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rafaelho
Mensajes: 12
Fecha de ingreso: 15 de Diciembre de 2008

El enigma de la cacatúa

17 de Diciembre de 2008 a las 16:30

El enigma de la cacatúa

 

Capítulo 1 de 50

 

Una lamparita alumbra la mesa de mi despacho y apenas al resto de la habitación; en la mesa hay bastante desorden, y mientras avanza la noche sigo inmóvil como una estatua sumido en complejos devaneos. Se me acumulan los recuerdos en la cabeza y me doy cuenta de que son infinitas las ramificaciones que me llevan de un lugar a otro, cruzando con gran velocidad recuerdos dispersos en el tiempo. Pienso en Paco, mi alegre cerdito, el juguetón, y sin poderlo evitar me distraigo recordando la alegría de tantos momentos felices; cuando nos revolcábamos juntos en el fango o cuando lo tuve por primera vez en mis brazos. ¿Cuántas veces habré llorado a su lado? Es difícil de decir.

Pienso también en Joaquín Buenpie, personaje entrañable, buen amigo y compañero de trabajo en el restaurante “La Cacatúa”, cuando nos conocimos y cada uno de los días que compartimos, durante dos años de nuestras vidas, las penalidades de aquel trabajo extenuante y represivo. A pesar de haber transcurrido más de diez años recuerdo con claridad su semblante alegre de grandes mofletes, el tambalearse de su extrema obesidad y el arte con que zapateaba el suelo, dando palmadas a su vez al son de la música de José Caracol, su ídolo. Daba la impresión que la inconsistente grasa que cubría su cuerpo por todos lados pudiera salir desprendida debido a la fuerza centrifuga de sus insólitos movimientos de baile. Por las noches, cuando ya se habían ido los clientes y empezábamos a limpiar, se ponía muy contento y pasaba la fregona cantando con gran sentimiento y pasión. Como yo, vivía en el restaurante “La Cacatúa”, en las habitaciones de la parte de arriba.

Pronto se disipan de mi mente estos gratos recuerdos y se instala en su lugar con una reincidencia excesiva la inquietante expresión de su rostro el día de su muerte, dejándome, como siempre profundamente abatido. Sus angustiosos llantos y gemidos de dolor me han perseguido en sueños desde entonces, recordándome el extremo sufrimiento de los últimos momentos de su vida, cuando en un estado de visible desesperación, completamente alterado, apareció medio desnudo en mi cuarto chillando como un energúmeno. No berrea con mayor desafuero una cabra, cuando envestida por un toro emprende el primer vuelo de su vida al tiempo que escampa sus vísceras sobre la tierra. Tampoco se altera tanto la gallina clueca cuando del huevo que estaba empollando en lugar de un pollito sale un lagarto y éste la ataca mordiéndola en una pata.

Sufrió el pobre Joaquín Buenpie un ataque paranoico acosado por la alucinación de una rata gigante. Víctima de esta paranoia podía sentir incluso como la rata trepaba por su cuerpo y en todo lugar donde miraba creía ver la gigantesca rata, preparada para atacarle, mirándole con ojos ensangrentados. El pavor le tenía dominado y parecía sufrir un colapso nervioso.

Aquella noche sería la última de la existencia de Joaquín Buenpie, pues poco después de que le sacara de mi cuarto sacudiéndole con una fregona, saltó, presa del histerismo, por la ventana de su cuarto, que aún no siendo una altura excesiva bastó para que todos los órganos de su cuerpo sucumbieran a un fatal aplastamiento. Debería haberle ayudado, pero no fue lo que hice. En ningún momento pensé que pudiera cometer alguna locura, pero así fue. Cuando tuve noticia de su muerte sufrí una conmoción y fui ingresado en un psiquiátrico.

La extraña muerte de Joaquín Buenpie fue un acontecimiento terrible y doloroso, pero fue tan sólo el principio de una serie de desgracias imprevisibles y desconcertantes. En Santa Julieta, pequeño pueblo del centro de Mallorca, ocurrieron otros misteriosos sucesos que llenaron de espanto y congoja a los vecinos del pueblo.

Como la picadura de una araña, que disemina la ponzoña infecciosa produciendo un gran dolor, se extendió la más deplorable providencia por Santa Julieta, dejando a su paso la desesperación y el dolor entre las inocentes gentes del pueblo. Sin poder preverlo se vieron envueltos en una secuencia de espantosos sucesos impredecibles bajo todo examen, que truncaron sin esperanza las ilusiones de muchas personas. El vasto poder que esgrime la fatalidad, con el cual controla el devenir de la vida de los hombres, se abalanzó sobre el pequeño pueblo con la fuerza con que una maza hiende sobre la dura tierra la colosal piqueta, golpeándola una y otra vez con la esperanza de que el burro no se vuelva a escapar. Maldad inesperada que como un cepo oculto jamás duda en cernirse con desmedida contundencia al paso del tierno cabritillo, que distraído jugaba con las mariposas. Bala con desespero su madre atrayendo al siniestro cazador, el cual, al ver semejante desastre, se siente orgulloso de su ingenio y perspicacia. Cruel, indiscriminado e irracional fue igualmente el horror que se cernió desmedido sobre la vida de aquellas humildes personas, que sucumbieron desconsolados ante tan inesperadas desgracias.

