ya te saltas las normas al primer mensaje hombre de Dios.... je je je Lo que pretendía era sencillo. Ahí tienes un párrafo de mi relato que no me termina de convencer. ¿Qué te parece a ti? ¿Lo mejoras? ¿Crees que hay algún mal párrafo en tu relato? ¿Lo mejoramos? Intentaba hacer un ejercicio pero me parece que esta iniciativa no va a despertar el entusiasmo de nuestros compañeros... |
El abad se quedó mirando por encima de las murallas durante unos segundos(idea inicial: el abad está en el muro) después que el soldado asiera las riendas de su caballo (a pues no, está en el caballo ¿ve por encima de las murallas desde el caballo?); estaba sudado(el abad) y relinchaba (a pues no, el caballo) después del viaje y de subir la pequeña colina(las colinas suelen ser pequeñas, sí de ahí el diminutivo) en la que se encontraba el castillo. Desde la pequeña plaza frente a la torre(¿pero dónde coño estamos?) se podía ver la inmensidad de las tierras que quedaban bajo la protección del Conde (esto detrás de las murallas, supongo). Don Gonzalo (el conde?, el abad?, el caballo?) había servido al rey en varias batallas (el conde, entonces) y éste lo había recompensado con buenas tierras y un pequeño castillo (en una pequeña colina) desde el que se había ganado la popularidad por relajar (asir y ahora relajar…) las condiciones(¿laborales, de vida, religiosas, hipotecarias, tributarias, sexuales?) de sus campesinos. Sus glorias en batallas no compensaban por ello (por ello? WTF)su incapacidad para mejorar la productividad (througput no hubiera desentonado menos) de aquellas tierras. Probelma: Me presentas un presonaje me describes un entorno y me terminas con otro personaje, con lo cual la fuerza que pudiera tener la llegada se pierde en divagaciones. Supongo que la llegada del abad es el hecho importante de este párrafo, así, o inviertes el orden de las presentaciones de más a menos (tierra-conde-abad) vas integrando las descripciones según la llegada del abad de lo genérico a lo concreto (tierras-colina-castillo-conde) Luego te doy mi alternativa. Nota: Analizo el párrafo en sí de modo independiente del contexto del resto del realto. Conste |
cita de DanielTurambar
¿Cómo es finalmente el paisaje?, en serio creo que no me hago una clara composición de lugar del entrono, un plano requiero.
cita de amigo Daniel
Luego mi alternativa castillo medieval. Dentro de las murallas, en una pequeña plaza frente a la torre del homenaje. Puesto que la plaza está en lo alto de la colina, las murallas están por debajo, dos o tres calles más abajo. Desde la plaza se ve los campos que rodean el castillo Ya decía yo que no me había quedado claro |
cita de emartiants
pues sabes que yo estaba convencido que lo feo era ponerlo? No es broma. Estaba convencido que lo correcto es "después que" y no "después de que"... en fin, otra cosa a tener en cuenta.Sólo una pequeña anotación a bote pronto: "Después de que el soldado asiera las riendas". Faltaba el "de". Comerse ese "de" es bastante común pero afea el lenguaje. |
Sigamos... Bien, ahora debería dar mi versión de la mentada introducción. Antes de ello me he leído el relato al completo y creo que la mejor alternativa al párrafo inicial es esta: Exacto, nada, nothing. En el contexto del relato el párrafo me sobra. Creo que responde a una concepción cinematográfica. Imaginad el relato como un corto. La introducción con el abad llegando al castillo, planos abiertos del paisaje, la cremonia de tomar posesión con la mirada. Quedaría bastante bien. ¿Por qué? por que con cuatro planos y un par de travelings lo resuelves en minuto y medio sin dar la brasa. Escrito... es otra cosa. Porque la descripción debe ser muy sutil o muy impactante para que no canse y pasemos sin más. Somos una mierda de generación de estresados. Además el tiempo en el que lees es mayor al que necesitas para componer la imagen y el cerebro intenta anticiparse, corregir no le mola, y... bueno no voy a hacer un tratado sobre descripciones. Y la tuya era un poco confusa... Pero a lo que iba. ¿Qué necesidad tiene el relato de esta descripción inicial? Si lo lees sin ella funciona que te cagas, ya vas viendo lo que tienes que ver cuando lo tienes que ver. Además ¿qué coño te pasó? El resto del relato es bastante claro. Ya te digo, creo que lo mejor para el relato sería eliminar la introducción que no aporta nada salvo confusión innecesaria, un bufido lectoril y tal vez un abandono. A no ser... La escena de la llegada puede tener sentido no tanto como una descripción paisajística, sino como una toma de posición por parte del abad. El abad no llega al castillo para aconsejar al conde, llega para tomar posesión de su nuevo centro comercial, debe observar la plaza no como la plaza del castillo del conde sino como su nuevo campo de convenciones, colocando las