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r2-d2
Mensajes: 3.171
Fecha de ingreso: 26 de Diciembre de 2008

XL Certamen de Relatos: EPINICIOS

16 de Agosto de 2010 a las 8:03
epinicio.

(Del lat. epinicĭon, y este del gr. ἐπινίκιον).

1. m. Canto de victoria.

2. m. Himno triunfal.


Es decir, acerca de victorias (y derrotas), de triunfos (y fracasos), de luchas (y rendiciones). Es decir, acerca de los héroes. Acerca de todos los héreoes. Acerca también de los que nunca triunfan, o de los que triunfando, fracasan.
 
Pero cuando llega la gloria, regalo de los dioses
Aparece una luz resplandeciente y la vida es dulce como la miel
(Píndaro, siglo VI-V A.C.)

                   

El éxito resulta más dulce
Para quienes nunca lo alcanzan
….
Nadie …
Puede dar definición
Tan clara de qué es la Victoria
Como el que es vencido -moribundo-
Y en su oido agotado
Estallan mortecinos y claros
Los acordes lejanos del triunfo
(Emily Dickinson, siglo XIX D.C.)

Y por supuesto, Kipling:

Si puedes mantener en su lugar tu cabeza cuando todos a tu alrededor,
han perdido la suya y te culpan de ello.

Si crees en ti mismo cuando todo el mundo duda de ti,
pero también dejas lugar a sus dudas.

Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes con engaños,
o si, siendo odiado, no te domina el odio
Y aún así no pareces demasiado bueno o demasiado sabio.

Si puedes soñar y no hacer de los sueños tu amo;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo.
Si puedes conocer al triunfo y la derrota,
y tratar de la misma manera a esos dos impostores.
Si puedes soportar oír toda la verdad que has dicho,
tergiversada por malhechores para engañar a los necios.
O ver cómo se rompe todo lo que has creado en tu vida,
y agacharte para reconstruírlo con herramientas maltrechas.

Si puedes amontonar todo lo que has ganado
y arriesgarlo todo a un sólo lanzamiento ;
y perderlo, y empezar de nuevo desde el principio
y no decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón y tus nervios y tus tendones,
para seguir adelante mucho después de haber perdido,
y resistir cuando no haya nada en ti
salvo la voluntad que te dice: "Resiste!".

Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
o caminar junto a reyes, y no perder el distanciar de los demás.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar ese minuto,
con sesenta segundos que valieron la pena recorrer...

Todo lo que hay sobre La Tierra será tuyo,

y lo que es más: serás un hombre, hijo mío.

Y citaría, si pudiera,  Million Dollar Baby, y tantas otras historias.

No creo que haya dudas sobre el tema. Es imposible que alguien no tenga una historia de éstas en la cabeza.

Como Sarpedón a Glauco, os invito a participar en el certamen. Participad, y ganad gloria para vosotros, o dádsela a otros.
r2-d2
Mensajes: 3.171
Fecha de ingreso: 26 de Diciembre de 2008
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  • 16 de Agosto de 2010 a las 18:06
Este hilo es el dedicado a postear relatos. Por favor, los comentarios previos sobre Epinicios, aquí: http://www.bubok.es/foros/tema/4861/Comentarios-competitivos-previos-al-XL-Certamen/#ultimo_mensaje
manuelvicentrubert
Mensajes: 101
Fecha de ingreso: 1 de Febrero de 2010
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  • 16 de Agosto de 2010 a las 18:12
Pelagio lleva razón. Epinicio es un término muy concreto, y tú le estas dando un significado quizás demasiado amplio. Pero bueno, al final todos acabarán escribiendo de lo que les salga de la punta del nabo, como siempre.  
pelagio
Mensajes: 3.390
Fecha de ingreso: 5 de Mayo de 2009
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  • 16 de Agosto de 2010 a las 18:14
cita de manuelvicentrubert Pelagio lleva razón. Epinicio es un término muy concreto, y tú le estas dando un significado quizás demasiado amplio. Pero bueno, al final todos acabarán escribiendo de lo que les salga de la punta del nabo, como siempre.  
Me quito el sombrero, Manolo. La expresión jotesca ha sido de lo más certera.
manuelvicentrubert
Mensajes: 101
Fecha de ingreso: 1 de Febrero de 2010
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  • 16 de Agosto de 2010 a las 23:00
cita de pelagio
cita de manuelvicentrubert Pelagio lleva razón. Epinicio es un término muy concreto, y tú le estas dando un significado quizás demasiado amplio. Pero bueno, al final todos acabarán escribiendo de lo que les salga de la punta del nabo, como siempre.  
Me quito el sombrero, Manolo. La expresión jotesca ha sido de lo más certera.
Es que ayer volví a ver 'Torrente', jaja
miguelmig
Mensajes: 1.276
Fecha de ingreso: 23 de Enero de 2009
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  • 17 de Agosto de 2010 a las 1:14

r2, no creo que para triunfar o ganar tengas que ser un héroe, o que si ganas signifique que seas un héroe.

Hay un montón de negreros que triunfan y ganan, obtienen "victorias" y no son héroes, más bien son villanos, en el mal sentido del adjetivo.

 

zarax
Mensajes: 2.184
Fecha de ingreso: 14 de Enero de 2009
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  • 17 de Agosto de 2010 a las 19:14
Este hilo ¿Es o no es para colgar relatos epinicios? Pues éso, menos cháchara y a ver si leemos el primero.



A PARTIR DE AQUI XL CERTAMEN DE RELATOS EPINICIOS
concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 18 de Agosto de 2010 a las 20:42

Ethos

Ethos puede ser interpretado como el espíritu de una época o de una cultura; al menos mientras existen.

 

Me han visto nada más descender del vehículo y se han apresurado, cerrando la puerta, reforzándola con una barra desde el interior y apostando a dos hombres, armados, en cada ventana.

Huele a comida.

La chimenea, en la segunda planta de lo que antes fue una sucursal bancaria, anega el cielo con un humo negro, pestilente, que va borrando las nubes blancas. Espero que regrese la lluvia.

Dudo sobre echar a correr hacia el Jeep Wrangler que robé hace dos semanas o caminar. Las acciones del cazador se aceleran ante la huida de la pieza, aunque reacciona de cualquier manera cuando le aprieta el hambre. Aún tengo dudas sobre si cazaré o me cazarán.

Consumo adrenalina como gas un Buick del 51, mi década soñada. Perry Como y su Jukebox Baby. Desvío mi atención para concentrarme en el problema.

Yo no les sirvo. Mi carne se pudre por la falta de medicamentos contra la peste. Soy un cerdo contaminado, para unos carniceros hambrientos. Sus gritos acompañan la humareda; aprovechan la salida del tejado para alcanzarme, en estos tiempos de escasez. Parece que se están organizando. Contra mí. Ya no puedo sorprenderles.

Localizo un movimiento, en el lateral de la casa, detrás de un macetero que contuvo brezo, rododendro o algún otro arbusto ornamental. Lo que se ha movido es pequeño. Salivo. Quiero llegar hasta el tesoro, antes de que empiecen a dispararme. Salgo de su ángulo de visión, confiando en superarles.

Por las barbas que cubren sus rostros medio ocultos tras las ventanas, calculo que han respirado durante muchos decenios. Yo sólo llevo tres sobre este infierno de planeta. El ruido de la falleba de la ventana me alcanza en el momento del salto. Desgarro mis codos al contacto con el asfalto, que está completamente levantado, semejante al colacao en grumos, del color de la tinta china.

Atrapo a la criatura.

Un niño. Patalea y aprieto. Suenan sus costillas. Rompe a sollozar. Doy la vuelta a la casa, agachado, arrastrando a mi presa. De nuevo ante el Jeep. Está a 25 metros. Eso significa dos disparos certeros desde la casa.

Coloco a mi víctima a horcajadas, a lo largo de mi espalda. Sujeto sus dos manitas sobre el hueso de Adán. La humanidad ha vuelto al origen. Adán es un buen nombre.

Empuño el Kalashnikov con la izquierda y mantengo las manitas contra mi garganta. Que no se escape la comida. Corro, pero supongo un blanco fácil, pese al escudo humano que me cubre las espaldas. Se balancea, con furia, haciendo crecer mí rabia contra la suya, aunque no dispongo de suficiente ambición para combatir al pequeño y me desequilibro.

Un hierro fundido atraviesa el gemelo de una de mis piernas. Otro disparo destruye mis tejidos y busca una salida a través del talón de la otra. Caigo sobre las rodillas y suelto la comida. El fusil yace a unos metros de mí.

Corre y grita, mientras el dolor confunde mis reacciones.

—¡Ya le tenemos! ¡Papá! ¡Ya le tenemos!

Oigo retirar los cerrojos y muchos pasos que se aproximan, agitados, murmullos, risas, palabras en mi honor, como en una fiesta popular.

