Un cura y una monja sacan a pasear a sus respectivos gatos por un parque al caer la tarde.
Hablando de la bondad infinita de dios, se les hace casi de noche, cuando el gato de la monjita, de repente, tiene un estertor y se muere.
El cura al verla tan apenada, no duda un instante en regalarle el suyo. Tras la negativa inicial, la monja acepta el ofrecimiento, y el cura, a cambio, le pide lo siguiente, aprovechando la coyuntura, la nocturnidad y la felicidad de la mutua compañía:
-Oiga, hermana, yo desde niño fui huerfano y nunca he visto una mujer desnuda. Ya que le he regalado mi gato, ¿no me haría usted el favor de enseñarme su cuerpo...?
La monja se desnuda y le dice el cura:
-¡Qué hermosura de cuerpo, qué miembros más bellos…!
Al poco, ya de noche, la monjita de repente le dice al cura:
-Oiga, padre, yo también fui huerfanita y tampoco he visto un hombre desnudo. Podría mostrarme su cuerpo, vamos, para hacerme una idea.
El cura se desnuda.
-¡Qué hermosura de músculos, y qué órgano tan extraño tiene usted entre las piernas…!
El cura, ya acercándose a la monjita con evidentes intenciones de montárselo con ella, le contesta:
- Es el órgano que nos dio Dios al nacer, el cual se introduce tal que así en la vagina de la mujer, para dar vida.
La hermana le para los pies y le contesta:
-Oiga, padre, si esa cosa da vida, ¿por qué no se la mete a mi gato?
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