La misteriosa muerte de Joaquín corrió de boca en boca por Santa Julieta tan rápido como si la noticia hubiera sido dada con un megáfono. Al día siguiente otro compañero de trabajo del restaurante “La Cacatúa”, un ayudante de cocina llamado Paco Cochino, único testigo presencial del suicidio de Joaquín, desapareció sin dejar rastro, esfumándose como el conejo que ve bostezar a un cocodrilo. Se volatilizó como aquel que andando distraído por el campo masticando un bocadillo se cae en un pozo, sin haber dado explicaciones a nadie y sin haber podido proferir, al tener la boca llena, su postrer grito de auxilio.

La desaparición de Paco Cochino sorprendió mucho a sus más allegados, y rápido se extendieron diversas suposiciones sobre su paradero, llegando a decir alguno que había sido abducido por unos extraterrestres, que vio aparecer un platillo volante que le elevó del suelo envuelto en un haz luminoso, cosa que finalmente se pudo demostrar falsa. El día de su desaparición coincidió con otro suceso mucho más sorprendente y aterrador que eclipsaría completamente la trascendencia de su desaparición. Sin lugar a duda de entre todos los acontecimientos funestos de aquellos días, el que generó más expectación y desconcierto entre las gentes del lugar fue la aparición de una momia en pleno centro de Santa Julieta. Muchas personas vieron a la momia y todos coincidieron en calificar su aspecto de absolutamente aterrador. Lo más escalofriante que habían visto en su vida.

Durante meses, en el pequeño pueblo de Santa Julieta, proseguían los ecos de variados comentarios, dando pie a numerosas versiones de esta historia, todas ellas incompletas y carentes de veracidad. La imaginación de las personas ávidas de murmuraciones truculentas no encontraron limite que contuviera la sarta de especulaciones alocadas con que deformaron una verdad que desconocían. Las más descabelladas hipótesis proliferaron entre los niños pequeños del pueblo, muchos de los cuales vieron a la momia con total claridad, a plena luz del día. Un niño del pueblo de apenas doce años, llamado Pepito Grillo, tras su encuentro con la momia sufrió de envejecimiento prematuro, caneándose su pelo y quedando su rostro surcado de angustiosas arrugas. Perseguido por la momia consiguió finalmente eludirla tras furibunda carrera quedando el pobre niño histérico y trastornado para el resto de su vida.

La única baja que hubo que lamentar fue la del párroco de Santa Julieta, que enfrentándose a la momia con un crucifijo, descubrió demasiado tarde que tal truco sólo funciona con el Conde Drácula, y aún así creo que difícilmente, y sucumbió el párroco al letal abrazo de la momia. El forense determinó que la muerte fue debida a un paro cardiaco, pero quienes vieron el cuerpo del difunto confirmaron que la expresión de su rostro era la de un mortal espanto.

Nunca más se volvió a ver a la momia, pero aún hoy, diez años después, sigue celebrándose en Santa Julieta la festividad de la momia, disfrazándose sus gentes, unos de momia, otros de cura, organizándose bailes y juegos conmemorativos del espantoso suceso.

La investigación de este misterio corrió a cargo del inspector Eustaquio Trompeto, individuo sobresaliente de gran personalidad y carisma, con el arrojo de un león hambriento encerrado en la jaula de un circo, que gustoso atraparía con sus zarpas la cabeza de un niño para devorarla entre los barrotes. No desmerecería al compararse con Héctor de Troya, quien no dudó en enfrentarse con el mítico guerrero invencible Tobillo. Tampoco quedaría en mal lugar al compararse con el mismísimo Tarzán, que con Chita al cuello pega un gran salto de un árbol a otro al tiempo que exclama su inhumano alarido.

El inspector Eustaquio había nacido para impartir justicia. Superó las pruebas de ingreso a la academia de policía con sobrada holgura y se graduó con honores con la mejor calificación de su promoción entre aplausos y aclamaciones de sus compañeros y superiores, a los que se les caía la baba de pura envidia y satisfacción. Fue un ejemplo destacado en la mejor generación de agentes en la historia de la Academia Policial de Cuenca, repleta de grandes talentos, todos ellos alentados por su ejemplo. Siendo policía destacó por su vigor en el manejo de la porra y su perseverancia en las persecuciones, y nunca desfalleció en su firme empeño de resolver los diferentes problemas de las personas. Intolerante con la delincuencia, arremetió con decisión firme cualquier atisbo de ilegalidad y rápidamente hizo meritos por los que fue ascendido y trasladado a la comisaría de Lorito, pueblo cercano a Santa Julieta.

rafaelho
Mensajes: 12
Fecha de ingreso: 15 de Diciembre de 2008
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  • 26 de Enero de 2009 a las 22:23
Hola amigos, he supuesto que me estabais añorando y he pensado pasar a saludaros.
Sólo deciros que “El enigma de la cacatúa” va viento en popa ganando adeptos en las más recónditas zonas del mundo. Ahora sólo hay que esperar que este triunfo se extienda por el resto de la geografía mundial.
Gracias a todos por vuestro apoyo y deciros que me siento halagado por vuestras efusivas manifestaciones de contento. Gracias.