El otro día, sin ir más lejos, decidí dar un paso más en la relación con mi pareja y por su cumpleaños le regalé un consolador último modelo. El aparato venía con tres puntos distintos de fricción, que garantizan la perfecta adaptabilidad anatómica, chico, una maravilla, además de catorce velocidades constantes y un programador, como las teles, en el que grabar secuencias de velocidades y tiempos.
Pensé que el regalo era perfecto, uno de esos hallazgos que te cambian la vida, no sé si me entendéis, como descubrir a Boris Vian o como pillar a tu jefe, felizmente casado, enrollándose con la secretaria en el cuartito de las escobas.
Evidentemente no le di el regalo mientras toda su familia y amigos la miraban soplar las velas de la tarta: toda la sensualidad que esperaba conseguir con mi regalo se hubiera venido abajo. Tenía que ser algo más íntimo, a la noche, en la cama, yo como siempre explícitamente desnudo, y ella con el también explícito pijama de franela, al que sólo le faltaba incorporar un cinturón de castidad.
Cuando saqué la caja envuelta en papel plateado, se puso contentísima. Sabía que iba a hacerle un regalo especial y lo estaba esperando. Yo me las prometía muy felices, pensando en el polvo que íbamos a echar, seguro, mientras ella destrozaba ávida el papel plateado. Cuando descubrió el blíster con el consolador, su cara no reflejó en absoluto cualquiera de las reacciones que yo esperaba, esto es, o bien me tiraba el consolador a la cabeza, o bien se ponía juguetona y acabábamos follando como actores porno. Como digo, las facciones de su rostro se desviaron hacia una expresión que no esperaba: la perplejidad ignorante. Sus palabras corroboraron inmediatamente que no reconocía un consolador en el cacharro que tenía entre las manos: a ver, Raúl, ¿para qué quiero yo una batidora de diseño?
Esta perplejidad ignorante pasó de su cara a la mía y, muy a mi pesar, le prometí que al día siguiente iría a devolver la batidora, y que luego pasaría por el mercado y le compraría una docena de rosas. Eso no falla nunca.
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