"Lo que era quedaba sobradamente expuesto con la hermosísima joven, casi desnuda, que arrodillada a su lado le sostenía el cenicero. Estaba llorando, pero sin llanto y sin pucheros, sin apenas emitir ruido, para no molestar a quien estaba sirviendo. La razón de sus lágrimas estaba escrita con marcas de fusta en las caras delantera y trasera de sus muslos, de sus nalgas y de sus pechos. Estaba claro lo que era él, para ella, al menos, en aquel momento."� |
Cualquiera podra ver en l a un ser fro y lejano, aislado fsica y mentalmente del mundo, cruel a veces. Sin embargo viva en un rincn lleno de belleza natural, como bella era la mujer que le serva. Ella era joven y desgraciada. Sin nadie que la protegiera acab subyugada por aquel hombre atormentado por su pasado y que miraba al futuro con absoluta indiferencia.
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Una de esas pocas razones por las que se permitía mover algo más que sus seis dedos era el tabaco. Aquella habitación en la que permanecía junto a la joven parecía haber estado siempre entre las tinieblas del tabaco, como en una densa niebla perenne, como en una hojarasca. Fumaba con fruición, terminando cada cigarro como encendedor del siguiente, volcando bruscamente la ceniza en el cenicero que sostenía la muchacha. Sólo de vez en cuando, apagaba la colilla encendedor en el hombro de la esclava. Pero el dolor que ella sentía nada tenía que ver con esas quemaduras, ni siquiera con las marcas de la fusta. Afuera, más allá de la cortina negra de la noche cerrada, se extendía todo un bosque.� |
Yo lo observaba todo desde un rincón. La verdad es que no me apetecía mucho el trabajo, pero era lo que había. El tipo de los seis dedos se metió uno de ellos en la nariz, hurgó durante unos segundos y suspiró aliviado después de exhalar una bocanada de humo azul. La chica, escuálida, con menos carne que el tobillo de una cabra. Pensé que sería divertido frotar sus heridas con sal gorda... de esa que había visto usar en el chiringuito de playa de Torremolinos. Lubina a la sal, aquello me abrió el apetito. |
¡Click! accioné el disparador. El flash iluminó durante un fugaz instante el rostro de "seis dedos". Me miró; sus ojos eran vítreos, nublados como una borrasca que fuera incapaz de disiparse con el calor de la noche. La chica quiso decir algo, pero la bola de cuero negro que le cerraba la boca se lo impidió. "Seis dedos" tiró de la cadena y la chica gimió sin mostrar más afectación que la justa. La ceniza procedente de la colilla describió un arco impredecible y burló el cenicero para derramarse sobre la impoluta moqueta azul que cubría el suelo de la habitación. |
"Mi atención se centro en la puerta, cuando la silueta de un fornido hombre apareció en ella. Más grande que la puerta misma, el hercúleo desconocido se introdujo con fluidez, acompañado de su negro traje y de sus desconocidas intenciones,� mientras inspeccionaba� las esquinas del cuarto, como si de un depredador se tratase. De su impoluta chaqueta asomaban dos enormes pistolas, tan oscuras como sus ojos. Agarré fuertemente mi camara, y esperé a que la Parca, terminara de entrar en la habitación." |
"En definitiva, ¿quién era la chica sumisa? ¿quién el hombre de ojos oblicuos y de seis dedos de acero? ¿quién el fornido hombre con dos pistolas que entró de rondón en aquel cuarto misterioso donde sonaban unas notas musicales desde un viejo acordeón? y, sobre todo, ¿de quién eran las manos que sostenían una cámara fotográfica como suspendida en el aire?" |
¿Gigantes? No, no podía ser, debería de ser la ilusión del fotógrafo, o la alucinación de un loco. No, imposible que aquella escena quedara en nada, o�en la simple pretensión de que los ambiciosos�fueran gigantes a ojos de un simple fotógrafo que buscaba algo más en la escena que plasmar a un hombre domiando a una mujer. Imposible, aunque ninguno de los presentes pudiera verme a mí, yo estaba allí y no vi ningún gigante, salvo, como mucho,�al gigante de la manipulación. |
El fotógrafo cogió la cámara, todavía agazapado. A dos metros había una ventana cerrada. Cuando vio girarse al gigante de las pistolas hacia él, tuvo el tiempo justo para estrellarse contra la ventana y desaparecer del puntero láser que emergía de encima de una de las armas. Sabía que era una planta baja. Si hubiera sido una planta alta, tendría ahora mismo una bala dentro del cráneo. |
Con Barcelona corriendo bajo sus pies consiguió cambiar el carrete. -Doña Mari pagará bien por estas fotos- Se dijo empezando a aflojar el ritmo. Había hecho bien aparcando lejos el dos caballos. Cuando se aseguró de que no le seguían entró en él y arrancó enfilando la bajada de Bañoles volviendo� poco a poco a terreno más conocido. |
Haba alguien ms que estara interesado en el material.Temblando sac un telfono mvil de su pantaln y marc un nmero. El corazn le lata con fuerza mientras un cosquilleo punzante le recorra el cuerpo. El fotgrafo not como sus fuerzas flaqueaban hasta el punto de notar retorcijones que le provocaba un fuerte impulso a defecar. El sudor frio estaba presente desde sus nalgas hasta su cuello. Al cuarto tono, una voz contest. - Imbcil te dije que nunca me llamaras - Yo, no… lo s, pero has de ver lo que tengo.
- Tiene que ver con Seis dedos?
- S, pero hay algo ms.
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