sitio, en cualquier lugar, poco le importa hacerlo en sitios incómodos, ni tan siquiera parece importarle que no dure mucho, pues, en el fondo, tan sólo desea nuevas experiencias. Mi otra amiga es negra. Ella ya no es una niña. Su cuerpo es voluptuoso. Su personalidad es fuerte, tiene carácter, pero siempre se muestra cálida, accesible. Con ella siempre te diviertes y, en el calor de la intimidad, aprendes. Se la ve experta, le gusta mandar, sabe lo que quiere y muestra su amargura cuando no la satisfaces. Con ella no hay lugar para las prisas. Debes seguir su juego. Y es que, si cedes a sus besos, largos, pausados, dulces, profundos; besos que empiezan en los labios, acarician tu lengua y suavemente atenazan tu garganta hasta que sientes un nudo en el estómago; si te acompasas a su tempo, si consientes ser su juguete y dejas que ella procure placer por los dos, terminarás por subir al séptimo cielo. Como veis, nada tienen que ver, son completamente distintas, pero deseo a ambas, amo a ambas, necesito a ambas. Necesito la dulzura casi virginal de la joven inexperta, con la que no existen complicaciones, y me es imposible prescindir de la madura que sabe lo que quiere. Y esta noche, como en todas las anteriores, debo escoger, pero me es imposible. Y como cada noche, como soy incapaz de tomar una elección, me limito a sostener la jarra en alto y liberando toda mi frustración, con el único objetivo de satisfacer mi ansia, grito: - ¡¡¡Oghtrrraaaaaa!!! |