—No nos faltará comida.

—Menuda cecina, con esas piernas —escucho la voz de una criatura, quizás la de mi fallida víctima, que va incorporando palabras gastronómicas a su acervo.

—Mejor hacemos jamón; aún tenemos sal.

Fueron los bancos. Jugaron con nuestras ilusiones. Lo destruyeron todo, empresas, familias, convivencia, el ethos desapareció, llevándose consigo la pantomima. Se nos cayó el teatro encima y surgimos los humanos auténticos. O siempre estuvimos aquí.

Primero lo contaron en las emisoras. Después se convirtió en la gran verdad. Yo sabía que podía suceder. Los demás también. Nos cambiaba la cara, el gesto. Sin nada que hacer, nada por lo que suspirar. Las noches se convirtieron en las mañanas, las jornadas de trabajo se modificaron. Comer era la necesidad primaria. La caza nuestra profesión principal.

¡Tantos humanos son útiles para otros humanos! Antes por el dinero, para hacer dinero. Ahora por la sangre y la carne, para alimentarnos.

He oído que en algunos pueblos mantienen el teatro, que cultivan cosas y se saludan por la calle, adecentan sus costumbres, se tildan de bonhomía, aprietan la zancada cuando se reconocen, para abrazar el encuentro y hacen vida ciudadana, basando el altruismo en la confianza mutua y la serenidad.

En las ciudades siempre vamos por delante. Aquí comemos y nos comen. Es nuestra actividad principal. Hemos madurado muy deprisa, lo suficiente como para alcanzar el infierno a golpe de coraje y enemistad.

Tengo un consuelo, así que dentro de la catástrofe que significa sentirme devorado, hay satisfacción por mi derrota. La peste les contendrá. Antes o después. Yo estoy condenado. Mis conciudadanos, los futuros comensales, quienes me saboreen en unos días, tras orear mis miembros a la intemperie, también lo están. La peste no les perdonará.

Vuelve el dolor, las endorfinas dejan de actuar mientras jalan de mis remos y el asfalto devora los rastros de mi cara. Alguien rompe mis manos con una culata. No siento el dolor. No siento la muerte de todos ellos.

El dinero contenía nuestros instintos, vertebraba las pasiones con limpieza. Ahora es nuestra carne quien los mantiene vivos y al descubierto. Al menos, durante un tiempo. El que transcurre entre cacerías.

Mi hermano podrá hacerse cargo de la familia, el único vínculo que aún permanece incólume, sobreponiéndose al hambre y las fatigas. Nos alimentamos del amor por los nuestros y del odio que dirigimos hacia todos los demás. Falsos ciudadanos de Tebas atrapados entre Cadmo y Harmonía, raptados por los impulsos de Zeus y abandonados por los dioses tras el fastuoso ágape.

Me dejan en el centro del patio de operaciones del antiguo banco. Han cerrado la puerta. Veo cómo se acercan las piernas de dos mujeres. Se agachan y me observan, aunque no las distingo muy bien por la sangre que recorre mis arcadas orbitales. Cada una levanta un cuchillo sobre mí.

Huelo el humo, de nuevo. Las nubes van perdiendo la batalla.

concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 19 de Agosto de 2010 a las 20:42

.

concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 20 de Agosto de 2010 a las 9:27

EPINICIOS (o algo así) DEL SIGLO XXI


Mirabas al frente sin miedo, con orgullo,
Estabas seguro de ti, conocías bien tu precio,
Habías trabajado mucho para poder tenerlo.

Aquellas tardes de triunfo, aquellos días de gloria,
Jamás los olvidarás, permanecerán en tu memoria.
Sentiste que te elevabas sobre todos los mortales,

Y olvidaste hasta quién eras y te creíste muy fuerte.
Era tuyo el mundo entero, te reías de los dioses, olvidaste
Que podrían dejar un día de protegerte.

No hubo más remedio, tuvimos que llorar contigo,
OH! Grande entre los grandes, dispuesto
Siempre al sacrificio por alcanzar tus metas.

Te lloraron aquellos que un día conocieron tu inocencia,
Los que de verdad te amaron, los que nada te exigían.
Te lloré yo cuando te vi convertido en un dios vivo.

Aplaudieron tus triunfos como se aplaude a los elegidos,
Todos rondaban tu estrella, todos entonaban loores.
Y yo te vi crecer y derramarte como se derrama el vino.

Tuvieron que adorarte, vencedor de mil contiendas,
Nadie como tú para atraer a los hados a nuestro favor
Y cegar al enemigo. Nunca, nunca les defraudaste.

En las tardes sombrías de molicie y desamparo.
Fuiste nuestro héroe, librando batallas desesperadas,
Cuando ya tristes creíamos que todo estaba acabado.

¡Cuán extraordinaria nuestra alegría, cuán completa!
Nuestras penas quedaban olvidadas y tu, certero,
Cumplías nuestro anhelo soñado de alcanzar la meta.

Nunca la victoria se comportó contigo
Como la amante esquiva que al perdedor desprecia.
Fuiste el capricho de Eros y el sueño de todas las hembras.

Supiste lo que era el Olimpo, gozaste sus mejores bienes,
Caminaste por él coronado de laureles y creíste
Que el mundo era tuyo, como tuyas eran sus mieles.

Aún vives del dulce recuerdo de aquellos días felices,
De los vítores y aplausos, de los abrazos y besos,
De los admiradores entregados, de las noches de excesos.

Olvidaste sin pesar los consejos de tu padre,
Que te avisó del peligro que tenías de endiosarte,
Sus palabras eran sabías y no quisiste escucharle:

La gloria no dura, la fama se acaba, te decía él,
Cuando tú le preocupabas por tus acciones soberbias,
Por tus salidas de tono, por tus noches depravadas.

Pero alcanzaste el triunfo y lo consumiste entero,
Con esa hambre atrasada del que ha tenido miedo
A no conseguir que algún día se cumplieran sus sueños.

OH! dios de las fuertes piernas, como dos columnas griegas,
Héroe de largas tardes en algunas naciones de la tierra,
Fuiste grande entre los grandes y ahora lloras de pena.

Los demás te seguían en tardes gloriosas de partido.
Te idolatraban los niños, todos ansiaban ser como tú
Cuando fueran mayores, soñando con haberlo conseguido.

Caíste en desgracia, te negaron el contrato, nadie te llama ahora,
Aunque sigas valiendo, muchacho. Te pudo a ti la soberbia,
Del mundo real perdiste la noción. Dios de los aficionados,

Terrible hombre de hierro, que ahora se esconde de todos
En un país extranjero, librando guerras sin gloria,
Tragándose el orgullo fiero. La fama es así de efímera,

De traidora y exigente, te sube al Olimpo un día y te deja
Caer de repente. Sacrificaste tu vida, tu amor y tu tiempo,
Luchando por alcanzar una meta vacía de sentimiento.

Yo te alabo y canto OH! héroe, caído en desgracia y olvido.
Ahora eres más hombre, ahora has aprendido que
Los dioses nos empujan a cumplir nuestro destino.

Y a ti te han llevado poco a poco, de la cima a los abismos
Para que aprecies el vacío de la fama, lo efímero de los halagos
Para que te sientas grande después de haber fracasado.

Has conocido la gloria y has asumido el olvido.
Y ahora que eres un héroe caído, humilde y sencillo
Es cuando yo te respeto, es cuando te siento más mío.

concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 20 de Agosto de 2010 a las 16:34

Marchando sobre Varsovia.


El jefe de la Sexta División comunicó que Novograd-Volinsk había sido tomado aquel mismo día al amanecer. El estado mayor partió de Krapivno, en tanto que nuestro convoy, su ruidosa retaguardia, se extendía por la carretera que conduce de Brest a Varsovia, camino construido con huesos de mujiks por Nicolás I.

Campos de purpúreas amapolas florecían alrededor de nosotros, el viento del mediodía jugaba con el amarillento centeno y el virginal alforfón se levantaba en el horizonte como la pared de un monasterio lejano. El plácido Volin zigzagueaba, se separaba de nosotros por entre la perlífera niebla de los bosquecillos de abedules, se introducía rampando en las floreadas colinas y enmarañaba sus debilitados brazos en las matas del lúpulo. El sol anaranjado rodaba por el cielo como cabeza cortada, un suave color se encendía en las grietas de las nubes, y los estandartes del ocaso ondeaban sobre nuestras cabezas. El olor de la sangre derramaba la víspera, y el de los caballos muertos, se instilaba en la frescura de la tarde. El ennegrecido Zbruch murmuraba y retorcía los espumosos lazos de sus rápidos. Los puentes estaban destruidos. Atravesamos el río por el vado. Una luna majestuosa yacía sobre las olas. Los caballos penetraban en el río hasta el lomo, sonoros chorros de agua se deslizaban entre centenares de patas. Alguien que se ahogaba increpó sonoramente a la Madre de Dios. El río se cubrió de negros cuadros -los carros- y de sordos ruidos, silbidos y canciones que resonaban entre el serpenteo de la luna y las resplandencientes sinuosidades.