casetas, trazando caminos hacia la capilla, aquí las cuadras, allí un par de guardas, tal vez haya que mover el pozo, no quedaría mal una fuente... No digo que hagas esto explícito, sino que en la descripción del abad, de su llegada, se vea que está tomando medidas y viendo las posibilidades de su nuevo colmado. Esta actitud la reflejas luego muy bien en el relato cuando dices que el abad no se deja marcar el paso por el guardia. Un pequeño detalle, una información muy reveladora. Esta idea debería reforzarse luego, al final, con la marcha del abad, de nuevo en la plaza, antes de subir al caballo vuelve a tomar posesión de la plaza (y no solo de la plaza literal, tú sabes) con un vistazo, ya está hecho, ya ve los puestos, las colas ante la iglesia, oye las monedas tintineando y sí, definitivamente habrá que mover el pozo de sitio. Por lo demás, en el relato, la mención de torre es confusa, se suele asociar no tanto a torre del homenaje en cuanto a un palacio o residencia, como uana torre/atalaya, aparte de que la repites mucho. En un momento el conde se refiere a la zona... fiuu, ¿no sería mejor la comarca? Y, finalmente, el final con el abad explicitando que el miedo es el arma me ha parecido un poco para niños pequeños, es más, no creo que el abad revelara sin más este hecho, se lo está haciendo ver al conde, ya se ha ganado sus simpatías al menos de momento, la única razón para decirle eso podría ser ganárselo del todo, pero es darle armas al enemigo, creo que el abad no lo habría mencionado tan a las claras, es más, esperaría a ver si el conde lo ha entendido, si es digno de ser tratado de igual a igual intelectualmente o si simplemente merece ser utilizado. Creo que eso es todo.
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Dios mío! Daniel! cosas como estas hacen que esto mole.... Espero que los compañeros foriles estén leyendo esto porque esta forma de destripar un relato es lo que venimos buscando por aquí. He sentido como me abofeteabas al hablar de la "concepción cinematográfica". Joder, que yo, mientras escribo, me imagino los planos los travelings y su puta madre. No veas el contrapicado más chulo del abad que tenía montado mientras seguía soldado. ¡Juas! Pero tienes razón, esto es literatura, no cine. Ese párrafo era una mierdecilla de tres lineas pero me quedó confuso. Lo corregí y se quedó en diez. Queda claro que seguía siendo malo. En cuanto a la frase del final, no es una frase necesaria en el relato, lo sé. Pero las alternativas que tenía para dar el mismo mensaje eran bastante más complejas. Gracias por tu esfuerzo y tu tiempo Daniel. También al resto que habéis participado en este maravilloso taller. Si alguien tiene otro pedacito de su relato a destripar que lo ponga. Un abrazo a todos |
cita de bizarro
El "dequeismo" es un clásico...
cita de carlosaribau
Yo creo que tienes tu razón, Carlos.
cita de emartiants
pues sabes que yo estaba convencido que lo feo era ponerlo? No es broma. Estaba convencido que lo correcto es "después que" y no "después de que"... en fin, otra cosa a tener en cuenta.Sólo una pequeña anotación a bote pronto: "Después de que el soldado asiera las riendas". Faltaba el "de". Comerse ese "de" es bastante común pero afea el lenguaje. |
cita de pelagio
Chicos, para eso está el panhispáinco de dudas
cita de bizarro
El "dequeismo" es un clásico...
cita de carlosaribau
Yo creo que tienes tu razón, Carlos.
cita de emartiants
pues sabes que yo estaba convencido que lo feo era ponerlo? No es broma. Estaba convencido que lo correcto es "después que" y no "después de que"... en fin, otra cosa a tener en cuenta.Sólo una pequeña anotación a bote pronto: "Después de que el soldado asiera las riendas". Faltaba el "de". Comerse ese "de" es bastante común pero afea el lenguaje. |
Asunto:
Dequeísmo Dequeísmo De que correcto después de sustantivo Una situación habitual consiste en que el "de que" vaya después de sustantivo. Sucede en frases del siguiente corte: […] a pesar de que no pagaron a tiempo… […] la esperanza de que regrese… En estos casos el "de que" va después de los sustantivos "pesar" y "esperanza". La "dequefobia" consiste en escribirlas sin "de", lo que da los siguientes disparates, por lo demás, muy frecuentes: […] a pesar que no pagaron a tiempo… […] la esperanza que regrese… Bastante más humilde que la aportación de Turambar, pero aquí está, que no se diga que no he puesto mi granito de arena.
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Por cierto, ¿ninguno da más cera al relato de Carlos? Decid algo, coño, que se va a creer que tengo razón, va a enseñar el relato por ahí con mis correcciones y le van a corre a gorrazos. Bueno, señores, mañana más. Nota: este mensaje es puro relleno para llegar al bonito 3030. Daniel Turambar y sus brotes esquizoides, habrá que quererle...
