El gimnasio es un sitio al que hay que ir, pero al que no nos gusta ir. Hay que ir porque, a pesar de nuestra privilegiada genética, los años pasan, y la barriga y los michelines quedan. No sabemos quién inventó la barriga y los michelines, pero los maldecimos entre dientes cada vez que entramos en el gimnasio.
Nuestro gimnasio está cerca de casa. Te dan una llave muy chula, para que puedas entrar en el parking y en el gimnasio, con sus puertas de brazos de acero como en el metro, y en las que nos solemos quedar atascados. A veces nos quedamos atascados a propósito, para que así la chica de la recepción, que es una monada, tenga que salir del abrigo de su mostrador para ayudarnos, y la podamos observar bien de cuerpo entera.
El acto más penoso del gimnasio no es la gimnasia, sino desvestirse. De la misma manera que odiamos ir de compras, y lo peor de todo es comprarse un pantalón, porque te lo tienes que probar para medir el bajo, también odiamos desvestirnos en el gimnasio. A nosotros nos gustaría que nos desvistiera la chica de la recepción, que sería como más entretenido, pero un día se lo pedimos y se enfadó mucho y llamó al director y todo. No sabemos todavía por qué.
Una vez vestidos de forma apropiada (siempre con camisetas con mangas. La de sin mangas, para los vanidosos que quieren enseñar sus musculitos), empezamos con la bicicleta estática. La ponemos en el nivel mínimo y sólo cinco minutos, porque estamos fríos y hay que calentar, no vaya a ser que tengamos un tirón. Luego vamos a la cinta de correr, bueno, de caminar. Nosotros no corremos: caminamos. Lo de correr es una ordinariez, además sabiendo que no te mueves del sitio. Menuda tontería. La cinta no nos gusta mucho porque salimos un poco mareados de ella, y ya nos hemos caído unas cuantas veces, con el consiguiente descojone de la peña.
Después, nos tumbamos en una colchoneta para hacer abdominales. Lo malo de los abdominales es que, al estar tumbados y descansar entre serie y serie, nos quedamos dormidos. Una vez nos quedamos tan dormidos, que el monitor nos tuvo que despertar porque ya iban a cerrar. Una faena.
Para acabar, hacemos unos estiramientos. Los especialistas dicen que, cuando se hace un ejercicio tan intenso como el nuestro, es fundamental estirar. Pues nosotros estiramos. A continuación, intentamos ir a la sauna. Decimos intentamos, porque normalmente sólo aguantamos dos minutos, del calor que hace. No le vemos la gracia a la sauna, la verdad. Ni eliminar toxinas ni leches. Nos parece una tortura propia de la Inquisición. Seguro que la sauna la inventó un cura de mente retorcida.
Ya duchados y limpitos, nos vestimos de forma alegre y casi cantando, porque estamos repletos de tantas endorfinas que hemos producido por la paliza que nos hemos dado y con la sensación del deber cumplido y de que vamos a bajar la barriga y los michelines.
El caso es que el gimnasio no nos cunde casi nada. Seguimos con la barriga y los michelines. Después de la gimnasia, nos vamos a la cafetería del gimnasio, para mirar y ligar con las chicas, y nos tomamos tres cervezas grandes y un gran plato de cacahuetes salados y patatas fritas. Yo creo que no adelgazamos porque nos ha cambiado el metabolismo. Será por eso, no?