Avanzada la noche llegamos a Novograd. En el alojamiento que me fue destinado encontré a una mujer embarazada y a dos judíos pelirrojos de fino cuello; un tercero dormía adosado a la pared, cubierta incluso la cabeza. En aquella habitación hallé los armarios revueltos, trozos de pelliza femenina esparcidos por el suelo, excrementos humanos y cascos de la vasija sagrada que los judíos usan una vez al año, por Pascua.

- Limpiadme esto -dije a la mujer-. En qué suciedad vivís, buena gente...

Los dos judíos se pusieron en movimiento. Dando saltitos con sus suelas de fieltro, recogieron del suelo los cascos; brincaban en silencio, como los monos, igual que japoneses de circo, e imprimían un movimiento circular a sus cuellos congestionados. Extendieron sobre el suelo un colchón agujereado y yo me tendí de cara a la pared junto al tercer judío, el que dormía. Una apocada miseria pendía sobre mi lecho.

Todo había muerto en el silencio, y sólo la luna, que se abrazaba con azules manos la redonda cabeza resplandeciente y despreocupada, vagaba bajo la ventana.

Desentumecí las envaradas piernas, tendido sobre el colchón corto, y me dormí. Soñé con el jefe de la Sexta División. Caballero de un pesado potro, perseguía al jefe de la brigada y le metía dos balas en los ojos. Las balas atravesaban la cabeza del jefe de la brigada y sus ojos caían al suelo. "¿Por qué hiciste dar media vuelta a la brigada?", gritaba Savitski, jefe de la Sexta División, al herido. Y en aquel momento desperté, pues la mujer embarazada me palpaba la cara con los dedos.

- Pan¹ -me dijo-, está usted gritando en sueños y dando sacudidas. Le pondré la cama en otro rincón, pues aquí da empujones a mi padre...

Levantó del suelo sus flacas piernas y su redondeado vientre, y alzó la manta que cubría al hombre dormido. Allí yacía un anciano muerto, tumbado de espaldas. La garganta arrancada, el rostro partido por la mitad; la sangre azulada parecía, sobre su barba, un  pedazo de plomo.

- Pan -dijo la judía mientras sacudía el colchón-, los polacos le degollaron. Él suplicaba: "Mátenme en el patio interior, para que mi hija no me vea morir". Pero ellos hicieron su conveniencia, y él murió en esta habitación, pensando en mí... Y ahora quiero saber -manifestó de pronto la mujer con terrible fuerza-, quiero saber en qué lugar de la tierra podrá hallarse un padre como el mío...

 

¹ Pan: señor, en polaco.

concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 22 de Agosto de 2010 a las 14:39

 

MUYAHIDIN

 

Valle de Lašva, Bosnia, 1993.

La granja Edin solía tener una valla alta en la que los rastrojos del viento de verano se amontonaban con furia. Un silo para grano, una vivienda de dos plantas, un barracón para temporeros y una alta torre de piedra que había sido útil varios siglos atrás para algún ejército y que el granjero Edin había acondicionado para poder subir y buscar la Meca con la vista.  

La granja Edin había sido aplastada por los serbios meses atrás junto con toda la familia del granjero. Algunos refugiados del valle llegaron hasta ella pensando que podrían encontrar comida y lavar las llagas de los pies, la mugre de las lágrimas mezclada con el polvo negro. Los zorros corrían a su antojo entre el malogrado cultivo, buscando los restos de alguna gallina; la granja estaba arruinada, pero un hombre aún podía comer y dormir allí.  

Kemal, en la torre, observaba a los carros blindados de la ONU acercarse desde el interior del inmenso valle. Los refugiados de Vitez, Busovača y Novi, inquietos por la polvareda, volvían a recoger apresuradamente sus pertrechos. Kemal miró hacia abajo. Un famélico bosnio levantaba a un anciano, quizá su abuelo, para cargárselo a la espalda. Una mujer transportaba, con esfuerzo y temblores, en un carro de mano, varias bolsas negras y a dos niños de menos de cinco años. Buenos musulmanes asediados que no abandonaban a sus familias.

Kemal miró al Este antes de bajar de la torre. No sintió nada.

Los refugiados tenían motivos para temer cualquier incursión en aquel refugio. Se sintió satisfecho de poder decirles que no se acercaba ningún comando paramilitar de exterminio, sino los pusilánimes soldados de la ONU, seguramente con algún abastecimiento de comida, una libreta para justificar sus viajes y muy poco tiempo para quedarse en ningún sitio.

Kemal estaba satisfecho también por sí mismo. Era el último de un grupo de nueve islamistas alemanes que habían cruzado todo tipo de fronteras con el objetivo de entregar la vida para socorrer a los hermanos musulmanes de bosnia. Como otros muchos guerreros santos, sus compañeros habían ido cayendo en operaciones tácticas de desgaste de los principales ejércitos, o en enfrentamientos directos con los grupos paramilitares más activos. Dos compañeros de Kemal habían muerto durante la toma de Jajce, en Octubre del año anterior. Los demás murieron inmolándose contra un destacamento de mercenarios griegos.

Kemal estaba cansado de esa guerra. Hacía semanas que intentaba hablar con Alá, pero no escuchaba ningún tipo de mandato. No había ningún guerrero santo que supervisara sus acciones y, en presencia de los refugiados, armado hasta los dientes, pletórico de vida y de aparente convicción, no necesitaba demasiados esfuerzos para parecer un héroe. Quería salir de allí; había matado mucho, había matado mal.

Y se sentía cada vez más libre, más ansioso, más vivo.  

Cuando bajó de la torre dispuesto a tranquilizar a los bosnios, se dio cuenta de que, en menos de un minuto, el escenario había cambiado radicalmente.

Los vehículos de la ONU, cuadrados como juguetes, blancos como yogures, estaban a menos de quinientos metros de la destrozada valla; detenidos; zumbando con alguna suerte de comunicación militar anglosajona. Sin encontrar ninguna resistencia, por su lado estaban pasando dos carros blindados de Tigres de Arkam; patrullas paramilitares.

Kemal cerró los ojos y sintió que su estómago y sus testículos se convertían en una misma cosa dura y huidiza. Él estaba entrenado para esconderse, podía correr realmente rápido y podía cubrirse con granadas o con su rifle de larga distancia.

Podía sobrevivir a ese asalto si se lo proponía con firmeza. Solo.

Abrió los ojos y se dio cuenta de que estaban esperando a que hablara. En una especie de locura común, aquella docena de refugiados pensaba que el muyahidín tenía algo que decidir. Mostró los dientes y, en el mismo latigazo de furia dijo: “Corred”.

Se dirigió al pie de la torre en la que tenía escondida la maleta negra con sus pertenencias. La gente no se movía; temblaban; las bocas abiertas como si acabasen de descubrir que los padres suelen comerse a sus hijos. “¡CORRED!”, repitió con tal fuerza que una mujer rompió inmediatamente a llorar y se dio la vuelta, corriendo como corren los seres abandonados.

El resto del grupo la siguió; todos corrieron a través de la granja buscando un trozo de valla rota y, quizá, un agujero por el que salir al otro lado del mundo.

Kemal cogió su maleta negra y abrió la puerta de la torre. La madera era nueva, una de las reformas del granjero Edin. Sacó uno de sus dos machetes y lo metió bajó la puerta haciendo cuña; le dio una par de patadas para atorarlo hasta el mango. Comenzó a subir. Si alguno de sus compañeros hubiese estado junto a él, Kemal ni siquiera se habría atrevido a pensar en algún plan que no fuese colocarse el chaleco explosivo y correr hasta estar lo más cerca posible de los infieles. Locos.

Dos carros blindados, con al menos cuatro personas por carro. Ocho tigres y un solo Muyahidin. Allí no había ninguno de sus compañeros para censurarlo.

Llegó al final de las escaleras y cerró la puerta, también construida por el granjero. Sacó su segundo machete y la atrancó del mismo modo.

En lo alto de la torre, Kemal vio el surco de los refugiados mientras huían. Los coches se fueron parando y los tigres fueron bajando con sus armas para salir a la carrera. Si no hacía ruido, si los perseguidores se distraían matando y violando y se conformaban así con su visita a una granja anteriormente saqueada, Kemal posiblemente saldría con vida.

Miró al Este. No sintió nada. Allí no había nada más que el recuerdo del sol.

Miró su bolsa, con el chaleco explosivo y el rifle de larga distancia.