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Entonces, según la aportación del panhispánico son válidas ambas formas. ¿Sabeis qué es lo que pasa? Que después de oir tantas veces las cosas mal, sobre todo a esos "periodistas" que llenan la radio y la tv con sus monólogos cargados de razón-menuda sinrazón- ya no sé cuando si y cuando no. Me voy a la piltra. |
Como veo que nadie más se atreve, aquí dejo mi relato, para que os entretengáis y os dejéis de broncas. LA ISLA : Las olas son movimientos ondulatorios del agua provocados por la fricción del viento; es éste un hecho científico constatado, más allá de la poesía, más allá del rumor y del tacto viscoso de las algas bajo mis pies. Al igual que las personas, dependiendo de las circunstancias del entorno, las olas varían su conducta: pueden ser suaves como las caricias de una mujer o violentas como la pasión más vil. En éste punto he llegado a la conclusión de que las olas son mera poesía. No sé si debo tomar nota de mis percepciones de forma tan clara; alguien podría pensar que estoy rematadamente loco. Los rayos del sol inciden de forma oblicua sobre el reflejo metálico del mar. Las diminutas partículas de agua que quedan en suspensión forman un entramado de colores. Un dibujo en continuo movimiento. Desde mi posición, el “Albatros” se divisa como una imagen difusa e irreal. Forma parte del pasado; el agradable crujido de su tablazón y el vaivén sobre cubierta, al compás de un rítmico dos por dos, son tan sólo una impresión pretérita en mi memoria. En algún sitio leí que Marco Polo los llamo “antropófagos con cara de perro”, quizás en la Enciclopedia Británica. Es evidente que Marco Polo tenía más de poeta que de científico. Tal vez jamás pusiera un pie en esta orilla, tal vez jamás divisara desde lo alto del trinquete el contorno pacífico de esta isla. Llevamos dos meses en la playa. Nada más arribar el capitán Edgar Orly ordenó fondear el falucho frente a la costa; las provisiones habían empezado a escasear y algunos miembros de la tripulación estaban afectados por el escorbuto. Después de comprobar la derrota del rumbo y las cartas de navegación, Orly aseguró que nos encontrábamos en algún punto entre el cabo de Negrais y el extremo Norte de Sumatra. Los isleños nos han recibido con suspicacia; cualquiera sabe el recuerdo que guardan de los blancos en los anales de su historia. Físicamente presentan pocas diferencias con otros indígenas de las islas que salpican las aguas del Índico; son delgados, de piel oscura y pelo rizado. Además gozan del privilegio de la inocencia, ya que parecen estar exentos de pudor alguno. Tanto hombres como mujeres van desnudos y no hay, o al menos yo no los he visto, niños. ¿Están condenados a la extinción? Puede ser, a fin de cuentas hoy estamos aquí y mañana no. La playa es una frontera y a la vez un lugar de encuentro. Una raya en el agua. Inapreciable. Orly es un hombre adusto, aunque de buen corazón. Sabe que dependemos del carácter afable de los indígenas para sobrevivir, pero no quiere que los hombres se dejen embaucar por sus costumbres. Varios marineros han sido recluidos en la bodega del falucho por congeniar con mujeres. El pecado de la carne no existe entre estas gentes; sus hembras son extrovertidas y alegres. El recuerdo de la frágil Emily se hace patente a cada instante; la palidez de su rostro, enmarcado por una cabellera azabache, me cohíbe y atenaza. Recuerdo levemente una tarde nubosa; el predio del reverendo Lynch, limitado por muros de piedra vista salpicadas de musgo amarillento, acogiendo a las señoras del pueblo de Berwyn. Bizcocho y té frío para sobrellevar el sofoco de la primavera galesa. Hace calor y humedad. El deseo es un instinto que galopa a lomos de la abstinencia. La presencia de la joven hija del reverendo me hostiga continuamente. Tras muchas reticencias, y ante la necesidad de recolectar los alimentos necesarios para contener el avance del escorbuto, Orly me ha permitido cruzar la frontera. La idea de internarme en la isla me inquieta y a la vez me provoca una gran emoción. El instinto adormilado del científico se abre paso desechando las ínfulas del poeta, que sin duda prefiere permanecer en la playa desvelando las incógnitas que preñan el aire salado. El interior de la isla es boscoso; el perfil se vuelve airado a medida que avanzamos y los escarpes se elevan por encima de las copas de los árboles, mostrando una faz desolada no desvelada hasta el momento. Esta claro que la vida de los indígenas se mantiene en equilibrio con el medio. No tienen armas, ni ofensivas ni defensivas. Los únicos