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simpatialaboral
simpatialaboral
Mensajes: 729
Fecha de ingreso: 6 de Diciembre de 2009

CHAPA Y PINTURA: FANASTASY ILUNEI

10 de Junio de 2010 a las 21:44

Cuelgo la segunda versión de Fanastasy Ilunei, una vez escuchados los comentarios y las sugerencias de los sanedrines posconcurso.

Sin miedo a los cristales rotos, que se trata de disfrutar y pillar ideas.

Gracias, hijos de Salazar.

FANASTASY ILUNEI

 

 

Hace dos años que vendo golosinas a los niños.

Y antes me dedicaba a los seguros para adultos.

Pero me cansé.

Ahora tengo un pequeño comercio que funciona como casa encantada para los pequeños y como tienda de emergencia para sus padres. Lo aprendí de Fanastasy Ilunei.

He pasado de Hombre serio que colecciona estrellas, como nos catalogó Saint Exupery en su relato El Principito, a comerciante de fantasías e ilusiones.

Cuando yo era como mis principales clientes, los niños, me hacía ilusión llegar a trabajar en una tienda así. Lo he conseguido. A mis 34 años.

Decidí adquirir el local hace dos años, como ya os he indicado, por casualidad. Cada dos semanas me acercaba al antiguo barrio para comer con mis padres, entreteniéndome en comprobar qué había sucedido con los comercios de la zona. La vieja tienda de chuches era de las que sufrían más reformas. “Al final montaré algo ahí”, me dije una vez, olvidando la idea o dejándola en barbecho, en mi interior.

Hubo una época que las cosas del trabajo se deterioraron. Se me ocurrió comprar un pote de cristal azul en Ikea, que llené de caramelos, al que le coloqué encima un muñeco cualquiera. Me hacía gracia abrir el frasco y ver la cara de sorpresa de los clientes que me visitaban en la oficina de seguros, al ofrecerles una golosina. Todos abandonaban el gesto adusto; incluso algunos llegaban a sonreír.

Poco después las cosas mejoraron y empecé a sentir. No puedo explicarlo de otro modo. Cuando había mucha gente a mi alrededor, mi imaginación volaba hasta la antigua tienda de chucherías y en esos momentos se me aparecía Ilunei: con el pelo entrecano y largo, las gafas sobre la nariz, su figura redonda y el guardapolvo azul. A veces le veía entre los pasajeros, los transeúntes, incluso detrás de los cristales de las tiendas y comercios, como si él me vigilara o yo le persiguiera.

Además, en cada viaje buscaba con denuedo golosinas de malvavisco, planta de la que he averiguado muchas cosas; incluso he aprendido a nombrarla en varias lenguas. De todas maneras, nunca encontré los “luisines” durante ese tiempo.

 

Hasta aquel día.

 

En mi primer viaje a Alemania aproveché para visitar Berlín, ciudad que no conocía. Me di un buen atracón de museos y de calles interminables. En una de ellas me sentí atraído por una travesía silenciosa, adornada con los carteles de algunos comercios. Me detuve en cada uno de los escaparates, sin prestar atención a lo que exhibían, hasta que me encontré delante de una tienda de dulces y mi corazón dio un vuelco porque Ilunei estaba tras el mostrador, atendiendo a unos niños.

Entré y descubrí que de verdad existían, los “luisines”, idénticos a los de mi infancia, contenidos en un frasco de cristal, que el dependiente servía envueltos en celofán de color azul. Incluso los niños me recordaban a mis antiguos compañeros.

Cuando la tienda se vació, el tendero se dirigió a mí, diciendo: “Has vuelto”. Compré rápido y me marché, asustado. Debió confundirme con algún otro turista, como yo a él.

Pero a partir de ese encuentro imposible, volví a ver “ushers” por todas partes: en los hombros de alguna clienta, encima de la bandeja de una azafata. A medida que los localizaba cerca de una persona, las cosas del negocio empezaron a funcionar de nuevo; era como si me orientaran sobre las personas a quienes tratar. En los aeropuertos apenas los veía; pero al llegar a la ciudad y reunirme con clientes potenciales, surgían de todas partes. Mi conversación con la gente comenzó a ser más fluida y mientras sucedía, los “usher” cambiaban, de la actitud temerosa a la atrevida que mostraban, a veces, en la tienda de Ilunei.

Os preguntaréis qué tenía la tienda para llegar a reabrirla. Lo que recuerdo de la antigua es poco, aunque preguntando a los compañeros y amigos que siguen viviendo en el barrio, he llegado a reconstruir su historia, especialmente en lo que se refiere al impacto que produjo en nosotros, los chicos. He aquí parte de lo que sé ahora:

 

En las mañanas de invierno, Ilunei usaba un frasquito de aceite para que el chirrido del cierre de la tienda no interrumpiera el sueño de sus vecinos. Lo llevaba en el bolsillo del abrigo, junto a la cajita de caramelos. Consumía uno antes de salir de su casa y otro a la hora de regresar.

Durante el verano, el cierre emitía un sonido límpido, acompañando el rebullir de los vencejos y el piar de gorriones. Era durante las tórridas tardes de verano, cuando la sed amenaza las existencias de las neveras, y toca reponerlas, que los caballeros visitaban su colmado.

Era por las mañanas cuando las madres se afanaban en obtener de su colmado lo que se echaba de menos a lo largo del día: una botella de leche, los panecillos para el desayuno, las chucherías, con las que completar la piñata para el cumpleaños que iban a celebrar por la tarde.