Cuatro tigres se habían quedado controlando la granja. Los otros cuatro estaban corriendo al trote detrás de los refugiados, sosteniendo sus fusiles con indiferencia, sonriendo. Kemal se imaginó disparando al más rápido de ellos y arrancándole un gran trozo de pierna. Antes que los demás se dieran la vuelta y, por supuesto, se agacharan, se imaginó acertando en el centro del estómago de otro incursor.

Comenzó a llorar.

Imaginó que los tigres de Arkam no tardarían en sospechar de la torre de piedra. Kemal le arrancaría la mitad de la cabeza a uno que ya estuviera mirando en hacia él. El cerco de hombres armados, agachándose y tomando sus armas, comenzaría a disparar.

En algún momento, oiría el golpe de la puerta de abajo de la torre. Sólo al imaginárselo tuvo que apretar los dientes para no orinarse encima. Llevaba los últimos meses solo, dejando poco a poco de ser un guerrero santo, conviviendo con supervivientes, percibiendo el hálito de las cosas que crecen y olvidando la promesa de las uríes.

Kemal pensó si había algo que él pudiera hacer por esa gente aparte de dejarse matar. No tardó en imaginarse que los tigres de Arkam abrían la segunda puerta de la torre haciendo volar su inútil machete y que él metía la mano en la bolsa para apretar el detonador del chaleco. ¿Podría con todos?

Cerró los ojos sabiendo que, ni por Alá ni por nadie, asomaría la cabeza más allá de la balaustrada de madera de la torre.

A menos de un kilómetro, los refugiados corrían, caían y se levantaban. Cuatro de los tigres los perseguían agachados entre la mala hierba. Apretaban los rifles con un ansia cercana a la locura. Uno tenía necesidad de violar y otro de masticar. Un tercero sentía en los músculos de las piernas el recuerdo de haber reventado costillas y dentaduras. El cuarto tigre decidió detenerse a disparar. Acertó al viejo que hacía de mochila. El viejo y el bosnio cayeron. El tigre siguió corriendo.

En la periferia de su visión, el tigre percibió un borrón oscuro y rápido, inidentificable. Recibió un balazo de frente, en mitad de la cara, y cayó como si se hubiese arrojado de una barca. Un tirador cubierto con una manta se revolvió para esconderse.

Los tres tigres corrían a muy poca distancia de los refugiados.

Diez metros que se hacían nueve, ocho y siete. Se permitieron reír y aflojar el ritmo.

El tirador encubierto salió de entre los arbustos con una pistola en cada mano y comenzó a dispararles por el flanco. Disparó tantas veces en tres segundos que no le fue necesario apuntar. Fue como una ráfaga que lanzó a los serbios contra la tierra y los hizo rebotar y desperdigarse como carne arrebatada por el viento.

Los refugiados no dejaron de correr, acostumbrados a los disparos que sonaban a arena golpeada, y a seguir corriendo a pesar de ellos.

El bosnio famélico salió de debajo del cuerpo de su abuelo con el mismo esfuerzo que si hubiese tenido que levantar a un oso. El hombre cubierto con la manta le ofreció la mano, pero el bosnio se arrastró con los codos, aterrorizado, se levantó como pudo y volvió a correr.

El hombre entrecerró los ojos y escupió a un lado. Se dio la vuelta y se quitó la manta de la cabeza. La tiró al suelo y volvió a colocarse el casco de Naciones Unidas. Comenzó a andar bordeando la valla deshecha de la granja, entre mala hierba y zorros furibundos. Ya ni siquiera oía la carrera de los bosnios. Si se encontrasen con seis o siete locos como él por el camino, quizá pudieran salvar la vida.

Se le ocurrió encender el walkie sólo para comprobar que sus compañeros le estaban reclamando. Tenían órdenes de no intervenir y el tirador sabía que, de haber estado junto a ellos, no le habrían permitido hacerlo. Quizá su intervención supusiese un desastre diplomático, si alguien llegaba a enterarse.

Un desastre diplomático. El hombre hacía ya tiempo que tan sólo respondía al hálito de las cosas que crecen y ya no recordaba la promesa de medallas ni obedecía la ley de los hombres. Miró hacia el Oeste. No sintió nada. No había ningún diplomático al Oeste para censurarle, ningún político, ningún superior. Tan sólo el sol, buscando a la cansada tierra para yacer junto a ella.

concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 23 de Agosto de 2010 a las 13:04
                           Book.radioman.... el chico que plagia las series de la tele y llena sus relatos de faltas de ortografía. El troll que tanto os jode, pasa de vosotros como de comer aquello que defecan los guarros.          
concursoderelatos
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  • 23 de Agosto de 2010 a las 16:57

SINE LAUDE.


“El Mundial de sauna acaba en tragedia con la muerte de un finalista”


─¿Has leído esto?

─No. Lo he oído esta mañana en la radio, de pasada. Que se ha muerto el tío, ¿no?

─Ya te digo. La gente está reventada de la cabeza.

─Muy hecha polvo. Hace falta ser gilipollas.

─Tres minutos a ciento diez grados. No me jodas.

─¿Y era concurso o para batir record?

─No sé. Pone el mundial. O sea, que es competición. No, si lo mismo hay hasta federación. No me jodas.

─Y el tío, se creería que iba a pasar a la Historia.

─Hombre, lo que está claro es que el pavo ya es historia.

─¡Ja, ja, ja, ja, ja! Pobre hombre, tío. No teníamos que reírnos.

─Si es que… no me jodas, ¿hay una forma más tonta de morirse?

─Al menos ganaría ¿no?

─Pues no sé. Espera. El aspirante ruso… su máximo rival… la suspensión definitiva del torneo. Qué va. ¡Encima ni gana, el tonto’lculo! Se suspendió el concurso. Y no te lo pierdas, el otro que quedaba con él, también ha estado a punto de cascarla.

─Madre mía, qué cuadrilla de…

─Éstos, seguro que eran como el tonto del Míguel: Yo no pierdo ni a las chapas, chaval.

─¡Ja, ja, ja, ja, ja! Pues el otro día le dieron pa’lpelo. Cien euracos perdió al póquer.

─Que le den por culo.

─Pues sí. Menudo fantasma.

─Espera, espera. ¡Ja, ja, ja! Dice que un tal Arvela, el que organiza esto, se muestra escéptico acerca del futuro del mundial de sauna. ¡Ja, ja, ja, ja!

─Que no lo van a hacer olímpico, vamos.

─Ya te digo. Una pena, tío. Lo mismo teníamos futuro y todo.

─Pues para entrenar, nada más que poner la cara encima de la olla cuando hace la vieja cocido. Por cierto, ya sale tu madre.

─¿Qué tal mamá? ¿Te han machacado mucho?

─Un poco. Pero me han dado buenas noticias, me han dicho que en un par de semanas, o así, ya podré soltar la silla y caminar con muletas.

─Pues claro, mama. Y correr los cien lisos, ya verás.

─Pues claro, señora Adela, si es usted una campeona. Eso sí, no se apunte al sauning. Déjame empujar la silla, que me gusta.

─Pues pásame el As, que seguro que trae cosas más interesantes. A ver cómo está hoy la tía de la contraportada.

─Está buena. Se llama Cris, abogada criminalista y le gusta el surf.

─No me jodas, tío. Está retocada con el photoshop y todavía está gorda.

─Que no, que está buena. ¿Y cómo se llamaba el menda ése que la ha palmado?

─Ni puta idea.

 

 

concursoderelatos
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  • 24 de Agosto de 2010 a las 14:56
NACIDOS EN EL MUNDO OSCURO

Madre nos dijo una vez que, en el Mundo Oscuro, sueño y realidad son una misma cosa, igual que lo son sueño y pesadilla. Creo que pensaba que no la escuchábamos y no sé si lo hacían mis hermanos. Yo sí. Siempre la escuché, siempre medité sobre las cosas que decía, aunque carecieran de sentido. Madre era sabia, casi tanto como Dios.

Por eso, lo soñé. Carlos y Madre lo aceptaron y, juntos, personifican la ley en el Mundo Oscuro. Si lo conseguimos, si logramos matar a Dios, alcanzaremos la luz. Seremos libres, prometió Madre.

Debe ser importante, ser libre…

Pero tengo miedo. En mi sueño, las cosas no eran exactamente así, Madre no miraba fijamente el techo, como fascinada por la luz mortecina de la única lámpara. Hace ya dos días que no se mueve, envuelta en un nido de sábanas húmedas y revueltas. Está muy pálida, y ha empezado a emitir un olor extraño...