utensilios que alcanzo a distinguir son los que emplean para cazar, pescar o recolectar frutos: cerbatanas, pértigas, nasas y unas curiosas ristras de anzuelos que sujetan a su cintura mientras recorren la orilla. El río Afon Dyfien discurre pacífico entre alisos y sauces llorones. Al contrario que los ríos del Norte, en los que prolifera el salmón, es un río truchero. Pequeñas estelas, como lorigas plateadas trazando surcos en el lecho, bailotean entre las piedras del fondo. Berwyn es un pueblo de pescadores; la joven Emily disfruta de una tarde de picnic mientras me debato en franca competencia con varios vecinos. Todos ellos son más avezados que yo; el Támesis no es la mejor escuela para aprender pescar truchas. Nos saluda agitando la mano con indolencia; el movimiento describe un enigma antiguo como el tiempo; sin saber porqué arrojo el sedal con violencia. ¡Plop!, y el anzuelo se sumerge en las aguas prístinas del río. El efecto Föhn determina que cuando una corriente de aire choca con un relieve se eleva por la ladera de barlovento, para descender luego por la de sotavento. Al subir el aire se va enfriando, lo que produce precipitaciones. El aire descendente, sin humedad, es cálido y desecante. Al alcanzar la cima del collado, unos seiscientos metros a ojo de buen cubero, los hombres están derrengados. Desde lo alto se puede divisar la pequeña bahía que acoge al “Albatros” y la inmensidad que nos separa del mundo. Me siento pequeño. Por alguna razón que no alcanzo a comprender, tengo miedo. Del otro lado el perfil se suaviza, el rostro agreste de la isla se transforma en un herbazal salpicado de chozas y empalizadas. La tierra parcelada me traslada al páramo galés. No quiero recordar, ahora no. Descendemos a lo largo de un sendero de tierra rojiza, surcado por encrucijadas que parecen aventadas a los cuatro puntos cardinales de la isla. En cada una de ellas observo estelas funerarias rodeadas de flores amarillas. Imagino un origen noble en las mismas; a menudo el valor de las personas se pierde enterrado entre sus propios huesos. ¿Es tal vez un vestigio de religión? ¿Amaran a Dios estos salvajes? Y si es así, ¿son hijos de nuestro Dios? Niños. No hay niños; no puedo evitar discurrir al respecto. Hay mujeres jóvenes en edad fértil y los hombres, aparentemente, son fuertes y sanos. El jefe de la aldea es un hombre enjuto y correoso. Me llama la atención el perfecto alineamiento de sus dientes y el brillo verdoso de sus ojos. Nos recibe en una especie de plaza circular y, si no he entendido mal sus gestos, nos invita a comer. Miro hacia atrás; la orografía oculta la bahía. Orly y los demás nos esperan, quizás les inquiete nuestra tardanza. O tal vez no. La parroquia al completo se reúne frente al altar del Afon Dyfien. Es un lugar secreto que, curiosamente, todo el mundo conoce. Como cada año, el solsticio de primavera provoca a los espíritus del bosque y a los cándidos donceles y doncellas. Las piedras mágicas pronuncian discursos milenarios y la tierra se abre recibiendo el esperma primigenio de la creación. Emily se une a un vertiginoso festival de color; desnuda, libre y sin ataduras. ¿Qué saben más allá de la cordillera? ¿Acaso no es el mismo Dios el que reclama nuestra atención? ¿Acaso no somos los mismos bajo otra convención? Emily se ha entregado a su destino. Mi pene ávido la ha invadido y he regado con la esencia del génesis su útero fértil. Un atardecer ocre, como de oro viejo, se abre paso sobre las aguas del río, sobre la piedra y las mentes abiertas. La noche se revela pacífica. Las sombras se diluyen sin violencia bajo la palidez de la luna y se concentran en torno a un fuego antiguo; el fulgor de los rescoldos levanta una miríada de volutas incandescentes a nuestro alrededor. Los hombres han bebido un mejunje verdoso y espeso; están ebrios. Yo apenas lo he probado, hace años que no pruebo el alcohol. El jefe resurge de su interior como un ser reencarnado en deidad. Sumidos en un trance obscuro, los indígenas murmuran una endecha que se pierde en mi cerebro como un gusano infecto que devora mis neuronas. Tengo hambre. Niños, no había niños. El vértigo me hace alucinar; una compaña de infantes se derrama, al son de una música ancestral, por las laderas mullidas del bosque que precede a la aldea. Carne viva para alimentar el alma de los impúberes. El corazón del contramaestre Gilles todavía late entre las manos del jefe cuando se lo entrega al joven de ojos verdes y mirada febril. Por un instante recuerdo de nuevo la Enciclopedia Británica. Quizás Marco Polo fuera más metódico de lo que yo pensaba. |