Todos tenemos o hemos tenido ilusiones de dar un bombazo y que los demás se den cuenta de que somos unos genios de la literatura. Pero el caso es que, a base de fracasos o renuncias, uno concluye que no es ningún genio sino como mucho un escritor estimable para un grupo de personas. ¿Es eso bastante? Bueno, he comprobado las descargas de una de mis novelas en las dos web donde la tengo: en total 300 descargas. Hace poco me ofrecían editar esa misma novela con 300 ejemplares, 125 a la venta, 175 para mí y me pedían 2900 euros. Vale. ¿Para qué quiero verlo en papel muriéndose de risa en la estantería más sombría del Corte Inglés durante dos días como mucho? Ya lo han descargado 300 personas, quizá incluso la mitad empiecen a leerlo, la cuarta parte lo terminen. ¿Pues no se ha difundido ya? ¿No es eso lo que buscaba? Y me ha salido gratis.
Ahora bien, las descargas son gratuitas, no gano nada por mi esfuerzo (y fue mucho en aquella novela). Pero bueno, vivir de la literatura sólo pueden hacerlo unos pocos. Mira a Luis Mateo Díez, por ejemplo, de funcionario en Madrid (y encima le bajan el sueldo, como a mí). De manera que yo no voy a vivir de esto, ya tengo mi curro y está bien, gano suficiente. Pues entonces no me importa ofrecer mi trabajo gratis, buscar que alguno lo disfrute, incluso leer alguna opinión halagüeña para que el ego se me anime ¿Qué más puedo pedir? Pues no mucho. Desde luego, renuncio a ganar un euro pero que no me pidan tampoco dinero por la divulgación que ya consigo a través de internet. Eso es lo que pienso de esas ofertas de coedición.
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