– Da igual – decide Carlos, impaciente. Es el mayor, y casi tan alto como Dios. Si no escupiera sangre, sería la única ley, con poder incluso sobre Madre. Pero tose y siempre, hasta ahora, ha pensado que no puede oponerse a Dios. Por eso considera importante mi sueño y no quiere esperar a otro, porque le ha dado las fuerzas y la motivación que no esperaba llegar a conseguir nunca. Victoria o derrota, ha dicho, da igual lo que venga, será bienvenido. Y será inmenso, colosal, se extenderá por cada pared, rebotando en cada rincón, en cada ángulo, cambiando definitivamente el Mundo Oscuro y sus criaturas. Madre. Él, yo. Elena y Rosa, sentadas en el suelo, aferrando sus muñecas rotas. Yo jugué con esas muñecas… Bueno, con casi todas. Una de ellas, fue un regalo de Dios a Elena cuando llegó el momento, por dejarse bendecir sin gritar demasiado. Elena no es lista – Tenemos que hacerlo, y está a punto de llegar.

– ¡No es el sueño, no es así como lo soñé! – insisto – Debo volver a…

Carlos se aparta, tumba una silla, y la rompe con un golpe del pie, desafiante. Intento evitar sus ojos. Ya hace tiempo que me mira como me mira Dios. No soy tonta, aunque lo simule. Eres guapa. Hazte la tonta, decía Madre. Babea, tose, vomita... Si babeas, Dios no te tocará. Y yo lo hacía, y me arrastraba como una bestia por las sombras del Mundo Oscuro cada vez que se abría la Puerta Alta, y nos inundaba la luz del Mundo Brillante. La naturaleza de Dios es aterradora, y la primera vez que se detuvo en mí aquella mirada, supe que era mejor huir. Por eso no me encontró. Por eso encontró a Elena, y la bendijo, y es ella la que ahora está hinchada y deforme, podrida por dentro, esperando otro pecador…

Crujidos metálicos. Miramos hacia la escalera.

Allá arriba, la Puerta Alta se abre, nos inunda la luz… ¡Es tan intensa! No puedo mirar directamente, nadie puede. Nos agitamos en los restos desgarrados de nuestra penumbra, como gusanos perturbados por fuerzas descomunales. Parpadeo, retrocedo, me encojo, pero no dejo que el miedo me domine, no quiero perderme nada. Si Dios va a morir, quiero verlo. Quiero disfrutarlo y patearlo, arañarlo, morderlo… Suele decirnos que él nos concibió y que, por eso, hubiéramos podido ser perfectos, hubiéramos debido serlo, pero pecamos. Pecamos siempre, incluso antes de nacer. El nos atrapó en el Mundo Oscuro y nos castigó, por nuestro bien.

La silueta negra de Dios parece desbordar el quicio de la puerta. Sólo cuando la cierra y empieza a descender por la escalera, surgen las texturas, los colores, los detalles. Los ojos encogidos en pliegues, la boca forzada por la eterna mueca de desagrado, la gran nariz aguileña... Anchos hombros, robustos, aunque ya se curven por el peso de los años; manos grandes, capaces de hacer mucho daño…

Aterrador.

Lo soñé, soñé que se podía matar a Dios. Que los dioses sangraban y sufrían, que sus cuerpos podían pudrirse en la oscuridad, como nos pudrimos nosotros.

Soñé que pecadores y dioses no se diferencian tanto, que todo es una pura cuestión de fuerza.

Es verdad que, en mi sueño, mil detalles eran sutilmente distintos, pero Dios bajaba así, exactamente así… ¿O estoy recordando cualquier otro momento, una de sus muchas visitas? No sé qué es sueño, no sé qué es realidad, pero no importa, ya lo dijo Madre.

Todo es lo mismo, en el Mundo Oscuro.

Carlos contiene la respiración. A su espalda, sujeta con más rabia una de las patas de la silla rota. La va a utilizar como arma.

En el sueño… en la realidad…

La madera rasgará la piel del Dios, aplastará los divinos huesos. Golpes, golpes y densos regueros de sangre perdiéndose en la negrura. Y, entonces...

Pero, no. El plan soñado vuelve a quebrarse, rasgado por un grito.

Elena está de pie, tensa, la boca abierta desaforadamente, los ojos dilatados en una expresión de absoluto espanto. Algo oscuro y viscoso se desliza por sus piernas, mancha la suciedad del suelo, lo llena todo con un olor dulzón y denso. A su lado, Rosa la mira aturdida, con una muñeca sin cabeza entre las manos.

– ¿Elena? – dice Dios, y parece repentinamente nervioso, como si el grito le hubiese arrebatado todo su poder. El caos siempre se extiende rápido por el Mundo Oscuro. Uno a uno gritamos todos. Dios retrocede, va a irse, pero tropieza en un escalón y cae, deslizándose hacia abajo por la escalera.

El desenlace es el mismo del sueño, aunque sucede de un modo distinto.

Carlos reacciona, aprovecha la oportunidad, corre hacia él; lo cierto es que no sé si es Carlos. Lo dudo. Al otro lado de esos ojos terribles no puede haber nada realmente vivo.

Matar un Dios es una tarea peligrosa y sucia. También grita, pero ya no asusta igual. Por primera vez, mis entrañas no se estremecen con el poder de su voz.

Golpes, golpes, y densos regueros de...

Cuando, finalmente, Carlos se detiene, es porque está agotado. Jadea, cubierto de sangre y sudor. Yo me acerco a los restos de lo que fue un Dios y los pateo con saña. Otra vez. Otra. ¡Qué satisfacción! Una deliciosa sensación de victoria me embriaga. Quiero seguir golpeándole, pero Carlos me sujeta por los brazos, arrebatándomelo todo. Me mira, y vuelve el miedo.

– No. Olvídalo. Ahora, sólo quedamos nosotros – dice. Parece una promesa. Tiemblo, mientras pienso que debo soñar cuanto antes con la muerte de otro Dios.

Carlos vuelve abajo, murmurando entre dientes. Dudo sobre qué hacer, y opto por dirigirme hacia el Mundo Brillante. Espero de verdad que exista algo allá. O que no exista nada, y que esa nada nos mate.

Subo poco a poco, y empujo la Puerta Alta. Se resiste, pesa, pero insisto con fuerza, hasta girarla. Entonces, el resplandor me deslumbra, el miedo me aturde y me tengo que obligar a cruzar. Así descubro que la Puerta Alta es una especie de armario por el otro lado, y da a una sala grande, con baldas y una mesa. Tablas y objetos de madera. Herramientas de metal. Virutas. Huele bien.

En un lado de la habitación hay otra puerta, que se abre justo en ese momento. Un hombre asoma la cabeza. Me mira, sobresaltado, y me sorprendo al pensar que tiene los ojos de Madre. Sus pupilas, llenas de alarma, van varias veces de mí a la Puerta Alta, que vista desde aquí es un Umbral Negro. Finalmente, reacciona, da media vuelta y se marcha corriendo. Le sigo, intrigada, hasta una habitación amplia, limpia, llena de muebles relucientes. Una distorsión luminosa y bella del Mundo Oscuro.

Hay una mujer. Al verme, se lleva la mano al pecho y grita. Es… extraño, el sentimiento que experimento, mirándola. Aunque está cubierta de arrugas, su rostro tiene también un evidente parecido con el de Madre. Más allá, el hombre al que he perseguido, habla solo, sujetándose algo en una oreja.

– Sí, por favor, manden una patrulla. Es el taller de mi padre, al parecer hay una puerta oculta tras un armario. Vi algo, quizá un sótano, del que yo no tenía ni idea, ni mi madre. ¡Y está saliendo gente!

Mi atención deriva hacia la imagen que hay en una mesita. En ella, aparecen cuatro personas y reconozco a Madre en una niña de sonrisa alegre, con el pelo largo y negro. A su lado, puede verse al hombre que ahora habla solo, también mucho más joven; y tras ellos, abrazados, están Dios y la mujer que grita.

Carlos entra en la habitación, con Madre en brazos, delgada, fría, muerta. Y el horror del Mundo Oscuro inunda por completo ese hermoso lugar, como un río de aguas pestilentes.

Cuántos gritos…

– ¡No puede ser, mamá! ¡Mi hermana se marchó, se escapó de casa! ¡Tú recibiste sus cartas, no tiene sentido…!

– ¡Dios mío! ¡Luisa, mi niña! ¡Estaba aquí, estaba aquí todo el tiempo!

Las voces se entrelazan una y otra vez, diciendo cosas que no entiendo, ni me interesan. Me siento aturdida, con tanta luz, tantos ruidos. Y también aquí sueño y realidad se confunden.

Tiempo. Entran varios hombres. Todos visten igual. Hablan, y algunos descienden al Mundo Oscuro. Eso les cambia. Ya no son los mismos tras cruzar el Umbral Negro. Cuando regresan, sólo uno vomita en un rincón, pero todos parecen espantados.