Para Ilunei, los niños éramos excelentes clientes de media tarde, habituados a posponer nuestros deseos y necesidades de azúcar hasta bien avanzado el día. Teníamos predilección por su comercio frente al de las franquicias, que se iban adueñando del paisaje urbano. ¿El secreto? Fanastasy Ilunei hacía juegos de magia: que desaparezca una moneda y que surja del oído de una princesita, que se llene un globo con la sonrisa de un elfo, —término reservado a los más pequeños.

A nosotros, los que estábamos en edad de ir arañando años al tiempo, los que decíamos “tengo 11 para cumplir los 12”, nos llamaba “trastos” y nos dedicaba expresiones como “decídete rápido, que ocupas mucho espacio delante del mostrador” o “si no te aclaras te convertiré en rana”. Nos encantaba. La frase que nos dedicaba a cada uno la compartíamos en la puerta de su comercio, riéndonos de sus ocurrencias mientras nos decidíamos por la chuchería que tendría el honor de ser devorada en primer lugar.

Él hacía magia. De la de verdad. Los pequeños lo sabían y algunos adultos lo sospechaban, porque lo que es certeza en la infancia se transforma en duda con el devenir. Mamá también lo sabía y me dejaba acercarme hasta su comercio algunos sábados.

Recuerdo especialmente uno de esos días, en el que me quedé el último, porque los chicos mayores se adueñaron del lugar. Al marcharse, Fanastasy Ilunei me invitó a entrar en la trastienda; de un cajón sacó unos dulces de caramelo, deliciosos de aspecto, como tréboles de cuatro hojas y me regaló una pequeña bolsa de celofán, con algunos dentro. Mamá me contó luego que sabían a malvavisco. Mientras saboreaba uno con Ilunei, aparecieron ellos, los ushers, pequeños cual ratones, vestidos de acomodador: chaqueta roja y pantalón negro, con franja lateral también roja. No llevaban zapatos y caminaban a gran velocidad sobre los potes, orcios y demás tarros de cristal. Era sorprendente que algunos de ellos llevaran un leopoldino sobre la cabeza.

Cuando salí de allí, decidí no contárselo a nadie, excepto a mamá. Pero el secreto duró poco. La mayoría de mis compañeros empezaron a verlos. Incluso venían chicos de otros barrios. La tienda estaba llena casi siempre. Los adultos empezaron a frecuentarla mucho más, así que los ushers” iniciaron la retirada y dejaron de verse. A veces conseguía llegar a última hora, a punto de cerrar y era entonces cuando Ilunei me invitaba a pasar a la trastienda, me regalaba alguna golosina y aparecían ellos

Pronto nos acostumbramos a esos dulces de malvavisco, que bautizamos como “luisines”, porque eran tan buenos de sabor que alguien lanzó la idea de que tomarse uno cuando tenías que examinarte te garantizaba buena nota, como si te convirtieras en Luis, el chico más listo de clase.

Hasta que Ilunei desapareció un día, para regresar a Alemania y su local se transformó; primero en peluquería y después en otros muchos comercios, sin que alguno de ellos nos atrajera a los vecinos lo suficiente como para darle la bienvenida. Desde el cierre de la tienda adquirimos las chucherías, empaquetadas, en cualquier comercio.

Crecí, el barrio cambió y los “luisines” pasaron a formar parte de la historia no escrita mientras que los ushers dejaron su lugar en mi cabeza a las pantorrillas y los pechos nacientes de las niñas del Sagrado Corazón.

 

Al decidir adquirir el local me preocupé de que todo se pareciera a la que yo había conocido, desde los potes de cristal hasta el mobiliario. Una tienda pequeña, donde apenas entraban cinco adultos, con los escaparates repletos de saquitos transparentes, llenos de chucherías. La decoré toda en cristal, de tal modo que nada se interponía entre la mercancía y mis clientes. Un enorme rótulo, con el nombre de su original propietario, ocupaba la pequeña fachada. Podías hacer el recuento de los colores del mundo entero, dentro y fuera del local

La noche antes de la apertura, estuve un rato sin animarme a cerrar, porque me parecía que faltaba algo. Entonces sonó la campanilla y era él. Me sonrió desde la puerta y acercándose al mostrador me dijo: “La magia es muy importante para el negocio. Y tú, ¿cómo andas de magia?”

Después salió, regresando con unas cajas de cartón, que, supuse, contenían “luisines” para la inauguración. Si no era él, me lo pareció.

raulcamposval
Mensajes: 4.212
Fecha de ingreso: 9 de Noviembre de 2009
  • CITAR
  • 11 de Junio de 2010 a las 9:07
Has cambiado por completo la estructura. Creo que en principio clarifica mucho más lo que quieres contar y afianzas la seguridad con que el narrador lo cuenta, pero no sé si es la estructura más solvente. De momento me ha gustado más que el original, pero tal vez se pueda trabajar un poco más. 
simpatialaboral
simpatialaboral
Mensajes: 729
Fecha de ingreso: 6 de Diciembre de 2009
  • CITAR
  • 11 de Junio de 2010 a las 9:25

El cuento no tiene más contenido, esa es la realidad. Ahora, cuanto mejor escrito y más tono sepia [se lo robo a Bizarro] proyecte...


Incorpora las respuestas a cómo es la tienda, qué pasó con Ilunei y repite en qué trabaja, sin que cueste verlo. También "dice" que veía los cambios de las tiendas, más que buscarlos. Que he sido obediente, vamos. Saludos raulcamposval.