Veo a Elena, arrodillada, dolorida por lo que quiere salir, eso que crece y la hincha. Veo a Rosa, caminando sin rumbo; arrastra por el suelo la muñeca decapitada, que deja un rastro de sangre en la resplandeciente madera. “¿Qué va a ser de nosotros?”, me pregunto, en un único rapto de lucidez. No sabemos qué hacer con la victoria sobre Dios, ni cómo sobrevivir en este mundo extraño de luces intensas en el que somos todavía más vulnerables.

Carlos tiene el rostro manchado de sangre, los ojos de lujuria. En la boca, lleva marcada esa expresión seca y decidida que ha heredado de Dios. Pero yo ya no le temo, ya no tengo por qué hacerlo. Percibo su frustración. ¿Cómo no me di cuenta antes?

Es él quien ahora me teme a mí.

Ahora sabe que mato Dioses con mis sueños.
concursoderelatos
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  • 25 de Agosto de 2010 a las 11:25
Tres horas.

Habían sido tres horas terribles. El sudor había caído, molesto, impertinente, velándole a ratos la vista. En algunos momentos, corriendo lentamente por su cuello y por su espalda, se empeñó en distraerle. Por fortuna sin suerte.

Habían sido ciento ochenta minutos de rabia, de tensión, de lucha y precisión. Sus piernas flojearon en alguna ocasión. Su pecho contuvo con doloroso esfuerzo la tos que, sin misericordia, por el sudor y el frío ambiente le atacó muchas veces. Su espalda se quejó algunos momentos, sus brazos clamaron por un reposo que no podía darles. Sus manos trabajaron hasta límites insospechados, y aunque hubo tensión e incluso un agotamiento que las llevó a un momentáneo agarrotamiento doloroso, no les quiso dar tregua. No podía. Haberlo hecho hubiese sido como renunciar, claudicar y perder.

Fueron una sucesión de muchísimos tiempos en los que el cerebro trabajó hipervoltado y ofreció a su tarea lo más alto y preciso de su conocimiento, de su destreza, de su habilidad, de su saber, de su experiencia. Fue una de esas batallas en las que allí, ante nosotros, Átropos, la parca, espera que fallemos en algún momento ante la magnitud del reto, que ante su dificultad caigamos o arrojemos la toalla. Fue uno de esos combates en los que, desesperados, luchamos con denuedo, con arrojo, con energía, y en ningún momento bajamos la guardia. Fue un singular encuentro en el campo del honor, entre un cruel enemigo y un aguerrido caballero, un duelo prolongado en el que muchas veces el noble combatiente parecía estar a punto de caer derrotado por las malas artes y crueles artimañas del enemigo. Se había derramado mucha sangre, que teñía de rojo el campo de batalla, pero no tanta que no fuese posible restañar las heridas y abrirse paso, lentamente hacia el frente, hacia el lugar donde el enemigo, insidioso, maligno, se ocultaba agazapado, fuertemente adherido al territorio. Milímetro a milímetro se habían ido ganado posiciones, y con su afilado acero, había ido poniendo cerco al monstruo, al engendro.

Había sido una prueba de fuego, como un abismo insondable o una cordillera de nieves perpetuas de esas que cierran el paso a los viajeros. Pero él había pasado. Lo había logrado. Ni la crítica situación del enemigo junto a zonas esenciales para la vida, ni las profundas raíces que lo unían a estructuras frágiles, delicadas y vulnerables habían sido obstáculo suficiente para quebrar su decisión ni lograron llevar su empeño al fracaso. Ni el volumen, ni la dureza, ni la terrible malignidad de aquel engendro consiguieron que la parca, atenta y vigilante, se llevase un botín aquella tarde.

No. Tras tres horas de precisa y difícil cirugía, el tumor, situado en la base del cerebro, pudo ser extirpado. El mal pudo ser arrancado. Se ganó la batalla.

Se sacó los guantes y salió del quirófano. Por la acristalada puerta vio a su paciente, todavía profundamente sedado e intubado, con el cráneo cubierto por un denso vendaje. Una profunda sensación de paz y relajación le envolvió.

-Sobrevivirás. Lo hemos logrado.

concursoderelatos
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  • 25 de Agosto de 2010 a las 20:27
La última carta de Henry Walker

Sentado en su escritorio, con la pluma sujeta firmemente, mientras intenta contener el incipiente temblor, Henry Walker contempla a través de la ventana del despacho un horizonte lejano, perdido en el tiempo. Haciendo acopio de todo su valor se sumerge en él, bucea en su memoria. Intenta despejar su mente, retrocede rápidamente hasta un punto concreto de su vida, se toma un tiempo y regresa. Más tranquilo, con el temblor controlado, empieza a escribir.


23 de abril de 1984

Lamento mucho lo ocurrido. Sé que una disculpa no es suficiente. Nada podrá remediar todo el daño que hice. No voy a negar que recibí numerosos informes que me advertían de las posibles y nefastas consecuencias de la misión.


Admitir que fui un necio no sirve de mucho, lo sé. Pero antes de morir necesito limpiar mi consciencia y hacer saber al mundo que no actué de mala fe. Necesito hacer saber a quien quiera escucharme que mi país, mi patria, siempre fue lo primero. Lo que hice fue para mayor gloria de nuestra nación, para hacerla más fuerte, más poderosa, más segura. La decisión que tomé fue para que todo ciudadano norteamericano pudiera sentirse orgulloso y tranquilo viviendo bajo el amparo de nuestra bandera.

Quien me conoce sabe que esos fueron mis objetivos cuando me designaron jefe de la branca militar que colaboraría con la NASA para ganar la carrera espacial.

Yo estuve allí desde sus inicios. Vi nacer el proyecto poco después de que finalizara la segunda guerra mundial. Yo fui uno de los encargados de sumar a Wernher Von Braun a nuestra causa. Sin embargo, no voy a negar que me opuse firmemente al empleo de tecnología nazi. En otras palabras, fui uno de los más fervientes defensores del desarrollo de nuestros propios cohetes y, por lo tanto, uno de los instigadores del fracaso de los motores Vanguard. Me parecía vergonzoso que parte de nuestros logros pudiesen asociarse con Hitler, su régimen y sus V2.

Ahora pienso que si hubiese dado carta blanca a Von Braun para la utilización de la tecnología más adecuada, posiblemente no hubiesen sido los rusos los primeros en enviar un satélite artificial al espacio. Y estoy convencido de que no hubiesen sido los primeros en poner un hombre en órbita. Si esas etapas se hubiesen quemado a mayor velocidad, el alunizaje posiblemente ya habría sido un hecho factible cuando tomé la fatídica decisión.

Pero habíamos perdido todas esas etapas y, lo que es peor, habíamos recibido información contrastada de que, contra todo pronóstico, su motor cohete de treinta elementos, el Nositel 1, había realizado un vuelo con éxito.

Hasta ese momento, habíamos sido conscientes de que los soviéticos disponían de menos recursos, de una tecnología obsoleta. Habíamos creído que, pese a sus victorias parciales, el asalto a la gran meta, poner el pie en la Luna, era una tarea imposible a menos que consiguieran desarrollar un nuevo motor. Cuando supimos que tenían intención de reciclar sus motores en un sistema de treinta cohetes, pensamos que estaban desesperados.

Nuestros informes decían que era imposible coordinar el encendido de semejante grupo propulsor, que lo más probable era que explotase antes de conseguir levantarse. Además, nosotros ya teníamos listo nuestro cohete de tres fases propulsado por un motor de cinco elementos, el Saturno V. Sabíamos que podíamos llegar a la Luna, sólo nos faltaba por desarrollar el módulo lunar donde asentar a la tripulación.

Cuando descubrimos que el motor ruso no sólo era factible, sino que las pruebas realizadas arrojaban que había sido un éxito absoluto, nos asustamos. Nos dejamos llevar por la paranoia.

Eran tiempos convulsos y habíamos perdido demasiados asaltos. La carrera espacial era sólo propaganda, pero la propaganda era importante, con ella se ganaban las batallas en la guerra fría. Cada pequeño paso que daban los soviéticos, por minúsculo que fuera, si lo daban un segundo antes que nosotros, era una batalla perdida.

Creíamos que el comunismo no tenía futuro, pero los soviéticos habían conseguido gobiernos afines en África, países ricos en recursos naturales. Disponían de la base estratégica que representaba Cuba y el potencial humano chino. La marea roja se había convertido en una amenaza tangible.

Habíamos subestimado a los soviéticos y parecía que sólo había una cosa clara: teníamos que actuar, y teníamos que hacerlo antes de que los soviéticos se colgaran otra medalla.

Fue así como nos reunimos de urgencia y evaluamos lo que teníamos y de lo que carecíamos. Nos dimos cuenta de que a la luna podíamos llegar, sólo que de momento no éramos capaces de conseguir que un americano la pisase. Fue en esa reunión donde propuse que, si un americano no podía pisarla, mejor que no la pisara nadie. Así fue como la misión de alunizaje se convirtió en una misión de alunaje.

Como misión prioritaria, el brazo militar tomó todo el control operativo y ejecutivo. Los técnicos se limitaron a acatar órdenes. Se redactaron informes y estudios de todo tipo. Obviamente se evaluaron las consecuencias. Yo mismo deseché esos informes. No creía que las consecuencias iban a ser las que fueron. A decir verdad, en ningún momento llegué a planteármelas seriamente. Lo único que importaba era demostrar al mundo que Estados Unidos seguía siendo el país más poderoso, que el comunismo no era una alternativa. Sólo leí los informes donde se hablaba de que bomba termonuclear encajaría mejor en la cabeza del cohete y a la vez causaría el mayor daño a nuestro satélite. Fui un inconsciente.

En tres meses todo estuvo listo. Lo único que se había filtrado a la prensa era que la Luna muy pronto sería nuestra. Supusieron que el alunizaje estaba cerca y se sorprendieron al ver que era una misión no tripulada. Sin embargo, celebraron con el mismo entusiasmo el éxito del despegue.

En ese momento sólo pude cruzar los dedos y contener la respiración. De los riesgos asociados a un fallo en la ignición de los cohetes de un proyectil cargado con varías toneladas de material fisible sí era muy consciente.

Después del lanzamiento tan sólo quedaba esperar que se consumiese la distancia que separaba la Luna de la Tierra, ver como el cohete iba despojándose de las distintas fases hasta que sólo quedase la cabeza nuclear más grande jamás utilizada y observar como ésta alcanzaba la superficie lunar.

Cuando finalmente se produjo el impacto debo admitir que creí presenciar el mayor espectáculo que un hombre pudiese concebir. Di gracias a dios porque aquella fuese una noche de luna llena y cielo despejado. Mi cuerpo se estremeció al ver como, poco después del impacto, al que sucedió una explosión perfectamente perceptible, empezaban a desprenderse, en forma de círculos concéntricos, lo que visto desde la tierra parecían nubes de polvo. Nubes que poco a poco rodearon y envolvieron toda la superficie lunar. El satélite empezó a reflejar una luz difusa, tenue, de un amarillo grisáceo.

Mientras lágrimas de emoción recorrían mis mejillas, la Luna empezó a girar sobre su eje. El impacto había reducido su velocidad de rotación y traslación, por lo que su energía cinética global había disminuido. La consecuencia inmediata de todo eso fue que, muy poco a poco, por primera vez, a ojos de todo el mundo y sin necesidad de artilugio alguno, la Luna mostró su cara oculta. En esos momentos yo era un hombre asombrado y feliz. Por fin, y aunque fuera por cojones, habíamos vencido a los rusos.

Lo que vino después es algo más triste y sobradamente conocido por todos. Por desgracia hubo más consecuencias además de ese bonito espectáculo. La pérdida de energía cinética modificó la órbita lunar. La Luna empezó a caer en un movimiento primero imperceptible, paulatinamente acelerado, hasta hacer patentes los problemas que esto ocasionaría.

Las mareas han subido año tras año. Cada vez son más intensas. Ahora sí que leo los informes. Según los cálculos realizados, corregidos y actualizados, las previsiones actuales dictaminan que dentro de cuatro años la atracción gravitacional generará tsunamis a diario. Toda la población mundial que viva a menos de diez kilómetros de la costa deberá ser evacuada.

Además, la pérdida de energía del sistema Tierra-Luna ha hecho que la tierra empiece a perder altitud respecto al Sol. Los años se acortarán y para cuando vuelva a estabilizarse la órbita, dentro de unos veinticinco años, la Tierra estará lo suficientemente cerca del astro como para que la radiación funda los casquetes polares. De todos modos, posiblemente, no tendremos que esperar tanto para que esto suceda, ya que la inclinación del eje de rotación terrestre puede aumentar hasta los cuarenta y tres grados en seis años, lo que ocasionaría un cambio climático a escala global.

Si la Luna sigue acercándose, su atracción influirá en los flujos de magma. Las erupciones volcánicas repentinas, serían habituales, así como los maremotos y terremotos.

La Tierra no será un lugar apacible para vivir. Las previsiones más pesimistas auguran que la Luna jamás volverá a estabilizar su órbita y que dentro de poco más de doscientos años colisionará con la Tierra destruyendo toda vida, sea humana, animal o vegetal.


Aunque sólo sea una hipótesis, si la tierra sucumbe a las tinieblas, habrá sido por mi culpa. Yo ya no puedo cargar más con ésta pesada losa. Aunque sea el culpable no puedo soportar que me señalen a cada momento. Antes de escribir estas líneas he comprendido que ha llegado mi hora. No espero que nadie me eche en falta. No espero que nadie me perdone. Si he escrito esta carta es para hacer saber a quien quiera escucharme que lo lamento. Nunca fue mi intención. Como tanta otra gente cometí un error, sólo que el mio no puede subsanarse.

Necesito la expiación y comprendo que en esta vida jamás podré encontrarla. Espero que me aguarde en el más allá, aunque me voy de aquí sin creer merecerla.

Lo siento.

Henry Walker.


El coronel Walker abrió el cajón de su escritorio, sacó un revolver de calibre medio, metió con cuidado el cañón en su boca y, mientras grababa a fuego la belleza de ese último atardecer, ahogó un suspiro y apretó el gatillo.
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  • 25 de Agosto de 2010 a las 22:12

Esta noche triunfas.

 

- Su amiga se va, seguro que ella se marcha también. Verás.

-Que no macho, que la has atrapado sin quererlo encima. Es perfecta.

-Si, ya. Y tú eres así de tonto porque de pequeño te comiste la tierra de las macetas.

            -Pues se queda y te mira. El tonto parece que vas a serlo tú porque hoy no pillarás pudiendo...

-Que te calles, joder, no voy a hablar con ella.

-Pero tío, que se ha quedado solo por ti.

-Bueno, voy, cansino de la polla, pero ya verás como no.

-Esta noche triunfas, ¡campeón!

...

 

- Ya está. No me interesa.

-¿Cómo? ¿Por qué?

-Porque no.

-Joder. ¿Y cómo es? Cuéntame. A ver si luego sueño con ella en mi soledad... o en el baño.

-Qué cerdo eres. Es lista, guapa, huele bien...Muy bien. Es, en efecto, la mujer perfecta. Me ha puesto cachondo vivo.

- Eso digo yo, perfecta porque además te mira. Está esperando.

-¿Qué quieres, tú, pringado? ¿Tú te imaginas el rato que íbamos a pasar juntos bailando, rozándonos, bebiendo hasta que ella decidiese irse?

-Si, sigue, sigue, ¡ummm! que me pones tú a mí. Cómo no me lo voy a imaginar.

-Bien, pues para que lo sepas, cuando saliéramos de aquí me llevaría en su coche a su casa, un piso bonito, con cada cosa en su sitio. Su casa, un hogar. Al subir en el ascensor me sacaría la camisa del pantalón y yo me dejaría acariciar arrimándole la cebolleta.

-¿Y eso que tiene de malo, gilipollas?

-Pues que en su casa abriríamos una botella de Ribera en una cocina limpia y ordenada. Allí la sentaría en la encimera y le mordería el cuello y las tetas hasta que me rogase llevarla al dormitorio ya sin ropa y…

-¿Y?

-Pues lo que te imaginas. Arriba, abajo, al centro y para dentro durante todo lo que quedase de noche y, con la puta suerte que tengo, mañana también y todo el “finde”.

-¡Agh! Tú eres idiota macho ¿y eso que tiene de malo? Parece mentira que seamos hermanos. Pimpín, simple que eres un simple.

- Pues que en unas semanas nos iríamos al Spa ese de la sierra donde se está tan bien...

-Y donde se harta uno de que le soben y de follar.

- Y llegará el verano y planearemos las vacaciones juntos en ¿Sotogrande? Tiene pinta de ser de las de Sotogrande ¿no?

- No. De lo que tiene pinta es de aburrirse de esperarte y que piensa, como yo, que nunca ha conocido un atontado como tú, guapete pero tonto-tonto.

-Si, tonto. Pero este tonto no le pedirá en la playa que al volver a casa nos fuéramos a vivir juntos. Y, claro, como mi piso es un cuchitril de mierda, iríamos a su casa.

-¡Uf! Macho, yo no entiendo de qué vas. ¿Otra “cerve”?

-Si.

-Cuando vuelva espero que hayas reconsiderado tu estúpida decisión y estés sentado con ella.

...

 

-Pero, ¡qué se va!, ¿qué le has dicho?

-Que la llamaré un día de estos.

-Mira como mueve el culo al subir las escaleras. ¡Adiós diosa, reina, emperatriz! ¡Aquí queda este siervo!

-No te oye, capullo.

-Ya lo sé, gran capullo, padre de todos los capullos. No la vas a llamar ¿verdad?

-No.

-¡Ay, joder! ¡Qué te mato, imbécil! ¡Dame su número que yo la llamaré mañana mismo!

-Vale, toma, llámala, pero luego no me vengas a lloriquear cuando se cumpla lo que te acabo de decir y acabes viviendo en su casa.

-Ya te gustaría a ti que te viniese a contar lo que hago con ella.

-Lo harás cuando, mirando a la puesta de sol con ella, decidáis que es el momento de avanzar y dar el gran paso.

-¿Comprar un Audi?

-No, coño, tener hijos. Preciosos, blanditos e insaciables hijos. Cuando la mires a los ojos y te derritas en sus profundidades y antes de irte a dormir le des un masaje en los pies hinchados por el embarazo. Cuando te levantes de madrugada tan feliz, henchido de amor, a preparar un "bibe" y a cambiar los pañales de los gemelos, como nosotros.

-Vete a cagar. Yo no quiero tener hijos.

-Hoy no. Pasado mañana, cuando quedes con ella para hacer un cine y descubráis que podríais ser buenos el uno para el otro, ya me dirás.

-Ya. L'amour, n'est pas?

- Si, el amor, que hará que después del primero, o los primeros, vayáis a por la niña y que sus padres os esperen cada verano en Sotogrande. Donde no podrás darle caña por las noches, si es que después de los años no se ha cansado de tu colgajo, por si sus padres os oyen.

-Ah, ellas nunca se cansan de mí. Soy un campeón, un atleta del amor, un master entre los "masteres".

-Pues lo hará, "machomán". Pero antes te irá dando largas y lo que era varias veces por semana pasará a ser una o dos al mes.

-Ya, de eso ni hablar, ¿has visto como bailaba?, puro sexo. Sexo duro contra mi puro. Ya será más de lo que tú follas al año, pringado.

-Entonces sus ojos ardientes se irán enfriando y sus palabras dulces se irán convirtiendo en órdenes despacito, casi imperceptiblemente.

- Y le diré: ¡Mujer, ya estoy en casa, ¿y mis zapatillas?! ¡Qué me “descojono”!

-Si, y ella te dará un corte del tipo: ¡En su sitio, coño, como siempre! Y os sentaréis en el sofá a ver Sálvame, o una mierda de esas, porque en su trabajo se le exige ser la mejor, tener unos hijos preciosos y encima estar guapa y en forma y tener buen tipo y ya no aguanta más y sólo quiere desconectar.

-O sea que seguirá guapa y “buenorra”, ¡Arf, arf!

-O no ¿quién sabe? Lo que seguro que no querrá es oírte porque ya escucha bastante mierda en el curro y tu no la entiendes. Nunca lo has hecho. Sólo piensas en ti, en tu Audi de los cojones y en alguna putilla de la oficina a la que te quieres trajinar. Eso, eso te dirá si le pides sexo.

- Vete por ahí, hombre, no me amargues la cita antes de la cuenta.

-Yo solo te estoy explicando porqué no la voy a llamar. Sólo te cuento que no entiendo qué aportaría a vuestra vida, a vuestro desarrollo como personas que no te pudieras tirar un pedo en el sillón y que sin embargo ella entrara a cagar cuando te estuvieras afeitando.

-No sé, a mí me daría morbo verla llegar y bajarse las bragas.

-Eres un enfermo. ¿Cuáles? ¿Las de marca que llevará probablemente en vuestras primeras citas? ¿Las super sexi que te la ponen de aquella manera o las de algodón blanco, raídas, que estarás harto de lavar?

- Joder, tío, unas bragas son unas bragas, yo que sé.

-Pues eso, cuando te veas calvo y blando y sin ganas de nada. Cuando ella siga “buenorra” pero sea ya inalcanzable. Cuando recuerdes nuestros años de plena potencia sexual.

- Si, malgastados como esta noche. Frígido cabrón. Jódete porque yo mañana la llamo.

-Te darás cuenta de que no triunfar esta noche no fue ninguna tontería porque yo habré seguido follándome a todo lo que se mueve aunque no sean tan perfectas como esta.

-Si, macho, es perfecta. Me estoy enamorando sólo de pensarlo.

-Eso, enamórate. Enamórate y luego cuéntame a la larga quién habrá triunfado.

 

 

 

 

 

indianavelarde
Mensajes: 799
Fecha de ingreso: 19 de Febrero de 2010
  • CITAR
  • 26 de Agosto de 2010 a las 3:01
cita de bizarro
cita de concursoderelatos                            Book.radioman.... el chico que plagia las series de la tele y llena sus relatos de faltas de ortografía. El troll que tanto os jode, pasa de vosotros como de comer aquello que defecan los guarros.          

No caerá esa breva.

¡¡Noooooooooooooooooooooo!!
concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
  • CITAR
  • 26 de Agosto de 2010 a las 12:01

SOBREVIVIR

 

Ellos eran mejores que nosotros. Eran más altos, más técnicos y se cansaban menos. Nosotros, en cambio, éramos bajitos, limitados para los adornos y las florituras y con poco fondo físico.

    Íbamos a enfrentarnos a ellos el domingo por la mañana, a las doce. Desde el lunes preparamos el partido con una idea en mente: echarnos para atrás y aprovechar nuestra oportunidad al contraataque. Y tenía que salir bien: o ganábamos o bajábamos a Tercera Regional, la categoría más baja.

    A nuestro favor teníamos que el encuentro se iba a disputar en nuestro campo, que era de tierra. Ellos estaban acostumbrados a jugar en uno de césped artificial. Eran un equipo adinerado de un barrio bien, de la parte alta de la ciudad. Estaban arriba en la clasificación, y nosotros abajo, y apenas llegábamos a fin de mes.

    El día del partido reinaba un sol de justicia. Era mediados de junio, y en el barrio todo el mundo estaba pensando qué hacer durante las vacaciones.

    El árbitro dio el pitido inicial. Sacaron ellos y comenzaron a tocar el balón. Nosotros esperábamos agazapados en nuestra área. Hicieron la primera jugada de ataque, les quitamos el esférico y patadón pa arriba. Luego, realizaron otro ataque, el cual repelimos de idéntica manera. Así estuvimos los primeros quince minutos, hasta que pudimos llevar un buen contraataque hasta el área rival. Pero nuestro delantero chutó flojo y el portero rival atajó sin problemas.

    El resto de la primera parte transcurrió con continuos ataques de ellos, que fueron constantemente rechazados por nosotros.

    Nos fuimos al descanso bastante contentos y confiados, pues habíamos conseguido –al menos por el momento- dejar nuestra portería a cero. El sentir de la afición era el mismo. Habían estado animando sin cesar desde las gradas. Enfilamos el túnel de vestuarios con sonrisas de satisfacción, las cuales iban dirigidas, sin duda alguna, a nuestros aficionados, quienes nos aplaudían. Cuando salimos de nuevo al terreno de juego, volvieron a hacer lo mismo.

    El rival nos miró con gesto serio y rabioso. Habían llegado al campo en sus coches de marcas buenas y los habían aparcado junto a los nuestros, de marcas más modestas y casi todos de segunda mano. Tenían las piernas llenas de magulladuras por nuestras patadas. Además, habían jugado mejor sin conseguir marcarnos ningún tanto.

    Aunque nosotros tampoco habíamos marcado, y recordamos que si no ganábamos, bajaríamos de categoría. Comenzó la segunda mitad y nuestros aficionados rompieron en un estruendo alborotado. El gol de la victoria era cuestión de tiempo.

    Llegó tras otra media hora de acoso constante del rival, en un contraataque de tres pases: uno largo y dos cortos. Íbamos uno a cero, ganando.

    El último cuarto de hora nos metimos los once atrás, que al final fueron nueve. Nos expulsaron a dos por tirar al rival a la tierra de manera brusca.

    Pero ganamos. Cuando el de negro dio por acabado el choque, rompimos el cielo de alegría. Nos habíamos salvado. Ellos marcharon con la cabeza gacha y las piernas llenas de moratones.

    No tardamos en irnos a las duchas tras la invasión de campo. Parecía que todo el barrio había hecho un paréntesis en sus vidas para apoyar al equipo. Varios conocidos nos abrazaron en la tierra.

    En el vestuario olía a león enjaulado. Allí cantamos y saltamos en chanclas y calzoncillos.

    Salimos del pequeño campo duchados, oliendo bien y enormemente cansados. Cuando cogimos la calle rumbo a un bar en donde continuar con la celebración y a tomar el vermouth, nos encontramos con los del equipo rival, quienes nos saludaron y nos dieron la enhorabuena.

concursoderelatos
Mensajes: 1.692
Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
  • CITAR
  • 26 de Agosto de 2010 a las 12:01

.. dúplex

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